A propósito de la publicación de Las verdades incómodas de la Transición Energética, un grupo de estudiantes del Grado en Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid realizaron esta entrevista a su autor, Manuel Casal Lodeiro, en la primavera de 2025.
Francisco Alejandro Carrasco (DRK): Tras descubrir en tu libro la necesidad de un futuro decrecentista, nuestra mirada está puesta en cómo será la realidad efectiva de tal futuro; se trata de un modelo de vida tan distinto del actual que nos resulta difícil de imaginar. Al final del libro propones una serie de medidas políticas concretas por mor de establecer comunidades más resilientes. El libro también nos deja clara la imposibilidad del transporte privado. Pero hay una serie de temas que llaman particularmente nuestra atención (y, considero, la de muchos jóvenes y adultos) sobre el futuro que nos espera: ¿cómo solucionaremos o sobrellevaremos el problema actual de la sobrepoblación?
Bueno, en primer lugar no podemos hablar de «un problema de sobrepoblación» aisladamente, porque en realidad es un problema del consumo que hace una determinada población. O sea, que si somos demasiados es por el consumo que hacemos, y si impactásemos más livianamente sobre el planeta la demasía ya no sería tal, o al menos tan grande. Es decir, tenemos dos variables: población y consumo (o huella ecológica, si queréis, para incluir la contaminación implícita al consumo). A mí nunca me ha gustado mucho la famosa fórmula I=P·A·T que se suele usar para hablar de estas cuestiones en el ámbito académico porque creo que la variable T (technology), a estos efectos, es reducible en términos de A (affluence), o que A y T se pueden reducir a una sola variable H que mida la huella del consumo per capita. Sobre estas cuestiones reflexioné hace más de una década en mi ensayo Nosotros, los detritívoros, intentando vislumbrar cuántos seres humanos podrían existir sobre el planeta una vez que ya no explotemos la energía fósil, bien porque ya no tenemos la suficiente energía para obtenerla (TRE<1), o porque voluntariamente decidimos abandonarla antes de que ella nos abandone, para frenar la emisión de
Al final, será una cuestión de reducir nuestro número por las buenas o por las malas. Sabemos al menos desde El Informe Lugano de Susan George que al capitalismo le sobran muchos millones de personas para seguir siendo viable. Esto está quedando cada vez más claro por diversos factores, y las élites intentarán llevarnos por esa senda, aunque en realidad no les importa la pervivencia del capitalismo en sí: les importa un bledo que haya que cambiar a un sistema neofascista o neofeudal o el que sea, con tal de que ellos puedan flotar sobre la mierda, y lo van a intentar caiga quien caiga.
DRK: ¿Puedes explicarnos algo más sobre Nosotros, los detritívoros?
DRK: ¿Podremos tener un transporte público más eficiente e interconectado a pesar de tener menos energía disponible?
DRK: ¿Se podrá, en un mundo orientado a la resiliencia/post-petróleo, tener acceso a Internet, aunque sea en menor medida o en algunos lugares diseñados para ese exclusivo propósito?
Yo confío en que sí. Aunque desandar el camino de la complejización es muy difícil: no sólo es una cuestión de energía o de recursos, sino de la histéresis del sistema (no es el mismo camino para subir que para bajar, por decirlo de una manera gráfica). Pero no creo que sea imposible, gracias sobre todo a que precisamente el proyecto ARPANET del que nació Internet, la dotó de una arquitectura y unos protocolos básicos (TCP/IP) pensados para resistir la destrucción de múltiples nodos por un ataque nuclear. Así que ahora nos tocaría ir destruyendo controladamente parte de su infraestructura y racion(aliz)ar su uso, estableciendo prioridades y eliminando el flujo de datos superfluos, que precisamente ahora está aumentando aún más por la actividad de los bots utilizados para alimentar a la llamada inteligencia artificial. Esto y una política drástica contra la obsolescencia programa de los dispositivos electrónicos, junto con un rediseño ingenieril que facilitase al máximo el reciclaje de sus componentes, sería conditio sine-qua-non. Y si no, mientras queden ordenadores, corriente eléctrica y teléfonos, podríamos quizás volver al modelo de la Internet de principios de los 90, el de los BBS (Bulletin Board System). Pero en cualquier caso lo técnicamente factible es imposible sin una valiente decisión política coordinada internacionalmente.
DRK: Y ¿cómo afectará todo esto a los servicios de alimentación del sector del ocio? ¿Podremos seguir yendo de vez en cuando a un buen restaurante?
Miguel Ángel Villar: ¿Cuál sería el método político a través del cual se lograse la reducción energética y reconstrucción social que propones en el libro? Cabe la posibilidad de que esto no sea obtenible por medio de la democracia. ¿Planteas visiones más extremas como puedan ser las ecodictaduras (al menos hasta lograr la transición energética)?
Claro que una ecodictadura planetaria podría salvar en teoría a la especie, e incluso detener la destrucción biosférica, pero éticamente no la puedo defender, cuando tenemos la alternativa ética y política de una ecodemocracia directa, que preservaría los Derechos Humanos y la igualibertad (Balibar, Castoriadis, Riechmann). Por tanto, para mí luchar por crear una auténtica democracia, por recuperar el poder para el pueblo, es indistinguible de la lucha por la Vida, por frenar en lo posible el caos climático y el gaiacidio (la muerte de la Biosfera). Como suele decir también Riechmann, necesitamos movimientos de «emancipación y supervivencia«. Y ahí, trágicamente, no veo a los partidos mayoritarios de las izquierdas: ni por devolver la capacidad de decisión al pueblo, ni por poner los medios de comunicación en sus manos (algo imprescindible para una verdadera democracia, pero que solemos olvidar), ni tampoco les veo por la supervivencia, pues la mayoría sigue apostando todo al industrialismo, a la tecnología y al crecimiento, es decir, siguen empujando en la dirección del suicidio colectivo, con unas cuantas guerras y genocidios asegurados por el camino. Probablemente vayamos a una guerra civil mundial entre ambas visiones, que será una guerra de religión, entre los creyentes en la religión excluyente del Progreso y los creyentes en la sacralidad inclusiva de la Vida.
Alejandra Santos: Entiendo que el decrecentismo necesario para transformar nuestras sociedades y adecuarlas a los recursos disponibles es incompatible con el sistema económico del capitalismo. Pero ¿sería compatible con la organización de los países según el modelo Nación y Estado?
AS: ¿Es compatible con el sistema de fronteras y la organización estatal actual? En comparación a cómo sería, por ejemplo, un nuevo modelo de comunas más pequeñas, y de organización comunista o anarquista…
Sobre las fronteras tengo mis dudas. Seguramente sería más adecuado cambiarlas por unas fronteras mucho más permeables y organizadas a partir de las biorregiones naturales, aunque cómo afectará el caos climático a los límites biorregionales es algo problemático. Sobre el modelo comunal vs. estatal, creo que debe ser compatible, al menos hasta que el Estado sea simplificado a su mínima expresión, como explicaba antes.
Aida Quiralte: Tu libro apunta a la necesidad de un enorme cambio cultural. ¿Ese cambio cultural se podría dar solo de la mano del miedo a un fin de la vida humana y de la necesidad rápida de cambio?
AQ: ¿La humanidad podrá responder con rotundidad solo debido a dichos incentivos o por el contrario se necesitará algo más a lo que apelar y que, de no llamar la atención sobre ello, sería un impedimento para lograr una transición energética verdadera? Si este es el caso, ¿cuál podría ser ese otro motivo con el que apelar a la humanidad para realizar tal transición?
Bueno, me parece que no hay motivo más potente que la supervivencia. Si eso solo no sirve para convencer a alguien, apaga y vámonos. La supervivencia nuestra y la de nuestra descendencia, claro. Es decir, la de la especie, porque ninguno de nosotros va a sobrevivir individualmente de manera indefinida, aunque esta cultura tienda a olvidarlo. Y el evitar un sufrimiento mayor del necesario en el proceso para sobrevivir, también es una enorme motivación. Está demostrado que los seres humanos podemos soportar muchísimo mejor el dolor cuando sabemos que es necesario, que hay que pasar por él para curarnos de una enfermedad o una herida, por ejemplo. Y que también podemos soportar empobrecernos si vemos que se hace con equidad y con justicia y que nadie medra a nuestro alrededor mientras nosotros vamos a menos. Y por supuesto tener un soporte emocional, e incluso espiritual, para todo esto es importante. Y podría ser incluso la clave para movilizar de una manera rápida y efectiva: combinar mitos poderosos e ilusionantes, como el de Gaia, o el de la vuelta a casa, y crear otros en un ejercicio de mitopoyesis colectiva sin precedentes. Porque nos movemos, sin duda alguna, más por mitos, por emociones, por medio de narraciones, que por racionalidad. Esto la neurología y los expertos en la mente colectiva, en la psicología social, lo saben de sobra. Ahí el arte puede jugar un papel trascendental: desde la poesía al cine, pasando por la música, el teatro, el cómic, o ¿por qué no? los videojuegos… necesitamos imaginar con su ayuda horizontes de emancipación y supervivencia. Así que más que otros motivos, creo que lo que necesitamos son muchos más vehículos y más potentes para convertir esos motivos fundamentales en acción a una escala revolucionaria.
La orientación más interesante y a la que veo con más potencial es la que no sólo se basa en tu propia supervivencia, la de tu familia y tu endogrupo, sino la que amplía el sentido de pertenencia (y la ética) mucho más allá, a toda Gaia, y a todas las vidas del futuro. Es fundamental aprovechar la herida cultural, espiritual, que tenemos de falta de sentido desde hace al menos un siglo, de encontrarnos huérfanos de Dios. El hueco lo puede cubrir una vuelta a los sentipensares ancestrales, indígenas, de la Madre Tierra, que ahora podemos llamar de nuevo Gaia y hacerlo con dos matices cruciales: uno sería que a diferencia de un dios ajeno, somos parte de este nuevo ser dotador de sentido, de ese nuevo mito (en realidad muy viejo, sólo que ahora apoyado en la ciencia); y otro, que Gaia es una diosa mortal que nos necesita a los humanos para sobrevivir (tenemos que dejar de matarla, en primer lugar), y nos necesita ya. Podemos vernos como defensores del futuro, defensoras de la Vida… podemos verlo desde múltiples perspectivas, pero siempre entendiéndolo como una manera de satisfacer esa necesidad de sentido y de pertenencia, de identidad entendida como ser-con-los-otros, algo que han entendido muy bien los extremismos nacionalistas o religiosos desde hace tiempo, y que han utilizado para sus fines. Esa misma necesidad puede ser nuestra palanca para una acción que no vaya contra otros sino contra lo que destruye la Vida, lo que nos roba el futuro, que no es sino una parte oscura de nosotros mismos, un monstruo que hemos creado y se ha desbocado.

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En todo el planteamiento del decrecimiento que haces, y que comparto, se siente la necesidad de un regreso a la vida socio-comunitaria, a compartir esfuerzos con los que nos rodean para lograr objetivos y cambios. Hemos de volver con ganas a la práctica de reunirnos físicamente (no sólo online), a organizar eventos de todo tipo en común, a la práctica asamblearia diaria o semanal, para organizar y hacer avanzar las energías necesarias para los cambios. Para mí, el mayor mal del capitalismo, una de sus peores perversiones, está siendo el aislamiento y el yo-centrismo que nos implantan. Es su estrategia para manternernos al margen y consumiendo(nos).