Vivir dentro de una ficción
En su estudio sobre los últimos tiempos de la Unión Soviética, Todo era para siempre hasta que dejó de existir, publicado originalmente en 2005, el antropólogo ruso Alexei Yurchak (2024) acuñó un concepto fundamental para entender las formas de vida atrapadas en sistemas moribundos: la hipernormalización. En ese contexto, el aparato estatal, los ciudadanos y las estructuras sociales sabían —en diversos grados— que el sistema soviético ya no funcionaba. La retórica oficial se había vaciado de sentido. Se había convertido en una ficción absurda. Sin embargo, todos continuaban actuando como si el orden vigente aún tuviera vigencia. No porque creyeran en él, sino porque no se podía imaginar otra cosa que aquel régimen que hacía aguas por todas partes, aunque todos disimularan y simularan que no era así. La falsedad era hipernormal. El absurdo se volvió rutina. El colapso del sistema, aunque visible en múltiples señales, fue vivido como algo impensable, inconcebible, inimaginable.
Como prosigue De la Nuez, en el mundo capitalista el crack financiero de 2008 encendió todas las alarmas y planteó la duda sobre la extendida superstición de que el capitalismo sería, también, «para siempre». Fue entonces, que el cineasta y escritor británico Adam Curtis adaptó en 2016 el concepto de hiperrealismo en un documental, sobre la crisis del capitalismo tardío, titulado HiperNormalisation. En el documental, Curtis explica y argumenta cómo, desde los años setenta del siglo pasado, gobiernos financieros y tecnoutópicos han construido un auténtico «mundo mentira», dirigido por corporaciones y mantenido estable por los políticos. Pero, a diferencia de Yurchak, que busca en el subsuelo de lo visible, Curtis se mueve por lo evidente y epidérmico, por imágenes que los medios bombardean sobre nosotros. Como sucedió en la Unión Soviética, el sistema no sabe o no quiere saber de su desplome, que es bien real y se manifiesta en múltiples evidencias. De ahí tanto negacionismo promovido por el poder. El sistema en crisis terminal no se quiere conocer a sí mismo, pues se ha basado en la fe en su eternidad, en estar hecho para siempre: «Por eso, la hipernormalización —un concepto fértil donde los haya— nos sirve para entender las crisis respectivas del comunismo, del capitalismo y de lo que hoy se ha dado en llamar mundo postdemocrático.» (De la Nuez, 2024). El porvenir del capitalismo era radiante y también se nos anunció que era para siempre, pero cada día que pasa se atisba más su hundimiento, su finitud, es decir, su colapso.
Como sintetiza Miguel Cane (2025), el concepto de hipernormalización posee una relevancia en la sociedad contemporánea tan acusada que parece haber sido inventado ayer. Para este autor «el concepto describe un fenómeno en el que la realidad se vuelve tan compleja, caótica y absurda que las personas, incapaces de comprenderla o cambiarla, optan por aceptar una versión ficticia y simplificada de la misma. Es una especie de pacto colectivo: todos sabemos que el sistema está podrido, pero fingimos que no es así para poder seguir adelante. Yurchak lo llamó “hipernormalización” porque, en lugar de normalizar, llevamos la ficción a un nivel hiperbólico, donde la mentira se convierte en la norma (…) La hipernormalización no es solo un concepto académico; es una realidad cotidiana, un mecanismo de supervivencia en un mundo que parece decidido a implosionar.»
La hipernormalización es una paradoja: al imponer la ficción de que el sistema es estable, los poderes dominantes que viven de él no lo salvan, sino que agravan su colapso. Ignorar las señales de crisis —económicas, ecológicas, psíquicas, sociales— no detiene el deterioro: lo acelera de forma corrosiva y descontrolada. Así, al tratar de preservar la normalidad, lo que realmente se consigue es intensificar el colapso civilizatorio. A mayor hipernormalización más se reproducen las disrupciones en las estructuras del sistema. Dicho de otro modo, la hipernormalización intensifica el colapso y aumenta las probabilidades de que sea caótico y catastrófico. Esta es la paradoja que urge explorar si queremos recuperar alguna forma de lucidez colectiva.
Un colapso evidente, pero inaceptable
A estas alturas, se acumulan los datos demoledores. El sistema climático ha superado puntos de no retorno. Los recursos fósiles de alta calidad se agotan o se tornan inaccesibles. La biodiversidad colapsa a un ritmo sin precedentes. La economía mundial, sostenida por la deuda y la ilusión monetaria, se tambalea bajo el peso de sus propias contradicciones. La desigualdad social y la disolución del tejido comunitario avanzan en paralelo. Las guerras resurgen como forma sistémica de reorganización del mundo. El clima entra en una fase caótica y de retroalimentaciones no lineales. Y las instituciones democráticas pierden legitimidad debido a su incapacidad para responder a la emergencia estructural. A ello se suma una multitud de signos —particularmente evidentes en el Sur Global y en las periferias del Norte Global— que desmienten la narrativa dominante de que todo va bien, y que revelan la farsa de la normalidad junto a múltiples anomalías y disrupciones que parecen desafiar el orden imperante.
En esta lógica, el colapso no se presenta como una quiebra, sino como un flujo interminable de crisis sucesivas. La sequía es una anomalía climática. El aumento de precios, una distorsión coyuntural. El fascismo, un brote aislado. La crisis energética, un problema técnico. Todo se fragmenta para que nada se entienda en su totalidad. Pero no es así: la anormalidad se extiende.
Hipernormalización: el arte de fingir que todo sigue igual
La hipernormalización es una forma de consenso forzado, una suerte de teatro de lo cotidiano donde nadie cree verdaderamente en lo que dice, pero todos se comportan como si creyeran. No porque haya una conspiración, sino porque las estructuras sociales, mentales y afectivas están diseñadas para no permitir otra cosa, por pura inercia. Se trata de un autoengaño sistémico que surge cuando la ruptura del orden es tan profunda que ninguna institución puede nombrarla sin desintegrarse. Se impone el tabú.
Así, la hipernormalización no es solo un fenómeno de las élites. Es también una forma de supervivencia emocional para millones de personas. Reconocer el colapso, mirarlo de frente, no es simplemente un acto intelectual: es un salto existencial. Implica reconocer que no hay marcha atrás, que el mundo que conocíamos ya no existe, y que todo está por reconfigurarse en condiciones inciertas.
Una mancha extraña en el cielo, un filtro gris en el mundo
Según Albert Lloreta (2025): «Todo es absurdo, sí, pero nuestra vida aún es aparentemente normal, así que nos refugiamos en ella. Vamos tirando en este ambiente extraño. Es más como si, no sabemos exactamente desde cuándo, hubiera una mancha extraña en el cielo, que no debería estar ahí, y la mirásemos de reojo mientras vamos hacia el trabajo (…) La hipernormalidad de hoy se parece a la de los últimos días soviéticos. Parece que el sistema de valores y certezas en el que hemos crecido se está resquebrajando, pero seguimos adelante por inercia. Nos aferramos a la ficción de normalidad de nuestra vida y hacemos como si no viésemos cómo crece, día a día, la extraña mancha en el cielo.»
Como complemento a la metáfora de esa extraña mancha en el cielo, que Lloreta identifica con el inmenso poder alienador de las tecnologías de Silicon Valley, quizá la hipernormalización que vivimos pueda entenderse también como la negación de una especie de filtro gris, que se interpone entre nosotros y la realidad del mundo, y que va más allá del enorme poder de las corporaciones tecnológicas contemporáneas. Se trata de una metáfora que alude a una capa difusa, casi invisible, una especie de niebla, velo o película atmosférica que evidencia el implacable deterioro sistémico del mundo conocido. Este filtro no es constante ni uniforme: a veces se vuelve más espeso, más opaco, más físico, especialmente cuando ocurren episodios cada vez más catastróficos que hacen emerger con brutalidad las señales del colapso; en otras ocasiones, parece disiparse ligeramente, permitiendo que la ficción de la normalidad se imponga de nuevo como regla aparente. Pero la imaginación, la sensibilidad y lo onírico lo captan como un silencio sobrecogedor, también como una reverberación de fondo, a veces incluso accesible a los sentidos. Y las emociones, los sueños y el arte lo expresan, aunque sea de modo inconsciente.
Lo más perverso de la hipernormalización contemporánea es que ha capturado incluso nuestra capacidad de imaginar alternativas. O, en este caso, el fin del simulacro de normalidad. La hipernormalización se refuerza a sí misma. Esta captura opera a través de múltiples dispositivos: la cultura del entretenimiento permanente, el consumo como refugio afectivo, la tecnofilia como promesa de salvación, el relato del emprendimiento como vía de superación individual, las ofertas banales del supermercado espiritual, la rebelión convertida en marca comercial. Todo conspira para bloquear la pregunta radical: ¿cómo vivir de otro modo, fuera de este sistema?
Incluso los discursos aparentemente críticos pueden ser pervertidos y absorbidos por el agujero negro del simulacro capitalista: la sostenibilidad se transforma en un nuevo nicho de mercado, la resiliencia en la capacidad de soportar lo insoportable, y la transición en un aséptico proceso sin ruptura. Se nos ofrece un horizonte de cambios cosméticos para impedir cualquier transformación profunda. El colapso se convierte en la expresión más acabada del capitalismo catabólico: una nueva oportunidad de negocio. Y la esperanza genérica, en un antídoto descafeinado —ero rentable— contra el miedo.
Salir del hechizo: verdad, duelo y comunidad
Frente al hechizo de esta hipernormalización global, no basta con denunciar. Es necesario interrumpir la lógica del simulacro, abrir nuevos espacios alternativos. Esto significa no instalarse en la desesperación, sino recuperar el sentido del límite y la posibilidad de reconfigurar la vida desde abajo, en comunidad, en lo pequeño, en lo concreto.
El colapso no es un apocalipsis hollywoodiense. Es una larga transformación que ya está en marcha, si bien aumentan las señales de que puede acelerarse con acontecimientos catastróficos y eventos disruptivos. Pero mientras sigamos fingiendo normalidad, mientras sigamos atrapados en la hipernormalización, no estaremos ni siquiera en condiciones de comenzar a vivirlo con dignidad.
Vivir en la grieta
La historia no se detiene, aunque muchos finjan que sí. Puede ralentizarse, torcerse, encubrirse bajo capas de burocracia, espectáculo o miedo, pero su impulso no cesa. Las estructuras que parecían eternas terminan por desplomarse, a veces con estrépito, otras con un silencio apenas perceptible. Las ficciones colectivas que sostenían el mundo —el progreso indefinido, la supremacía de la razón técnica, el dominio sobre la naturaleza— muestran sus costuras, sus límites, sus quiebras irreparables. Los más diversos regímenes colapsan, no solo cuando caen sus ejércitos, sino cuando ya no consiguen que su relato sea creído ni siquiera por quienes lo repiten. Sin embargo, y esto es esencial, en cada grieta o intersticio de ese orden en ruinas, en cada fisura del simulacro, germinan también otras formas de estar en el mundo: prácticas modestas, comunidades rebeldes, lenguajes nuevos, sensibilidades que se desmarcan del ruido dominante.
Es posible que ya no nos corresponda la tarea heroica —y profundamente arrogante— de salvar la civilización tal como la hemos conocido. Quizá eso no solo sea imposible, sino también indeseable. Tal vez nuestra responsabilidad sea otra: acompañar su final con sabiduría, justicia y compasión. No como quienes esperan una catástrofe mundial, sino como quienes se preparan para un parto difícil; no como salvadores, sino como cuidadores del tránsito, guardianes de la dignidad en el umbral de un mundo que se agota y otro que apenas comienza a nacer.
Como escribió Yurchak a propósito del derrumbe soviético: «todo era para siempre, hasta que dejó de existir». Hoy, esa frase resuena con más fuerza que nunca. Nos recuerda que incluso los sistemas más sólidos pueden desvanecerse de repente, cuando ya no queda nadie que los sostenga en su delirante ficción. La cuestión, entonces, no es cuándo llegará ese momento, ni cómo será. La pregunta es mucho más íntima y urgente: ¿cuánto tiempo más seguiremos fingiendo que esto sigue siendo normal? ¿Cuánto más invertiremos en preservar la máscara de la continuidad? Quizás lo verdaderamente revolucionario, para romper con la hipernormalización que sostiene lo insostenible, sea aprender a percibir —en toda su crudeza— ese filtro gris que ya lo impregna todo y que nos empeñamos en no reconocer.

Bibliografía
- Cane, Miguel (2025): «Hipernormalización: El arte de mirar hacia otro lado mientras el mundo arde«, Purgante. Revista de Cultura y Artes.
- De la Nuez, Iván (2024): «Hipernormalización«, Palabra Pública,
- Lloreta, Albert (2025): «Una taca extranya al cel«
- Yurchak, Alexei (2024): Todo era para siempre hasta que dejó de existir, Madrid, Siglo XXI.
Estupendo análisis y reflexión en torno a la megaficción en la que nos tienen inmersos. Da mucho que pensar (e inspira para el tipo de acción «esclarecedora» que precisamos).
De todos modos, ojo con una de tus referencias: Adam Curtis no es de fiar. En su famosa película de 2011 «All Watched Over by Machines of Loving Grace» lanza unas calumnias delirantes sobre el equipo autor de The Limits to Growth, precisamente otra de tus referencias, que me merece mucho más crédito que el falsario de Curtis.
Muchas gracias, Manuel. Igual no queda lo suficientemente claro en la exposición, ya que la referencia a Curtis viene del artículo de De la Nuez, ya que Curtis había adaptado el concepto de Yurchak. Pero como film tiene mucha más potencia “Homo Sapiens”, que crea una fuerte impresión visual sobre los efectos del colapso.
El web oficial del film de Geyrhalter: https://www.homosapiens-film.at
Oliver Laxe, premiado en Cannes: «Estamos en el fin del mundo y Sirat recoge ese hedor»
https://youtu.be/TTUBtNS-dug?si=wZ48DPhMjLj4VUuJ
Gracias, Jesús. Sí, llevamos un tiempo siguiendo estas declaraciones del director gallego, aunque no sabemos hasta qué punto tiene todos los datos sobre los factores de colapso y sobre cómo se desarrolla el proceso. Como sabrás procede de Francia y no sería de extrañar que conociese a los principales autores de la «collapsologie» del país vecino.
Magnífica anàlisi i, sobre tot, molt il·luminadors els camins que proposes per fer front al col·lapse. Estic d’acord en que navegar-lo implica reconèixer-lo i acceptar-lo com un primer pas del procés de dol. També crec que aquest procés de dol i acceptació, més enllà dels seus trets genèrics, cal que s’implementi tenint en compte els diferents espais socio-culturals en que té lloc, ja que el col·lapse no es donarà de la mateixa manera a tot arreu. Per exemple, el que es va donar a l’antiga Unió Soviètica, de Moscou a Baku els elements genèrics van prendre impactes particulars en cada territori.
Moltes gràcies per aquest article.
Moltes gràcies, Jordi, pels teus comentaris. Efectivament, el col·lapse anirà per barris i per ritmes, i caldria afinar el tema de la hipernornalització en totes les seues dimensions. De fet, eixa és encara una feina per fer en el marc del capitalisme crepuscular. El cas de la URSS que estudia Yurchak, en tot cas, pot constituir un bon punt de partida. El seu llibre és realment prou potent i molt ben argumentat. Salutacions.
Me ha encantado el análisis. En realidad la hipernormalización es algo que vengo experimentando desde hace un tiempo, pero no sabía ponerle un nombre. Una sensación de precariedad e incertidumbre que lo invade todo. Quienes te rodean señalan éste u otro aspecto preocupante (que si la corrupción política, que si el ascenso de la extrema derecha, que si la crisis climática, que si el coste de la vida se está volviendo inasumible…), pero es como sin nadie se atreviera a manifestar abiertamente que todas esas cosas están conectadas y forman parte de un único problema global.
Es algo así como el «síndrome de la rana hervida», la mayor parte del tiempo ignoramos el deterioro porque es progresivo, salvo cuando ocurren determinados eventos muy disruptivos (una guerra, una catástrofe natural especialmente devastadora…). Así es como nos vamos cociendo todos, manteniendo la ilusión de que el agua nunca llegará a hervir del todo. Pero tarde o temprano, por mucho que cueste pues nos hemos habituado a vivir dentro de la olla, no quedará más remedio que saltar fuera. Cuanto antes lo hagamos mejor para todos.
Un saludo
Muchas gracias por tu comentario, el símil que utilizas no puede resumirlo mejor. El filtro gris se consolida y pese a su evidencia no se quiere ver, y por lo tanto no se ve.
[…] Gil-Manuel Hernàndez i Martí, na Revista 15/1515 | Tradução: Rôney […]
Muchas gracias por la traducción al portugués. Muito obrigado!
Jesús Olmo nos ha dejado este tremendo poema, muy relacionado con el contenido de este artículo de Gil-Manuel: https://www.15-15-15.org/webzine/2025/06/14/colapso/
Tremendo, efectivamente, y muy bello, pese a lo triste de lo que evoca y describe magistralmente. Gracias, Jesús, por compartirlo.
[…] Revista 15-15-15: La hipernormalización ante el colapso […]