Conquistamos nuestro modo de vida en el mismo sentido en que se conquistó el Oeste. «Genocidio» sería una palabra más adecuada, y sólo después de asimilarlo estaremos en condiciones de asumir las responsabilidades correspondientes. Caben vidas saludables y gratificantes fuera de los «modos de vida imperiales», pero resulta imposible ver sus contornos desde la profundidad a la que nos hallamos sumergidos en la ideología del capital.
— Asier Arias, «De conquistas, privilegios y responsabilidades»
Uno no cría así o asá para conseguir algo, cría como le sale del corazón, de sus creencias (las divinas y las humanas) o cómo las circunstancias le van haciendo improvisar.
Nosotros hemos criado de manera poco (o más bien nada) convencional, lo que nos ha hecho sufrir persecuciones y rechazo, porque salirse del camino trillado se castiga duramente, pero eso ya es otra historia. Lo que vengo a contar es nuestra experiencia vital cuando el mundo quedó encerrado entre cuatro paredes, la gente se aburría, se aborrecía y gritaba de todo, porque en aquellos días nuestro mundo en realidad no cambió y mirábamos para los otros asombrados.
Pero empecemos por el principio, que para esta historia es cuando empiezan a nacer los hijos. Desde el primer embarazo quedó claro que éramos diferentes y poco a poco fuimos saliendo del camino trazado por otros, por los convencionalismos sociales, las expectativas familiares… Yo había dejado el trabajo los últimos meses del embarazo y decidí no buscar hasta después, un después que se alargó muuuuchos años.
Mis hijos no han ido a guardería, ni a escuelas infantiles y, bueno, en realidad han vivido gran parte de su vida fuera de las instituciones escolares habituales, por lo que el grueso de su educación fue en casa.
Hemos vivido grandes apagones eléctricos que nos hablaron de por qué la casa estaba llena de velas y candelabros, que dieron pie a construir lámparas a pilas, o cuando el suministro de agua falló y tuvimos que traer agua a casa de un manantial haciendo una cadena para transportarla o como aquella vez que una huelga de transporte dejó las gasolineras sin combustible y tuvimos que planear escalas con amigos rescatistas para salir de Portugal.
En cualquier caso, siempre que hablábamos del “apocalipsis”, la consigna era siempre llegar a nuestra casa en la montaña desde donde estuviéramos, así que planeábamos cómo llegar, los caminos que seguir, cómo hacer si no hubiera coche…
Y es que los primeros años de su infancia los pasamos de forma nómada, viviendo en diferentes lugares, conociendo otras realidades.
En 2020 vivíamos en Portugal y mirábamos las noticias siguiendo la evolución del virus y, como no podía ser de otra forma, nos fuimos preparando, haciendo nuestra despensa con muchos meses de antelación.
En cuanto el Primer Ministro dijo que se cerraba el país, cogimos las maletas y tiramos hacia nuestra casa en la montaña. Durante el camino hacia la frontera no teníamos la certidumbre de poder cruzarla sin problemas. Si hubiéramos esperado unos días más la habríamos encontrado cerrada, pues Portugal reaccionó antes que España. Recuerdo que paramos en Pontevedra para saludar a la familia y ya hablaban de cerrar las provincias. Subiendo a nuestra casa la sensación era de ir cerrando fronteras a nuestro paso.
Pocos días después se confinaba al país y se establecían una serie de normas que para la mayoría de la población eran nuevas. Y nosotros, que habíamos salido del camino trazado mucho tiempo antes y con mucho esfuerzo, veíamos ahora cómo se recompensaba tanta trabajera pues, mientras el mundo se derrumbaba, nosotros continuábamos como siempre, libres, viviendo nuestra misma libertad sin apenas cambios.
Cuando se habla de aquellos tiempos, cuando otras personas comparten sus vivencias en el encierro, yo miro atrás y nuestros recuerdos no tienen nada que ver con los suyos. Ni siquiera hubo mascarillas pues no usábamos en nuestra montaña, entendíamos que no eran necesarias porque éramos grupo burbuja con nuestros pocos vecinos.
Nuestros recuerdos de esos días van desde compartir risas al aire libre con los vecinos, pasear por los caminos abiertos por las vacas salvajes, atender la huerta, desbrozar las fincas… Incluso hicimos un invernadero con restos de materiales que teníamos. Eso sí, con un ojo puesto en los de verde pues, según contaban, andaban multando a los libres.
No sé si los peques de la casa son conscientes de lo que vivieron, o más bien de lo que no vivieron, pero yo tengo una sensación de victoria muy grande: nuestro trabajo construyendo una vida paralela al sistema había sido un éxito.
Cinco años después continuamos construyendo nuestro mundo fuera del mundo, en presente pero siempre mirando al futuro, haciendo para los que vienen detrás, construyendo para los descendientes un refugio vital porque vendrán —no me cabe la menor duda— otras situaciones extremas, apocalípticas; y trabajamos construyéndoles ese futurible en la medida de nuestras posibilidades, sin grandes aspavientos pues a veces es tan sencillo cómo preparar un bosque comestible.
No es fácil salirse del sistema normativo, pero el camino se hace al empezar a caminar. Dar el primer paso es empezar a construirlo.
Y tú, ¿por fin te has preparado para el apocalipsis?

Siempre bonito e interesante asomarse a experiencias como la vuestra. Muchas gracias por compartir.
Gracias, Asier 🙂
Gracias por compartir tu experiencia. Desde Chile pais de terremetos , volcanes y tsunamis cada generacion ha vivido algun evento cataclismico que hace que todo el pais tenga una conciencia elevada de que el sistema puede caer y que para levantarse es fundamental esta conciencia , la preparacion pero sobretodo la solidaridad. Saludos
Gracias Shillo, nuestra naturaleza es solidaria aunque intenten anulárnosla, seguiremos manteniendo la llama prendida. Saludos de vuelta.