L'Isle-sur-Sorgue (Provenza), pueblo natal de René Char, junio de 2022. Fotografía: Jorge Riechmann (fragmento).

Umbrales de dignidad energética [+AUDIO]

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Escucha «Umbrales de dignidad energética» (versión en audio, en la voz de la actriz Laura de la Fuente):

(Publicado en el libro Umbrales de dignidad. Los derechos socioeconómicos en tiempos de crisis ecosocial, editado por Colex. Ha sido revisado por Laura de la Fuente y Manuel Casal para su publicación en la revista.)

1. Introducción: la dignidad humana entre múltiples crisis y dos umbrales

Nos encontramos en una crisis multidimensional que es a un tiempo ecológica, social y económica. Su causa es un modelo económico basado en el crecimiento ilimitado, ciego a la finitud del planeta y que promueve la concentración de poder y riqueza en cada vez menos manos. La transformación energética justa ha de enmarcarse en esta realidad para avanzar hacia escenarios que pongan en el centro el reparto de recursos que aseguren vidas dignas para todas las personas y en armonía con los ecosistemas y los seres vivos que los habitan.

La emergencia climática se hace cada vez más palpable, así como sus efectos en forma de eventos meteorológicos extremos, reducción de cosechas, pérdida de ecosistemas, migraciones o pérdida de vidas humanas. Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen al alza, incumpliendo los acuerdos climáticos y haciendo ya casi imposible no incrementar la temperatura global por encima de 1,5ºC con respecto a los niveles preindustriales. Esto supone entrar en una situación climática de gran incertidumbre y de activación de bucles de realimentación positivos[1] que pueden conducir a un punto de no retorno transformando completamente el estado del clima de la Tierra[2] y, por ende, nuestro futuro.

La pérdida de biodiversidad y el deterioro de los ecosistemas es otra de las crisis que debemos enfrentar de una forma urgente[3]. Cerca de un millón de especies se encuentran en la actualidad en peligro de extinción y, con ellas, las interacciones y las funciones de las que dependemos, como la fotosíntesis, la polinización, la regulación de los ciclos biogeoquímicos o la fertilidad de los suelos. Nuestra cultura occidental tecnoentusiasta y prepotente se desarrolla a espaldas de lo que nos permite estar vivos, cultivando la idea de que podemos modificar la trama de la vida a nuestro antojo. Es ciega a nuestra ecodependencia.

Por otro lado, la crisis energética es también cada vez más evidente[4]. La sobreexplotación de los combustibles fósiles y la emergencia climática son dos caras de la misma moneda. El pico del petróleo (y también de otros minerales) se define como el momento en que la extracción del recurso no puede seguir incrementándose, debido al agotamiento de las reservas y/o a la dificultad tecnológica para su explotación. Este hecho hace que se entre en una situación de declive irreversible y, por tanto, una menor disponibilidad para la economía global. En este sentido, las renovables de alto componente tecnológico también están sujetas a límites, dada la necesidad de minerales críticos (litio, cobalto o tierras raras) que requiere su fabricación[5]. La demanda creciente de estos minerales, que espolea el extractivismo, dificulta la transición energética justa y sostenible.

A todo ello se suma una tasa de desigualdad creciente[6]. Así, más de dos tercios de la población mundial vive en países donde la desigualdad se incrementa, no solo debido a la disparidad de ingresos, sino también a la inestabilidad política, los conflictos armados o la crisis ecológica. La desigualdad es estructural y se relaciona con luchas de poder y por privilegios que desechan a cada vez más personas y que se ven agravadas con hambrunas, pandemias, migraciones masivas o situaciones de exclusión interseccional, como las debidas al aspecto físico, el género, la procedencia o la clase social.

Frente a todo eso, la economía de la rosquilla[7] atiende a un doble desafío: asegurar unas condiciones de vida digna para todas las personas y reducir la presión que ejerce el modelo económico basado en el crecimiento sobre el planeta. Se representa mediante unos círculos concéntricos, uno exterior, el techo ecológico, en el que se recopilan los 9 límites planetarios[8], que no se deben sobrepasar para asegurar la sostenibilidad planetaria de la que dependemos y, un círculo interior, el suelo social, que tiene en cuenta indicadores sociales vinculados con las necesidades humanas. En el interior de ambos círculos se situaría el espacio seguro para la humanidad, un espacio de sostenibilidad ecológica (regulación del clima, la conservación de la biodiversidad y de los ecosistemas o la disponibilidad de agua dulce) y de justicia social (sanidad, acceso a alimentos o a energía).

Planetary Boundaries
Límites planetarios sobrepasados.

De los nueve límites planetarios, seis están superados en la actualidad y alertan de la situación de translimitación planetaria en la que nos encontramos[9]. El cambio climático, la integridad de la biosfera (biodiversidad), los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo, el uso de agua dulce, la acumulación de sustancias químicas y los cambios en los usos de la tierra han sido sobrepasados y solo la capa de ozono, los aerosoles atmosféricos o la acidificación de los océanos se pueden considerar todavía dentro de los límites planetarios estudiados, aunque todo apunta a que también podrían ser superados si no se toman medidas.

En lo que respecta al suelo social, un enfoque integral permite analizar las interrelaciones entre la crisis ecológica y la social, como el hecho de que la emergencia climática y el insuficiente acceso a la energía afecta en mayor medida a las personas más empobrecidas[10], mientras que son las personas y países más enriquecidos quienes han tenido y tienen una mayor responsabilidad sobre la translimitación planetaria. Así, las políticas orientadas la sostenibilidad, no solo deben buscar la reducción del consumo de recursos y de la generación de residuos, sino que han de tener en cuenta la redistribución y el reparto de forma justa con los territorios y las comunidades históricamente expoliadas y deterioradas por la economía capitalista.

Sin embargo, aun en un contexto de límite de recursos y de emergencia climática y ecosistémica como la actual, la demanda de energía crece[11], no solo debido al consumo directo en los hogares o en el transporte (electricidad, combustible, etc.), sino de una forma indirecta debido a nuestro modo de vida. Lo que compramos, lo que comemos o cómo nos divertimos consume energía, especialmente en una economía globalizada caracterizada por la deslocalización de la producción, el transporte de larga distancia, el despilfarro de recursos y la sociedad consumista. Un modo de vida imperial[12] estructuralmente injusto que deja fuera del suelo social de vida digna a cada vez más personas y socava las bases de funcionamiento de la vida del planeta.

Una transición energética justa ha de ser consciente de esta situación de crisis multisistémica y planificar un modelo energético decrecentista a escala global, basado en el reparto y la soberanía energética. Necesitamos transitar de un modelo energívoro, petrodependiente y con una brecha de desigualdad insoportable, hacia otro centrado en la suficiencia, renovable con técnicas humildes y que sea comunitario, cooperativo y democrático.

2. Un ejemplo de umbrales suelo y techo: la pobreza energética

La pobreza energética significa, entre otras cosas, que la parte de la población más empobrecida no tiene los recursos económicos suficientes para poder climatizar adecuadamente sus viviendas o cocinar. Detrás de este fenómeno están claramente las políticas neoliberales que, sostenidas ya desde hace décadas, han ido depauperando a un porcentaje creciente de la población y, además, restándole posibilidades de acceso a servicios y prestación públicas, que han ido desapareciendo o perdiendo calidad.

Manifestación contra la pobreza energética en Reino Unido. Fotografía: Alisdare Hickson CC BY-SA
Manifestación contra la pobreza energética en Reino Unido. Fotografía: Alisdare Hickson CC BY-SA 2.0

Pero en realidad, la pobreza energética no es solo por la depauperización de la población, sino también por el encarecimiento de los recursos, algo que está sucediendo de manera intermitente. Por ejemplo, el precio de la electricidad en España está regulado por un sistema tarifario hecho a medida de las grandes eléctricas. No es algo casual, pues son ellas las que han configurado dicho sistema gracias al poder que han acumulado. Y como es un sistema que las sirve, es un sistema que les da amplios beneficios y que ha supuesto un incremento creciente de la factura[13]. Es un ejemplo de libro de las medidas neoliberales: la creación de nuevas normativas que privatizan el acceso a los bienes (como fue la privatización de Endesa) y la creación de un marco regulatorio al servicio de la reproducción del capital a costa de las personas y de la naturaleza (liberalización del mercado). Estas políticas neoliberales tuvieron como motivación última responder a la crisis del capitalismo que se desarrolló en los años sesenta y setenta[14].

Así pues, la electricidad es cara por la posición de poder del oligopolio energético, pero también por la crisis energética vigente. Por ejemplo, la subida disparatada de la tarifa en el otoño de 2021 se debió en gran media al encarecimiento del gas. Detrás estuvo la dificultad creciente a su acceso, especialmente en Europa. La capacidad de extracción de gas del subsuelo europeo hace tiempo que decrece y la dependencia de las importaciones, aumenta. Las que vienen por tierra se complican, porque desde hace años los países extractores no son capaces de aumentar su extracción y crece su consumo interno (Rusia, Argelia). Y las importaciones marítimas son muy caras por el alto coste del modo de transporte en buques metaneros (EE. UU., Qatar)[15].

La focalización sobre el encarecimiento de la electricidad muchas veces tapa una subida general de la energía en este siglo liderada por el alza (en términos históricos) del precio del petróleo. En realidad, hay que hablar de un precio del crudo mucho más fluctuante (descontando la Crisis del Petróleo de los años 70) y caro que en el resto de historia petrolera. Para explicar la evolución del precio del petróleo hay que recurrir a múltiples elementos que hacen que la dinámica sea compleja. Entre ellos, destacan los geológicos y los financieros[16].

El cambio de patrón en el precio del petróleo se produjo en 2005. Justo en ese año se alcanzó la capacidad máxima de extracción del petróleo convencional. El petróleo convencional es el que resulta más fácil extraer y tiene mejores prestaciones. Supone la inmensa mayoría del petróleo extraído a nivel histórico y la mayoría del que se extrae todavía hoy. El no convencional es el que tiene peores prestaciones y suele ser más difícil de extraer, como el que se encuentra en zonas de aguas ultraprofundas o en el Ártico, el embebido en rocas poco porosas que hay que romper mediante técnicas como la fractura hidráulica, las arenas bituminosas de Canadá o el petróleo extrapesado de Venezuela. Para que la explotación de los no convencionales sea rentable, el precio del petróleo debe estar alto, pues su coste de extracción es mayor. El pico global del petróleo (convencional más no convencional) parece haberse alcanzado también, en 2018[17]. En todo caso, cuando suceda este cénit es difícil de prever, pues depende de múltiples factores. Unos son geológicos (cantidad de reservas, estructura de los yacimientos, etc.) y otros humanos (legislaciones, resistencias sociales a la explotación, inversiones empresariales, innovación técnica, etc.).

Como apuntamos, el cénit de una sustancia no renovable es el momento a partir del cual empieza a descender la capacidad para extraerla. A partir de ese momento, el recurso podrá conseguirse en cantidades decrecientes, será de peor calidad (puesto que primero se explotan los mejores yacimientos) y será más difícil de conseguir (ya que al principio se eligen los emplazamientos de más fácil extracción y de mayor tamaño). También se tienen que usar técnicas más contaminantes (como la fractura hidráulica) y, por lo tanto, más medidas paliativas. De este modo, una vez sobrepasado el pico del recurso, lo que resta es una extracción decreciente, de peor calidad y más difícil técnica y energéticamente. Todo ello implica una tensión hacia al aumento del precio, salvo importantes reducciones en la demanda, hasta chocar con el techo de precio asumible económicamente.

Wake up: Peak Oil
Casdeiro

El pico del petróleo también implica una menor capacidad de controlar el flujo puesto en el mercado y, por lo tanto, una mayor facilidad para especular con él y con ello exagerar más las fluctuaciones de precios. Esta posibilidad especulativa se ha visto incrementada mucho fruto de las políticas de fuerte desregulación de los mercados financieros características de la globalización. Es decir, que el escenario pospico es de precios fluctuantes alcanzando cotas altas. Es lo que vivimos desde 2005.

El resto de combustibles fósiles, por una parte, tienen asociado su precio al del petróleo, pues dependen de él en su proceso de extracción, procesado y distribución. Por otra, también están aquejados de síntomas que señalan que nos acercamos a su cénit de disponibilidad. Por ello, sus precios evolucionan de forma similar a los del crudo. En realidad, la dinámica es más general aún, pues multitud de minerales, imprescindibles para el funcionamiento de la tecnología moderna, están siguiendo la misma senda de precios impulsados por los mismos patrones.

Pero los cambios en los precios de la energía, al alza en general, tienen mucho que ver también con la geopolítica. Detrás de esto está que los recursos fósiles están cada vez más concentrados en unos territorios determinados. En unos casos, son regiones fuertemente tensionadas, como es el caso del suroeste asiático (Irán, Irak, etc.), en otros se encuentran en manos de rivales de la Unión Europea (Rusia, por ejemplo). De este modo, los cortes o reducciones de suministro desde algunas regiones por causas geopolíticas pueden tener —de hecho tienen— fuertes repercusiones en los precios. El impacto de la guerra de Ucrania en el precio del gas y, de manera asociada, la electricidad en Europa ha sido claro.

Se ha escrito mucho sobre que las renovables vendrían a revertir este proceso, al menos en el sector eléctrico. Esto es algo improbable por varias razones: solo las usamos para producir electricidad, que en realidad supone menos de un quinto del consumo energético global; su intermitencia obliga a tener una potencia instalada mucho mayor y mecanismos de regulación de la red eléctrica más complejos; dependen para su construcción de los combustibles fósiles; son difíciles de almacenar; se presentan dispersas; y pueden proporcionar una cantidad de energía bruta notablemente menor que la combinación del petróleo, el gas y el carbón[18].

En conclusión, el precio de la electricidad y de la energía en general sube no de forma coyuntural, sino estructural. Esto es consecuencia de las medidas neoliberales que han permitido sostener la cuenta de beneficios de las principales empresas del sector y, de manera más profunda, de la crisis energética debida a que los combustibles fósiles, que son inigualables en su densidad, disponibilidad, cantidad y transportabilidad, se están agotando.

Pero es necesario profundizar más en este análisis, pues la cuestión no es solo de carencia de medios económicos suficientes para obtener la energía y de encarecimiento de este recurso, sino de pérdida de autonomía. Si la población empobrecida tuviese capacidad de calentarse la casa sin recurrir al mercado no existiría la pobreza energética. De este modo, el proceso de desposesión característico del desarrollo del capitalismo[19] ha sido determinante en la conformación de poblaciones que dependen del salario para adquirir, entre otras cosas, vectores energéticos para climatizar las casas.

Analizando la pobreza, esta no solo depende de una falta de acceso a dinero y de una pérdida de capacidad de autogestión de la vida, sino que también está directamente relacionada con la merma del tejido social. Personas con tejidos sociales densos tienen una probabilidad mucho menor de caer en situaciones de pobreza que aquellas que viven más atomizadas. Una de las señas de identidad del neoliberalismo ha sido una ruptura de los vínculos sociales desarrollándose un individualismo altamente competitivo.

Esta ruptura de los vínculos y la incapacidad asociada para cubrir los cuidados básicos es, además, uno de los elementos que caracterizan la crisis de cuidados vigente. Una crisis que muestra cómo la pobreza energética tiene mucho que ver también con nuestras sociedades patriarcales, pues son las mujeres quienes soportan en mayor medida estas situaciones y las que sostienen las familias en equilibrios más que precarios.

Otro factor detrás de la pobreza energética, más allá del que tiene que ver con las dificultades de acceso al recurso, es el de la infraestructura. No tiene las mismas necesidades de calefacción una casa bien aislada, que un piso mal construido. De este modo, la pobreza energética también es consecuencia de años de edificación de viviendas de mala calidad, algo que ha caracterizado el tsunami urbanizador español impulsado por la economía financiera[20].

Las necesidades de climatización en los hogares son altas no solo por la mala construcción, sino también fruto del nuevo clima, que tiene como una de sus características principales que es caótico y se encuentra plagado de sucesos meteorológicos extremos, entre los que destacan olas de calor que, año tras año, se hacen más persistentes y tórridas. Los consumos en los hogares en verano son ya, en muchos casos, superiores a los de invierno, impulsando los gastos energéticos anuales.

La infraestructura influye también en otro sentido. En la medida en que habitamos en territorios tanto urbanos como rurales en los que los lugares de descanso, trabajo, ocio, consumo o servicios que requerimos están en lugares distintos, las necesidades de transporte son altas. Este es otro formato de pobreza energética, no solo la climatización de los hogares o la cocina, sino también la posibilidad de transporte y las opciones para hacerlo (pública o privada, a motor o por medios humanos). De este modo, la pobreza energética también es una expresión de nuestro habitar extendido por el territorio, que a su vez ha sido una conformación posibilitada e impulsada por la industrialización, pues no hay capacidad de movilizar a largas distancias altos volúmenes en poco tiempo sin el concurso del petróleo.

De este modo, entender la pobreza energética requiere señalar al capitalismo y su fase actual neoliberal, a las crisis energética y climática, al metabolismo industrial, y al patriarcado y la crisis de cuidados. Todos elementos que van más allá de la coyuntura y que hablan de procesos estructurales.

3. Políticas para situar el consumo energético entre el suelo y el techo

¿Qué tipo de políticas energéticas nos permitirían superar el suelo social para que la población viva dignamente y, al tiempo, quedarnos por debajo del techo ambiental? Lanzamos unas cuantas propuestas organizadas de manera que las cuatro primeras muestran una transformación social estructural, mientras que las restantes persiguen responder a las urgencias del presente.

En primer lugar, es necesario cambiar el modelo energético no solo hacia energías renovables de alta tecnología, como las que se están desarrollando en la actualidad, sino hacia energías renovables realmente renovables emancipadoras (R3E). Esto permitiría encarar el problema del techo, pero también afrontar algunos de los elementos determinantes que están detrás de la pobreza energética, como la pérdida de autonomía de la población para garantizarse su consumo energético.

¿Qué características tienen las energías R3E? En primer lugar, son aquellas construidas con energía y materiales renovables. La principal inspiración en su diseño serían las plantas, que usan la energía solar a través de la fotosíntesis, pero también para bombear la savia hasta las hojas. La técnica de los vegetales es prodigiosa. Se autoconstruyen y se autorreparan, funcionan a temperatura ambiente, utilizan materiales abundantes, generan y sostienen un entramado de vida que les permite prácticamente cerrar los ciclos de la materia. De este modo, la base material de las R3E es la biomasa, a la que se unirían materiales abundantes, de cercanía, fácilmente reciclables y que se puedan obtener haciendo uso de energías renovables (el hierro cumple todos estos requisitos), y que no necesiten procesos de purificación (como el granito).

La segunda característica es que realizan trabajo directo y producen calor, no solo generan electricidad. Estamos hablando de paneles solares para calentar agua, quema de biomasa, molinos para producir trabajo, etc. Necesitamos un desarrollo ingenieril que aproveche los conocimientos generados durante las últimas décadas para dar un salto cualitativo en el uso de las energías renovables realizado en los periodos preindustriales y en las primeras décadas de la Revolución Industrial, como los molinos hidráulicos.

Desde este doble prisma, la fuerte electrificación generalizada de la economía que se está poniendo en el centro de los actuales planes de transición energética se revela como una estrategia cuestionable, pues implica además un importante consumo de espacio y materiales, y requiere la quema de combustibles fósiles para la fabricación e instalación de los sistemas de captación. Pero este enfoque general no significa que la electrificación no pueda y deba avanzar en algunos sectores concretos para reducir la combustión fósil, por ejemplo, en el transporte mediante tren eléctrico de baja velocidad.

Catenarias en una vía en Bélgica. Foto: Wi1234. CC BY-SA 3.0
Catenarias en una vía en Bélgica. Foto: Wi1234. CC BY-SA 3.0

En el mismo sentido, los seres humanos y otros animales[21] probablemente necesitemos volver a ser vectores energéticos clave por nuestra multifuncionalidad. Artesanía o agricultura serían sectores que podrían reducir drásticamente su huella ecológica gracias al uso de mano de obra, además de permitir un reencuentro con el placer del trabajo comunitario y no alienado. Eso sí, este trabajo necesario para sostener la sociedad tendría que repartirse equitativamente entre géneros, territorios y clases.

En tercer lugar, las energías R3E se integran en el funcionamiento de los ecosistemas de manera armónica. Es más, se apoyan en ellos, pues sin su concurso no se pueden desarrollar. En este sentido, un ejemplo de R3E es la navegación a vela, que usa los vientos marinos, más regulares que los terrestres, para desplazarse. Los molinos hidráulicos utilizan la energía potencial existente en el curso de bajada de los ríos, junto a la concentración de todo el agua recibida en el fondo del valle. La construcción bioclimática aprovecha el sol, la orientación y las corrientes para la refrigeración y la calefacción, haciendo uso de materiales de la zona. O la permacultura y los bosques comestibles, que se basan en los equilibrios ecosistémicos para alimentar (dotar de energía) a las personas y a muchos otros seres vivos.

El cuarto elemento es el principio de cosecha honorable[22]. Este es un concepto usado por las poblaciones indígenas norteamericanas que persigue una doble finalidad. Por un lado, dejar para el resto de seres vivos. Es decir, no acaparar toda la energía solar, ni siquiera una parte importante de dicha energía, pues esta es indispensable para el funcionamiento de los ecosistemas. Por otro lado, la cosecha honorable no solo persigue dejar para el resto, sino favorecer la expansión de la vida, por ejemplo tomando leña de los bosques a través de una entresaca que permita la regeneración de la masa arbórea y de otros tipos de vegetales y, con ello, enriqueciendo el ecosistema.

Una implicación importante del principio de cosecha honorable es que no va a ser posible sostener el nivel de consumo energético de sociedades como la nuestra, pues éste es imposible sin acaparar grandes cantidades de energía. De este modo, socialmente se tendría que priorizar el suministro constante y abundante de los espacios imprescindibles (por ejemplo, un centro médico o una nevera comunitaria), mientras que el resto de usos de la energía tendrían que acoplarse a los ritmos naturales. Esto no quiere decir que no pueda haber nada de almacenaje, por ejemplo con madera o presas hidráulicas. Lo que implica es que para maximizar la capacidad de garantizar el suministro a lo indispensable, hay que minimizar los consumos. Además, si la biomasa se tiene que convertir en la principal fuente de calor, deberá usarse con mucha moderación, además de aumentar la superficie forestal.

La última de las características de las energías R3E es su control comunitario, sobre el uso y también sobre la técnica. Solo así podrán surgir sociedades realmente democráticas y justas. Esto implica técnicas sencillas y de cercanía (fabricadas con materiales y energías de proximidad), que se pueden denominar como técnicas humildes[23]. Desde este punto de vista, la generación distribuida, que implica instalaciones más pequeñas y próximas al lugar en el que se consume, permite a la población tener más posibilidades de controlar de forma democrática los recursos. También ofrece la ventaja de reducir las pérdidas en el transporte (al generarse donde se consume), y es, por tanto, un sistema que puede alcanzar un alto grado de eficiencia, especialmente si se trata de instalaciones comunitarias y no individuales.

La segunda idea sería la desmercantilizacion de la energía, es decir, pasar de obtener la energía mediante una transacción monetizada, a que de manera comunitaria controlemos su captación y su transformación. Esto respondería a varias de las causas detrás de la pobreza energética, como el empobrecimiento de la población, la tendencia al encarecimiento de la energía y la pérdida de autonomía de la población.

Desmercantilizar la energía pasa por la puesta en marcha de miríadas de comunidades energéticas. Es decir, que la población se organice para conseguir al menos una fracción de la energía que necesita de manera autónoma. No solo pensemos en poner placas solares en los tejados de los edificios, que también, sino en muchos más mecanismos: suertes de leña en los entornos rurales, sistemas de generación de biometano para cocinar a partir de restos orgánicos de la comunidad, etc.

En tercer lugar, es imprescindible reducir la movilidad. Las ciudades son altamente demandantes de energía y poco autosuficientes. El periodo de energía barata y abundante supuso su crecimiento y un urbanismo segregado en usos, que progresivamente fue consolidando la pérdida de autonomía de los barrios y un incremento de la movilidad obligada para hacer frente a las actividades cotidianas (empleo, compras, ocio, cuidados, etc.). Las urbes han de rediseñarse con criterios de proximidad, como las ciudades 15 minutos[24], facilitando el acceso a las necesidades cotidianas en cercanía, fortaleciendo la vida comunitaria, la creación de refugios climáticos y la renaturalización de calles, plazas y terrazas. Todo ello debe estar, además, acompañado de iniciativas que quiten al automóvil privado su centralidad en la ciudad, dando paso a un urbanismo que ponga en el centro la vida comunitaria y el fortalecimiento del transporte público y el uso de la bicicleta. En el mismo sentido de generar cercanía, estaría la relocalización del sistema productivo para abastecer las necesidades básicas de la población.

También es necesario adaptar las demandas de recursos a la disponibilidad de energía, agua, suelo, minerales, etc. y a los contextos ecológicos de los territorios. Para maximizar la disponibilidad de energía realmente renovable, es necesario impulsar un sector primario de proximidad basado en la agroecología y en la restauración de suelos degradados.

En esta consideración de los recursos consumidos, hay que tener en cuenta el consumo embebido en la fabricación de bienes, pues hay una mochila energética en todo lo que consumimos. El uso de técnicas humildes supondría una menor demanda de recursos minerales basados en el extractivismo y generadores de grandes impactos ecosociales. Una transición energética justa debe tener en cuenta este aspecto, planificando la reducción de la demanda global de energía a escala global, aplicando criterios de redistribución y poniendo límites al uso de la riqueza energética a personas y territorios que la atesoran por encima de lo que permite vidas dignas a millones de personas. En un planeta con recursos limitados y en situación de sobreexplotación, todo aquello que no es universalizable es un privilegio y va en contra del bien común, la solidaridad y la justicia energética.

Fotografía: Alisdare Hickson. CC BY-SA 4.0
Fotografía: Alisdare Hickson. CC BY-SA 4.0

Mientras avanzamos hacia sociedades más justas, hay que poner en marcha un rescate energético[25] para asegurar un acceso a la energía suficiente a toda la población, mediante la puesta en marcha de bonos sociales de una forma equitativa por baremos de renta[26], facilitando la formación a la ciudadanía para entender la factura eléctrica y poder llevar a cabo medidas de ahorro energético. Es frecuente que las viviendas en zonas de menor renta sean de peor calidad, por lo que es importante realizar auditorías energéticas que incluyan medidas de eficiencia energética que reduzcan la demanda de energía de forma duradera y la creación de comunidades energéticas.

Además, el precio de la energía, como bien común que es, requiere de una reforma integral del sistema eléctrico actual de carácter oligopólico, especulativo e injusto, cuyo objetivo es el beneficio empresarial por encima del bien común. En este sentido, es necesario modificar el modelo tarifario del mercado marginalista que fija los precios de la electricidad de forma arbitraria y que entorpece medidas enfocadas a la transición energética justa y la soberanía energética. En un contexto de crisis energética, dejar en manos del mercado el control del precio de la energía genera más pobreza energética y afectará progresivamente a las mayorías sociales. Es por ello necesario explorar propuestas que supongan suelos mínimos de acceso universal a la energía de forma desmercantilizada y techos máximos que pongan límite al acaparamiento energético por parte de las personas y territorios enriquecidos.

Dentro de esas políticas que permitan controlar la tendencia hacia el encarecimiento de la energía estaría su racionamiento, entendido como una serie de medidas que tienen como elemento común un reparto (no necesariamente igualitario) a toda la población de bienes escasos, lo que implica un tope en el consumo. Es una opción que implica al menos una desmercantilización parcial de la energía y suele estar asociado a una mayor redistribución que el mercado. Además, el racionamiento permite una reducción del consumo con criterios de resiliencia colectiva. Es decir, darles más capacidad de consumo a los sectores económicos estratégicos. Por ejemplo, no dejar sin carburante a la agricultura o a la pesca, sectores actualmente muy petrodependientes.

Pero la opción del racionamiento dista de ser ideal. Un ejemplo entre otros es que implica una parte indudable de coerción. La coerción puede ser ejerciendo la violencia (en sus distintas formas), pero también puede articularse a través de un consenso social de la necesidad de un reparto relativamente justo de recursos escasos, como lo fue en el pasado cuando se ha aplicado (por ejemplo, durante guerras y posguerras) o, poniendo un ejemplo más cercano, cuando asumimos quedarnos en nuestras casas durante la época más dura de la COVID-19, porque entendíamos que esa restricción era por un bien común. En cualquier caso, el racionamiento sobre quien más ejerce coerción es sobre quien más tiene. Implica una mayor redistribución que el mercado, donde lo único que opera es la lógica del beneficio en la que gana quien más tiene.

En definitiva, entrar dentro de los márgenes existentes entre el techo ambiental y el suelo social requiere de cambios estructurales en el uso de la energía, pero también de medidas de urgencia para hacer frente, desde ya, a la pobreza energética.

4. Conclusiones

La transformación energética justa ha de partir de la aceptación de la situación de translimitación planetaria en la que nos encontramos y que va a suponer una menor disponibilidad energética a escala global. En este contexto, para asegurar vidas dignas para toda la población mundial, y permitir la reproducción de la biosfera de la que dependemos, es urgente y necesario plantear estrategias decrecentistas. Ante la evidencia física de que el modelo de crecimiento económico es muy exigente en el uso de la energía y ha chocado con los límites planetarios, la opción más sensata y justa es fomentar una cultura de suficiencia material (techo ecológico) y un reparto de recursos que asegure la cobertura de las necesidades básicas de todas las personas (suelo social).

La pobreza energética es una de las caras de la desigualdad que impone un modelo estructuralmente injusto y que conlleva la depauperización de la población. Pero detrás de ella, también está el encarecimiento de los recursos como resultado de la crisis energética, los procesos especulativos promovidos por los oligopolios energéticos y el sistema financiero, o las crisis geopolíticas. A esto se suma la falta de autonomía de la población para conseguir la energía que necesita, el modelo urbanístico que requiere una alta movilidad y consumo energético en climatización, o el propio cambio climático. Todo ello está detrás del fenómeno de la pobreza energética, que es multicausal.

En este contexto, las renovables no van a ser la panacea energética, debido a varios motivos: solo las usamos para producir electricidad, que en realidad supone menos de un quinto del consumo energético global; su intermitencia; dependen para su construcción de los combustibles fósiles; son difíciles de almacenar; se presentan dispersas; y pueden proporcionar una cantidad de energía bruta notablemente menor que la combinación del petróleo, el gas y el carbón. Además, tienen también límites físicos, pues dependen de minerales estratégicos escasos que tienen detrás el modelo extractivista, en especial en el Sur global.

Ante esto, lanzamos varias propuestas organizadas de mayor a menor capacidad de transformación estructural:

  • Cambiar el modelo energético hacia energías renovables realmente renovables emancipadoras (R3E).
  • Desmercantilizar la energía, es decir, pasar de obtener la energía mediante una transacción monetizada, a que de manera comunitaria controlemos su captación y su transformación.
  • Reducir la movilidad, lo que implica transformar el modelo de habitar (ciudades) y económico (globalización).
  • Adaptar las demandas de recursos a la disponibilidad de energía, agua, suelo, minerales, etc. y a los contextos ecológicos de los territorios. Para maximizar la disponibilidad de energía realmente renovable, es necesario impulsar un sector primario de proximidad basado en la agroecología y en la restauración de suelos degradados.
  • Poner en marcha medidas de rescate energético para asegurar un acceso a la energía suficiente a toda la población.
  • Reformar la formación del precio de la energía, modificando el modelo tarifario del mercado marginalista.
  • Racionamiento de la energía, entendido como una serie de medidas para el reparto (no necesariamente igualitario) a toda la población de bienes escasos, lo que implica un tope en el consumo.

En definitiva, entrar dentro de los márgenes existentes entre el techo ambiental y el suelo social requiere de cambios estructurales en el uso de la energía, pero también de medidas de urgencia para hacer frente, desde ya, a la pobreza energética.

L’Isle-sur-Sorgue (Provenza), pueblo natal de René Char, junio de 2022. Fotografía: Jorge Riechmann.

Notas

[1]Mecanismos que aceleran y amplifican el calentamiento global como el incremento del albedo debido a la disminución de las zonas heladas o la liberación de metano por el deshielo del subsuelo de zonas árticas, del permafrost.

[2]DDavid I. Armstrong MCKAY y otros, “Exceeding 1.5°C global warming could trigger multiple climate tipping points” en Science, DOI: 10.1126/science.abn7950, 2022.
Timothy M. Lenton y otros, The Global Tipping Points Report 2023, University of Exeter, 2023.

[3]. IPBES, Global assessment report on biodiversity and ecosystem services of the Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services, IPBES secretariat. Bonn 2019.

[4]Antonio TURIEL, Petrocalipsis. Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar, Alfabeto, Madrid, 2021.

[5]Alicia VALERO y otros, Thanatia, límites materiales de la transición energética, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2021.

[6]Luca CHANCEL y otros, Informe sobre desigualdad global 2022, Laboratorio Mundial de Desigualdad, Naciones Unidas, 2022.

[7]Kate RAWORTH, Economía rosquilla. Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI, Ediciones Paidós Ibérica, 2018.

[8]Johan ROCKSTRÖM y otros, “A safe operating space for humanity”, en Nature, DOI: 10.1038/461472a, 2009.

[9]Katerine RICHARDSON y otros, “Earth beyond six of nine planetary boundaries”, en Science Advances, DOI: 10.1126/sciadv.adh2458, 2023.

[10]OXFAM, Desigualdad S.A., Oxfam, 2024.

[11]IEA, World Energy Outlook 2023, IEA, 2023.

[12]Ulrich BrAND, Markus WISSEN, Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo, Tinta limón, Buenos Aires, 2021.

[13]Javier ANDALUZ, Los obstáculos ante la transformación energética, Ecologistas en Acción, 2021.

[14]JRamón FERNÁNDEZ DURÁN, Luis GONZÁLEZ REYES, En la espiral de la energía, Libros en Acción, Baladre, Madrid, 2018.

[15]Luis GONZÁLEZ REYES, Adrián ALMAZÁN, Decrecimiento: del qué al cómo, Icaria, Barcelona, 2023.

[16]Ramón FERNÁNDEZ DURÁN, Luis GONZÁLEZ REYES, En la espiral de la energía, Libros en Acción, Baladre, Madrid, 2018.

[17]Antonio TURIEL, Petrocalipsis. Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar, Alfabeto, Madrid, 2021.

[18]Luis GONZÁLEZ REYES, Adrián ALMAZÁN, Decrecimiento: del qué al cómo, Icaria, Barcelona, 2023.

[19]David HARVEY, El nuevo imperialismo, Akal, Madrid, 2007.

[20]Ramón FERNÁNDEZ DURÁN, El tsunami urbanizador español y mundial, Virus, Barcelona, 2006.

[21]Esto abre una línea de reflexión imprescindible, en la que este trabajo no entra, sobre cómo realizar estas alianzas interespecies de manera que sean simbióticas y no basadas en la jerarquía.

[22]Robin Wall KIMMERER, Una trenza de hierba sagrada, Capitan Swing, Madrid, 2021.

[23]Adrián ALMAZÁN y otros, Técnicas humildes para el Decrecimiento, Ecologistas en Acción, 2024.

[24]La ciudad de los 15 minutos es una propuesta de planeamiento urbanístico que propone que la mayoría de los desplazamientos cotidianos puedan ser realizados a pie o en bicicleta en un cuarto de hora.

[25]ECOLOGISTAS EN ACCIÓN, Rescate energético, Ecologistas en Acción, 2023.

[26]Marina GROS, Una tarifa social como respuesta ante la pobreza energética. Parte 2. La tarifa social térmica, Ecologistas en Acción, 2022.
Soledad MONTERO y otros, Una tarifa social como respuesta a la pobreza energética, Ecologistas en Acción, 2021.

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Miembro de Ecologistas en Acción, donde fue coordinador confederal durante 9 años. Profesionalmente se dedica a la formación y la investigación en temas relacionados con el ecologismo y la pedagogía en Garúa S. Coop. Mad. y FUHEM. Es autor o coautor de una veintena de libros con contenidos que abarcan distintas facetas del ecologismo social.

Bióloga y educadora ambiental. Socia trabajadora en la cooperativa Garúa, forma parte del área de Educación Ecosocial de FUHEM y es activista en el área de Educación de Ecologistas en Acción. Coautora de varios libros entre los que destacan Cambiar las gafas para mirar el mundo, Educar con enfoque ecosocial y Nueva Cultura de la Tierra.

9 Comments

  1. Todo bien, excepto la «rosquilla».

    Kate Raworth’s book, Doughnut Economics, is entirely oriented around economic growth and criticisms of mainstream economics. She associates economic growth with social and environmental problems, and planetary boundaries. Various links, loosely drawn and briefly made, connect to an ecological economics perspective, but primarily the anti-growth work of Herman Daly. However, when recounting having to choose between Green growth and degrowth (mentioned once), Raworth goes on to sympathetically, if critically, discuss the former, while totally dismissing the latter. In the penultimate chapter her position is made explicit ‘Be Agnostic About Growth’ she proclaims. Her attempt to distinguish this from apathy leads to a definition that claims she wants to be ‘agnostic in the sense of designing an economy that promotes human prosperity whether GDP is going up, down, or holding steady’. Her final recommendations for a future economy provide a mix of ecological modernization, Green Economy and techno-optimism.

    On her website, Raworth claims the mantel of being a ‘renegade economist’, but her apologetics for growth are clear in the linked blogs: ‘GDP could grow, so long as it remained compatible with staying within social and planetary boundaries’. This fundamentally misunderstands the role of capital accumulation, corporations, profit seeking, competition and consumerism in the structure of the modern economy. Despite passing references to Karl Marx, her book makes no connection between systemic issues and the structure of capitalism. Capitalism is mentioned in passing a dozen times, but it is never defined in the book nor regarded as a serious concern; indeed for Raworth, like other apologists for growth, it can be redesigned to a new updated version. All the criticisms of growth that she references appear irrelevant because Raworth’s position is basically that there are no a priori problems with economic growth itself, this is something that does or does not result from economic practice, a side issue to the practical problem of designing the right (capitalist) economy. She asserts, with no evidence at all, that: ‘No country has ever ended human deprivation without a growing economy’; which is an amazingly ahistorical and ill-informed statement, and if she believed this to be true it would seem to commit her to growth not agnosticism. Indeed, the evidence shows that no growth economy has ever ended human deprivation. What totally passes-by Raworth in making this claim is the role that economic growth has played in causing inequality and deprivation.

    Raworth also exemplifies how apologists for growth argue around issues, rather than directly addressing them. For example, Meadows et al.’s (Citation1972) limits to growth thesis is mentioned, but emphasis is placed on pollution not resources. The idea of a ‘circular economy’ is later promoted with rhetorical claims of potential 98% efficiency, which merely reproduces the fallacies of closed systems thinking inherent in the macroeconomic circular flow diagram of GDP, criticized earlier in her book. The text then evidences repeated failures to understand the logic of the critical literature cited.Footnote7 In order to counter material reality, ‘knowledge’ is introduced as if it could avoid the laws of physics. Despite Georgescu-Roegen (Citation1971) receiving passing acclamation, the implications of economic growth for materials and energy throughput, and the role of entropy in the economic process, are basically absent or bypassed with another bout of rhetorical flourish. The fact that Georgescu-Roegen concluded in favour of degrowth is also totally ignored.

    Faith in economic prosperity through capitalism is an underlying theme. Despite critical reflections on neoliberalism, and linking it to the neo-Austrian economists of the Mont Pèlerin Society (for more depth see Mirowski & Plehwe, Citation2009), she supports the core Austrian economic and neoliberal belief in entrepreneurs as central economic actors, business as the source of innovation and technology as progress. Thus, digital futures, robots and knowledge economies are combined, to suggest a decoupled economy that saves the basic capitalist structure, as new corporate forms enable the Davos elite to become socially and environmentally responsible in the belief that they will happily reform themselves and stop shifting-costs on to others.

    As a senior associate at the Cambridge Institute for Sustainability Leadership, Raworth unsurprisingly leaves a large role for business and corporate entrepreneurs as the future leaders. That Institute’s website states their commitment to working with multinational businesses.Footnote8 Their clients include major corporations and financial interests (e.g. Shell, Coca-Cola, Unilever, Deloitte, General Electric and Nestle). Connecting to the Davos elite, Raworth has contributed to the World Economic Forum, where her ‘renegade’ claims are dropped, and mild reform appears in an ecological modernist mode of Green corporate capitalism.

    George Monbiot has claimed Raworth to be the Keynes of this century. Her book bears no comparison to his work at all. It is a popularly written collection of anecdotally and metaphorically structured arguments, presented as a series of stories, lacking depth of attention to cited sources and offering no coherent economic theory. Typical of apologists for growth it offers comforting pictures of positive futures that will build upon the basic structures of Western capitalism and sustain it. Therein lies the contradiction, the arguments for alternatives stand in opposition to the arguments for keeping business-as-usual. The only proximity to Keynes is in an attempt to save the capitalist system from itself by a posteriori corrections to its inherent tendency for exploitation of, and cost-shifting onto, ‘others’. Of course, as discussed above, Keynes himself was the ultimate apologist for growth.Kate Raworth’s book, Doughnut Economics, is entirely oriented around economic growth and criticisms of mainstream economics. She associates economic growth with social and environmental problems, and planetary boundaries. Various links, loosely drawn and briefly made, connect to an ecological economics perspective, but primarily the anti-growth work of Herman Daly. However, when recounting having to choose between Green growth and degrowth (mentioned once), Raworth goes on to sympathetically, if critically, discuss the former, while totally dismissing the latter. In the penultimate chapter her position is made explicit ‘Be Agnostic About Growth’ she proclaims. Her attempt to distinguish this from apathy leads to a definition that claims she wants to be ‘agnostic in the sense of designing an economy that promotes human prosperity whether GDP is going up, down, or holding steady’. Her final recommendations for a future economy provide a mix of ecological modernization, Green Economy and techno-optimism.

    On her website, Raworth claims the mantel of being a ‘renegade economist’, but her apologetics for growth are clear in the linked blogs: ‘GDP could grow, so long as it remained compatible with staying within social and planetary boundaries’. This fundamentally misunderstands the role of capital accumulation, corporations, profit seeking, competition and consumerism in the structure of the modern economy. Despite passing references to Karl Marx, her book makes no connection between systemic issues and the structure of capitalism. Capitalism is mentioned in passing a dozen times, but it is never defined in the book nor regarded as a serious concern; indeed for Raworth, like other apologists for growth, it can be redesigned to a new updated version. All the criticisms of growth that she references appear irrelevant because Raworth’s position is basically that there are no a priori problems with economic growth itself, this is something that does or does not result from economic practice, a side issue to the practical problem of designing the right (capitalist) economy. She asserts, with no evidence at all, that: ‘No country has ever ended human deprivation without a growing economy’; which is an amazingly ahistorical and ill-informed statement, and if she believed this to be true it would seem to commit her to growth not agnosticism. Indeed, the evidence shows that no growth economy has ever ended human deprivation. What totally passes-by Raworth in making this claim is the role that economic growth has played in causing inequality and deprivation.

    Raworth also exemplifies how apologists for growth argue around issues, rather than directly addressing them. For example, Meadows et al.’s (Citation1972) limits to growth thesis is mentioned, but emphasis is placed on pollution not resources. The idea of a ‘circular economy’ is later promoted with rhetorical claims of potential 98% efficiency, which merely reproduces the fallacies of closed systems thinking inherent in the macroeconomic circular flow diagram of GDP, criticized earlier in her book. The text then evidences repeated failures to understand the logic of the critical literature cited.Footnote7 In order to counter material reality, ‘knowledge’ is introduced as if it could avoid the laws of physics. Despite Georgescu-Roegen (Citation1971) receiving passing acclamation, the implications of economic growth for materials and energy throughput, and the role of entropy in the economic process, are basically absent or bypassed with another bout of rhetorical flourish. The fact that Georgescu-Roegen concluded in favour of degrowth is also totally ignored.

    Faith in economic prosperity through capitalism is an underlying theme. Despite critical reflections on neoliberalism, and linking it to the neo-Austrian economists of the Mont Pèlerin Society (for more depth see Mirowski & Plehwe, Citation2009), she supports the core Austrian economic and neoliberal belief in entrepreneurs as central economic actors, business as the source of innovation and technology as progress. Thus, digital futures, robots and knowledge economies are combined, to suggest a decoupled economy that saves the basic capitalist structure, as new corporate forms enable the Davos elite to become socially and environmentally responsible in the belief that they will happily reform themselves and stop shifting-costs on to others.

    As a senior associate at the Cambridge Institute for Sustainability Leadership, Raworth unsurprisingly leaves a large role for business and corporate entrepreneurs as the future leaders. That Institute’s website states their commitment to working with multinational businesses.Footnote8 Their clients include major corporations and financial interests (e.g. Shell, Coca-Cola, Unilever, Deloitte, General Electric and Nestle). Connecting to the Davos elite, Raworth has contributed to the World Economic Forum, where her ‘renegade’ claims are dropped, and mild reform appears in an ecological modernist mode of Green corporate capitalism.

    George Monbiot has claimed Raworth to be the Keynes of this century. Her book bears no comparison to his work at all. It is a popularly written collection of anecdotally and metaphorically structured arguments, presented as a series of stories, lacking depth of attention to cited sources and offering no coherent economic theory. Typical of apologists for growth it offers comforting pictures of positive futures that will build upon the basic structures of Western capitalism and sustain it. Therein lies the contradiction, the arguments for alternatives stand in opposition to the arguments for keeping business-as-usual. The only proximity to Keynes is in an attempt to save the capitalist system from itself by a posteriori corrections to its inherent tendency for exploitation of, and cost-shifting onto, ‘others’. Of course, as discussed above, Keynes himself was the ultimate apologist for growth.

    https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/14747731.2020.1824864

    • Sí, a mí también me plantea dudas la referencia marco del artículo al modelo de la rosquilla de Raworth, más que nada por lo que suele decir Carlos de Castro de que probablemente el techo ya ha bajado a una cuota inferior al suelo, es decir, que la rosquilla tiene volumen negativo. Y eso hay que tenerlo muy en cuenta, porque seguramente invalide el modelo como referencia para este tipo de propuestas, que yo creo que se pueden hacer igualmente sin vincularlas con ese modelo concreto.

      • No tengo tan claro que invalide el modelo, simplemente que lo hace más complejo al meter la variable de una reducción poblacional, entre otras. Para mi la virtud del modelo es que tiene mucha potencia comunicativa. Es sencillo y claro.

    • Creo que tu crítica al pensamiento de Raworth no invalida que se pueda citar una idea suya, que a mí personalmente me parece que tiene bastante poder comunicativo. No necesito compartir el conjunto del pensamiento de otra persona para valorar ideas suyas.

      • Pienso que, estando de acuerdo con los comentarios críticos sobre la propuesta de Raworth, desde el punto de vista comunicativo y educativo funciona muy bien. La imagen de la rosquilla refleja una mirada ecosocial muy potente. Además, si se visibilizan las «rosquillas por países» se puede extraer una idea clara de quien tiene mayor responsabilidad en la crisis ecológica y social. Eso no es óbice para cuestionar el modelo propuesto.

  2. A veces digo que la jerarquia es a la clave del problema, el poder….. y no es el poder mediante la propiedad, ni la de los medios de produccion ni cualquier otra clase de propiedad, sino el propio poder como propiedad, de modo que unos pocos mandan sobre el resto… y en terminos generales son siempre los mismos, lo heredan y lo cooptan entre los de su grrupo.

    Por lo comun las revoluciones fracasan porque si bien algunas veces cambian los componentes del grupo, los mandos revolucionarios pasan a ser el nuevo grupo que detenta la propiedad del poder.

    Sin cambiar eso ningun cambio puede funcionar: «cambiarlo todo para que nada cambie».

    El tema que considero suele ser tratado de modo convencional es el de la desigualdad:
    ===
    «La “desigualdad” es una manera de enmarcar los problemas sociales apropiada para los reformadores tecnocráticos, la clase de personas que parten de asumir que cualquier visión de transformación social ha sido retirada de la mesa política desde hace mucho tiempo.»
    ─David Graeber
    https://archive.vn/QfuUJ#selection-3431.1-3431.263
    ===
    Solo el anarquismo plantea el poder a partir de la igualdad, el poder supervisado, el poder que no puede ser propiedad de nadie y solo en ese contexto cabe plantear cambios significativos en lo tocante a la relacion del genero humano con el entorno no humano, puesto que incluso el ecofascismo tiene que fracasar por su propia dinamica interna

  3. Coincido con las propuestas de Charo y Luis, que me parecen muy atinadas, pero no soy nada amigo de usar el concepto de «pobreza energética», como ya he explicado en otros lugares, p.ej. https://casdeiro.info/textos/2018/05/12/pobreza-energetica-e-ignorancia-energetica/ Lo considero un concepto anti-pedagógico.

    En el caso de Luis & Charo no podemos achacar a la «ignorancia energética» el uso del término, y quizás sólo lo usen por ser el «lugar común» en buena parte del discurso social, pero yo creo que es un error porque consolida la incomprensión del papel de la energía en nuestras sociedades, y sitúa la pobreza (entendida como concepto general) como algo ajeno a la energía, cuando en realidad toda la pobreza es energética, y convendría hablar para aclarar la cuestión de «efectos energéticos de la pobreza», o «carencias energéticas de la población empobrecida» o algo así. Pero bueno, son matices terminológicos que no invalidan en absoluto la pertinencia y acierto del artículo.

    • Gracias por el apunte, que efectivamente conocía de antemano. El uso ha sido, efectivamente, comunicativo, con todas las taras que eso conlleva a veces.

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