(Publicado previamente en Gaian Way. Traducción de Manuel Casal Lodeiro.)
La tierra es un ser viviente, consciente. Al igual que otras culturas de diferentes épocas y lugares, nombramos estas cosas como sagradas: aire, fuego, agua y tierra.
—Starhawk, The Fifth Sacred Thing
Mi vida es una obra en proceso, una cascada de patrones que fluyen. Mis hábitos, rutinas y rituales no son aquellos que me enseñaron de pequeño. He tenido que encontrar mis propias respuestas a las grandes cuestiones: ¿Quién soy? ¿Qué significa todo? Aún estoy trabajando en ello.
Cada mañana al amanecer medito en el exterior, en mi patio trasero o en un parque cerca de mi casa. Repito mis resoluciones vitales, para vivir cada día plenamente, pero sin expectación; para ser atrevido e impredecible al tiempo que conservo el sentido del humor; para amar a la humanidad y servir a la Tierra. Finalizo siempre con las mismas palabras: «Con reverencia hacia Gaia, los ancestros y los maestros, sin quienes yo no estaría aquí como soy, recibo este día como un regalo. Que con mis acciones os pueda honrar.»
En el mediodía solar, cuando el sol alcanza su punto más alto en el cielo, le canto un himno a Gaia. Y cada atardecer, en el momento del ocaso, medito sobre el día trascurrido, reflexionando sobre mi gratitud pero también sobre mis elecciones y acciones.
Y una vez por semana me reúno con otras pocas personas en un parque de la ciudad, cerca de mi casa. Nos juntamos bajo los ancianos robles, sentados en círculo, y nos tomamos un tiempo para la reflexión, la meditación y la conversación.
Hemos convenido en celebrar a Gaia y apoyarnos mutuamente en nuestros esfuerzos para irradiar un camino gaiano. Somos parte de una red emergente, con guildas gaianas similares que ya se reúnen al menos en tres lugares: Honolulu, Nueva Orleáns y Connecticut.
Cada semana le dedico algo de tiempo a intentar de una manera activa reclutar nuevos miembros. No todo el mundo reconoce el nombre de Gaia, así que a menudo me encuentro intentando explicarlo. Es tentador establecer la igualdad de Gaia con la Tierra Viviente, o la Madre Tierra, y de hecho a menudo es eso exactamente lo que digo. Tales construcciones ponen el énfasis en el elemento tierra bajo nuestros pies, pero Gaia también está constituida por el aire a nuestro alrededor y los ríos y los océanos, y toda la vida, incluidos nosotros. Yo he aprendido a ver a Gaia en cada elemento de este planeta.
Tierra
Utilizamos la misma palabra para referirnos al suelo bajo nuestros pies y al planeta que habitamos, y es algo muy adecuado. Es la vida lo que hace a este lugar tan especial y si es la tierra la que da origen a la vida, entonces ¿qué mejor nombre para este lugar que Tierra?
Nuestros antepasados de la Antigüedad, concibieran la Tierra como redonda o plana, ciertamente entendían que la vida de las plantas surge del suelo. Ya fueran cazadores-recolectores o agricultores, comprendían que la vida humana depende de la vida vegetal, directa e indirectamente, de manera completa y absoluta. Es totalmente correcto y natural que nuestros ancestros considerasen la tierra que pisaban como algo vivo. Tiene sentido que tratasen al suelo y a los cimientos rocosos bajo él, como algo santo y sagrado, y digno de reverencia. Parece intuitivamente correcto adscribir al elemento tierra una cualidad maternal y pensar en el cuerpo de la Tierra como el cuerpo de un personaje divino.
Los antiguos griegos hablaban de Gaia como la fuente y la sostenedora de toda vida, la madre última de todos los dioses y diosas, titanes y monstruos, plantas y animales, prácticamente todo, por supuesto, excepto las estrellas y el caos primordinal del cual ella se había originado.
No estaban equivocados. Algunas de sus ideas biofísicas puede que fueran incorrectas, incluso peligrosas —pensemos por ejemplo en la práctica médica de las sangrías— pero no eran unos tontos por considerar al suelo como algo vivo. Muchas culturas indígenas no han perdido jamás esta comprensión. Más bien es la cultura industrializada occidental, y un tipo particular de mentalidad científica europea, la que, por medio de la reducción y la metáfora mecanicista, ha llegado a ver al suelo y al mundo en su mayor parte, como inerte, desencantado y esencialmente muerto.
Sin embargo, esto no es el final de la historia. Ha venido habiendo desde hace largo tiempo una tensión dentro de la ciencia entre esta tendencia mecanicista-reduccionista y una perspectiva holística orientada a sistemas. En las últimas décadas, la ciencia ha afirmado lo que los antiguos sabían y algunos nunca han olvidado: la Tierra vive.
Advertencias y confesiones
Aquí es donde entro yo, donde tengo que reinsertarme de nuevo en esta narrativa. No puedo pretender ningún tipo de objetividad autoritativa, por razones que pronto quedarán claras. Tengo confesiones que hacer, y también advertencias.
Lo primero de todo, aunque no soy científico, quiero tener el cuidado de caracterizar correctamente a la ciencia. La gente de ciencia por lo general no dice que las rocas estén vivas. Sin embargo, muchos científicos han llegado a la conclusión de que la vida surge y existe en concierto con el medio ambiente planetario que la rodea. Esto viene a decir que hay una relación muy estrecha entre los organismos vivos y el planeta Tierra y sus componentes inorgánicos. Las rocas son, así, una parte integral de las intrincadas relaciones que conforman la red de la vida.
Segunda advertencia: esta ciencia aún es controvertida, aunque cada vez más se acepta, en una u otra formulación. Este campo se conoce como Ciencia del Sistema Tierra, y ha sido recientemente descrito en la prestigiosa revista Nature como un «esfuerzo trasdisciplinar rápidamente emergente dirigido a comprender la estructura y funcionamiento de la Tierra como un sistema complejo adaptativo.» Otro nombre para esto mismo es la Teoría Gaia, bautizada así por la antigua deidad griega, madre de la toda la vida. Hay que dejar claro que a muchos comprometidos científicos gaianos les da reparo caracterizar a Gaia como un sistema viviente. La vida es algo sorprendentemente difícil de definir, y Gaia claramente no se parece a ningún otro ser vivo que tengamos en nuestra brújula.
Esto me lleva a mi tercera advertencia: no soy un observador neutral. Soy un partidario. Soy gaiano. Pero es que ¿acaso tú no? ¿No lo somos todos? La diferencia, si alguna hay, sería que yo soy un gaiano autoconsciente. Es decir, soy consciente de que soy un producto y un participante de los procesos gaianos. Comprendo que no existe escapatoria intelectual de esta realidad como si fuera un observador imparcial o separado. Estoy atrapado en la tela de araña de Gaia e implicado a través de numerosos hilos.
Puede que a los científicos les dé reparo decir que Gaia vive, pero yo no soy tan reticente. Yo puedo ir un paso más allá y decir que me relaciono con Gaia como si fuera una persona viviente, aunque está claro que Gaia no es una persona como ninguna otra que haya podido encontrar. Y como mi cuarta y última advertencia, dejadme aclarar que me doy cuenta de estar empleando una metáfora. Esto no es ciencia, sino poesía, la cual activa la dimensión afectiva y me coloca en la relación correcta para servir a la Tierra. Somos seres sociales, al fin y al cabo, y sentimos nuestra gratitud y obligaciones recíprocas más claramente en relación a otros seres vivos. Relacionándome con Gaia como un ser vivo, puedo expresarle mi gratitud y recordar mis compromisos con una mayor facilidad.
Con todo, Gaia es verdaderamente única, al menos hasta donde conocemos. Yo no soy tanto un hijo de Gaia como parte de ella. ¿Cómo me relaciono con una persona más grande de la cual yo soy parte? Todas nuestras metáforas y símiles y comparaciones parecen deshacerse en frente de Sus realidades. Esta es una de las razones por las cuales sigo estando tan interesado en el enfoque científico, porque continúa revelando patrones intrincados que levantan respeto, la maravilla y la reverencia en mi corazón.
Un ejemplo de esto es el desgaste de las rocas, el proceso por el cual el viento y la lluvia, con ayuda de los líquenes y las bacterias, disuelven rocas y montañas completas. En este proceso, el dióxido de carbono se retira de la atmósfera, combinado con elementos minerales, y es almacenado en los océanos. Este es uno de los múltiples sistemas gaianos que efectivamente regulan los llamados gases de efecto invernadero, ayudando a mantener el clima planetario que conocemos y amamos. Esta es una de las muchas maneras en que la vida y el medio ambiente interactúan y producen precisamente las condiciones que favorecen la vida.
Irónicamente, vamos ganando reconocimiento científico de estos procesos al mismo tiempo que reconocemos también que los estamos poniendo en peligro, de muchísimas maneras, especialmente mediante el volumen de carbono que estamos extrayendo de la tierra y vomitándolo al aire. Es por eso que creo que la conciencia gaiana tiene que extenderse, por amor a la humanidad y a toda la vida, y por supuesto por amor a Gaia.
Aire y agua
He comenzado por la tierra, pero el ejemplo del desgaste rocoso incorpora también al aire y al agua. Así tres de los cuatro elementos clásicos reconocidos por los antiguos griegos pueden ser vistos como elementos constitutivos de Gaia. Me surge la curiosidad. ¿Veían los antiguos a Gaia en la atmósfera, en el océano? El himno homérico a Gaia, escrito en el s. VII antes de nuestra era, referencia a la tierra y al mar y al cielo:
[…] nutre sobre la tierra todos los seres que existen: cuantos seres se mueven en la tierra divina o en el mar y cuantos vuelan, todos se nutren de tus riquezas.
[NdT: Trad. al castellano de Luis Segalá y Estalella, ed. de Montaner y Simón, Barcelona 1927]
Eso indica que ellos entendían que toda la vida dependía absolutamente de Gaia, lo cual haríamos bien en recordar. Pero ¿veían realmente el cielo como parte de Gaia? ¿Veían las aguas como suyas? El nieto de Gaia, Poseidón, gobernaba el mar, de acuerdo con los mitos, pero quizás fue una adición posterior, un usurpador patriarcal. Existe evidencia de que el culto a Gaia era mucho más antiguo. Pero me estoy adentrando en terreno especulativo; porque del mismo modo que no soy científico, tampoco soy un académico de la Antigüedad.
Lo que está claro, no obstante, es que la ciencia gaiana coloca un énfasis significativo en la atmósfera y en los océanos como elementos de Gaia. Gaia no está bajo nosotros sino a nuestro alrededor. Ahora sabemos que las móleculas de aire que circulan por nuestros pulmones y por el resto del cuerpo son de hecho las mismas moléculas que han estado circulando por el planeta durante milenios. Ahora sabemos que todo el oxígeno, fuente de vida, se generó por nuestros antiguos ancestros microbianos (¡mucho más antiguos que los antiguos griegos!) en la Gran Oxigenación hace dos mil millones de años. Ahora sabemos que la atmósfera de nuestro planeta no sólo sostiene la vida sino que en realidad es creada y mantenida por la vida. En elocuente expresión que debemos a la escritora ecofeminista Starhawk, «Este aire que respiramos es un regalo de nuestros primeros ancestros. Con cada inhalación, tomamos los resultados de su gran creatividad. Con cada exhalación, los devolvemos.»
Podemos observar la salinidad de los océanos a través de la misma lente. El agua de mar por lo general tiene un contenido de sal alrededor del 3,4%. Si fuera mucho más alto, la vida tal como la conocemos no podría sobrevivir; ahí está el caso del Mar Muerto, por ejemplo. Los procesos puramente inorgánicos deberían haber conducido a una salidad mucho mayor en los océanos hace millones de años. Los científicos gaianos especulan con que la vida misma podría jugar un papel en el mantenimiento de niveles de sal relativamente bajos. Stephan Harding y Lynn Margulis van más allá y aseguran que los procesos gaianos mantienen el planeta húmedo, que sin vida este mundo sería un reseco desierto.
Fuego
Y ¿qué hay del elemento fuego? Los incendios forestales regulares se dice que tienen efectos beneficiosos y probablemente podrían clasificarse como procesos gaianos. Los volcanes descargan energía ardiente desde las entrañas profundas de la Tierra. Resulta tentador, al menos para mí, pensar en la vida misma como fuego: un proceso dinámico que consume y trasforma. Con todo, en el contexto de Gaia, el fuego definitivo es sin lugar a dudas el horno solar, la energía dadora de vida que llega desde nuestra estrella más cercana, el Sol.
Prácticamente todo el material que compone la sustancia de la Tierra, incluidos nuestros propios cuerpos, fue despedido del disco solar cuando este se formó inicialmente a partir de materia excretada de explosiones como supernovas de otras estrellas aún más antiguas. Ahora una enorme cantidad de radiación llueve sobre la Tierra continuamente desde el Sol, una fuente de energía vital para la vida tal como la conocemos.
En mi comunidad gaiana, honramos esta conexión por medio de la observancia de las festividades solares (los solsticios y ecquinocios) y mediante nuestra práctica de la meditación tres veces al día, a la salida del sol, en el mediodía solar, y en la puesta de sol.
Del mismo modo que dependemos de Gaia, Gaia depende del Sol. Esta es una distinción con respecto a las concepciones monoteístas tradicionales, especialmente abrahámicas, de la divinidad. Típicamente, el dios de Abraham se define como la causa última, el motor primario, un ser sin dependencias. Claramente, Gaia no es así, al menos no en los términos planetarios que he trazado aquí. Como resultado, la reverencia hacia Gaia está disponible para los cristianos de manera tan libre como para los budistas o aquellos que no tengan compromisos particulares en el terreno espiritual o religioso, y así es que nuestros encuentros semanales en el parque configuran una pandilla ecléctica.
Los hay que van más allá y ven a Gaia como una expresión local de una creatividad cósmica general. No soy completamente indiferente a esa noción, pero encuentro que mi amor y respeto reverencial se enfocan aquí mismo en Gaia la inmediata y siempre cambiante, la visceral, la elemental.
En otras palabras, soy feliz manteniéndome con los pies en la Tierra. La necesidad de humildad parece primordial en este momento, como forma de contrarrestar la hibris a la que los seres humanos hemos probado ser tan susceptibles. Con ese espíritu, cierro esta reflexión con un pasaje de Daya Dissanayake, el celebrado escritor de Sri Lanka. Hace poco que me encontré con esto, que procede de un artículo en el Daily News de Ceilán, y aún me produce escalofríos:
Nuestros antepasados adoraban a la Naturaleza. Adoraban a la Madre Tierra, y trataban a la Naturaleza y a los elementos y fuerzas naturales como sagrados. Ahora se ha aceptado por parte de numerosos científicos que la Madre Tierra es una diosa viviente, Gaia. Cuando miramos a Gaia como un organismo vivo, y como un diminuto planeta en un multiverso, el hombre resulta probablemente como una criatura unicelular en el poderoso océano. Así pues, podemos aprender a ser humildes.
Menudo místico.
Yo creía que esta página era medianamente científica.
«Hay más religión en la ciencia que ciencia en la religión». Thoreau
Hay gente que se aferra a la ciencia de un modo tan rígido y acrítico que acaba por desembocar en una soberbia metafísica mecanicista desde la que despreciar otros saberes arrojando el apelativo de místico contra todo lo que trate de pensar y sentir lo viviente fuera del contorno del antropocentrismo y el excepcionalismo humano. Gente que si se desprendiera de las anteojeras neodarwinistas podría entender que la ‘ciencia’ es un conocimiento en constante construcción y cuestionamiento que no tiene porqué excluir la espiritualidad. Pero va a ser mucho pedir a los que usan la ciencia como martillo de herejes y verdad autocrática y por tanto basada en una particular fe excluyente.
Hola Felix, temo que te has cerrado antes de tratar de entender el texto. ¿Dónde no encuentras ciencia en el texto? Justamente lo que pretende el autor es exponer unas vivencias -suyas y de muchas culturas, incluida la nuestra- con componentes emocionales y espirituales, que armonicen con la ontología. Y lo hace desde una ciencia que se abre paso poco a poco ante científicos y personas con prejuicios mecanicistas y reduccionistas y que se cierran a una realidad que es un terremoto para sus creencias (i.e. sus «misticismos»).