(Los siguientes textos forman parte del libro publicado por el Centro José Guerrero-Diputación de Granada en 2023 acerca de la experiencia de activismo artístico 2020: The Walk.)
Prefacio
En los últimos meses estamos viendo caer, uno tras otro, récords en incontables registros climáticos y ecológicos (temperatura de los océanos, temperatura terrestre, reducción del hielo de los polos y del permafrost, deterioro de los ecosistemas y pérdida de biodiversidad, dióxido de carbono en la atmósfera, sequías, olas de calor tempranas, número de incendios, intensidad y precocidad de estos en cuanto a fechas, por citar solo algunos ejemplos). Mientras, seguimos superando los límites planetarios que permiten la vida tal y como la conocemos. La superación de solo uno de estos límites conlleva el riesgo de provocar el desajuste de todo el sistema climático y llevar al planeta a un estado desconocido y fuera de todo control. En la fecha en que se escriben estas líneas, 7 de julio de 2023, ya se han superado siete de esos nueve límites planetarios. Los estudios científicos llevan décadas exponiendo los datos y alertando sobre la gravedad de la desestabilización planetaria, sin que esto haya resultado en medidas para frenar los peores efectos de las crisis.
Mientras tanto, gobiernos de todo el mundo intentan silenciar a los científicos y activistas que están tratando de alertar al público sobre la creciente catástrofe. Hay unos cien casos legales abiertos contra miembros del movimiento Scientist Rebellion por su participación en protestas climáticas y veinte científicos ya han sido condenados. En el Reino Unido, activistas pacíficos se enfrentan a penas de hasta tres años de cárcel[1]. 2020: The Walk concluyó con la participación en las acciones de la campaña de Scientist Rebellion en Alemania #UniteAgainstClimateFailure en otoño de 2022, por lo que las personas participantes fuimos a prisión preventiva en Múnich y estamos aún pendientes de juicio. A esta situación se suma la decena de encausados en Rebelión Científica España y otros activistas en todo el mundo.
Necesitamos una auténtica revolución climática o lo perderemos todo. Solo una revolución global, masiva y basada en la desobediencia civil no violenta sostenida en el tiempo puede generar, quizás, los cambios necesarios para nuestra supervivencia.
2020: The Walk
(Con aportaciones de Óscar Martín.)
Nuestra tarea ahora es hacer lo mejor que podamos sin saber si servirá de algo.
Comprometernos a salvar nuestro planeta. No podemos apegarnos a los resultados. Debemos actuar porque es lo correcto.
— David Loy sobre el camino del bodhisattva
Mi nombre es Marta, soy artista, doctoranda en Historia y Artes y activista de Rebelión o Extinción y de SR, la rebelión científica y académica. Desde principios de 2019 he estado plenamente involucrada con XR España en diferentes roles a nivel nacional en coordinación, estrategia, comunicación y acción. Procedente de otros activismos (feminismo, transición y decrecimiento), cuando surgió XR en el Reino Unido supe de inmediato que era el movimiento que necesitábamos y que había estado anhelando tantos años.
Nacida a 335,42 ppm, recuerdo haber tenido siempre conciencia ecológica, pero fue hacia el inicio de la década de 2010 cuando me hice cada vez más consciente de la posibilidad muy real del colapso, no ya a finales del siglo xxi , sino quizás a lo largo de mi propia existencia. Habiendo vivido durante casi una década en países del sur global, entre 2013 y 2016 un encuentro personal y una serie de eventos históricos y climáticos que sucedieron en Filipinas me abrieron definitivamente los ojos ante lo que se avecinaba: la distopía ya estaba aquí, ahora, y los que menos habían contribuido a la crisis eran los que más estaban ya sufriendo sus consecuencias, con condiciones ambientales cada vez más hostiles provocadas por el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad. Estos hechos irrefutables me hicieron tomar una serie de decisiones vitales que serían para mí trascendentales: abandonar una vida sencilla en Filipinas, donde llevaba instalada varios años con la intención de echar raíces, aprendiendo y admirando del pueblo filipino tanto su capacidad de resiliencia ante la adversidad como su fuerte sentido de comunidad, y regresar a Europa para implicarme de lleno en el activismo, comprometida desde ese momento en la lucha por la justicia climática. En palabras de un líder indígena, activista y defensor de la tierra lumad, «ser activista no era ya una elección, sino lo único que tenía sentido».
«¿Qué hiciste cuándo aún había tiempo? ¿Qué sentido tuvo tu vida? ¿Morirás en paz sabiendo que hiciste todo lo que pudiste?», me preguntó por entonces un buen amigo muy involucrado en el Movimiento de Transición, quien me introdujo a la obra de Joanna Macy —estudiosa del budismo, la teoría general de sistemas y la ecología profunda— interrogándonos con su metodología The Work That Reconnects (‘El trabajo que reconecta’) sobre en qué consistiría hoy ser un buen ancestro, pensando en las próximas siete generaciones. Este fue para mí sin duda un momento epifánico que me devolvía a la pregunta ya formulada con mucha anterioridad por los pueblos originarios y que marcó profundamente desde entonces tanto mi activismo como mis elecciones de vida.
Pero no sería hasta finales de 2018, con la charla de la cofundadora de Extinction Rebellion Gail Bradbrook «Camino a la extinción y qué hacer al respecto» cuando tuve por primera vez conciencia de la posibilidad de nuestra propia extinción; algo inconcebible, nunca vivido en la historia humana, un genocidio a escala global: el mayor crimen de la historia de la humanidad. En esta charla, la activista por el clima británica y doctora en Biofísica Molecular nos hablaba de la crisis ecológica aportando los últimos datos científicos sobre los riesgos que existen de seguir nuestra trayectoria actual, lo que incluía la posibilidad de un cambio climático abrupto y la extinción humana; contemplando para ello nuestra respuesta emocional y las respuestas sociales adecuadas, así como qué podríamos hacer colectivamente al respecto.
2020: The Walk[2]
2020: The Walk es un proyecto de arte y activismo, un viaje a pie entre Granada y Helsinki para ayudar a difundir las demandas, principios y valores de Extinction Rebellion. Fue conceptualizado a principios de 2019, año en que finalmente decidí dejar de volar tras una década meditándolo. Ese año fui a Helsinki a presentar la performance Colapso en la galería Myymälä2 durante la Noche de las Artes, donde, como parte de la performance, leí la Declaración de Rebelión con compañeros rebeldes de Elokapina – Extinction Rebellion Finlandia. Ese fue mi último vuelo y anuncié que en 2020 volvería a Helsinki a pie; al menos, esa era la idea original, que evolucionó de forma natural en función de lo que era realista y materialmente posible para nosotros, dado el tiempo y los recursos limitados.
En 2019, conseguimos que se declarase la emergencia climática, exhortamos a nuestros gobiernos a decir la verdad. Juntos, los movimientos sociales ecologistas creamos ese momentum. 2020 hubiera sido un año clave para el activismo climático, por lo que decidimos que el proyecto mantuviera su título original. Se suponía que partiría sola el 1 de mayo de 2020, conectando a mi paso con compañeros rebeldes de Extinction Rebellion y con activistas de otros colectivos entre las oleadas de rebelión, quienes se unirían a mí en algunas marchas como un tiempo regenerativo, compartiendo sentires y reflexionando sobre la resistencia civil, adónde vamos y dónde nos encontramos como movimiento.
2020: The Walk se pospuso durante dos años debido a la pandemia[3]. En esos dos años de espera, la ruta se fue modificando según las diferentes acciones climáticas posibles y, a principios de 2022, se unió al proyecto el artista Oscar Martín, que me acompañó durante toda la travesía para ayudar a documentar este viaje y brindar apoyo, tanto emocional como logístico. Finalmente, Oscar y yo partimos de Las Barreras, Órgiva, en la Alpujarra granadina, el 1 de abril de 2022 y en ese momento ya teníamos claro por qué países íbamos a pasar: España, Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia y Finlandia.
Ante la emergencia climática y por compromiso con la vida y los valores que la protegen, caminamos de Granada a Helsinki y desde allí, hasta el permafrost. Anduvimos durante cinco meses de un total de seis, en los que también tomamos algunos trenes y un ferri para completar los cuatro mil kilómetros; solo una fracción simbólica de la travesía, pues de haberla realizado enteramente a pie nos hubiera llevado dos o tres años, dadas las inclemencias del tiempo y el exceso de peso de nuestro equipaje que, con todo lo necesario (refugio, agua, comida, equipo de documentación) ralentizaba el ritmo de nuestros pasos.
A lo largo de este peregrinaje climático —que se había planteado también por una necesidad personal de hacer una pausa, tras intensos años de activismo organizando movimientos, una ruptura de nuestras existencias e inercias cotidianas con el propósito de establecer alianzas con colectivos y personas afines, meditando juntos sobre los próximos pasos y sobre la necesidad de escalar en las tácticas si queremos desencadenar una auténtica revolución climática— 2020: The Walk se documentó en vídeo y también se retransmitió el proceso en un pódcast y en redes sociales.
Aunque Oscar Martín no formara parte de Extinction Rebellion, tenía la necesidad de implicarse personalmente en algún tipo de ecoactivismo más explícito que el que había venido desarrollando en su práctica artística individual. Así, Oscar confluye en 2020: The Walk como un acto que nace del deseo político de poner el cuerpo ante la crisis ecosocial a la que nos enfrentamos. Dicho en sus propias palabras:
2020: The Walk me pareció un proyecto muy interesante que aúna estos dos mundos del arte y el activismo. Cuando Marta me invitó a una caminata de un día durante la fase de preproducción, sin dudarlo me metí de lleno en su proyecto y me uní a ella asumiendo un papel de documentalista audiovisual, coproduciendo los pódcast y la película junto a ella. Entre nosotros se forjó un vínculo muy profundo y bonito, atravesando como uña y carne todos estos territorios, apoyándonos y cuidándonos. Haciendo un gran ejercicio de escucha para articular todas las decisiones del día a día y entender cómo estábamos en cada momento, compartiendo tanto tiempo e intimidad.
La ruta principal se decidió sobre la base de itinerarios históricos y senderos de larga distancia bien establecidos. Teníamos algunos nodos fijos, lugares donde iba a ocurrir un evento en una fecha determinada, como una charla, un taller de Acción Directa No Violenta (ADNV), una marcha colectiva o una acción. Los periodos intermedios eran bastante inciertos: improvisábamos y decidíamos los lugares clave que visitar en función de distintos aspectos, como la importancia del paisaje o el ecosistema; teniendo en cuenta nuestras fuerzas; o cuando aparecía alguien que nos daba la bienvenida y organizaba algún acto de presentación, etc. Aunque la mayoría de las veces elegimos rutas que dieran acceso a pueblos cada pocos kilómetros para poder abastecernos de agua potable y comida o cargar baterías. Lo hicimos en condiciones extremadamente precarias, tanto de presupuesto y producción como de tiempo, y bajo varias olas históricas de calor, ya que solo disponíamos de un total de seis meses (aunque la marcha aún se prolongó un mes más, hasta octubre-noviembre de 2022, con las acciones directas no violentas durante la campaña de Scientist Rebellion [SR] en Alemania una vez finalizado 2020: The Walk, lo que me llevó a prisión preventiva en Múnich durante una semana, hasta la fecha aún pendiente de juicio).
2020: The Walk se articuló sobre varios objetivos: por un lado, crear espacios regenerativos de encuentro y debate con activistas de Extinction Rebellion y otras organizaciones en las zonas por las que íbamos pasando, y en las que en ocasiones se planteó como una marcha colectiva con esos mismos activistas y gente nueva que asistió a las charlas; marchas regenerativas con momentos para procesar emociones y sentires como la ecoansiedad y la ecorrabia y compartir inquietudes y experiencias sobre nuestras prácticas activistas. Por otro lado, se organizaron charlas para difundir y comunicar el proyecto, para presentar las reivindicaciones de Extinction Rebellion y Scientist Rebellion junto con rebeldes experimentados de los nodos locales, tanto para dar a conocer la verdadera dimensión y la extrema gravedad de la crisis ecosocial a la que nos enfrentamos como para hacer un llamamiento al compromiso en la acción común y a la participación en la desobediencia civil. Además, se organizaron talleres y espacios de debate sobre ADNV con el fin de preparar nuevas movilizaciones.
El compendio de esos testimonios y las reflexiones a las cuestiones sobre dónde nos encontramos ahora como movimiento, qué sostiene nuestro activismo, estrategias, nuevas tácticas y qué puede aportar el arte a esta conversación son un pilar esencial de este proyecto; algunas de estas voces se incorporaron al guion de la película y también forman parte de este libro. Estas preguntas han sido planteadas no solo durante los encuentros presenciales en 2020: The Walk, sino también, una vez finalizada la marcha, fueron enviadas por correo a más de cincuenta personas participantes en el proyecto y serán planteadas tanto en las visitas guiadas a la exposición en el Centro José Guerrero como en futuros talleres organizados con una nueva plataforma que estoy a punto de lanzar en el Estado llamada La Cultura Declara la Emergencia, ya existente en el Reino Unido.
La travesía concluyó en Suecia en la residencia Art See Ocean, cerca de Estocolmo, adonde llegamos física y mentalmente exhaustos tras semanas caminando por diferentes regiones del país, y gracias a su hospitalidad y generosidad pudimos disfrutar de unas semanas de profundo descanso. Tras llegar a Helsinki en ferri, tuvo lugar la presentación final en el mismo espacio donde este proyecto se había gestado años atrás, la galería Myymälä2, gracias a cuya inestimable ayuda, especialmente de la artista Egle Oddo, pudimos contactar con la Bioart Society y obtener su apoyo para concluir la película The Walk en Laponia, la región más septentrional de Finlandia. El 19 de septiembre tuvo lugar la última marcha colectiva con Elokapina – XR y compañeras de Scientist Rebellion Finlandia partiendo desde el museo Kiasma de Helsinki.
2020: The Walk terminó en la Estación Biológica de Kilpisjärvi, donde pasamos dos semanas explorando el entorno subártico, investigando, escribiendo y filmando las últimas escenas de la película a lo largo de la reserva natural del monte Saana y la Malla Strict Reserve, donde se unen las tres naciones: Suecia, Noruega y Finlandia. Esas semanas fueron parte del programa de residencia artística Ars Bioarctica, facilitado por la Bioart Society como parte de Rewilding Cultures, un proyecto de Europa Creativa de múltiples asociaciones artísticas europeas. Esta residencia fue el epílogo de 2020: The Walk y durante ella tuvimos el gran privilegio de coincidir con un equipo de investigadores en la estación biológica; nos mostraron su proceso en el trabajo de campo y gracias a ellos pudimos encontrarnos físicamente con el permafrost, donde de alguna manera concluimos esta peregrinación climática. Ese encuentro fue uno de los clímax de este proyecto, un momento cuasi religioso. El hecho de llegar por fin al Ártico supuso para nosotros una inmensa emoción, un sentimiento de gratitud y rendición, que nos ayudó a reconectar con nuestro propósito superior.
Caminar como un acto de rebeldía
No hace mucho, como especie, solíamos caminar largas distancias, y en algunos lugares todavía es una necesidad diaria. Caminar hoy en día, en nuestros contextos, es también un acto de resistencia contra la velocidad y la aceleración de las sociedades capitalistas globales. Y podría volver a ser una necesidad en un mundo post-petróleo y colapsado. A través de este desplazamiento lento del caminar que induce a la inmersión en el paisaje, surgen nuevos estados alterados de conciencia y percepción. Caminar y vivir al aire libre aportan otra experiencia y otra perspectiva de los paisajes que atravesamos. Al estar radicalmente en el aquí y ahora, es más fácil, en esta lentitud, comprender qué tipos de plantas, árboles, animales, hongos habitan esos ecosistemas y lugares específicos y entender cómo estamos conectados mediante infinitas relaciones.
2020: The Walk ha tenido mucho de viaje decrecentista, desde una perspectiva radicalmente diferente de lo que entendemos por viajar hoy en día. También lo hemos sentido como un tipo de trashumancia, o forma de vida nómada extrema: vivir al aire libre, en lo abierto y lo incierto, habitar a la intemperie y en la incertidumbre. Reconectando con la naturaleza, apreciando toda la belleza del entramado de la vida mientras nos afligimos por lo que ya ha desaparecido o va a desaparecer; siendo testigos de los ecosistemas que se están viendo dramáticamente afectados por las actividades humanas y las industrias extractivas, todo ello evocó también en nosotros un profundo sentimiento de solastalgia: el duelo de saber que ya se ha perdido mucho debido al colapso climático y ecológico y sentir rabia contra los que miran hacia otro lado. Llorar por el futuro que habíamos soñado, procesando emocionalmente a medida que caminábamos la realidad de nuestra pérdida, nuestro último verano.
Somos conscientes de que las crisis migratorias actuales irán creciendo en escala y complejidad y de que a estos desplazamientos forzosos masivos, cada vez más habituales, se irán añadiendo factores como la inseguridad alimentaria, amplias regiones inhabitables por los efectos del cambio climático y la escalada de conflictos prolongados; sin el privilegio de un pasaporte, con las fronteras cerradas. ¿Era esto o no el colapso?
Aunque llevábamos solamente lo imprescindible, aun así se trataba de demasiado peso para tantos meses de caminata, lo que nos hizo detenernos muy a menudo y ralentizar nuestra marcha. Nos vimos forzados a cambiar de ruta, improvisando con frecuencia. De entre las dificultades que encontramos en la travesía, la principal fue la de abastecernos de agua y comida. Nos ha dado la impresión de que ya nada está pensado para viajar caminando o por otros medios que no sean el coche, el tren o el avión. Otro problema fue acampar, montar una tienda, cosa que en muchos de los lugares por los que hemos pasado es ilegal, lo que nos obligaba a buscar sitios aislados, generalmente bosques, campos o calas donde ocultarnos para pernoctar. Por el contrario, en otras latitudes, como en Suecia, disfrutar de la naturaleza y la acampada libre se considera un derecho constitucional, siempre desde el más exquisito civismo, con algunas excepciones, y se pueden encontrar más infraestructuras, como pequeños refugios a lo largo de caminos bien señalizados.
Tras esta experiencia, estamos infinitamente agradecidos por haber podido percibir hondamente ese sentimiento de unidad con la naturaleza. La relación íntima con el mundo natural durante largos periodos ha llegado a formar parte de nuestra cotidianeidad, esa nueva forma de vida que hemos cocreado a lo largo de estos meses. Observando cómo se conforma la realidad a través de partes interconectadas y animadas por una relación infinita, también hemos sido más conscientes en este proceso de cómo realmente somos seres interdependientes que nos necesitamos para nuestro bienestar y supervivencia. A través de la ayuda mutua, la escucha activa y una cultura del cuidado, nuestro activismo puede convertirse en una vía y un proceso de aprendizaje de nuevas formas de ser. Ser el cambio, encarnar el cambio que queremos ver en el mundo, reforzando nuestros lazos con la humanidad y la vida.
Arte y activismo: no habrá arte en un planeta muerto
Uno de los propósitos de 2020: The Walk es el de ir tejiendo redes con agentes de los mundos del arte y el activismo. El proyecto se presentó en la conferencia organizada por Oliver Ressler «Barricading the Ice Sheets», celebrada en Camera Austria con artistas-activistas del movimiento por la justicia climática en febrero de 2020.
2020: The Walk se articula entre estas dos esferas, la del arte y la del activismo, con la idea de que ambos contextos se contaminen mutuamente y de expandir una llamada a la acción ante la crisis multidimensional que nos apela a todas, si queremos salir de este sistema tóxico. En esta encrucijada, las sinergias entre arte y activismo tienen mucho que aportar para crear unas condiciones que favorezcan el cambio de paradigma económico, social, ecológico y cultural que necesitamos para sobrevivir como especie y dejar a las generaciones futuras —humanas y no humanas— un planeta habitable. Antes de nuestra partida, durante la caminata misma y hasta ahora, he mantenido conversaciones continuas con otros artistas y activistas que han participado o apoyado el proyecto de diferentes formas, creando espacios de encuentro presenciales y consolidando vínculos entre los diferentes territorios que estábamos atravesando; también invitando a la participación activa de la sociedad civil en las futuras acciones de desobediencia y acciones directas no violentas.
Interpelar al mundo del arte para que se abra y entienda la dimensión de la crisis ecológica, civilizatoria y sistémica para que se posicione políticamente, tanto desmontando y deconstruyendo los mitos culturales del sistema extractivista, patriarcal, colonial, capitalista causante de la explotación desmedida del planeta Tierra y de los seres que en ella habitan, como ayudando a construir otras culturas/sistemas/imaginarios alternativos que se fundamenten en la protección de la vida y en la justicia ecosocial. E interpelar al mundo activista para que se abra y entienda la potencia política que el arte y la cultura pueden tener para producir los cambios de estructuras mentales y sociales que nos permitan crear colectivamente otros mundos y otros modos de coexistencia.
Entiendo la práctica artística como un vehículo que puede transformar la vida, nuestra relación con nosotros mismos, la sociedad y el mundo natural, experimentando con nuestras subjetividades, expandiendo la conciencia y creando así nuevos escenarios existenciales. Mis últimas performances interiorizan nuestra crisis existencial en medio de la actual emergencia planetaria.
En la era del Capitaloceno, en este nuevo contexto en el que nos enfrentamos a la posibilidad de nuestra propia extinción, debemos reevaluar nuestras prioridades y repensar el significado de una buena vida. Como nos indica Jorge Riechmann, hacer nuestros los principios de la renuncia y la autocontención. Creo que también debemos replantearnos la función misma del arte y así he reconducido mi propia práctica artística e investigadora, teniendo en cuenta el momento histórico crucial en el que se inserta: la de la crisis de civilización.
2020: The Walk es el proyecto final de mi actual investigación doctoral, El arte como experiencia de disolución del sujeto. Hacia una práctica artística en tiempos de colapso. Es mi respuesta desde el arte ante la supervivencia de la especie en el Antropoceno, profundizando en la idea del arte como una práctica capaz de transformar al sujeto, «como si el ego debiera disolverse para proceder a su integración con el medio ambiente y, hecho líquido, actuar en conexión con el resto del planeta esquilmado», en palabras de Azahara Palomeque, quien también escribe en este libro.
Mi investigación original pretendía indagar en las diversas experiencias de disolución del yo, tanto dentro como fuera del contexto artístico. La noción de disolución del yo ha sido abordada por muchas disciplinas diferentes, como el psicoanálisis, la filosofía, el estudio de las religiones y la experiencia mística, entre otras, pero me gustaría enfocar esta investigación desde la perspectiva del arte vivo para ahondar en la idea del arte como una práctica que puede trascender el ego devolviéndole su función primordial: posibilitar la experiencia de lo sagrado.
En el contexto del fracaso espiritual y la homogeneización de las sociedades en el tardocapitalismo global y la hiperinflación narcisista del yo, tal vez estemos necesitados de un cambio de conciencia y, en este sentido, diversos métodos de vaciamiento del yo pueden ser muy valiosos para permitirnos alterar nuestra forma de percibir el mundo y a nosotros mismos. La polaridad entre objeto y sujeto puede disolverse con diversas técnicas con las que el sujeto llega a trascender su propio ego, experimentando plenamente el olvido total de sí mismo: el yo inmerso en la unidad original. Así, en esa investigación, trataba de señalar desde una perspectiva secular las similitudes y diferencias entre la expansión del yo que se experimenta en estados místicos como el éxtasis y algunos otros procesos que surgen en el contexto del arte, especialmente en el arte como experiencia que se sitúa en los márgenes de la representación.
El modelo occidental de individualidad se basa en la concepción del hombre como ego aislado, poseedor de una personalidad única, una cápsula singular de conciencia interior cuya piel actuaría de barrera entre el yo y el mundo exterior. Esta visión, asumida por la gran mayoría en las sociedades occidentales, es consecuencia de un proceso histórico, pero no siempre ni en todos los lugares ha sido así. La noción ilusoria del mundo como separación nos está llevando al colapso climático y a la devastación ecológica, mientras que las tradiciones no occidentales y el conocimiento indígena llevan milenios diciéndonos que toda la vida está interconectada. El fundador de la Ecología Profunda, Arne Naess, llamó a esta identidad ampliada un yo ecológico; el yo debe entenderse como profundamente conectado con la naturaleza y como parte de ella.
El estudio a lo largo de esta última década me ha hecho comprender la verdadera dimensión de la crisis climática, ecológica y civilizatoria en la que nos encontramos. Una vez adquirido este conocimiento, una vez que sabes, no hay vuelta atrás. La conciencia, compartida con mis compañeros de activismo, de que esta es la lucha de nuestras vidas y de que se trata de algo superior a nosotros mismos, viene acompañada también por un sentido cada vez de mayor responsabilidad: aceptar que vivimos en un momento único en la historia, un tiempo límite, y que es nuestro deber moral actuar.
2020: The Walk finalizó con mi participación en las acciones de la campaña de Scientist Rebellion Unite Against Climate Failure en octubre-noviembre de 2022 en Alemania, lo que me llevó a prisión preventiva en Múnich durante una semana junto a otros quince compañeros científicos y activistas, aún pendientes de juicio.
La película The Walk se estrenó en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid el 13 de abril de 2023 en el marco del programa comisariado por José Luis Espejo «Cuando el destino nos alcance. Acciones desesperadas ante la sexta extinción».
El proyecto completo se presentó en el Centro José Guerrero de Granada entre el 14 de septiembre y el 15 de octubre de 2023. Durante ese mes se proyectó en una de sus salas la película The Walk, acompañada de una muestra documental y diversas acciones divulgativas, como visitas guiadas y dos mesas redondas, en las que acompañaron a la artista otras personas expertas en diversos campos y activistas como Azahara Palomeque, Juan Bordera, Oscar Martín, Gerald Raunig, Julia Ramírez-Blanco y Alberto Matarán.
El libro 2020: The Walk trata sobre el proyecto y documenta gráficamente la travesía junto al también artista Oscar Martín, pero además es una obra colectiva que recoge las voces de activistas, compañeras rebeldes y expertas en diferentes campos de diversos países. Ha sido diseñado por la propia artista y Óscar Larrañeta.
Autores: Marta Moreno Muñoz, Joseph Mishan, Egle Oddo, Oliver Ressler, Alba Roberts, Juan Bordera, Azahara Palomeque, Julia Ramírez-Blanco, Alejandro Sacristán.
Contribuciones de: Oscar Martín, Mar Zugaldía, Jaume Osete, Mayte Lillo Gutiérrez, Elisa, Mauricio Misquero, Bilbo, Belén Díaz Collante, Alberto Matarán Ruiz, Elena González Egea, Víctor de Santos, Laura Agea Zafón, Jorge Zhou, Juan del Río, Viktor Beloff, Lauranne, René Fanø, Sebastian Frank Schmidt, Wollie Metzeler-Kick, Anna Lia, Martin Colombet, Amelie Meyer, Fernando Racimo, X, Marceau Minot, Hugo Raguet, Sima Nasizadeh, Maria Scheel.
Coordinación y edición: Marina Guillén y Marta Moreno Muñoz.
Edición bilingüe en español e inglés. 328 páginas.
Notas
[1] Mike Lynch-White, cofundador de Scientist Rebellion y activista por los derechos humanos, es el primer ejemplo de los extremos a los que puede llegar la represión gubernamental. Ha sido condenado a veintitrés meses de prisión por un delito de daños durante una protesta no violenta con el grupo Palestine Action y está a la espera de otro juicio por una acción climática.
[2] Algunos fragmentos de este texto han sido publicados con anterioridad en Makery.
[3] «La devastadora pandemia, además de eclipsar la emergencia climática (pese a estar intrínsecamente relacionada), frenó el despegue de los entonces recién nacidos Fridays For Future y Extinction Rebellion, que se encontraban en pleno ascenso meteórico, frustrando todos sus planes y recordándonos que, en la Era de las Consecuencias, inevitablemente nos va a tocar convivir con muchos de los impactos más adversos y hostiles de la crisis ecosocial. Ya no se trataba solo de la angustia de no poder imaginar nuestro futuro. Empezábamos a entender que la pandemia, la Guerra de Ucrania, la amenaza de un conflicto nuclear, la sucesión cada vez más frecuente de desastres asociados a la emergencia climática y ecológica, tales como las recientes olas extremas de calor, los megaincendios etc., son solo el trailer de lo que está por venir…». Rubén Gutiérrez Cabrera. https://www.15-15-15.org/webzine/2022/08/13/utopias-reales-en-tiempos-de-ecoansiedad/