Carmen Pena Espiño
Carmen Pena Espiño

Mesorreligión para una acción intersticial con sentido

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(Publicado previamente en: José Albelda, Fernando Arribas-Herguedas y Carmen Madorrán (Eds.), 2023, Humanidades ecológicas. Hacia un humanismo biosférico, Tirant Humanidades, pp. 258-273.)

¿A dónde fue mi ensueño peregrino? ¿A dónde aquel mi porvenir de antaño? ¿ A dónde fue a parar el dulce engaño que hacía llevadero mi camino?
— Miguel de Unamuno

Sólo progresa quien no está vinculado a lo que ayer era.
— José Ortega y Gasset

Hem perdut el futur però no podem continuar perdent el temps.
— Marina Garcés

La presencia simultánea de tres crisis de alto voltaje —climática, ecológica, energética— irresolubles simultáneamente sugiere la presencia de una causa de fondo mayor: una crisis de sentido. En la medida que es la convicción del autor que el Titanic ha chocado ya con el iceberg y se está escorando perceptiblemente —mientras unos intentan fijar las sillas de cubierta, otros recolocarlas y otros, en fin, tocan el violín— propone que nos dediquemos, desde ahora mismo, a organizar creativamente los botes salvavidas, dotándolos de un nuevo sentido vital. Sugiere que este es el principal reto de nuestro tiempo, y esboza algunas ideas que podrían contribuir a desencallar el cul-de-sac en el que estamos inmersos.


Dado que muchas personas preocupadas por la ya perceptible crisis climática no son del todo conscientes de la crisis energética concomitante, conviene insistir en el hecho de que, si se procura atenuar el problema climático el energético resulta empeorado, y si nos aferramos a la máxima energía que podamos conseguir el sistema climático podría llevarnos a la extinción. Cualquiera de los dos abordajes lleva consigo dificultades muy serias en la seguridad alimentaria. Recordemos que la civilización fue posible a partir del momento en que un clima estable y previsible permitió la sedentarización. No pudo hacerlo en el marco de un clima cambiante.

Por su parte, la crisis ecológica, resultado del exceso energético, de la configuración del sistema alimentario y del vertido de miles de sustancias nocivas al medio ambiente no solo perjudica adicionalmente la disponibilidad alimentaria y la propagación de pandemias sino que está ya degradando toda la vida en la Tierra, y sus soportes.

No estamos pues frente a ninguna encrucijada. Estamos al final de un camino, el camino del progreso tal como lo teníamos entendido hasta ahora. Progreso por cierto reducido ya, desde hace muchas décadas, a un avance en la complejidad tecnológica que también, con toda probabilidad, ha llegado a su límite, a su cénit, a su pico. Pues, en los sistemas disipativos, complejidad y disponibilidad energética van siempre de la mano.

Esto explica, a mi entender, las contradicciones y la desorientación del activismo climático y, por ende, su falta de eficacia. Ante la imposibilidad de resolver un problema existencial sin crear otro igualmente existencial teniendo como requisito no olvidar un tercero —la alimentación— el activismo climático actual simplifica el problema y delega en los poderes públicos la solución en términos de reducción de emisiones o de presupuesto de carbono, no pidiendo otra cosa que “acción”. “No hay viento favorable para quien no sabe a qué puerto se dirige”, sostenía Séneca. Y no por empujar más fuerte la misma montaña ésta va a ceder en su posición.

¿Qué acción?

Existen cuatro vías básicas para intervenir en la sociedad a efectos de conseguir los cambios que sería necesario acometer para facilitar la supervivencia humana y el desarrollo de la cultura: Estas son:

  1. hacer la revolución;
  2. la estrategia gramsciana: conseguir la hegemonía cultural;
  3. la estrategia simbiótica: intervenir en el estado o la administración para convencer al poder desde dentro; y
  4. la estrategia intersticial: aprovechar los resquicios y grietas del sistema con el objetivo de ensancharlos y provocar su ruptura[1].

Acción de Extinction Rebellion en la Alexanderplatz de Berlin en 2019. Fuente: Wikimedia Commons.
Acción de Extinction Rebellion en la Alexanderplatz de Berlin en 2019. Fuente: Wikimedia Commons.
Por muchos motivos, la vía revolucionaria no parece factible dada la débil configuración del sujeto revolucionario y las herramientas a disposición del poder para hacerla fracasar. Este eventual nuevo sujeto, teorizado por el nuevo Bruno Latour bajo denominaciones como “pueblo del clima” o “nueva clase ecologista”, no presenta suficiente masa crítica ni cohesión interna, y su acceso a los instrumentos de subversión es virtualmente nulo. Nada nos asegura, por otra parte, que la toma del poder por sublevación fuera a conducir a las exigentes transformaciones necesarias.

La consecución de la hegemonía cultural tampoco presenta buenas perspectivas a la vista de la subjetividad y el sentido común que la modernidad ha conseguido instilar en las conciencias de la gente a través del poder corporativo. Es de hecho el neoliberalismo el que ha empleado la teoría gramsciana con gran profusión y éxito, facilitada por una incomparable potencia de fuego comunicativa y unas astucias algorítmicas letales para la expansión de la disidencia.

Por su parte, los resultados de la estrategia simbiótica son especialmente decepcionantes. Las personas conscientes entran invariablemente en modo realpolitik cuando alcanzan puestos de relevancia. Falaces leyes de cambio climático, transiciones energéticas fake, Green New Deal o Next Generation [EU] o leyes Biden son consideradas acciones “en la buena dirección”. Estas iniciativas podrían haber sido funcionales hace algunas décadas pero, aplicadas hoy, hay muchos motivos para considerarlas contraproducentes. La participación en los pocos organismos internacionales creados al efecto no produce rasguño alguno, desde hace casi 30 años, en la concentración atmosférica de CO2. La cooptación corporativa de todos los organismos e instituciones internacionales es abrumadora. El multilateralismo o el intergubernamentalismo han devenido en la reunión de zorros y gallinas en los mismos foros con la vana esperanza de que alcancen un acuerdo sobre algo que, en realidad, no es negociable.

¿Es inútil preparar la revolución? Hoy por hoy lo es. ¿Es inútil la estrategia gramsciana? En absoluto, siempre será necesaria. Pero no es posible contar con alcanzar hegemonía alguna por esa vía en el escaso tiempo disponible.

¿Es inútil la estrategia simbiótica? No, pero en el marco de la democracia liberal no se llegarán a conseguir nunca mayorías transformadoras del nivel que la situación requiere ni a influir significativamente en las existentes pues, de ocurrir, el sistema político internacional lo bloquearía. Sin embargo, esta presencia puede ser útil para facilitar el levantamiento de las múltiples barreras legales y administrativas que limitan hoy el desarrollo de la vía intersticial, en opinión de este autor la única opción viable.

Fábrica abandonada en Lexington, Carolina del Norte. Autor: Dennis Brown. Fuente: Wikimedia Commons.
Fábrica abandonada en Lexington, Carolina del Norte. Autor: Dennis Brown. Fuente: Wikimedia Commons.
La hora de las medidas incrementales, las únicas aceptables por el sistema, hace ya mucho tiempo que quedó atrás, y hoy no son otra cosa que una distracción anestesiante para las gentes y negocionista para ciertas élites[2]. Para la asunción cabal del problema es preciso un cambio cultural singularmente profundo, una bifurcación cuya generalización requeriría de generaciones que no tenemos. Solo un verdadero colapso —una suerte de apocalipsis/revelación— podría, acaso, hacer las veces de momento iniciático planetario y posibilitar una liminalidad capaz de rehacer marcos cognitivos y cosmovisiones aprendidas. Pero las bases deben estar ya establecidas, y su ejemplificación practicada.

Por lo demás, cognoscitivamente es imperativo darse cuenta cabal de que un entorno de decrecimiento/colapso —en cuya primera fase estamos ya inmersos— es algo muy distinto, política y filosóficamente, de uno con disponibilidad energética creciente y estabilidad climática, donde es posible mantener la esperanza de que las dificultades personales, familiares o sociales pueden ser resueltas tarde o temprano por el estado. Pero ahora no solo por los impactos climáticos, sino por una energía neta —la auténtica moneda fuerte— cada vez más escasa, estados y corporaciones tendrán cada vez menos posibilidades de restaurar los daños y de abordar los nuevos retos por la vía del aumento de la complejidad, la vía hasta ahora habitual ejemplificada por el crecimiento económico.

Ningún sistema puede funcionar con su fuente de alimentación deteriorada. Todo apunta a que, a no mucho tardar, ni el mercado ni el Estado podrán garantizar ya de forma general los servicios prometidos por el progreso que suponemos derechos irreversibles —por limitados que ahora puedan parecernos— en educación, salud, pensiones y dependencia, y no podemos saber hasta qué punto podrá cumplir mínimos decentes en alimentación, en energía, en mantenimiento de las infraestructuras o en orden público y defensa.

Anclaje cognitivo

Nótese que nuestra cosmovisión, nuestro hábito mental acerca de las soluciones por la vía de la complejidad técnica y social tiene como mínimo tres siglos de historia. La presuposición de que el clima es virtualmente estable tiene muchos milenios detrás. Que el sistema ecológico global es autónomo e independiente de nuestras intervenciones locales viene teniéndose por cierto desde siempre. Pero cuando todas estas condiciones de posibilidad del solucionismo[3] vigente y la concepción gestora de la política han dejado de existir como tales, un gran número de ideas y prejuicios establecidos deja de tener validez en el nuevo entorno. La inercia cultural impide su evolución transformadora a la velocidad de cambio cognoscitivo que la situación actual requeriría.

A su vez, la gran mayoría de desarrollos intelectuales del pasado, reciente o no —cosmovisiones, filosofías, valores o ideologías políticas enteras— fueron desarrolladas en este marco cognitivo. Las más recientes están ancladas en su gran mayoría en la separación entre los humanos y el resto del mundo, a los que se añade una consideración misógina del género humano y un olvido, cuando no un abierto desprecio, de las cosmovisiones y tradiciones sapienciales históricas.

La bifurcación entre naturaleza y cultura viene de muy lejos. Está presente en la filosofía de Occidente desde hace más de 25 siglos. Tomó impulso en la tardía edad media con Petrarca y Pico della Mirandola y el surgimiento del humanismo, aunque todavía por entonces la idea de la Madre Tierra se mantendría vigente. Pero esa bifurcación no mostró en sus inicios una escisión ontológica tan abismal como la que produjo la llegada de la modernidad. Solo adquirió especial ímpetu totalizante cuando, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, fracasó una de las corrientes de la Ilustración en sus inicios británicos: la denominada “Ilustración Radical”.

Retrato de Francis Bacon por Jacobus Houbraken. Fuente: Wikimedia Commons.
Retrato de Francis Bacon por Jacobus Houbraken. Fuente: Wikimedia Commons.
La historia quiso optar por una cosmología dualista-mecanicista cartesiana y newtoniana, teísta y determinista, masculinizante, la dominadora —la definida por Francis Bacon— y más práctica en lo material a corto plazo. Esta cosmovisión se encuentra en el fundamento de todas las ideologías del mercado ideológico y político vigente y, por tanto, ninguna nos sirve a día de hoy. Boaventura de Sousa Santos denomina “western cognitive empire” a esta forma de entender el mundo de la que muy pocos somos explícitamente conscientes o, alternativamente, la consideramos autoevidente. Herbert Marcuse se refería a la llegada del hombre unidimensional. Es una cosmovisión educada, inducida, imbuida, instilada. Es pues bien comprensible que tengamos dificultades para pensar de otra manera.

¿Cómo se sale de aquí? Solo hay una vía. Cuando un problema existencial no tiene solución bajo un sistema de referencia no hay más remedio que desbordarlo mediante la adición creativa de nuevas dimensiones, ampliando el espacio intelectual.

Me acojo en este sentido a las reflexiones al respecto de Simone Weil quien, en su demasiado corta vida, encontró este tipo de situaciones a principios del siglo XX. Las abordó del siguiente modo[4]:

“Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano, degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura.”

Romper el techo. A esta misma categoría cabe también incluir ciertas astucias matemáticas bien conocidas en las ciencias físicas y la ingeniería: funciones de variable compleja o teoría de cuerdas ejemplifican casos en los que se añaden dimensiones y se obtienen conclusiones imposibles de hallar por otras vías pero perfectamente válidas y verificables una vez reintegradas a la realidad perceptible. La fábula del camello número 18 es también instructiva al respecto.

Una nueva axialidad

El proceso en curso va a conducir necesariamente a un cambio de época, constituirá una nueva axialidad que llevará consigo un cambio cosmológico, de paradigma, una mutación metafísica de la conciencia. Estamos asistiendo en directo al fin de la civilización, lo cual propongo que sea visto como un cierto privilegio vital, siquiera en términos de tener la oportunidad de crear otra mejor: rompiendo el techo.

En el proceso es menester una redefinición de la idea de progreso, proponiendo una nueva cosmovisión que ofrezca un sentido a la existencia mucho más adaptado a la humilde condición humana, y necesariamente consistente con las nuevas condiciones que nos está tocando vivir, crecientemente inhóspitas. Pues una vez los planteamientos mecanicistas del progreso en su actual concepción han dejado de ser convincentes para muchos, decepcionantes para otros y, en cualquier circunstancia, imposibles para el mundo físico y biológico, estamos en condiciones de darnos cuenta del fondo real, de la causa primigenia de la crisis que vivimos: una crisis de sentido.

Ecoaldea y comunidad de Findhorn, en Escocia, 2012. Fuente: Wikimedia Commons.
Ecoaldea y comunidad de Findhorn, en Escocia, 2012. Fuente: Wikimedia Commons.
Todos los anteriores finales de civilización no especialmente súbitos han conocido este proceso de progresiva re-ruralización a posteriori de quienes percibían el colapso y sentían amenazadas sus perspectivas vitales o la propia vida. Estas comunidades intencionales tienen muchas debilidades, y a menudo son de corta duración máxime si solo tienen el objetivo de la supervivencia. Con más motivo por cuanto un cambio de vida tan radical puede provocar que muchos, atrapados todavía en la prisión cognitiva previa —o en tránsito liminal— consideren, siquiera inicialmente, que los cambios lo son a peor, creándose así tensiones a menudo insuperables, típicamente en forma de abandonos o de conflictos de poder.

El tamaño óptimo estimado por sociólogos e historiadores para este tipo de comunidades intencionales es considerablemente reducido: se estima que un máximo de 150 personas permite mantener la cohesión, facilita intercambios suficientes y evita la necesidad de jerarquías y privilegios reales o percibidos.

Así, nada de esto sería especialmente original. Se trataría de anticiparse a la previsible estampida (más o menos controlada) de las ciudades, pero hacerlo creativamente. Todos los estudios interdisciplinares confiables sobre cómo sobrellevar los tiempos venideros tienen un denominador común: la respuesta reside geográficamente en lo local (no necesariamente lo municipal) y socialmente en distintas formas de comunitarismo, colaboración y ayuda mutua. Y podemos hacerlo bajo el sabio criterio práctico de que, en cada eslabón de la caída, conviene ir instalándose sucesivamente en la condición que sea razonable prever como plausible en el siguiente.

Acción intersticial, pero con sentido

Detengámonos ahora en la estrategia intersticial[5]. Autores de muy distintas procedencias señalan al mercado como el causante último de la pérdida de contacto con la realidad, y consigo mismo, del ser humano. El mercado oculta la esencia de los productos al regirse exclusivamente por el valor de cambio y no por el valor de uso. El mercado despersonaliza en la medida de que el sujeto se hace dependiente de la voluntad (económica) ajena, provocando una escisión fundamental entre el yo y el nosotros que bloquea la empatía. El mercado estimula la competencia, mejorando los productos pero desbaratando las personas. El mercado sobrevalora el presente, lleva al olvido del conocimiento histórico y menosprecia el futuro. Mercado y estado son dos caras de la misma moneda, siendo el primero una creación del segundo y el segundo una justificación del primero.

Es pues necesario – y urgente – irse organizando para establecerse progresivamente fuera del mercado sea éste de productos, de servicios o del comercio de personas (mercado laboral). Es preciso constituirse en comunidades rurales autosuficientes que no dependan del exterior —como mínimo en alimentación— y que operen económicamente bajo los criterios de equidad y suficiencia. Independientes también en energía, con el objetivo permanente de ir minimizando su consumo aunque las condiciones no obliguen a ello. Y que hagan lo posible por prepararse para defender esas posiciones de soberanía con todos los medios disponibles, sin ingenuidades. Que sean comunidades auténticamente resilientes, también defensivamente.

Pero aisladas del mercado no significa aisladas del mundo: siendo radicalmente colaborativas en su interior, deben serlo también con el exterior. Eventualmente pueden crearse organismos de coordinación y defensa, comenzando por la propia biorregión.

Repobladores del proyecto Fraguas Revive. Foto: fraguasrevive.blogspot.com.
Repobladores del proyecto Fraguas Revive. Foto: fraguasrevive.blogspot.com.
Entretanto es imperativo exigir al poder político, mientras exista en su configuración actual, no solo que levanten todas las trabas administrativas que están dificultando las experiencias incipientes (Fraguas, etc.) sino, por encima de todo, que defienda esas comunidades, siquiera en una primera etapa, de posibles agresiones. El municipalismo tiene aquí una importante responsabilidad.

Se trata, en lo material y operativo, de comenzar a poner en práctica desde ahora mismo lo que Ted Trainer y Samuel Alexander llevan algunos años teorizando: la vía de la simplicidad, para la cual ponen como ejemplo paradigmático las comunas catalanas de los años 1936-1937, liquidadas durante la guerra civil española con la inestimable colaboración del PSUC, la UGT y ERC con Josep Tarradellas al mando militar («els fets de maig»). ¿Anarquismo? Como verá, no estoy planteando sólo una respuesta política sino, principalmente, una renovación de la cosmovisión, una percepción renovada de la realidad que, con el tiempo, podrá irse concretando en formas de organización diversas.

Pero ahora hay que empezar por aquí, por una suerte de Great Reset, pero ahora social y con un componente espiritual ineludible. Bien llevada y reproducida, permite simultanear en la misma acción la maximización práctica de las probabilidades de supervivencia con la recuperación del sentido de la vida (y por tanto de la alegría de vivir) y una aportación renovada al acervo humano y gaiano. Esta propuesta pretende una transformación ontológica, consciente, del propio ser. Un tránsito a una reconsideración cosmológica creativa, de potencial ilusionante.

Recuperar el cultivo del espíritu

Con una cosmovisión de procedencia solo materialista y sin un cultivo del espíritu en comunidad que permita un crecimiento, ahora interior —que genere vínculos por la vía de cosmovisiones compartidas, y no solo de ideologías o sensibilidades— no hay salida, no hay comunidad ni movimiento que consiga mantenerse, ni civilización que pueda construirse.

Algunos analistas aseguran que el movimiento ecologista surgido en los años 70 fracasó en sus objetivos precisamente por orillar este componente y centrarse exclusivamente en lo político, en la ecología política, en lo ecosocialista. Lo espiritual, de estar presente, se manifestaba y se manifiesta en un amor difuso por la naturaleza viviente y los paisajes maravillosos, pero demasiado a menudo reducidos a su belleza extrínseca y desprovistos de su amplitud, su profundidad, sus señales, su misterio intrínseco. En otros ámbitos quedó reducido a un mero conservacionismo, con o sin tintes utilitaristas. O a unos ecosistemas formulados solo matemáticamente. O a una Gaia académicamente aceptada solo en términos cibernéticos cuyas implicaciones espirituales no han prosperado en la práctica más allá de la simplicidad New Age. El vínculo era poco consistente y efímero. Seguíamos presos del desencanto del mundo.

Giulia Legora (fragmento). Fuente: Pixabay.
Giulia Legora (fragmento). Fuente: Pixabay.
Fue esta liviandad espiritual la que motivó el nacimiento de la corriente de la Ecología Profunda en los años 80. Arne Naess, George Sessions, Gary Snyder y muchos otros intentaron cubrir el vacío adoptando para ello perspectivas renovadas de inspiración animista y conexiones con la naturaleza de profunda intimación. Pero esta corriente fue denostada tan pronto surgió (años 80) por derechas e izquierdas. Fue después combatida mediante el denominado movimiento Bright Green, de ínfulas ecomodernistas y aceleracionistas pero con aires, una vez más, New Age[6], que parece ahora asomar de nuevo.

Si consideramos a las nuevas comunidades como meras tablas de salvación o supervivencia sin una profunda reconversión cognitiva personal y colectiva en la creación de un nuevo sentido vital su recorrido será limitado, su potencial no desarrollado, su existencia efímera. Su defunción, previsible. Ciertamente, hay que sustituir el lema “sálvese quien pueda” con el de “salva cuantos puedas”. Pero esto requiere de esperanza, de responsabilidad y también de alegría, como señala Luis González Reyes. Para ello hay que emplear, como apuntan Rob Hopkins y Joanna Macy tres frentes simultáneos: la cabeza, el corazón y las manos. Y añado que eso exige trabajar siempre con las dos manos: una para sí, y la otra para los demás.

Propongo pues acometer una suerte de avance antropológico consciente, un primer paso hacia la madurez de una especie que decide dejarse ya de ilusiones adolescentes y hacerse mayor de una vez. Hasta aquí hemos transitado desde la información hacia el conocimiento. Intentemos ahora el salto a la sabiduría; pasemos de la colapsología a la colapsosofía activa. En pocas palabras: a madurar como especie, a convertirnos en adultos.

Pero puesto que se trata de un cambio de conciencia, de renovación de valores fuertemente arraigados, nada mejor que su práctica real para ir asumiendo los nuevos, mejorándolos y apreciándolos. El camino entre los valores y su práctica es, afortunadamente, de doble sentido. La experiencia muestra que se realimentan mutuamente, lo que resulta comprensible cuando lo que pretendemos es recuperar valores atávicos, universales antropológicos espirituales tales como la verdad, la bondad, la belleza, la vida, la armonía, la equidad… El mundo, a pesar de las apariencias culturalmente inducidas, no ha sido tradicionalmente una selva donde luchar.

La Vía de la Simplicidad
Edición española de ‘La vía de la simplicidad’, de Ted Trainer (Trotta, 2017)
Este es el reto, y también la nueva esperanza: convertir estos botes en humanamente viables al tiempo que, filosóficamente y en común, les vamos dotando progresivamente de un sentido vital renovado, enriqueciéndolo y creando un mundo nuevo, más amable y más rico, donde podamos tener tanto tiempo para el trabajo como para el juego, la música, la danza, el arte, la sexualidad reposada, para la reflexión y para la contemplación. Para crear, para co-crearnos, para cuidarnos.

Así pues, abogo por el desarrollo una nueva cosmovisión alejada de la modernidad dualista que nos aprisiona en el yo. Por un cambio cultural radical, una conversión, una metanoia, una ampliación de la conciencia, una adición de nuevas dimensiones a la realidad. Un pensar distinto, el inicio de un camino hacia un sentir distinto (o viceversa). Ampliación cognitiva que solo puede comenzar por un (difícil) cambio de conciencia personal, una transformación y un crecimiento interior junto a otros, una nueva forma de estar y de relacionarse con el mundo que posibilite el derrumbe progresivo del principal mito, perverso y disociador, de la modernidad: la división ontológica entre el ser humano y el resto de la naturaleza. Hay mucho recorrido humano en la percepción, el sentimiento de conexión, de pertenencia, de reverencia por la vida, de unicidad de la existencia. Todo esto no se educa. Si acaso, se ayuda a despertar.

En ningún caso me estoy refiriendo a establecer comunidades ingenuas tipo New Age o similar. Demasiado a menudo se reducen a refugios de escapismo místico naíf donde reina la sinrazón militante, la inacción colectiva y el conformismo anestesiante. Desde luego no debe excluirse la contemplación y el misticismo siempre que no sean sustitutos, sino complementos enriquecedores de la acción consciente, decidida, alegre y responsable. En todo caso la diversidad debería ser siempre bienvenida en la medida de que permita ir generando una ecología cultural y facilitando el aprendizaje cruzado y la evolución del conjunto.

De modo que nada de vuelta a las cavernas ni bobadas por el estilo, pues es mucho lo que hemos aprendido y que debemos poner en valor —eso sí, selectivamente. Pero ahora desmercantilizando y desmaterializando, enviando la ética utilitarista a la papelera de la historia y abrazando una nueva manera no dual de contemplar la realidad. Por lo menos tan ilustrada como la vigente, pero que, por haber permanecido en muy segundo plano, es poco conocida y requiere mayor difusión y desarrollo.

Construir un nuevo sentido ilustrado

'Ética', la obra magna de Spinoza (Espinosa), en la cual identifica repetidamente a la Divinidad con la Naturaleza ('Deus sive Natura'). Fuente: Wikimedia Commons.
‘Ética’, la obra magna de Spinoza (Espinosa), en la cual identifica repetidamente a la Divinidad con la Naturaleza (‘Deus sive Natura’). Fuente: Wikimedia Commons.
Vivimos ahora inmersos en lo que Marina Garcés denomina “condición póstuma”, para lo cual solicita la emergencia de una “nueva ilustración radical” como acto de insumisión respecto a los códigos, los mensajes y los argumentos del poder consuetudinario. Considera que la tarea actual del pensamiento crítico consiste precisamente en esta declaración de insumisión a la “ideología póstuma”. Y que esta rebelión, si no quiere seguir siendo un acto suicida o autocomplaciente, necesita de nuevas herramientas para sostener esas posiciones.

Porque otra Ilustración podría haber sido posible. Opuesta al reduccionismo y el mecanicismo teísta y agresivo de Bacon, Descartes y Newton se encontraba la Ilustración de Giordano Bruno, Baruch Spinoza y John Toland, de orientación más deísta, panteísta, organicista y vitalista. Y no dual: con la inclusión, como punto de partida, del ser humano en la naturaleza en tanto que copartícipe y no como dominador[7]. Era la “Ilustración radical”.

El romanticismo intentó reavivar esta cosmovisión algunas décadas más tarde con éxito reactivo desigual. Pero ¿es atribuible a la casualidad la aparición en ese marco de genios como Goethe, Schelling, Beethoven, William Blake o los más tardíos Joan Maragall o Gaudí? Muchos aromas románticos estaban todavía presentes en la llamada Revolución del 68, algunos de cuyos precursores intelectuales los encontramos en la perspectiva holística que llevó al desarrollo del pensamiento sistémico condensado alrededor de las conferencias Macy y la Lindisfarne Association[8]. Las nuevas ciencias de la vida, la autopoiesis con perspectiva gaiana y los inicios de la ciencia con conciencia que, inspirada en Goethe, propugnaba David C. Orr surgieron de esos foros. Es posible conjeturar que el romanticismo clásico desapareció definitivamente con la derrota de este movimiento, del que solo permanecen pequeños reductos aislados.

Nótese que fue durante los año 60 y 70 cuando tuvo lugar la época más densa de creatividad y excelencia artística de la historia reciente. ¿Fue casualidad? ¿O era, precisamente, la cosmovisión inherente al movimiento? ¿No es este el verdadero, el auténtico progreso? ¿No necesitamos ahora, con todo lo aprendido, una suerte de Romanticismo 2.0 o, como propone Andreas Weber, un nuevo Enlivenment?[9]

La tarea

We are faced with the stark choice of either the death of the modern world or the death of humanity. There is no third choice.”
— Seyyed Hossein Nasrx[10]

No vamos a despreciar lo aprovechable de la cultura moderna; solo hay que saber desbrozarla. Celebremos pues los hitos alcanzados (y pongámoslos a salvo) por las posibilidades que nos ha ofrecido el reduccionismo metodológico y la enormidad de la energía fósil a disposición para el avance del conocimiento y del arte. Pero reconociendo que, deslumbrados como estábamos, no habíamos reparado en los costes a corto plazo o a larga distancia, y mucho menos en los de largo plazo. Y abracemos, recuperemos y desarrollemos la perspectiva holística, sistémica, vitalista, incluso animista de la realidad, de toda la realidad interrelacionada, interconectada e interdependiente. En todo caso hay mucho que desaprender, y mucho más, y sin duda mejor, por reaprender.

Póster formado por una colección de cartas/cromos sobre los intelectuales implicados en la <em>Pantheismusstrei</em> (la controversia sobre el panteísmo) en el s. XVIII en Alemania.
Póster formado por una colección de cartas/cromos sobre los intelectuales implicados en la Pantheismusstrei (la controversia sobre el panteísmo) en el s. XVIII en Alemania.
Abandonemos la necesidad de certidumbres de detalle, integrando en el gran conocimiento adquirido también la docta ignorancia, reconociendo no solo lo que no sabemos todavía sino lo que sabemos que nunca vamos a saber. Recuperemos y revaloremos saberes y técnicas del pasado, de otras culturas del presente —con especial atención a las indígenas, 600 millones de personas en 84 países que han sabido sobrevivir a cambios climáticos comparables al actual y renunciar a nuestra exuberancia que sabían suicida— y desarrollemos otras apropiadas a la nueva realidad permanentemente cambiante.

Tenemos para ello como herramientas a disposición una suerte de ciencia 2.0 con más de 50 años de recorrido, académicamente aceptada en su mayor parte —o que lo será— que nos sirve tanto de justificación como de inspiración: pensamiento sistémico, no linealidad, indeterminación, sistemas complejos, termodinámica del no-equilibrio, dominios y propiedades emergentes, no localidad, nuevas ciencias de la vida, ecología integral, ciencias cognitivas, psicología transpersonal, noosfera, Gaia… Y filosofías con perspectivas atemporales como las de Goethe, Friedrich von Schelling, Alfred North Whitehead, Albert Schweitzer, Owen Barfield, Jean Gebser y tantos otros, sensibilidades como las de Alexander von Humboldt o Rachel Carson… La lista sería enorme. Convirtamos esas comunidades en arcas de Noé de todo este conocimiento inestimable, y hagámoslas avanzar. Con tiempo, lentamente, reposadamente.

Debemos pues reconectar con la Tierra, con Gaia —pulsión atávica a reencontrar—, soltar lastre antropocéntrico, reverenciar la vida —toda ella y así también la de los demás 10.000 seres—, desdualizar nuestra visión del mundo superando la división sujeto-objeto que nos aprisiona el ego y limita y corrompe el amor, derribando el muro ontológico entre naturaleza y cultura que convierte al resto del mundo en un instrumento a disposición.

También debemos desdualizarnos a nosotros mismos allanando la separación mente-cuerpo, que escinde el ser. Desarrollemos, hagamos crecer esta nueva espiritualidad enriquecedora. Espiritualidad que puede ser perfectamente laica, participativa, sin apriorismos ni dogmas. Laica o no, o que se encuentre a mitad de camino entre la religión y la laicidad, que re-ligue y razone al mismo tiempo, que entienda la materia y el espíritu como dos aspectos de una misma realidad. Una espiritualidad inmanente, rica, basada en la belleza, el conocimiento y el amor.

Gaianismo como mesorreligión

¿Cómo podemos hacerlo? No basta con llamadas bienintencionadas a la stewardship de la Tierra como si fuera un jardín. Es preciso dotarla de un carácter sacramental, venerable. “Lo que no amemos no lo vamos a salvar”, apuntó Stephen Jay Gould. Una espiritualidad gaiana, a medio camino entre el laicismo y la religión, podría ser bautizada como mesorreligión. Atribuyendo, con Henryk Skolimowski, a la Tierra, a Gaia, la condición de templo, de santuario. Un temenos[11].

Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis
‘Reencontrando a Gaia’, de Carlos de Castro.
En este punto la Teoría Gaia Orgánica (TGO) de Carlos de Castro puede constituir un buen punto de partida para esa religación necesaria en tanto que relato fundacional, con la ventaja de ser tanto racional como mítico[12]. La TGO plantea, en el lenguaje que Occidente valida —el científico— una realidad que muchas cosmovisiones han expresado a lo largo de la historia en términos religiosos o que, simplemente, han vivido como una certeza autoevidente. Esta teoría podría marcar un antes y un después en nuestra concepción del mundo y de la vida, y es potencialmente nucleadora de una nueva espiritualidad, de una re-sacralización, insisto, tal vez laica, pero necesaria para la recuperación del sentido de la existencia.

Gaianismo como mesorreligión, una espiritualidad singularmente inclusiva, que permite reunir a ateos, agnósticos y a gentes de fe, estas últimas el 85% de la población mundial. Que tiene un origen racional, pero que puede difundirse hacia el Todo. Que es inmanente, pero no excluye la trascendencia. Y que además nos conecta con las espiritualidades femeninas de antaño, dotándolas de un nuevo sentido vital en un momento en que las cosmovisiones de carácter femenino van a ser más necesarias que nunca.

Muchos estudiosos de las religiones —y todos los místicos— entienden que las distintas tradiciones sapienciales son, en realidad, caminos culturales distintos hacia una misma realidad espiritual. Las diferentes denominaciones de este Todo último —Dios, Yahvé, Alá, Brahman, Tao, conciencia universal, etc.— tienen tantos puntos en común que pueden ser considerados una misma entidad. Otros, como Jorge N. Ferrer, modulan esta afirmación destacando que la mejor metáfora consiste en imaginar ríos que desembocan en un mismo océano[13].

Como fuere, si bien la Madre Tierra está presente en estas tradiciones, justo es reconocer que a lo largo de la historia su mirada se ha dirigido principalmente hacia arriba, el cielo, el cosmos, la trascendencia. Tal vez porque el misterio que encierra es más perceptible a primera vista y al más allá se le supone ubicado en las profundidades cósmicas. Pero entonces descuidamos el enorme misterio que dejamos detrás, el misterio de Gaia.

Quizás por este motivo el cuidado de la Madre Tierra ha quedado tan en segundo plano, no solo —y especialmente— en nuestra cultura de base cristiana. Miramos poco hacia abajo, hacia las raíces. Estamos desenraizados.

La recuperación de sentido pasa por una reivindicación de lo sagrado, sentido que una buena parte de Occidente ha perdido desde que triunfó la ilustración newtoniana. Lo sagrado en el sentido de sujeto de máxima veneración, de veneración amorosa, y por tanto de respeto supremo. Incluso de asombro, a la manera de Rachel Carson o del panteísmo de Albert Einstein, pero sin cerrar la puerta al posible panenteísmo.

En su obra The Transcendent Unity of Religions, Frithjof Schuon muestra como cada uno de estos caminos o ríos incluye dos etapas básicas, comenzando por un exoterismo particular a la que sigue una segunda fase esotérica convergente[14]. Es en el punto de encuentro intermedio de estas dos fases hacia el mismo fin por distintas vías donde podría situarse la mesorreligión gaiana. Así, Gaia podría ser en todos los casos esta estación intermedia hacia lo trascendente de las distintas tradiciones institucionalizadas y, al mismo tiempo, la etapa final de una espiritualidad atea perfectamente racional a la que invita la TGO y por tanto no ofensiva para las personas con esta inclinación. Por su parte quienes se consideren agnósticas pueden balancearse en esta región frontera para, si lo desean, trascenderla en algún momento de su evolución vital. Rebasamiento tanto más facilitado por cuanto les permite situarse en el punto de partida de posibles nuevas realidades experienciales.

Gaia puede ser, según la TGO, una realidad sistémica emergente de las condiciones físicas —emergencia tanto vital como espiritual—, como puede ser una creación divina o también una emanación, una cristalización de la conciencia universal a la manera de Plotino o del budismo. O las tres cosas a la vez. En cualquiera de ellas sitúa “la vida en el centro”, por lo demás persistente reivindicación del movimiento feminista.

Gaia Kourotrophos (Tellus), dibujo de Roscher, 1884, de un relieve romano en Carthago.
Gaia Kourotrophos (la que nutre a los niños), dibujo de Roscher, 1884, de un relieve romano en Carthago.
La mesorreligión gaiana permitiría así la recuperación del concepto de sacralidad. Facilitaría asimismo una mirada alejada del antropocentrismo. Relativizaría el excepcionalismo humano y promovería la conciencia de especie, la mirada holística y la humilde consideración de los límites. Tal vez uno de los componentes del excepcionalismo humano consista en el hecho de estar programado para extraer recursos de la naturaleza por encima de los necesarios para la supervivencia. Dadas las consecuencias que vamos viendo, una forma de evolucionar en positivo, y conscientemente, sería favorecer que la cultura modere este aparente instinto, este conatus.

La mesorreligión gaiana permite transitar desde una percepción de escasez a una de suficiencia material y abundancia espiritual. Ayudaría a recomponer en lo posible los flujos vitales de Gaia considerando estas acciones, en modo autotélico, como un diálogo amoroso con Gaia aun sabiendo que siempre será ella la que va a tener la última palabra. Un ejercicio, también necesario, de humildad. Conectar íntimamente con Gaia, con su cuerpo y su espíritu, laica o religiosamente, facilita además la comprensión experiencial de la no-dualidad.

O conectar mesorreligiosamente. Perdiéndole el miedo a la palabra religión: esta conexión espiritual y los (necesarios) rituales que la favorecen son esencialmente comunitarios, aunque puedan y deban practicarse también en soledad. Y unen, mucho más en caso de dificultades. Unen en el sentido de la existencia; unen por tanto en la interrelación entre humanos, no humanos, Gaia y, si se quiere, con el cosmos y más allá. Permiten considerar a la Tierra y a la realidad toda, con Thomas Berry, una comunión de sujetos y abandonar la mirada utilitarista de colección de objetos.

Ubicación de la Pachamama dentro de la cosmología inca. Ilustración de Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua (1613), a partir de una imagen del Templo del Sol Qurikancha en Cuzco.
Ubicación de la Pachamama dentro de la cosmología inca. Ilustración de Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua (1613), a partir de una imagen del Templo del Sol Qurikancha en Cuzco.
Una mesorreligión gaiana facilita la percepción de la realidad en los términos evolutivos de los que formamos parte, y no como una foto fija a la que aferrarnos mirándola desde afuera. Conecta en este sentido con el fluminismo de Ginny Battson[15] y con la amplitud y profundidad de la trinidad cosmogeneradora diferenciación-autopoiesis-comunión planteada también por Berry[16]. Al mismo tiempo cierran el espacio y el tiempo transportándonos al aquí y el ahora, facilitando vivir el presente y aceptar sus limitaciones; permitiendo vivir un presente en el que también están las generaciones pasadas y futuras.

Se trata, en definitiva, de añadir dimensiones a la existencia, de desarrollarlas y de hacerlas crecer. Permite, llegado el caso, morir con dignidad —que es lo que ahora, más que nunca, debemos aprender, tanto personal como colectivamente.
El momento es ahora. Hay indicios de que distintos aromas de esta nueva cosmovisión están ya en el ambiente, apuntando a un zeitgeist prometedor. Existen actualmente algunas iniciativas que, sin adoptar esta denominación, comparten muchos de estos planteamientos. Por ejemplo la comunidad de Tamera en el Alentejo portugués, que lleva casi 30 años establecida. O las de Sarvodaya, Auroville y otras muchas. A destacar la iniciativa reciente denominada Order of the Sacred Earth impulsada por el pastor Matthew Fox, el fundador de la Creation Spirituality, que nos conecta con el activismo sagrado de Andrew Harvey. O el rebelde Rojava en el Kurdistán, este último de la mano de una cosmovisión feminista y no dualista teorizada como confederalismo democrático por Abdullah Öcalan[17]. Es en este sentido muy posible, y acaso necesario, que en este cambio de época las mujeres adquieran un papel protagonista.

Quitémonos las orejeras, percibamos más ancho, más largo y más interiormente; ejerzamos la imaginación creativa. Porque se trata de eso: de crear un nuevo mundo alejado del actual en descomposición. Una nueva cultura, una nueva experiencia más rica, más justa, más profunda, más perdurable, más inmanente y quién sabe si más trascendente.

Mujeres cosechando el girasol en verano de 2022 en Rojava. Foto: MakeRojavaGreenAgain.org.
Mujeres cosechando el girasol en verano de 2022 en Rojava. Foto: MakeRojavaGreenAgain.org.
Dotación de sentido, sacralidad de la vida y un intento de evitar la barbarie o rehuir la no evitable. Todo esto es lo que podemos intentar legar a nuestros hijos, a las generaciones venideras: es la única forma viable de retomar una ética generacional que resulta de imposible ejercicio desde dentro del sistema vigente También hacia atrás: homenajeando, a la manera de Walter Benjamin, a quienes nos precedieron en este tipo de esfuerzos. También los espirituales.

El preámbulo de la Carta de la Tierra, aprobada por Naciones Unidas en el año 2000, dice así:

El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.

Darle forma a esta declaración es la tarea que tenemos por delante.

Carmen Pena Espiño
Carmen Pena Espiño

Notas

[1] Giacomo D’Alisa & Giorgos Kallis (2020): «Degrowth and the State», Ecological Economics doi:10.1016/j.ecolecon.2019.106486 – CES, Universidade de Coimbra; ICTA, Universidad Autónoma de Barcelona

[2] Juan Bordera y Antonio Turiel: «El ‘negocionismo’«, Contexto y Acción.

[3] Marina Garcés (2017): Nova il·lustració radical, Editorial Anagrama / Universidad de Zaragoza, Espai en Blanc.

[4] Simone Weil (1941-1943,2001): Cuadernos, Editorial Trotta.

[5] Joaquim Sempere (2018): Las cenizas de Prometeo: transición energética y socialismo, Pasado y Presente, Universidad de Barcelona.

[6] George Sessions (2014): «Deep Ecology, New Conservation, and the Anthropocene Worldview«, The Trumpeter 30:106-114.

[7] Margaret C. Jacob (1981,2006): The Radical Enlightenment: Pantheists, Freemasons and Republicans, Allen & Unwin.

[8] William Irwin Thompson (2016): Thinking Together At The Edge of History: A Memoir of the Lindisfarne Association, 1972-2012, Lorian Press.

[9] Andreas Weber (2016,2019): Enlivenment. Towards a fundamental shift in the concepts of nature, culture and politics, The MIT Press.

[10] Seyyed Hossein Nasr (2002): Seeing God Everywhere: Essays on Nature and the Sacred. Cap. 5: «The Spiritual and Religious Dimensions of the Environmental Crisis», en Barry McDonald (Ed.) (2004): Seeing God Everywhere: Essays on Nature and the SacredWorld, Wisdom Books; 336ª Ed. Es profesor de estudios islámicos en la George Washington University, presidente de la Foundation for Traditional Studies y editor de Sophia: The Journal of Traditional Studies: “That means, bluntly, that we are faced with the stark choice of either the death of the modern world or the death of humanity. There is no third choice.” (p. 97)

[11] Henryk Skolimowski (1993): A Sacred Place to Dwell: Living with Reverence upon the Earth, Element Books. Es profesor de filosofía ecológica en la University of Michigan y en la Universidad de Lodz, Polonia.

[12] Carlos de Castro (2019): Reencontrando a Gaia. A hombros de James Lovelock y Lynn Margulis, Ediciones del Genal. Es profesor en el Departamento de Física Aplicada, Universidad de Valladolid.

[13] Jorge N. Ferrer (2003): Espiritualidad creativa. Una visión participativa de lo transpersonal, Editorial Kairós.

[14] Frithjof Schuon (1993): The Transcendent Unity of Religions, Quest Books, Theosophical Publishing House.

[15] Ginny Battson (2018,2020): Fluminismo, Ediciones del Genal.

[16] Thomas Berry (1999): The Great Work: Our Way into the Future, Harmony/Bell Tower.

[17] Abdullah Öcalan (2015): Manifesto for a Democratic Civilization: The Age of Masked Gods and Disguised Kings: Volume 1, New Compass Press.

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Ferran Puig Vilar es Ingeniero Superior de Telecomunicación de titulación y periodista científico y técnico de ejercicio. Trabajó durante más de 30 años en el mundo de la edición, la comunicación y el periodismo técnico y profesional. Fue presidente de la Asociación de Prensa Profesional (APP) entre 1987 y 1996. Ha dedicado los últimos 10 años de su vida al estudio primero y la divulgación después de la problemática del cambio climático y la escasez energética.

5 Comments

  1. «La herida es el lugar por donde entra la luz» Rumi.

    ( esta misma imagen la encontramos también en al menos una canción de Leonard Cohen. Anthem»There is a crack, a crack in everything That’s how the light gets in » .https://www.youtube.com/watch?v=ic2CySkEAlg&t=4s

    y también en Nacho Vegas: Las palabras mágicas » Una vez sobrevino un desastre, y la gente se aterrorizó Pero un coro entonó una canción, y
    en el cielo plomizo una grieta se abrió
    Y así fue como entró la luz, y supimos que vivíamos
    Y el desastre continuó, pero entonces ya bailábamos»
    https://www.youtube.com/watch?v=gnPZpcIZU4M

    La idea de lo intersticial, cautivadora, atinadísima. Tal vez no demasiado accesible para difundir: pero no es la labor del autor, creo. Su descripción y reconocimiento de la necesidad del cambio espiritual, allá donde el instinto y la ciencia parecen coincidir está hecho. Ahora supongo que es responsabilidad de nosotros los artistas lograr «traducirlo» para que pueda ser entendido por Agamenón y su porquero.

    En cualquier caso muchas gracias por ofrecernos el texto que es en sí mismo una oportunidad de comunión, uno de los conceptos más interesantes que nso ofrece la experiencia religiosa para que se cumpla su función principal y por definición de re-ligarnos y qeu s relaciona estrechamente con las intuiciones y místicas panteístas.

    Ahora algunas notas que he tomado al leer.

    1.Confluyo del todo con la idea de que precisamos resacralizar todo.

    2.“El mercado sobrevalora el presente, lleva al olvido del conocimiento histórico y menosprecia el futuro. Mercado y estado son dos caras de la misma moneda, siendo el primero una creación del segundo y el segundo una justificación del primero.
    Es pues necesario – y urgente – irse organizando para establecerse progresivamente fuera del mercado sea éste de productos, de servicios o del comercio de personas (mercado laboral). Es preciso constituirse en comunidades rurales autosuficientes que no dependan del exterior”
    La religión que es hoy día operativa, la de la economía y crecimiento, ha facilitado que vivamos a medias, gracias la persistencia de existencias demediadas se abren paso por ejemplo los rituales de la cultura religiosa asociada al absolutismo económico actual. Nuestra sociedad está muy enferma ( principalmente por los estilos d crianza, diría una sociedad enfermada, que favorece al sistema económico que se basa en al insatisfacción novedad consumismo…. ) Me pregunto si identificar los elementos que están funcionando en la religión masivamente viva hoy día podrá ayudarnos a re-configurar-nos. Y copiando a otras religiones ir elaborando lo que es necesario. Por ejemplo. La festividad asociada al solsticio de invierno fue tomada pro al cultura romana, después cristianiazada y ya totalmente tomada por el Capitalismo, tal vez ha de ser rescatada y retornada a su antiguo sentido, de recogimiento y bienvenida de la luz. Hay un camino de regreso pendiente. Un nostos.
    Paradójicamente el mercado crea un presente fuera del cuerpo, el presente del dinero del tener cosas en detrimento del presente del cuerpo ( primer templo natural que nos prest al naturaleza, como polvo de estrellas reconstituido …)
    Me voy a ir poco por las ramas pero otra paradoja de nuestra sociedad, entendida como una patología del planeta; es al idea de que el capitalismo alimenta el individualismo y al competencia pero a la vez ahoga al individuo y margina a quien no está dispuesto a vivir en la superfice
    3. “Abandonemos la necesidad de certidumbres de detalle, integrando en el gran conocimiento adquirido también la docta ignorancia, reconociendo no solo lo que no sabemos todavía sino lo que sabemos que nunca vamos a saber. “

    lo interpreto como fe necesaria, que en el fondo tal vez se superpone o incluso refuerza todo lo que la ciencia nos dice, de manera que estaríamos en lo que yo llamo el lugar donde ciencia e intuición confluyen y que identifico con ese concepto que he “ re-acondicionado” para mi autoreligión, sacado de una corriente m´sitica del islam como es el Sufismo que es la suprarracionalidad ( conocimiento del corazón ) ( Rumi a quien cité arriba fue un poeta enraizado en esa corriente muy conocida también por la presencia de los derviches)
    En este sentido, en el de emplear elementos de otras religiones para formular la que ahora nos hace falta para salvarnos, recomiendo el libro el libro de Heny Corbain sobre Historia del Islam, está en Trotta.

    Lo de la medio religión no lo acabo de pillar. Supongo que los problemas históricos asociados a las religiones generan temor a usar esa palabra. Particularmente, sí tengo ese miedo y de ahí que hablo únicamente d e mi auto-religión que incluye:
    mi modo d comunión panteísta permanente, cuyo correlato principal sería la sublimación de lo cotidiano y especialmente lo cotidiano en que podemos sentirnos indistintos y en comunión con la naturaleza, no al comunión como un evento aislado litúrgico sino como estado permanente y una predisposición del cuerpo a la vida plena. Sencilla.
    En mi auto-religión hay una soteriología implícita, pero no habla de una salvación futura sino de una salvación constante que existe en al voluntad de ser cosnciente, de atención respetuosa a cada instante…
    ( en el sentido de que nada es excepcional porque todos lo es, que no hay rito ni evento diferenciado porque la comunión es todo el rato… lo mío igual sería una anti-religión? una espiritualidad que emana y disfruta de toda la materia…? pienso: si yo me he podido fabricar una religión superviviencial ( en los dos sentidos: en el de sobrevivir en un mundo enfermo y en el de exaltación de lo vivencial) en un mundo claramente enfermo ¿es necesario un diseño? O basta con poner al alcance de las personas los medios más sencillos para que d esu propia experiencia surja este sentiiento religioso??
    4. “ El cuidado de la tierra queda en un segundo plano”
    y es un poco el mismo segundo plano que tenemos las madres en las vidas familiares de manera general (sé que existen honrosas excepciones como bien sabemos, pero en general las madres somos vistas como alguien que tiene que estar ahí para darlo todo, darlo todo hasta desheacerse)

    5. “Como fuere, si bien la Madre Tierra está presente en estas tradiciones, justo es reconocer que a lo largo de la historia su mirada se ha dirigido principalmente hacia arriba, el cielo, el cosmos, la trascendencia. Tal vez porque el misterio que encierra es más perceptible a primera vista y al más allá se le supone ubicado en las profundidades cósmicas. Pero entonces descuidamos el enorme misterio que dejamos detrás, el misterio de Gaia.”

    Hay algo que igual ayudaría a que fuera plásticamente entendido, y en la misma línea de “ re-condicionamiento” d elementos de otras religiones, explicar cómo las otras religiones han hablado de la materialización de lo divino: el Cristianismo a través de Jesucristo, el Islam es el libro la cosa física donde se manifiesta Dios. En lo nuestro sería el sistema Tierra en misma, el universo el imperativo cósmico y nosotros mismos… por eso el primer paso para mí es el autoconocimiento del cuerpo y sin embargo veo muchísima intelectualidad como para poder dar un paso desde el individuo porque es la salud y el equilibrio de cada individuo lo que va condicionar la salud consciente del colectivo y la del colectivo la salud de Gaia, que como un círculo vicioso bueno volvería a revertir en la salud del individuo…
    Muchas gracias por el espacio… no sé si me he explicado muy bien ni si esto que he escrito pensando en alto aportará algo… en cualquier caso gracias por el texto y las referencias que desconocía . Me interesa muchísimo la idea de confluencia porque demuestra lo que se dice en el texto que ya está en el aire

  2. Me gustó el artículo pero el último apartado en realidad es casi una compilación de fuentes en las que profundizar y experiencias de las que aprender.

    Para el final yo esperaba algo parecido a una serie de pasos. Ok, si acuerdo con la propuesta, ¿por dónde empezamos? ¿Cómo puede participar de esto una persona que vive en medio de una ciudad, que tiene un trabajo y a una vivienda que mantener, con obligaciones familiares?

    Sospecho que Ferrán nos compartió algo en lo que lleva años reflexionando pero que todavía no está lo suficientemente elaborado como para iniciar un movimiento.

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