Escucha «El colapso como descenso al inframundo» (versión en audio, en la voz de la actriz Laura de la Fuente):
Y el único mito en el que valdrá la pena pensar en el futuro inmediato será uno que hable sobre el planeta, no sobre la ciudad, no sobre esta gente, sino sobre el planeta y todo lo que hay en él. Eso es lo que creo que será el mito del futuro.
—Joseph Campbell, El poder del mito (1991)
1. El colapso es real
En este artículo, planteamos una interpretación del actual colapso ecosocial desde una perspectiva mítico-arquetípica. Nuestra aproximación difiere significativamente de las corrientes predominantes en las ciencias sociales y naturales, pero entendemos que puede proporcionar un enfoque que estimule una reflexión profunda sobre el significado del colapso.
Para ello, antes que nada debe admitirse la realidad de un colapso ecosocial de alcance mundial casi imparable. Sin admitir dicha realidad poco se puede hacer para encararla. No nos engañemos, el colapso de la civilización capitalista termoindustrial es real y hace décadas que está en marcha, aunque este hecho se haya querido negar, suavizar o matizar. Esto significa que existe un alto riesgo de que el proceso se intensifique y con él se derrumben economías, estructuras políticas, ecosistemas y culturas. Dicho proceso, iniciado con la crisis energética de los años 70 del siglo pasado, se habría acelerado con la crisis de 2008, pero sobre todo en los últimos años, a partir de 2020, con un panorama de caos climático, declive energético debido al agotamiento de los combustibles fósiles, destrucción acelerada de la biodiversidad, inestabilidad en la producción alimentaria mundial, pandemia de la covid-19, guerras entre grandes potencias por recursos energéticos y minerales cada vez más escasos, superación de los límites planetarios por contaminación, crisis económica y financiera. Hasta el punto de que hoy en día, ante la certeza del colapso, la duda es si podrá ser relativamente controlado (“fracasar mejor”), o más bien caótico y altamente destructivo. Incluso deberemos preguntarnos sobre si sería deseable que el colapso aconteciera cuanto antes, como sostiene Carlos de Castro (2015), para tener al menos de la posibilidad de evitar los peores escenarios de extinción masiva y daño profundo a Gaia.
Es innegable que estamos presenciando un hundimiento real del capitalismo, dado que es el sistema dominante en el mundo y determina su funcionamiento en su totalidad. Su relación con el colapso es histórica, ya que el capitalismo ha sido propenso a provocar colapsos parciales y regionales para su propio beneficio y reproducción. Podríamos afirmar, ciertamente, que se ha alimentado de ellos. Pero ahora se trata de un colapso de todo el sistema, no de colapsos limitados inducidos por este para reproducirse. En cualquier caso, el colapso a gran escala funciona como un proceso de corrosión. Esto significa que no sucede como un evento repentino e impredecible, sino más bien es el resultado de un deterioro progresivo y sostenido, generado por una serie de crisis globales interconectadas y retroalimentadas entre sí, las cuales surgen como consecuencia de la contradicción fundamental entre las aspiraciones del sistema capitalista de crecimiento permanente y los límites impuestos por la realidad biofísica del planeta.
Existe un cierto consenso en la idea de que el proceso de colapso tenderá a desarrollarse por etapas, aunque estará marcado por un prolongado declive caracterizado por crisis, conflictos, revueltas y tragedias. La duración de este proceso es difícil de predecir debido a la posibilidad de que se generen eventos incontrolables en cascada y a las conocidas aceleraciones en el cambio histórico que desestabilicen el complejo funcionamiento del sistema capitalista, que es industrial, tecnocrático, oligárquico y depredador. Su lógica autodestructiva ha desafiado todos los límites críticos del planeta. Además, ha exacerbado y globalizado dinámicas arraigadas anteriores al capitalismo, como el antropocentrismo, el etnocentrismo, el androcentrismo y el egocentrismo, lo que ha llevado a la situación que enfrentamos en la actualidad: el derrumbe (Hernàndez, 2015).
2. El colapso como caída
El término «colapso» proviene de la palabra latina «collapsus», que es el participio pasado del verbo «collabi», que significa «caer juntamente» o «derrumbarse». El prefijo «co(l)-» indica «junto» o «con», y «lapsus» se relaciona con «caída» o «desplome». Por lo tanto, etimológicamente, el colapso se refiere a la acción de caer juntamente o derrumbarse en conjunto. En un sentido más amplio, se utiliza para describir una situación en la que algo o alguien se desmorona o colapsa de manera repentina y completa. Pero como hemos señalado, la caída o derrumbe de un sistema tan complejo como el capitalismo global puede producirse progresivamente, alternando episodios catastróficos con una decadencia gradual pero evidente.
El concepto de colapso se utiliza en diversos contextos, no solo para describir la caída física de estructuras o edificios, sino también en un sentido más figurativo para indicar una decadencia, deterioro o un fracaso generalizado de un sistema, una organización, una economía, una sociedad o incluso una persona. Existen interesantes aproximaciones al tema que evitan el término “colapso”, prefiriendo hablar de “policrisis”, “crisis epocal” o”crisis múltiple”, lo que en cierta medida dificulta ver el carácter de caída o descenso inherente al colapso, que es justamente lo que desde nuestro punto de vista debe ser enfatizado. Pues entendemos que sin atender a sus fundamentos míticos y arquetípicos quizás estamos perdiendo de vista el sentido más trascendente del proceso.
La idea de caída tiene significados mitológicos y simbólicos en diversas culturas a lo largo de la historia. A menudo, se asocia con la pérdida de un estado anterior de gracia o perfección y la transición a un estado de imperfección o sufrimiento. En todas las mitologías encontramos relatos sobre la caída, que exploran temas como la desobediencia, la arrogancia, la pérdida de la inocencia y la transición de un estado superior a uno inferior. La caída mitológica a menudo se presenta como una lección moral sobre las consecuencias de ciertas acciones o actitudes humanas negativas, generalmente ligadas a la hybris, el narcisismo, la prepotencia y la superioridad de especie, que en no pocas ocasiones comportan un doloroso tránsito por estados de tristeza, desorientación y tinieblas, seguido de la posibilidad de recuperación y el renacimiento.
Enfocar el colapso actual desde una perspectiva mítico-arquetípica le confiere unos significados y unos sentidos mucho más profundos de los que suelen atribuírsele en las visiones más materialistas. Pues metafóricamente el colapso no se limita simplemente a un desmoronamiento de estructuras hasta tocar suelo, sino que implica un descenso que va más allá, adentrándose, como si de una inmersión iniciática se tratara, en el mítico inframundo, que puede ser equiparado a lo que la psicología analítica identifica como el inconsciente colectivo. De hecho, el término griego catábasis o katabasis, que literalmente significa un avance hacia abajo, designa un descenso a los infiernos, una bajada a los propios horrores a fin de enfrentarlos, verlos, volverlos conscientes y luego ascender ya purificados. Por lo tanto, implica a un tiempo aislamiento en soledad y posibilidad de reflexión. Este descenso humano a las profundidades, a pesar de su carácter traumático, se convierte en una travesía iniciática, una aventura inevitable y esencial, un peregrinaje psíquico necesario para adentrarse en la oscuridad, con su mundo de deshechos, sombras, monstruos y también potenciales tesoros. Una vez dentro de aquella, a pesar de los miedos y amenazas que pueden surgir, se presenta una oportunidad excepcional para transmutar alquímicamente las abundantes expresiones de la sombra en nuevos materiales, los cuales pueden ser empleados en la tarea de reconstruir, sanar y renovar el compromiso con la vida tras el regreso consciente a la superficie del mundo.
3. El descenso trascendente al inframundo
El concepto de inframundo es una noción que se encuentra en muchas culturas a lo largo de la historia, y se refiere a una dimensión subterránea u oceánica que está asociada con lo desconocido y a menudo con lo espiritual. Sería el caso del Hades griego, que en la versión cristiana se traduciría en una combinación de infierno y purgatorio, cuyo tránsito psíquico podría implicar, en términos psicológicos modernos, un viaje decisivo hacia la autoconciencia y la realización. De hecho, la relación entre el inframundo y la idea del inconsciente colectivo, como propusieron Carl Jung y otros psicólogos, se centra en la idea de que ambos conceptos hacen referencia a los aspectos más profundos de la psique humana. Como señaló Jung (2004), el inframundo es un símbolo de lo oculto en la medida que la mayor parte de psique está enterrada o sumergida en el inconsciente, fuera del alcance de la mente consciente individual. Esta parte transpersonal de la psique contiene arquetipos, imágenes, símbolos y experiencias comunes a toda la humanidad, constituyendo los arquetipos poderosas fuerzas ancestrales, a modo de matrices energéticas estructurales, capaces de condicionar potencialmente la totalidad de la vida humana.
En no pocas mitologías, cosmovisiones religiosas y concepciones místicas, el inframundo es un lugar casi sagrado donde ocurren procesos de conocimiento, purificación, transformación y renovación. Los héroes y heroínas a menudo emprenden viajes al inframundo, que deben atravesar como una forma de crecimiento y cambio personal. Por ello la relación entre el concepto de inframundo y la idea del inconsciente colectivo radica en su representación de lo oculto, lo desconocido y lo profundo en la experiencia humana. Ambos conceptos sugieren la existencia de aspectos de la psique y de la realidad que están más allá de la conciencia consciente y que requieren exploración y comprensión para lograr la transformación y la iluminación.
Diversos autores y pensadores han contribuido significativamente a la comprensión de cómo el inframundo, ya sea en forma de mito, símbolo o proceso psicológico, se relaciona con el concepto del inconsciente colectivo y cómo ambos conceptos reflejan aspectos profundos y universales de la experiencia humana. Joseph Campbell (2015), un experto en mitología comparada, exploró la presencia de arquetipos y patrones universales en los mitos de diferentes culturas. Su trabajo destaca cómo los héroes a menudo emprenden viajes que los llevan a descender a las profundidades (tanto literal como metafóricamente) como parte de su proceso de transformación. Por su parte el antropólogo Mircea Eliade (2009) estudió múltiples creencias religiosas y mitológicas, enfatizando que muchas de ellas poseen relatos de descenso al inframundo como parte de rituales de iniciación y renovación. Otros autores plantearon análisis similares, e incluso Viktor Frankl (2015), célebre psiquiatra sobreviviente del Holocausto, explicó brillantemente cómo los individuos pueden enfrentar las experiencias más oscuras y desafiantes y encontrar significado en ellas, lo que viene a insistir en la idea de hallar significado en el descenso a lo profundo de la psique individual o colectiva.
Debe insistirse en que la noción del «inframundo» puede entenderse como una metáfora del inconsciente colectivo en varios aspectos. Como profundidad psicológica, en la medida que el inframundo suele ser representado como una región profundamente subterránea y misteriosa. De manera similar, el inconsciente colectivo se considera una dimensión casi desconocida de la psique humana que contiene pensamientos, emociones y patrones compartidos que no suelen estar accesibles en la conciencia cotidiana. El inframundo también implica exploración, ya que en las narraciones míticas los héroes y heroínas emprenden viajes de indagación y descubrimiento hacia el inframundo. De manera similar, la introspección y la exploración del inconsciente colectivo pueden requerir una inmersión en los aspectos más recónditos de la mente, donde se pueden hallar símbolos, arquetipos y traumas compartidos. En el inframundo sucede la confrontación con lo oscuro y lo sucio, poblado de desechos y entidades aterradoras, y de forma similar la confrontación con el inconsciente colectivo puede implicar el encuentro dramático con traumas colectivos, complejos culturales y patrones de comportamiento inconscientes.
En cualquier caso, los héroes y heroínas, después de experimentar una estancia trascendental en las oscuras profundidades, donde la luz de la conciencia y la redención pueden esconderse de manera paradójica, tienen la posibilidad de emerger transformados o renacidos. De manera similar, la labor activa con el inconsciente conduce a una comprensión más profunda, posibilitando la aceptación, la toma de conciencia, la metamorfosis personal y la renovación a nivel colectivo.
Por ello no debe extrañar que el capitalismo desincentive absolutamente todo aquello que suene a conexión con las profundidades, ya que como constructo cultural y cosmovisión hegemónica constituye un sistema que se nutre de lo superficial. Lo profundo solo parece importarle en su sentido más literal y mercantil, excavando la tierra para explotar el tesoro que durante millones de años esta generó en forma de combustibles fósiles, cada vez de más difícil acceso. En coherencia con ello, predominan el individualismo a ultranza, el materialismo metafísico, la competencia descarnada, el cálculo egoísta y todo tipo de distracciones e ilusiones consumistas. Paralelamente, la presión para aumentar la productividad genera cansancio, agotamiento y tentaciones sin límite para perderse en los paraísos artificiales de la mercantilización integral de la vida. Como además tiende a estigmatizarse la búsqueda de sentido personal como debilidad emocional, lo habitual es el fomento de una vida desconectada de sus bases de significado, connotaciones numinosas o creatividades potencialmente emancipadoras. Como mucho, se ofrece el sucedáneo del capitalismo espiritual, donde se amontonan caóticamente los supermercados de banalidades new age, las recetas frívolas de “crecimiento personal” o los cantos de sirena emitidos por las psicologías positivas neoliberales. La norma está clara: asegurar el orden manteniendo a las personas en la superficie. Siempre hacia arriba, siempre hacia afuera, siempre deprisa. Ascender, crecer, extender, correr. En una palabra, progresar.
4. Colapso e inframundo
Inicialmente, el colapso puede parecer diametralmente opuesto a la caída transformadora en el inframundo, ya que suele asociarse con la destrucción y la desintegración. En principio representa más bien una manifestación de decadencia y fracaso, un proceso en el cual lo que previamente era sólido y estable se desintegra. Sin embargo, como mencionamos previamente, el colapso puede interpretarse como una expresión significativa de la caída en el inframundo en un contexto colectivo. Siguiendo esta perspectiva, cuando una sociedad colapsa, es como si se adentrara en las profundidades de su propio inframundo. En este proceso, se ve forzada a confrontar sus propias sombras, ya sea en forma de conflictos sociales, corrupción, desigualdad o crisis existenciales.
La relación entre la caída en el inframundo y el colapso se torna aún más evidente cuando consideramos cómo las sociedades a menudo buscan la regeneración tras un colapso. Después de la decadencia y el caos, se abre una oportunidad para la transformación y la reconstrucción. Algo que tiene su explicación desde la ciencia de sistemas, porque remite al habitual bucle de los sistemas complejos adaptativos, que son conjuntos de elementos interconectados que interactúan entre sí y se adaptan a su entorno. Dicho bucle sigue un proceso iterativo que implica interacciones locales entre los elementos del sistema y posibilita mecanismos adaptativos, ajustes en las reglas de comportamiento, emergencia de nuevos patrones y dinámicas de retroalimentación, creando un proceso dinámico y evolutivo que abre nuevas oportunidades de reorganización. Este proceso se asemeja al ya referido viaje mítico del héroe o la heroína que, después de enfrentar las profundidades de la oscuridad, regresa con un nuevo conocimiento o un tesoro. Esto se debe a que una sociedad que colapsa puede verse impulsada a mirar hacia su interior y a cuestionar sus valores, sistemas de creencias y su identidad. Un proceso complejo de autorreflexión puede ser el primer paso hacia una futura reconstitución o renacimiento colectivo.
Tanto en la caída en el inframundo como en el colapso, el sufrimiento y la confrontación desempeñan un papel fundamental en el proceso de transformación. En ambos casos, las sociedades y los individuos a menudo se ven forzados a afrontar la adversidad y las dificultades antes de avanzar hacia la renovación. En ambos contextos, se requiere explorar lo desconocido y enfrentar la oscuridad, atravesándola. Pero ello requiere muchos esfuerzos y una férrea voluntad, algo nada fácil ante la magnitud de los problemas que enfrentar y las arraigadas inercias que superar.
Efectivamente, a pesar de ser una realidad ineludible en la experiencia humana, existe una fuerte resistencia a admitir y discutir el colapso. Se prefiere negar su existencia, lo que implica posponer la acción necesaria para abordarlo. Esta negación (y negacionismo) del colapso puede entenderse como una manifestación política de nuestra resistencia cultural a reconocer los aspectos oscuros de nuestra psique, los cuales también son ineludibles. Al evitar la exploración de nuestro inconsciente, perpetuamos estos patrones y, a su vez, perpetuamos la dinámica del colapso, pues dichos patrones arquetípicos, especialmente activados por el capitalismo, se encuentran detrás de las cosmovisiones, narrativas y mitos hegemónicos de la modernidad. Ambas estrategias funcionan, pues, como mecanismos de defensa destinados a protegernos de enfrentar lo desconocido, lo aterrador y lo incómodo. En lugar de sumergirnos en la complejidad de nuestros problemas sistémicos, que son expresión de la sombra colectiva, y confrontarlos de frente, preferimos mantenerlos a distancia, lo cual los fortalece y reproduce. De esta manera, la falta de diálogo honesto y abierto sobre temas relacionados con el colapso, la falta de una mirada compasiva y la indiferencia hacia la exploración psicológica profunda, contribuyen a la perpetuación de la negación y la evitación. Por ello bien se puede decir que el colapso posee un fundamento psíquico que, al no abordarse, empeora las cosas, como se puede comprobar en el rápido incremento contemporáneo de las psicopatologías individuales y colectivas.
La caída en el inconsciente y la inherente al colapso comparten el descenso al abismo, en gran medida inexplorado y potencialmente aterrador. Sin embargo, tanto la exploración del inconsciente como la respuesta al colapso pueden considerarse procesos de sanación en un sentido amplio. Una auténtica catábasis reparadora y regeneradora. La resistencia a enfrentar el colapso es, en última instancia, una resistencia a sanar, ya que impide que reconozcamos y resolvamos las heridas subyacentes que contribuyen al colapso. De hecho, el capitalismo global también funciona como un modo de producción de patologías, fruto de su propia lógica perversa y biofóbica, hasta el punto de que su concepto de bienestar implica el blindaje de una falsa zona de confort que reproduce el carácter patológico del sistema y refuerza la aversión a la mirada introspectiva, razón por la cual la comprensión mítico-arquetípica del colapso capitalista abre la posibilidad de una sanación necesariamente anticapitalista.
5. Autodestrucción capitalista y transformación psíquica
Una humanidad secuestrada y llevada casi a una posible catástrofe global por un capitalismo autodestructivo parece que necesita un descenso al inframundo para renovarse o transformarse, por lo que el colapso bien puede ser interpretado como un necesario descenso regenerador al inframundo. El colapso adquiere, pues, la condición de punto de inflexión necesario en el que los efectos acumulativos de las acciones destructivas finalmente se hacen evidentes y causan una crisis a gran escala. La crisis resultante del colapso se interpreta como una oportunidad para que la humanidad tome conciencia de sus acciones destructivas y sus consecuencias. A medida que la situación se vuelve más grave, las personas y las sociedades pueden sentir la urgencia de cambiar su comportamiento y adoptar formas más resilientes, sostenibles y conscientes de vivir armónicamente en el planeta.
Como señala Manuel Casal Lodeiro (2017), la modernidad capitalista está fundamentada en la explotación masiva de una gran masa de detritus, los combustibles fósiles, lo que ha transformado a la humanidad en una especie detritívora, capaz de acabar con todo y consigo misma. Sin embargo, esa extracción y quema de detritus, de desechos orgánicos milenarios, contrastaría con la concepción de detritus que revela la tradición alquímica occidental, que bien puede ser considerada un antecedente simbólico de la psicología profunda (Von Franz, 2002). Según aquella tradición, el detritus (residuos o desechos) también tiene un significado simbólico importante. Solo que se trata de un detritus psíquico, depositado en el fondo del inconsciente colectivo, que remite a un conjunto de impurezas, elementos de sombra, suciedad o residuos que deben ser afrontados, trabajados y purificados en el proceso alquímico, buscando la transmutación de lo impuro en oro (que simboliza lo puro y el renacimiento espiritual). En ese sentido, el trabajo con el detritus podría asociarse al trabajo con la descomposición que trae el colapso, y a la necesidad de dejar atrás viejas formas y estructuras para permitir la revelación del verdadero potencial espiritual y transformador que yace en el inconsciente colectivo.
Esta transformación transcendental, fruto del tránsito por el inframundo, quizás podría hacer realidad esa metanoia de la que habla Jorge Riechmann (2023), entendida como mutación o conversión profundas a nivel personal, que implica un cambio de valores, sistema de creencias o de cosmovisión. Un cambio profundo en la mente o la manera de pensar, a menudo ligado a una transformación personal o espiritual. Una auténtica revisión de las creencias, valores y perspectivas de las personas, capaz de llevar una metamorfosis a sus vidas. Siempre hacia abajo, siempre hacia adentro, siempre lento. Descender, decrecer, replegar, frenar. En una palabra, regresar.
Sin embargo, la realidad de la locura capitalista continúa, y a veces algunas de sus manifestaciones parecen no dejar demasiado margen para la esperanza, aunque expresan una valiosa información simbólica. Por ejemplo, el pasado 13 de octubre la NASA lanzó la sonda Psyche desde el Centro Espacial Kennedy en Florida (EE UU), usando un cohete Falcon Heavy de la compañía SpaceX para propulsar la sonda fuera de la Tierra. Se trata de llegar a un singular asteroide, de nombre 16 Psyche, muy rico en metales, lo que lo convierte en un candidato perfecto para ayudar a conocer cómo se formó la Tierra. Su composición, predominantemente metálica, podría contener hasta un 60% de níquel y hierro, pero también platino y oro, lo que hace que algunos medios hablen del asteroide en términos de un valor económico descomunal. De forma que la única psique que el sistema parece reconocer con entusiasmo es su traslación literal a un astro deslumbrante por su posible valor de mercado. Una forma terriblemente banal y mezquina de eludir el verdadero trabajo en las profundidades de la psique real, que busca obtener el oro alquímico espiritual, para nominar una roca cósmica como filón para el tecnooptimismo más delirante.
Ciertamente, resulta significativo que el progresivo vaciamiento de las reservas energéticas del inframundo material (combustibles fósiles) coincida con el progresivo vaciamiento de las reservas de sentido (hegemonía de la desencantada cosmovisión materialista) y la desconexión moderna del inframundo psíquico, dando lugar a un doble agotamiento energético: de la energía física y de la energía psicoespiritual. De tal manera que el inevitable descenso al inframundo que representa el colapso, al cual han contribuido los vaciamientos señalados, implica al menos la posibilidad de recargar energías en un sentido trascendente, que buena falta van a hacer. Solo así sería posible comprender que, aunque cueste mucho, en las profundidades se pueden concebir semillas para una sociedad humana capaz de vivir simbioéticamente en Gaia. Porque Gaia está arriba, pero también está abajo.
Bibliografía
- Campbell, Joseph (2015): El poder del mito, Madrid, Capitán Swing.
- Casal Lodeiro, Manuel (2017): Nosotros, los detritívoros, Móstoles, Queimada Ediciones.
- Castro, Carlos de (2015): “En defensa de un colapso de nuestra civilización rápido y temprano”, 15/15\15 Revista para una nueva civilización (26/04/2015).
- Eliade, Mircea (2009): Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Barcelona, RBA.
- Frankl, Viktor (2015): El hombre en busca del sentido, Barcelona, Herder.
- Hernàndez, Gil-Manuel (2015): Ante el derrumbe. La crisis y nosotros, Madrid, Mandala Ediciones.
- Jung, C.G (2004): La dinámica de lo inconsciente, Madrid, Trotta.
- Riechmann, Jorge (2023): Metanoia. Sobre la conversió ecosocial que necessitem (presentación),
- Von Franz, Marie-Louise (2002): Alquimia. Introducción al simbolismo, Barcelona, Luciérnaga.
Gracias por el texto. A menudo intento pensar el colapso en estos términos y me resulta muy interesante tu narrativa.
Muchas gracias a ti por tu comentario, Neus.