Se trata de infringir la ley para llamar la atención sobre situaciones muy lesivas para el bien general.
—Jorge Riechmann
Seguramente hay quien recordará las últimas palabras del representante filipino en la Cumbre del Clima posterior al tsunami de 2004, que asoló las costas del Pacífico: «Si no es ahora, ¿cuándo? Si no es aquí, ¿dónde? Si no lo hacemos nosotros, ¿quién?» Han pasado casi dos décadas y no parece que hayamos logrado gran cosa desde entonces. Las Conferencias de las Partes (COP) sobre cambio climático desfilan una tras otra. La próxima será la 28, nada más y nada menos que en Emiratos Árabes Unidos y presidida por el sultán Al Jaber, un entusiasta de los combustibles fósiles ¿A quién pretendemos tomar el pelo? Este verano no se ha parado de hablar de incendios, inundaciones, múltiples olas de calor, el miedo a que se ralentice o paralice la corriente termohalina del Atlántico… Sin embargo, aún hay muchos que se permiten el lujo de negar las evidencias del inicio de un colapso climático sin precedentes, causado por nuestro modelo de producción y consumo en el Norte Global.
Partiendo de la base de las muchas dudas que nos asaltan cuando pensamos en el futuro de la biosfera, una cosa sí tenemos clara y es la interrelación en los fenómenos que conlleva el cambio global que estamos sufriendo. Entre ellos destacan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Tras el artículo «Estamos en peligro de extinción» nos gustaría hacer una reflexión sobre la incoherencia entre la situación actual del planeta y la actitud irresponsable de la clase política a nivel mundial, además de presentar una alternativa ante tal comportamiento insensato.
Desestabilización climática ¿irreversible?
Antes de nada, sería bueno hacer un inciso sobre la irreversibilidad. Hace un par de años, el científico del CSIC Fernando Valladares nos hablaba de cómo «entender los sistemas complejos para explorar un entorno inesperado y creativo». En aquel artículo nos recordaba cómo la ciencia de los sistemas dinámicos complejos nos ha ayudado a entender la naturaleza de una manera distinta a como lo hacía la física clásica, en la que el conocimiento estaba vinculado a la certidumbre. Gracias al físico teórico Richard Feynman, hemos asimilado que «la duda es la esencia del conocimiento».
Si bien nos es muy difícil predecir la dinámica de la crisis climática, al menos, podemos intuir qué está pasando. Por una parte, los elementos que constituyen el sistema climático no interaccionan entre sí de una manera lineal (aspecto fundamental en su comportamiento). Por otra, están los umbrales que, una vez superados, pueden provocar una avalancha de realimentaciones y reacciones en cadena, que lo alteren radicalmente. Además, la mayoría de los sistemas complejos no se mantienen en un estado fijo, sino en un equilibrio inestable, que les permite reorganizarse ante las pequeñas modificaciones. Sin embargo, cuando estas son grandes y/o bruscas se pueden provocar transiciones de fase, radicales e irreversibles. El enfoque positivo de Valladares consiste en ver «esta nueva y más madura forma de contemplar la naturaleza» como una oportunidad para plantearnos «un nuevo paradigma, de donde emerja una forma de vida simple, sencilla, local, austera; es decir; sostenible».
Lamentablemente, no todos somos tan optimistas. Por ejemplo, en el número de la revista Ecologista publicado este verano, Ecologistas en Acción publica una entrevista al investigador Jorge Alcina, que participó en la elaboración del 5º informe de evaluación del IPCC o GIEC (Grupo intergubernamental de expertos sobre cambio climático). Para Alcina «el clima actual está experimentando un cambio incentivado por la actuación humana, que está alterando el balance energético del planeta». El científico opina que sus efectos no tienen vuelta atrás. Nos recuerda que, a pesar de la ola de negacionismo, la ciencia se basa en evidencias, no en creencias y en este caso los datos son irrebatibles. Es contundente cuando afirma que si el capitalismo sigue actuando bajo los mismos principios de explotación y destrucción «en pocas décadas nos cargamos el planeta».
Alcina reconoce que lo que más le preocupa del proceso de calentamiento planetario es el aumento de la temperatura del agua[1]. Centrándonos solo en ella, este verano hemos leído todo tipo de noticias: olas de calor en el océano, el mar Mediterráneo a 28,71 ºC, otro récord de temperatura media de la superficie del océano a unos 21 º, el calentamiento anómalo y repentino del Atlántico Norte que podría ser un síntoma del colapso de la AMOC, el deshielo en Groenlandia, o bien, la expansión brutal de fitoplancton, intensificada por el incremento de la temperatura superficial del agua.
A este respecto, Antonio Turiel, especialista en oceanografía por satélite en el CSIC, al ser entrevistado el año pasado por el tristemente desaparecido Josep Cabayol, nos avisaba de que más del 90% del calor generado por la quema de combustibles fósiles ha sido absorbido por los océanos. Esa es la razón de que la temperatura atmosférica no haya aumentado tanto como se preveía en los modelos. Sin embargo, el efecto amortiguador de los océanos se ha reducido drásticamente y la observación satelital nos está mostrando que, desde 2016, el calentamiento de su parte más superficial está sufriendo un fenómeno de aceleración. Es un cambio muy brusco, que se manifiesta en todas sus variables. Turiel añade que cuando se ven modificaciones rápidas en un medio que reacciona muy lentamente, podemos intuir repercusiones mucho más veloces en la atmósfera. A la vez nos advierte que «si no existe un cambio de tendencia en pocos años, podría tener lugar una desestabilización climática irreversible de todo el planeta».
Aceleración del calentamiento global
En 2012 el famoso físico, climatólogo e investigador de la NASA, James E. Hansen, nos explicó en una interesante charla TED por qué tenía que hablar sobre cambio climático. Empezó con la pregunta: «¿Qué harías tú si supieras lo que yo sé?». Haciendo un poco de historia, nos contó que ya en 1850 el físico John Tyndall se dio cuenta de que gases como el dióxido de carbono absorben el calor, actuando sobre el planeta como una especie de manta. En 1981, Hansen predijo junto con otros científicos que el efecto invernadero provocaría en este siglo un calentamiento global de una magnitud jamás vista. En 1981 lo tenían clarísimo y en 2012 nos confirmó que no se habían equivocado.
Su vida se ha desarrollado entre la investigación y la divulgación del cambio climático. A pesar de recibir presiones para no contar lo que sabía, cada vez sentía una mayor necesidad de comunicar la urgencia de un cambio de rumbo. Nos decía que era inmoral dejar a las siguientes generaciones un clima que se encuentre en una espiral fuera de control. Además, temía que un día sus nietos dijesen: «El abuelo entendía lo que pasaba, pero no lo dijo claramente». Y ¿qué sabe Hansen a día de hoy? Durante estos últimos meses no ha parado de actualizar su web de la Universidad de Columbia. Aunque no sea sencillo hacer un breve resumen, vamos a intentarlo.
En vez de usar términos técnicos, como los forzamientos radiativos, Hansen utiliza un lenguaje didáctico y nos explica que el quid de la cuestión es que se está produciendo un desequilibrio energético en el planeta (Earth Energy Imbalance o EEI) al aumentar la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) y, al mismo tiempo, disminuir la radiación del calor terrestre al espacio. Después de tanto tiempo siguiendo de cerca la evolución del dióxido de carbono en la atmósfera, resulta que en los últimos años más de un científico se ha alarmado de que la medida fundamental que define el cambio climático sea el valor absoluto del desequilibrio energético y no tanto la temperatura superficial global (Harvey, 2021, citando a K. von Schuckmannn, 2016). Y, para colmo, esa tasa de acumulación de calor se ha duplicado en pocos años (Atkinson, citando a N. Laeb, 2021, así como Hansen et al. a partir de 2021).
Las investigaciones se han centrado en determinar ese EEI con la mayor precisión posible, midiendo la cantidad de calor en los diferentes reservorios. Hasta hace pocos años, el lugar en el que peor se medía era el océano. Pero en la actualidad, entre la información vía satélite y el programa internacional Argo, que tiene 3.000 equipos flotando por los océanos de todo el planeta, se está comprobando dónde está escondida toda esa energía que se ha ido acumulando, sobre todo, durante las dos últimas décadas. Las conclusiones del programa Argo coinciden con la información obtenida vía satélite (como nos adelantaba Turiel) en que han sido los océanos los que han estado regulando los cambios de temperatura. Los datos de Argo demuestran que «los 2.000 metros superiores han captado aproximadamente el 90% del cambio antropogénico en el contenido del calor del océano. Las temperaturas de los 600 metros superiores fluctúan en función de los fenómenos climáticos a corto plazo, como El Niño – Oscilación del Sur, mientras que las aguas más profundas muestran una tendencia al calentamiento más constante».
Justo en ese punto están tanto Hansen como otros investigadores percibiendo que, aunque los GEI impulsen el calentamiento planetario, algo más está ocurriendo en el papel de las nubes y de los aerosoles a la hora de reflejar una menor radiación solar hacia el espacio. Aún se están revisando textos, pero ya hay alguna propuesta, que se resumiría en un par de frases: «Lo que ha ocurrido este verano no es una fluctuación ordinaria. Estamos cruzando una nueva frontera climática» (2023g). ¿Cuáles son las evidencias?
Por un lado, la preocupación es patente por el hecho de que para 2024 estén previstas un par de misiones espaciales: EarthCARE (Cloud, Aerosol, Radiation Explorer) por parte de la Agencia Espacial Europea, con la colaboración de la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial; además de la NASA, que planea la misión PACE (Plankton, Aerosol, Cloud, ocean Ecosystem). Si van a invertir una importante cantidad de dinero en estas cuestiones ¡por algo será!
La segunda evidencia a la que queremos hacer alusión son los datos experimentales. Si bien Hansen y su equipo han ido actualizando la información durante esta primavera y verano, en su último artículo de septiembre hacen un claro resumen de la situación actual. Empezaron a sospechar que el calentamiento global se estaba acelerando al comprobar el sorprendente ritmo en el aumento de la temperatura entre los dos Super El Niño (1997-98 y 2015-16). Mientras que la tendencia lineal entre 1970-2015 era de un aumento de 0,18ºC/década (respecto a la era preindustrial), en solo los 18 años que separaron los 2 Super El Niño fue de 0,24ºC/década. Lo peor es que solo 8 años después, El Niño que ha empezado este año ya sugiere un incremento sustancial. Es demasiado pronto para estimar cuál será el pico, pero dadas las temperaturas extremas de estos últimos meses, el equipo de Hansen piensa que es probable que el incremento de temperatura por década llegue a 0,36ºC. Tendremos que esperar hasta febrero-mayo del próximo año y entonces podremos vislumbrar si existe o no aceleración del calentamiento global.
La causa principal es el desequilibrio energético que ha pasado en menos de 20 años de 0,71W/m2 (julio 2005-junio 2015) a 1,36 W/m2 (inicio 2020-actualmente). El único mecanismo conocido capaz de un forzamiento de ese calibre es la disminución del albedo de las nubes, quizá por el efecto de los aerosoles. Esto es lo que están estudiando ahora. Se quejan de la escasa inversión en investigación. Necesitarían un pequeño satélite que midiese los aerosoles, junto a las micropartículas que forman las nubes. También piden el mantenimiento del satélite CERES (encargado de la monitorización del balance energético) y del programa Argo, especialmente en las zonas polares (2023h) porque parece ser que en la NASA no existe un plan a largo plazo para continuar con estos estudios (2023g).
Asimismo, reclaman la necesidad de trabajar con datos y no con modelos. En concreto, los modelos del IPCC no contemplan la posibilidad de un colapso en este siglo porque predicen una evolución continua y suave, al tiempo que tienen dificultades para modelizar correctamente lo que son cambios abruptos o transiciones de fase (Berwyn citando a Hansen et al. 2023c y Turiel, 2023).
Otro peligro al que nos enfrentamos es creer en milagros[2]. Lamentan la actitud acrítica de aquellos científicos que aceptan la idea de que el calentamiento global puede limitarse a un incremento menor a 2ºC. Para ello el IPCC propone el milagro de quemar biocombustibles y capturar y almacenar el dióxido de carbono resultante, es decir, basan nuestra esperanza en una tecnología que no existe (2023c).
Puede que la confirmación de las predicciones persuada a la sociedad de que la comunidad científica sabe de lo que habla, no solo a aquellos que niegan que la crisis climática esté provocada por las actividades humanas, sino también a aquellos que persiguen una aproximación política esperanzadora. Los escenarios realistas dependerán de cuándo se sensibilice a la población sobre la situación actual y de que esto repercuta en la política. Por este motivo deberíamos estar trabajando todos en el mismo bando (2023f).
Actitud suicida
Más de un líder político abraza la idea de que nuestra aproximación, a un problema de esta envergadura, no es la adecuada y muestra su preocupación ante la inacción climática. El secretario general de la ONU, António Guterres lo lleva haciendo todo el verano. En junio, nos alertaba de que las políticas actuales nos están precipitando hacia una catástrofe, que los países están lejos de cumplir sus promesas y compromisos climáticos y que el problema reside en los combustibles fósiles a los que definía como «incompatibles con la supervivencia de la especie humana». En agosto, apelaba a los responsables políticos para que tomasen medidas inmediatas y drásticas. Guterres nos invita a pasar a la acción, ya que para él «la era del calentamiento ha terminado y es la era de la ebullición mundial la que ha llegado». Incluso el papa Francisco ha criticado «nuestro irresponsable estilo de vida que está empujando el planeta hacia el punto de inflexión», añadiendo que «suponer que todos los problemas se van a resolver a base de soluciones tecnológicas no es más que pragmatismo homicida»; lo que debería hacer reflexionar a los negacionistas católicos, a los que el papa Francisco amonesta en su escrito (Bruggers, 2023).
Sin embargo, no es momento para cualquier tipo de actuación. Es indiscutible que nos encanta hacer planes y convocar encuentros a todos los niveles. Lo que no es tan evidente es cuánto tiempo nos queda para que sea demasiado tarde, si no lo es ya. El pasado marzo, los expertos del clima de la ONU presentaron su informe de síntesis, en el que nos avisaban de la peligrosa situación y apelaban a una acción urgente y a una transformación profunda de nuestro modo de vida y de nuestro modelo insostenible de producción y consumo (Lacroux, 2023a). Tres meses más tarde, celebraban en Bonn una reunión para preparar la próxima COP28 y parece ser que la división entre los países que acudieron fue de tal calibre, que se marcharon sin haber tomado ninguna decisión significativa (EeA, 2023). Aún peor es pensar que en España seguimos discutiendo si el cambio climático es real o no, por lo que hay quien solicita un pacto de Estado contra el negacionismo (Fdez. et al., 2023).
Otro claro ejemplo de disonancia cognitiva la tenemos en el gobierno francés. Durante este año nos han llegado noticias entremezcladas, entre sus propuestas políticas para luchar contra el cambio climático, su invitación a la ciudadanía para que se involucre en la elaboración de un plan de adaptación y su actuación reprimiendo los movimientos ecosociales. Vamos a intentar resumir lo acontecido en Francia en estos últimos meses.
El ministro de la Transición Ecológica y la Cohesión de los Territorios, Cristophe Béchu, ya en enero exhortó a un cambio de paradigma en términos de estrategia colectiva de adaptación a un calentamiento global (Coulaud, 2023 y Lacroux, 2023b). Con este fin, en mayo se reunió el Consejo Nacional de la Transición Ecológica y aprobaron por unanimidad una propuesta, que han sometido a consulta pública durante este verano, para definir una Trayectoria de Calentamiento para la Adaptación al Cambio Climático (TRACC) sobre la que basarán su tercer Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC), paralelamente a los esfuerzos de reducción de las emisiones de GEI.
Aunque la teoría parece clara, la puesta en marcha no lo es tanto. Mientras que la ciudadanía ha sido consultada sobre si Francia debe adoptar medidas para limitar el calentamiento a un aumento de 1,5 ºC respecto a la era preindustrial, el ministro Béchu ha transmitido en más de una ocasión la necesidad de salir de esa especie de negación, que consiste en hacer como si el mundo fuese a respetar el Acuerdo de París. Por otro lado, mientras alertaba de los peligros a los que nos enfrentamos (olas de calor, lluvias intensas, sequías…) si no aplicamos las medidas necesarias, avisaba de que el escenario de un incremento de 3 ºC (4 ºC en las zonas metropolitanas) no es el peor. Béchu dijo que no quería dar la impresión de ser catastrofista, pero la trayectoria TRACC será actualizada cada 5 años y podrá ser revisada a la baja o ¡¡al alza!! aceptando que es posible llegar a un aumento de 5-6 ºC en este siglo (Libération y Lacroux, 2023c).
Simultáneamente, el Alto Consejo por el Clima (HCC) publicaba su informe anual Acter l’urgence, engager les moyens, con 200 páginas de dura crítica a la gestión del gobierno de Macron. Analizando la situación del año pasado, han concluido que el país no está preparado, ya que los dispositivos de prevención y de gestión de la crisis climática están resultando insuficientes, al igual que la bajada real de emisiones. Reconocen que no se ha avanzado desde la última COP y que se necesita un liderazgo de altura, con el fin de relanzar la dinámica internacional en la COP28. ¿Es Francia ese líder de altura? ¡Ojalá así fuese!
No obstante, ¿qué está haciendo el gobierno francés en estos momentos? El periodista político, Thomas Legrand, en su artículo «La planificación ecológica según Macron, la trampa del mínimo esfuerzo» nos describe en qué consiste la ecología macronista. Nos cuenta que se pretende conservar el mismo modo de producción y consumo, proyectando una transición ecológica que convenga a todo el mundo, arriesgándonos a autoengañarnos con ilusiones y manteniendo una adicción al cada vez más. Nadie mejor que el propio Macron para explicar lo que él entiende por una ecología a la francesa: «ni abandonar nuestros compromisos [reducir el 55% de las emisiones de GEI, respecto a 1990, antes de 2030] ni decir que esto va a ser una masacre: una ecología de progreso» (Equy, 2023).
Al mismo tiempo, se continúa la represión contra los movimientos de la sociedad civil, como al colectivo Scientifiques en Rébellion, por la acción de desobediencia civil que tuvo lugar el 2022 en el Museo de Historia Natural de París, en el que 30 activistas permanecieron en el interior, tras su cierre. En el día previsto para el juicio de las batas blancas se desplegaron pancartas, que decían «Scientists on trial to say the truth» (científicos juzgados por decir la verdad) o «Inaction climatique, futur apocalyptique» (inacción climática, futuro apocalíptico). Se ha postergado el procedimiento hasta finales de 2023, ya que parece ser que se les ha olvidado convocar a la parte civil (Monod, 2023).
Asimismo, por petición del ministro del Interior, Gérald Darmanin, este verano aprobaron disolver el colectivo de asociaciones ecologistas y campesinas Les Soulèvements de la Terre. Este movimiento nació en enero del 2021 con unos 150.000 miembros, a los que se han sumado otros 50.000 desde el decreto de disolución. Aunque, a través de la represión, se esté cuestionando la legitimidad de las acciones de desobediencia civil, el movimiento ecologista es consciente de que, en esta situación de colapso climático, la sensibilización de la ciudadanía es indispensable. De ahí el lema: «On ne dissout pas une révolte qui se prépare» (Boutelier, 2023). En este contexto de urgencia, ¿nos preparamos para la COP28 o ponemos en práctica alguna alternativa más productiva?
Rebeldes con causa
El abogado francés Michel Frost fue elegido por la ONU en 2022 para garantizar la seguridad de los defensores del medioambiente. Nos cuenta que «el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos reconoce la desobediencia civil como una forma legítima de acción» cuando se pretende «cambiar una situación legal que se considera injusta». Además, nos anima recordando que existen ejemplos en el pasado que provocaron cambios en la legislación (Blanco, 2023).
En 2020 Rebellion Global publicó un artículo en el que comentaron 15 ejemplos de desobediencia civil que marcaron la diferencia. Retomando su andadura, tenemos la obligación moral, además del derecho, de protestar (o de visibilizar ante la sociedad, cuando esta desconoce la amplitud de un problema) sobre aquellas situaciones políticas, económicas o sociales injustas. Actualmente disfrutamos de derechos por los que antes otros lucharon. El artículo alude a la lucha por el sufragio femenino (R.U., 1928), la marcha de la sal de Gandhi (India, 1930), la lucha por la segregación racial (EE. UU., 1955-56) u otras más cercanas, como el movimiento de los chalecos amarillos (Francia, 2018-19), o bien, la revuelta de los campesinos (Francia, 1999). En este último caso, José Bové y unas 300 personas llevaron a cabo un acto simbólico para protestar contra la globalización y la pérdida de soberanía alimentaria. Esto movilizó a muchos agricultores, lo que dio lugar a una protesta más amplia contra el monocultivo y los transgénicos. Es cierto que condenaron a Bové a 3 meses de cárcel, pero este hecho atrajo el apoyo de miles de personas, lo que estimuló un movimiento internacional de protesta.
El colapsólogo francés Pablo Servigne y un grupo de colaboradores lanzaron en 2019 la revista Yggdrasil con el propósito de publicar 12 números (al final se quedaron en 10) en los que tratarían cómo atravesar el colapso de nuestra civilización industrial de la mejor manera posible y cómo inventar el futuro. En los 2 primeros números dedicaron un amplio espacio a la desobediencia civil.
Por un lado, Hervé Ott, investigador y formador, centrado en la aproximación y transformación constructivas de los conflictos, presentó un artículo titulado «Pequeño manual de desobediencia civil». En él nos enseña una serie de condiciones para que la desobediencia civil sea eficaz. Entre otras:
- Tiene que basarse en el principio de no cooperación, que conlleva una ruptura con el consenso social sobre una ley. No obstante, para evitar que sea englobada como una tentativa de subversión al orden público, debe limitarse a una ley o a un símbolo de la injusticia denunciada.
- El hecho que queremos denunciar tiene que estar bien identificado. Hay que mostrar que todas las tentativas de negociación han fracasado y que el acto de desobediencia civil es el último recurso.
- El eje principal de la comunicación se basará en dirigirnos a la opinión pública. Debe quedar claro que se trata de un combate de interés público.
- El o la activista debe conocer las consecuencias penales de la transgresión. Dado que el éxito depende del número de participantes, hay que elaborar garantías para asegurar y reforzar la cohesión del grupo. Debemos ofrecer diversidad de formas de apoyo, adaptadas a la disponibilidad de cada uno.
- Toda acción se realizará a cara descubierta y deberemos permanecer respetuosos hacia las personas y hacia los bienes públicos y privados.
- La desobediencia civil tiene que estar asociada a un programa constructivo. Debe existir un plan que permita poner en marcha aquello que reclamamos.
Por otra parte, Laure Noualhat hizo una detallada e interesante descripción del trabajo de Extinction Rebellion, a través de una entrevista a varias activistas. Decían que la principal estrategia es hablar claro. Reconocieron el tiempo perdido por el movimiento ecologista, al participar en las COP y otras conferencias ambientales, y el no haber sido lo suficientemente alarmista, para no asustar a la población, lo que nos ha conducido a la situación ecosocial actual. Cuando les pregunta por el tipo de actuaciones, hablan de acciones no violentas, y concuerdan con Hervé Ott en que estas deben provocar perturbación mediática, con el fin de sensibilizar a la sociedad. Advierten de que algunas acciones pueden llevarte, no solo a que te rocíen con gases lacrimógenos, sino también a terminar en la cárcel. Plantean el efecto Apartheid, que consiste en llenar las cárceles de gente inocente, como método eficaz que visibiliza la causa. No es necesario que todo el mundo participe en las acciones. Hay mucho trabajo por hacer y cada uno puede encontrar su lugar.
Terminamos con las últimas palabras de Hansen en su charla TED: «Ahora ya saben lo mismo que yo. Esto es lo que me mueve a disparar esta alarma. Evidentemente, no he conseguido transmitir el mensaje. La ciencia es clara. Necesito su ayuda para comunicar la gravedad y la urgencia de esta situación y de sus soluciones, de una manera más eficaz. Se lo debemos a nuestros hijos y nietos».
Notas
[1] Cheng, L. et al. (2021) «Upper Ocean Temperatures Hit Record High in 2020», Advances in Atmospheric Sciences, Vol.38, pp. 523-530. Este informe nos muestra que el calentamiento oceánico es un indicador tanto del presente, como del pasado y el futuro del sistema climático. Acusa a la emisión de gases de efecto invernadero, por las actividades humanas desde la Revolución Industrial, como la responsable. Reconoce la existencia de un desequilibrio energético en el sistema climático terrestre, además de la absorción de más del 90% del exceso de calor por los océanos, conllevando un incremento de su temperatura y un aumento del nivel del mar, tanto por su expansión térmica como por el deshielo.
[2] En un reciente artículo en BioScience William J. Ripple y colaboradores, reconocen que las tecnologías de captura y almacenamiento de carbono están en sus primeras etapas de desarrollo, por lo que aún existe incertidumbre en cuanto a su efectividad, escalabilidad e impactos sobre la sociedad y el medioambiente: «15.000 científicos advierten sobre el drástico empeoramiento de los ‘signos vitales’ del planeta«.
Referencias bibliográficas y audiovisuales
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