Azahara Palomeque (1986) nace en Badajoz, España, suelo extremeño y patrio. Emigra a Estados Unidos, país que habita durante trece años y en el cual se doctora en estudios culturales por Princeton. Regresa a España en 2021 y, seis meses después de su aterrizaje, decide relatar en primera persona la precariedad, en todos los sentidos, de una época. Vivir peor que nuestros padres (Anagrama, 2023, 84 págs.): título y cotidianeidad, libro y época histórica. La autora, que trascribirá a lo largo de este ensayo su situación personal para alzarla como plural mayéutico de verdades tan punzantes como necesarias, forma parte de la primera generación que ya vive peor que sus progenitores. Forma parte de los primeros sujetos políticos que falsan todas las profecías occidentales.
De principio a fin, el relato está atravesado por una gran imagen, un dibujo esquemático y certero de la incomprensión de dos paradigmas vigentes y en pugna: los millennials y los boomers. Estos últimos se caracterizan por haber nacido entre 1945 y 1965, el pico más alto de las promesas de la prosperidad sin límites moderna gracias a los combustibles fósiles y a la pseudociencia económica neoliberal. Los primeros por haber vivido el inicio de su existencia anclados a esa ideología extensiva del bienestar y la riqueza sin ambages hasta la crisis de 2008 cuando, visiblemente, la certeza del crecimiento infinito sufre un resquebrajamiento brutal.
El lugar que este libro ocupa es precisamente la consciencia del espacio resultante de la fractura estructural entre la representación de dos generaciones que recogen en su realidad modelos vitales no solo distintos, sino contrapuestos. En este sentido, las palabras de Palomeque son forzadamente parciales, sus letras están escritas desde el fruto del fracaso de consagraciones materiales incumplidas, guiadas por el convencimiento de que nuestras vidas solo podían ir a mejor bajo el paraguas del capitalismo. De esta forma, la escritora maneja dos ejes que vertebran la totalidad de la narración, poniendo voz a un sentimiento colectivo que pide, como el grito que constituye su prosa, un nuevo camino transformador. Por un lado, una persona joven, la manida juventud en abstracto que tanto manoseo político sufre a diario, encuentra ante sí un presente desértico de oportunidades laborales en una atmósfera llamada precariedad mientras que, simultáneamente, ha dedicado su vida a una inflación formativa que no encuentra salidas dignas ni espacios íntegros.
Esta juventud, condenada a la inacción política por una falsa felicidad que mundos virtuales presentan como posible, acaba proyectando desafección, pavor o soluciones fantasmagóricas ante una realidad climática y una crisis ecosocial que personajes con nombres y apellidos le han brindado como herencia unipersonal, como si el peso del problema recayera exclusivamente en aquellos que sufrirán sin prórrogas ni posibilidades de engaño.
El tiempo, no solo del sujeto juventud sino de toda la ciudadanía, es un tiempo descarrillado y sin goznes que para la autora articula la totalidad del presente político no solo en territorio nacional, sino del planeta que habitamos, imponiéndose como coordenada social e intelectual de una época crítica con unos principios desfasados. Con fuerza frente a la melancolía de una historia que nunca fue buena y con consciencia y lucidez contra las ideas de un futuro que no será mejor sin una transformación ética, el libro apuesta por restablecer los lazos sociales y afectivos que nos permitirán vislumbrar una salida a la dialéctica ellos-nosotros en la que incluso el propio relato cae en ciertas ocasiones.
El despertar a nivel especie que tanta falta nos hace, al igual que el cambio de rumbo en este viaje hacia la catástrofe, no puede quedar segmentado por generaciones, aunque necesitemos analíticamente estas categorías políticas para comprender el devenir de los tiempos. Tiempos que Azahara Palomeque comparte con figuras como Ana Iris Simón, cuyo libro Feria podría ser la antítesis, más allá de alguna síntesis, de Vivir peor que nuestros padres. La ausencia de una contra ideológica que ensalzara baluartes ecológicos clave, así como demandas saludables y justas ante la crisis que vivimos, la llena excelentemente Azahara Palomeque. Este es un libro contra esa rememoración bucólica de Iris Simón dirigida hacia los mismos puntos muertos de la historia, un antídoto contra el pasado como la única salida viable a la situación que nos asola y que Palomeque sabe conceptualizar brillantemente como señal inequívoca de duelo por un mundo muerto. La definición que el ser humano ha labrado de sí mismo ha endiosado patrones culturales de felicidad inadmisibles, los mismos que parte de nuestra generación ansía de vuelta y que están basados principalmente en un consumo existencial desaforado. Pero como bien atina el ensayo, esta brecha económica, que es vital, entre dos tiempos debe presentarse como la oportunidad para catalizar una reconceptualización moral de los valores que nos definen. La transición lingüística hacia un paradigma distinto es posible si, y solo si, el hoy no se subsana ni se mira desde el ayer.
Con el objetivo de llegar a tal reconfiguración, es condición de posibilidad comprender entonces los ejemplos que utiliza Azahara Palomeque para resumir las palabras clave y el abstract de unas generaciones que actualmente están sin la energía suficiente para continuar. Desigualdad, extralimitación, inmediatez, depresión y suicidio como consecuencias del sin sentido meritocrático, el extractivismo sin límites, la especulación financiera, el consumo y el mito del progreso. Ante tal resumen, ni el silencio, ni el enfrentamiento más brutal, ni las huidas hacia delante de los tecno-optimistas que presentan cuartas revoluciones industriales imposibles de la mano del corpus ideológico productivista. Puentes, puentes y puentes. Puentes que venzan el cortoplacismo y el fuego cruzado entre los boomers y la generación de cristal, que no es más que un apelativo infame del privilegio más nocivo. Y, para empezar a tenderlos, la autora ofrece algunos bosquejos y conclusiones relevantes.
Desde el dolor inextirpable ante este féretro sin cuerpo, y asumiendo una vulnerabilidad intrínseca en el ser humano, es imprescindible forjar una colectividad social que teja horizontes comunes y refuerce nexos éticos interdependientes que huyan de cualquier propuesta individualista. Seres finitos en un plantea finito abrazo entre sí. De esta forma, incorporar las bases de la vulnerabilidad y el dolor compartido funciona como sedimento contra la ecoansiedad culpable y la soledad cortoplacista neoliberal alimentada de fuentes de placer reemplazables y poco duraderas.
Vivir peor que nuestros padres son las cinco primeras palabras que mapean una problemática vigente descorazonadora y ciertamente nihilista que, a la par, nos ofrece un camino sanador de una fractura generacional desde nuevos lenguajes que no aceptan viejos ídolos, labrando mejores mundos que el precedente, que ya no causa nostalgia, ni melancolía; si acaso pena. Con esa pena y con cierto miedo, pero también sin rencor y sin culpa, Azahara Palomeque le da la bienvenida a un futuro más justo, más igualitario y libre, inaugurando los cimientos de un puente que, esta vez sí, no se derrumba.