Armstrong es integrante activa desde el año 2005 del Grupo de Alto Nivel de la Alianza de las Civilizaciones, una iniciativa de la ONU desarrollada a partir de una idea formulada en 1998 por el presidente iraní Mohammad Jatamí. Cuando el 21 de septiembre de 2004, en la 59ª Asamblea General de la ONU, el entonces presidente español José Luis Rodríguez Zapatero lanzó su propuesta para una Alianza de Civilizaciones no fueron pocas las críticas que recibió, mayormente desde entornos conservadores. Algunos la juzgaron como farsa, postureo político e inutilidad. Pocos de aquellos críticos imaginaron que lo que parecía una puntual ocurrencia del presidente Zapatero iba a resonar a ritmo de gaita años después en el teatro Campoamor de Oviedo, cuando Karen Armstrong recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2017. Uno de los aspectos destacados por el jurado fue, precisamente, la relevancia del estudio de las religiones para comprender la sociedad y el mundo contemporáneos y poner de manifiesto el “compromiso activo con la difusión de un mensaje ético de compasión, paz y solidaridad” desarrollado por la autora británica.
La escritora inglesa ha tratado de mantener siempre una consecuente línea argumentativa desarrollada sobre la base del estudio comparativo de las diferentes religiones, sobre todo de las tres grandes representantes del monoteísmo: islam, judaísmo y cristianismo. No obstante, en Naturaleza sagrada (Crítica/ Planeta, 2022, con traducción de Tomás Fernández Aúz) la relevancia de las tradiciones religiosas orientales es notoria. La autora nos transmite su preocupación por la crisis climática actual (la cual, nunca se repetirá demasiadas veces, no es sino un aspecto de una crisis ecosocial multidimensional mucho más amplia), una de las muchas y desastrosas consecuencias de la alienación respecto de la naturaleza en la que se encuentra la especie humana. Si deseamos encontrar una salida a esta catastrófica situación, debemos tener claro que además de cambiar nuestra forma de vida, ajena y extrañada del entorno natural, es fundamental que comencemos por revisar nuestro obsoleto sistema de creencias. Armstrong va a hacer una propuesta para, como apunta el subtítulo, recuperar nuestro vínculo con el mundo natural y, a través de un particular recorrido histórico, evidenciar la estrecha relación que siempre ha existido entre religiosidad y naturaleza.
Remontándose a la antigua Grecia, analiza mitos que veneraban el entorno natural y observa la tendencia por parte de la imaginación antigua a presentar y vivir la naturaleza en términos más estéticos que científicos. Esto le sirve para reivindicar la necesidad de crear nuevos mitos que contrarresten las tendencias destructivas de la tecnociencia y que tengan más en cuenta la experiencia de las emociones y el cuerpo. Un cierto tipo de mitos que traducidos en acciones resultasen siempre provechosos para la salud tanto del ser humano como de la Tierra, de la que inexorablemente dependemos.
Para la británica es fundamental recuperar el concepto de lo antropocósmico: no existe separación entre los seres humanos y el cosmos. Nuestra realidad es compartida y, como va a insistir a lo largo del libro, la vía estética es la mejor forma de cultivar la percepción de lo sagrado: mediante la poesía, la música y el ritual. “Si aprendemos a contemplar correctamente la naturaleza, descubriremos que la más diminuta partícula de tierra puede darnos un vislumbre de lo Sagrado” (p. 52).
La autora cierra cada capítulo haciendo una reflexión llevada a la actualidad y a nuestra vida en un sentido práctico: aconseja estar al aire libre, alejados/as de los aparatos tecnológicos, simplemente dispuestos/as a observar y escuchar lo que nos rodea para descubrir la fluidez de nuestro entorno natural. A juicio de Armstrong, en presencia de la santidad deberíamos quedarnos mudos/as: en el mismo momento en que intentamos describir o definir lo sagrado ya lo estamos limitando y distorsionando. Esta necesaria experiencia silente se nos ha vuelto ajena. Su ausencia en nuestra cotidianidad es, probablemente, una de las razones de que en Occidente resulte tan extraño el concepto de dios.
El capítulo “Sacrificio” nos recuerda que la religión exige notables esfuerzos. Nuestra palabra sacrificio procede del latín y no solo significa sacralizar sino que guarda parentesco con la palabra sagrado. Los rituales sagrados siempre buscan producir un profundo cambio. La crisis medioambiental demanda sacrificios y, en este sentido, nosotros/as mismos/as debemos ser exigentes. Si queremos salvar el planeta, debemos comenzar a cultivar otro tipo de relación con la naturaleza. Armstrong propone la creación de una serie de sacrificios propios que incorporar a nuestra vida cotidiana. “Todas las personas con las que nos cruzamos son un misterio sagrado y cada animal, cada planta, posee una dignidad y una belleza únicas. Todas han de ser tratadas con bondad, respeto y reverencia” (p. 88).
En “Kénosis” (sexto capítulo del libro), Armstrong critica los fugaces apetitos a los que nos sometemos a diario y trae a colación la propuesta del budismo: deberíamos comportarnos como si el ego no existiese. El mundo actual nos invita a recrearnos en nuestros logros, afirmar nuestra personalidad y autopromocionarnos. La práctica del yoga original, sin sus desviaciones imperantes hoy en día, tiene como propósito la kénosis, el vaciamiento del yo. El egoísmo es el mayor obstáculo para vivir la experiencia de lo sagrado y el yoga es un método para desmantelarlo. Para cerrar el capítulo la autora hace otra pequeña propuesta: un sencillo ejercicio diario en el que sopesar durante unos breves instantes lo poco que sabemos y lo limitados que son nuestros deseos y anhelos, que a menudo comienzan y terminan en nuestro yo (p. 99).
En el capítulo dedicado a la gratitud, la autora nos invita a prestar atención a la estética de la mano de la belleza de los versos del Corán. Insiste en su observación de que las verdades relevantes no se transmiten habitualmente por medio del lenguaje preciso y empírico del logos científico. La naturaleza posee una perspectiva propia y una sabiduría que no alcanzamos a comprender del todo pero los poetas nos ayudan a reconocer su sacralidad. Como consejo final del capítulo, la británica propone encontrar un poema o texto que nos parezca oportuno recitar diariamente para expresar nuestra gratitud a la naturaleza.
El tema predilecto de la autora es el que se trata en el capítulo octavo titulado “La regla de oro, o la ética de la reciprocidad”. Para recalcar la importancia de cultivar unos hábitos saludables a través de los que podamos encaminarnos hacia la virtud, Armstrong cita al Hamlet de Shakespeare: “¡Y si no tenéis virtud, fingidla!” (p. 118). La autora se muestra optimista ante las posibilidades del cambio. Para ella, si se convierten en habituales, los ritos practicados en la vida cotidiana, con su componente de corporalidad, van creando poco a poco hábitos internos de consideración y deferencia.
Como virtud, la compasión no ha sido demasiado alabada a lo largo de la historia de la filosofía. Para Spinoza era una debilidad, para Nietzsche un vicio sentimental… Sin embargo, la regla de oro, enunciada originalmente por Confucio, es una expresión de la actitud ética compasiva que constituye el núcleo de pensamientos tan arraigados como los del judaísmo rabínico y los evangelios cristianos.
A lo largo de todas las páginas de la obra pulsa, fluida y permanente, la ética de la compasión. La contemplación del dolor es el motor para la acción constructiva que, desarrollada desde el ámbito de la familia, se extiende posteriormente a toda la comunidad en “Círculos concéntricos» (capítulo 10) y, en un último estadio –no podemos dejar de rememorar en este punto la progresiva expansión de lo ético en Charles Darwin y Aldo Leopold-, a otras especies no humanas. Todo ello implementado gracias a una también progresiva expansión del primigenio precepto moral confuciano: no hagas a otros lo que no deseas para ti. Gracias a la ayuda del mito y del rito, entendidos estos como experiencias estéticas transformadoras, es como podemos, mediante un esfuerzo personal y constante, llevar a cabo una total transformación de nuestro estilo de vida.
Este libro es una auténtica puesta en valor de las prácticas y la disciplina religiosa como programa ético. Para Armstrong ése es el mayor valor de las religiones: su capacidad para dotar a las personas de una guía de acción que enfatice lo común a todos, que integre y no que separe, que acerque a las personas no sólo a los demás sino también a la naturaleza, de la que formamos parte indisoluble. Debemos tratar de encontrar lo divino como esencia inseparable de la naturaleza (como poetas, místicos y filósofos se han encargado de señalar, cada uno a su manera, a través de la historia de la Humanidad). No se trata de disfrutar de la naturaleza en términos meramente estéticos, sino de superar el daño causado por la sobreexplotación a la que la hemos sometido debido a nuestro (en sus palabras “indecente”) estilo de vida. Una vez comprendida y asumida nuestra responsabilidad ante el problema de la crisis ecosocial, Karen Armstrong propone una guía para tratar de transformar nuestros modos de vida y modificar nuestro sistema de creencias a través de la compasión, entendida como empatía y amor.

Encuentro muy interesante que se popularicen estas ideas panteístas relacionadas con los conceptos de Naturaleza sagrada, compasión, ecodependencia, realidad compartida, lo antropocósmico, ética de la reprocidad, que pueden contribuir al derribo de uno de los mitos que fundamenta tanto como daña nuestro estilo de vida, el mito del exencionismo.
La idea del silencio ante lo sagrado y santo no puedo evitar asociarla a la idea Exterioridad que entendí de un podcast del grupo Surrealista de Madrid que recomiendo escuchar y que a mí misma me hizo brotar el poema Inventario o mi museo de la exterioridad que aparece en este libro que se puede descargar aquí de manera gratuita https://www.15-15-15.org/webzine/download/en-mi-tierra-de-nadie/
Escucha «Pensar, experimentar la exterioridad» Grupo Surrealista de Madrid de Traficantesdesueños en #SoundCloud
https://on.soundcloud.com/nPCiX
Me llama la atención que sólo se hable de la disrupción climática y no se diga nada acerca de la crisis energética y sus correlatos.
No puedo evitar que me salten un poco las alarmas cada vez que oigo hablar de «salvar el planeta». El planeta sólo tiene un problema que es el estilod vida y muerte que la cultura desarrollada por la civilización termoindustrial si nosotros desapareciéramos el planeta se recuperaría seguramente sin demasiada dificultad. En ese sentido creo que conviene ser honestos, lo que queremos es salvar esta especie para que pueda ser una especie que honre verdaderamente a Gaia y que en ella se pueda vivir cooperando entre sus individuos y con la naturaleza.
Volviendo a porqué me chirría la idea de sacrificio. Para todos es claro que vamos a necesitar, ya estamos necesitando, renunciar a consumos relacionados con nuestro estilo de vida en sociedades opulentas
Ojo! A esa soteriología de salvar el planeta se le está asociando la idea de que tenemos que hacer sacrificios y es un concepto que las élites están usando para mantener los privilegios el mayor tiempo posible en el mismo lugar donde están. Pienso que si se entiende la holística de la realidad en general y en Gaia , no se trataría de un sacrificio sino de un regalo, el poder interactuar entre nosotros y con la naturaleza de una manera armónica lo más bella y saludable posible .. quiero decir que me conviene personalmente concebir ese cambio en nuestro estilo d vida no como un martirio por renunciar a los bienes y males de nuestra civilización termoindustrial, sino como una, oportunidad
quiero decir que si hemos entendido la ecodependencia, la importancia del apoyo mutuo…. prescindir de ciertos consumos no ha de ser un sacrificio sino un verdadero gusto. Más cosas: eso que dice del budismo de vaciar el yo el Yo está bastante vaciado en nuestra sociedad alienada por falsas ideas de libertad y falsas ideas de felicidad asociada al consumismo y la caducidad. Es curioso que una sociedad cuya religión operativa que es la religión del crecimiento y la economía inocula constantemente supuestas ideas individualistas y de sumisión y en realidad vivimos en sociedades en que hay muy pocos individuos enter(x)s
No creo que haya nada malo en que los individuos se desarrollen y desde ese desarrollo puedan seguir cooperando interactuando y tomando conciencia de su ecodependencia.
Otra cosa que me llama la atención es que al hablar del Corán, al menos en la reseña, no haya ninguna mención a una de las ideas más interesantes y bonitas de las religión islámica y es que igual que en el cristianismo la materialización de Dios está en Jesús en el Islam es el libro la propia materialización y revelación de Dios con lo cual se convierte en algo muy interesante como vía de conocimiento y hermenéutica.
En nuestra religión en ciernes la revelación y la realidad coincide. Todo importa
Por lo demás, aunque personalmente piense que hay demasiados nombres para las mismas cuatro cosas sencillas que son importantes en la vida, todo intento de resacralizar lo que ya es sagrado por propia naturaleza, creo nos ofrece una nueva ocasión de clamor y esperanza.
Muchas gracias por la reseña.