Azahara Palomeque. Foto cedida por la autora.
Azahara Palomeque. Foto cedida por la autora.

Vivir peor que nuestros padres. Una conversación con Azahara Palomeque

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Azahara Palomeque (El Sur, 1986), es sobrina del tito Pepe, vecina de su vecina —la madre de su amiga Vero, millennial como ella—, retornada de los Estados Unidos, donde vivió durante casi trece años, poeta[1], escritora[2], periodista free-lance —porque el único empleo que ha logrado al regresar a España se lo ha inventado ella: autónoma[3]—, activista y muy agradecida de toda esa gente de la que bebe el pequeño libro que con el título Vivir peor que nuestros padres acaba de publicar de manos de Anagrama [4].

El pasado 17 de mayo concertamos con ella la entrevista que aquí os traemos. A lo largo de la conversación Azahara nos habla del libro, de sus sentires y de ella misma. Se lo agradecemos profundamente y desde aquí le mandamos un nuevo abrazo. Esperamos que os guste.


Carmen Duce: ¿Qué objetivo te planteabas con el libro? ¿Qué te ha impulsado a escribirlo? ¿A qué necesidad responde?

Vivir peor que nuestros padres (Azahara Palomeque).Azahara Palomeque: Bueno, ya había un debate social y mediático que apuntaba a que los millennials éramos la primera generación en vivir peor que nuestros padres. Es algo que ya se sabía y de lo que se ha hablado sobre todo a raíz de la publicación del libro Feria de Ana Iris Simón[5]. Pero yo con ese debate tenía ciertos problemas. Porque sí, es verdad que me identificaba con una parte del discurso: con lo que tiene que ver con la pérdida de poder adquisitivo, la pérdida de derechos, de no poder acceder a la vivienda… Es lo que tiene que ver con lo material. De hecho, es algo que se ha constatado empíricamente: hay estadísticas que así lo demuestran, incluso a nivel internacional, fuera de España. Por ejemplo, en Estados Unidos los boomers acumulan un cincuenta y tantos por ciento de la riqueza y los millennials solo un 4%, y cuando los boomers eran jóvenes, cuando tenían la edad que tienen ahora los millennials, acumulaban un veintitantos por ciento de la riqueza[6]. Pero yo me lo planteaba también en términos ecológicos. ¿Realmente queremos tener el mismo nivel de vida, el mismo gasto, el mismo derroche, o realmente necesitamos otro tipo de sistema, un sistema que nos permita vivir mejor a las generaciones más jóvenes y a las que vengan? Porque ese reclamo era muy material y muy basado en un boom de crecimiento económico que también ha sido muy destructivo en lo medioambiental. Así pues, el objetivo era matizar estos mensajes. Y a esto le uno el que creo que ha habido una fractura generacional que complica mucho la comunicación entre los distintos grupos, porque el modelo económico que ha vivido la gente más mayor ahora ya no funciona y ha perdido legitimidad en mucha gente joven y los valores incluso llegan a ser distintos. Entonces también quería que el libro fuera como una especie de puente entre esas generaciones y que de ahí se desatara un diálogo fructífero, no de rencillas ni de rencores.

CD: Y, claro, el libro es como ese puente entre generaciones. Sin embargo, creo que, en cuanto al acceso a determinados bienes materiales o incluso a determinada estabilidad, tiene mucho más que ver la clase social que la edad. Hace 40 años había quien lo tenía todo resuelto y quien no, al igual que ahora, que también hay gente joven que vive en una situación de privilegio, de mucho privilegio, y otros no tanto. Y mientras nos seguimos cargando el planeta.

AP: Sí, eso es completamente cierto. Creo que la clase social es un factor a tener en cuenta, pero al mismo tiempo creo que ha habido una serie de circunstancias históricas que hay que considerar también. Lo que hace el análisis generacional es anclarnos a unas coordenadas históricas. Si ha habido en Europa tras la Segunda Guerra Mundial un consenso, al que luego se sumó España, sobre la creación de un estado del bienestar y ahora el consenso se ha roto y ese estado del bienestar se está desmantelando, eso es una circunstancia histórica que ha ocurrido en un momento concreto y que afecta de manera diferente a las distintas generaciones. El tema climático es clarísimo, ¿no? Incluso el IPCC en una infografía que acompañaba uno de los últimos informes ponía cómo te va a afectar el cambio climático según cuándo hayas nacido. Eso tiene un impacto generacional fortísimo. Incluso si lo queremos pensar en términos de huella de carbono. Las clases bajas en Estados Unidos, por ejemplo, consumen muchísimo más que las clases bajas en Estados Unidos de hace un siglo porque ha habido una serie de cambios históricos como la introducción del coche privado para todo, el consumismo, etcétera, que ha permeado también en quienes no tienen la vida resuelta, y siguen teniendo un alto consumo simplemente porque el mundo se ha vuelto así. Entonces creo que el análisis generacional sirve para iluminar algunos aspectos que un análisis puramente marxista no ilumina. Y aunque no necesariamente son incompatibles, yo creo que hacía falta esa mirada generacional.

Pepe Campana: Has planteado —y es verdad— que existe una diferencia clara entre los modos de vida de la generación boomer y los modos de vida de los millennials. Y veo que dentro de la relación que existe entre ambas generaciones hay, como también dices en tu libro, un vacío importante, una incomprensión que además creo que se retroalimenta en el tiempo. Sin embargo, no te rindes a esto. De hecho, hay una frase en tu libro que me llamó mucho la atención al leerla. Te planteas el “cómo sanar los vínculos y acuñar otro tipo de comunicación que no conduzca sin remedio a la incomprensión o la desavenencia airada”[7] entre una y otra generación, y me gustaría saber qué nos puedes adelantar sobre la construcción de esos vínculos.

AP: Sí. Bueno, yo creo que esos vínculos ya se están formando. Al final del libro, por ejemplo, hablo de la creación de nuevos lenguajes a partir del activismo y la desobediencia civil. Justo después de enviar el libro a la editorial ocurrió algo muy bonito, precisamente también en Estados Unidos. Los miembros de una organización de activistas ecologistas, cuyo único requisito para entrar es tener más de 65 años[8], salieron a la calle a romper sus tarjetas de crédito y manifestarse delante de los bancos por la huella ecológica que tienen, y decían: «nosotros tenemos el dinero y el poder para hacer esto. Los jóvenes no pueden hacer esto porque igual ni siquiera tienen crédito o tarjeta de crédito, pero nosotros se lo debemos y tenemos ese poder para hacerlo». Esto me resultó muy curioso. Y si el activismo ecologista en las generaciones más jóvenes ha tenido una cara visible, por ejemplo, en Greta Thunberg, a ese activismo también se van sumando, cada vez más, voces mayores. Y así esos vínculos, yo creo, se van sanando poco a poco. Incluso por el propio cariño familiar. En algún momento lo menciono en el libro: es que son nuestros padres; tenemos una relación afectiva con estas personas. También esperaba que el libro suscitara un cambio discursivo que creo necesario, porque hay mucha rabia intergeneracional acumulada que podemos ver, por ejemplo, en redes sociales, cuando se dice «subimos las pensiones al nivel del IPC, pero los sueldos no». Entonces la culpa parece ser de los mayores cuando en realidad ellos tienen una serie de derechos adquiridos con los que deberíamos estar de acuerdo. El problema es que no se dan esos derechos a otras generaciones, y eso crea mucha rabia y mucha incomprensión. Lo último ha sido lo de la medida del cine a dos euros. A mí me ha chocado cómo han saltado muchas personas más jóvenes para decir «van a subvencionar el cine a mi casero». Pues en lugar de eso, la fractura —yo lo llamo “fractura generacional” y no “conflicto”, porque si digo “fractura” creo que se puede sanar como se cura si te rompes una pierna— pues esa fractura, ese tipo de odio intergeneracional, creo se puede combatir con un libro como este y creo que poco a poco está sanando a raíz de intentar cambiar los mensajes en los medios y las redes.

CD: En relación con lo que planteas sobre la fractura intergeneracional, yo también creo que en los últimos años está cambiando un poco, pero hasta hace muy poquito quienes estaban en las calles era gente jubilada, gente mayor, quizás porque tienen tiempo para hacerlo y porque para participar hace falta tener tiempo. Y en esta rabia, en este tratar de canalizar o de organizar un poco la resistencia, incluso en los sindicatos, en las asociaciones vecinales, en las asociaciones, digamos, clásicas, hay, en general, un porcentaje bastante más alto de gente mayor y menos de gente más joven. Y también aquí ha habido un desencuentro, un espacio en el que cabe preguntarse dónde está la gente joven y lo que tienen que decir. ¿Tú ves si ya se están encontrando los caminos que compartir y en los que luchar juntas?

AP: Pues creo que es difícil porque una de las principales diferencias, y lo menciono en algún momento en el libro, es que la gente más mayor ha tenido una trayectoria que ha podido ser difícil y, de hecho, en muchos casos lo ha sido, pero donde se veía la luz al final del túnel. Era una trayectoria ascendente, una trayectoria donde existía un horizonte de mejora. Se pensaba que las cosas iban a mejorar y, de hecho, mejoraron, si pensamos… por ejemplo, en la infancia de mi madre en pleno franquismo. Ese horizonte de mejora lo ha perdido la juventud porque realmente lo que vemos, lo que se nos viene encima, el… el porvenir, pues pinta bastante oscuro. Quizá eso ha hecho que mucha más gente joven esté desencantada o incluso que hayan normalizado una circunstancia de crisis, de decir «bueno, es que nacimos con la crisis» y hayan terminado aceptando esa situación. Y es verdad lo que dices, Carmen, porque yo también cuando he estado involucrada en distintos debates, cuando he participado en reuniones con asociaciones de vecinos e incluso en manifestaciones, hay un remanente de las luchas de antes que ciertas personas mayores lo llevan ya incorporado de serie porque ya lo han vivido antes; esa lucha que… ya como que no forma parte de nuestra educación sentimental. Eso sí que poco a poco se ha ido perdiendo y estoy de acuerdo, se debería recuperar.

CD: Quizás tenga que ver también con lo que explicas del duelo y la melancolía.

Azahara Palomeque. Foto cedida por la autora.
Azahara Palomeque. Foto cedida por la autora.
AP: El primero que teorizó sobre la diferencia entre duelo y melancolía fue Freud[9], pero luego se ha escrito mucho de esto. Yo lo veo en términos sociales y económicos y climáticos. En el duelo tú sabes dónde está la pérdida, puedes localizarla, como cuando se te muere un familiar. Y al saber localizar la pérdida, la podemos ritualizar, como en un funeral cuando se trata de una persona. Cuando se trata de una circunstancia social también se puede sanar de alguna manera porque le podemos dar nombre. La melancolía, por el contrario, surge cuando sabes que hay una pérdida importante, que te han arrancado algo, pero no sabes el qué, y entonces se produce una búsqueda infructuosa deambulando en torno al objeto perdido que no logramos identificar. En algún momento digo que me da la sensación de que muchos jóvenes vivimos, que nos afecta, esa melancolía, porque el robo ha sido gigantesco: el robo de un planeta habitable, el robo de unas circunstancias económicas estables, el robo de una serie de promesas que vienen de haber crecido con una educación que era una educación capitalista, meritocrática, de si haces las cosas bien habrá algún tipo de recompensa. Una recompensa que podría ser económica; en una casa…, Y esas promesas pues ¡no es que hayan desaparecido! es que ya no tienen ningún sentido en las circunstancias en las que estamos. Eso también nos distancia de las generaciones anteriores: las reglas que aprendimos de ellos son reglas que ya no aplican. Todo eso junto genera una melancolía que luego retomo para decir tal como dice Judith Butler[10] que quizás de ese dolor podamos sacar algún tipo de energía política, imaginar otro horizonte político que creo que ahora falta: una imaginación política no capitalista pro-bienestar de todos.

PC: Ahondando en ese sentido precisamente, una de las cosas que también defiendes en tu libro es que se ha roto la flecha del tiempo. Creo recordar que mencionas a Richard Sennett[11] en este asunto. Os encontráis así, de repente casi, diría yo, con los límites planetarios completamente sobrepasados y además con una fuerte precariedad, con falta de ingresos la ruptura de las redes sociales, la dificultad de crear una familia… en fin, no sé. ¿Está todo perdido?

AP: Yo no creo que esté todo perdido. De estarlo, ¡no sé!, quizás me habría quedado en casa sin hacer nada ¿no? No escribiría el libro [risas]. No. Yo creo que hay algún impulso que me lleva a escribir y hablar de estos temas, pero también creo que estamos en una circunstancia histórica sin precedentes. La desigualdad está en unos niveles insostenibles que no se han conocido al menos en la historia reciente de la humanidad —esto lo dice Piketty, por ejemplo—; tenemos un sistema de capitalismo de la vigilancia que tampoco había existido antes, de extracción de datos y manipulación de las personas, convertidas en perfiles o en productos de los que se pueden sacar predicciones; tenemos unas circunstancias climáticas, un nivel de destrucción medioambiental que tampoco hemos conocido antes… Entonces es muy difícil y por eso yo tampoco rechazo el dolor o esa melancolía. Hay gente que dice «bueno vamos a enfocarnos en la felicidad»… ¡Pero, bueno, vamos a ver!, si esto está ahí lo que hay que hacer es enfrentarnos a ese dolor, a esa ecoansiedad y a ese tipo de angustias. De todo esto he conversado recientemente con Jorge Riechmann. Pero perdido, no. Perdido estará cuando estemos muertos todos. Yo creo que hay esperanza. Poco a poco están surgiendo montones de grupos de activistas, de nuevos tipos de organizaciones, de movimientos transnacionales como Extinction Rebellion…; los mensajes de los ecologistas están llegando cada vez más a las instituciones —yo misma estuve hace poco en Bruselas, en el Parlamento Europeo, hablando de estas cosas… Así que poco a poco se van cambiando algunos conceptos y algunas prácticas políticas. El problema es que tenemos muy poco tiempo para realmente tener algún tipo de impacto y evitar los peores efectos del cambio climático y para remediar todo el tema económico y sobre todo la desigualdad.

CD: Yo quería ahondar un poquito más en esto. Pensando en la responsabilidad que asumís las personas que publicáis cosas que luego lee mucha gente y estas dudas de qué hacer, si contarlo todo sabiendo que algunos quizá lo van a rechazar de plano —por ejemplo, animando a que se sigan quemando combustibles fósiles como si no hubiera mañana—, o que otra gente puede plantear alternativas… ¿Cómo lo trabajas para que sabiendo que eso va a quedar escrito, que lo va a leer mucha gente, pueda percibirse como una llamada a la acción, o a la resistencia, o a lo que finalmente pretendes?

AP: Bueno, yo creo que hay que ser honesta con una misma y este ha sido siempre mi enfoque. Como decía: no rechazar el dolor ni la angustia. De esto se ha escrito bastante también, del auge de las psicologías positivas con las que tapar problemas sociales. Hay un libro maravilloso sobre esto que se llama Happycracia[12]. Pero como digo, mi enfoque, mi aproximación a estos temas es desde esa angustia, desde esa melancolía. Creo que cada uno lo ve de una manera diferente; hay periodistas climáticos, por ejemplo, que prefieren pintarlo todo más esperanzador, diciendo que bueno, que todavía pueden cambiar las cosas, pero, aunque todo puede cambiar, lo cierto es que el margen se va estrechando. También se dice que el miedo te paraliza solo si no sabes hacia dónde correr, pero si sabes hacia dónde correr puede ser incluso un factor que nos da energía para la acción política. Yo, por lo menos, lo veo así. Pero bueno, resumiendo, yo diría que no pienso mucho en mi estrategia, simplemente escribo lo que me va diciendo el corazón; es algo así, aunque suene un poco cursi, pero lo que voy sintiendo creo que le puede llegar a las personas y que es coherente conmigo misma. Es casi como una postura ética más que estratégica.

PC: Dices que no piensas en tu estrategia. Sin embargo, en el libro hablas de forma explícita de la necesidad de abandonar la idea de hacernos fuertes; clamas por la vulnerabilidad como parte de la solución.

Línea del tiempo de las generaciones del s. XX en Occidente, obra de CMG Lee. Fuente: Wikimedia Commons.
Línea del tiempo de las generaciones del s. XX en Occidente, obra de CMG Lee. Fuente: Wikimedia Commons. Entre las generaciones de las que habla la autora, se sitúa la generación X (1965-80), cuyos miembros suelen ser hijos de los primeros boomers y padres de millenials o de miembros de la generación Z (1997-2012).
AP: Bueno, ese tipo de afirmaciones también obedecen un poco a mi trayectoria: depresiones en los últimos años y… y creo que han servido para añadir un punto de humildad a todo lo que hago y a todo lo que digo y para no rechazar esa condición de vivos vulnerables que al final es lo que nos une a todos. Todos somos vulnerables en algún momento, aunque el márquetin de nosotros mismos diga lo contrario muchas veces. Y leer, por ejemplo, a Judith Butler fue crucial en mi vida intelectual. El psicoanálisis también habla de estas cosas. Pero cuando yo me pongo a escribir un artículo no estoy pensando en qué estrategia seguir, sino que voy con lo que me sale en el momento manteniendo una postura honesta; de lo que la gente tiene que saber, aunque a veces mi mensaje no sea súper agradable. Pero precisamente eso puede impulsar después algún tipo de acción.

CD: Mira esta cuestión como una petición de la lectora: En la última parte del libro hay algunos atisbos de propuestas y se visibilizan algunas cuestiones más comunitarias. Con todos los ataques que hemos vivido, especialmente la gente más joven, —con ataques me refiero… incluso a los que resultan del pensamiento positivo del tú, tú sola, tú misma, individualismo atroz…—, me gustaría que se ampliara esa parte; que hubiera una segunda parte en la que se destacara más y se visibilizaran más algunas vías que hay comunitarias de apoyo mutuo. Después de todo, ¡es por eso estamos vivas! Porque sobrevivimos gracias al apoyo mutuo, y esto es lo que nos puede salvar. No sé cómo lo ves. ¿Hay segunda parte?

AP: Sí que hay segunda parte. La colección en la que se ha publicado el libro que comentamos tiene una limitación en el formato, ya que no permite más de 100 páginas. También tiene mucho que ver con mi personalidad y con mi escritura; recuerdo que la editora me dijo “es sombrío, pero no apocalíptico” y yo creo que un poco soy así, sombría pero no apocalíptica en las cosas que escribo. Yo ya estaba escribiendo un ensayo más largo que no tiene límite de páginas, un ensayo al uso de 200 o 300 o 400 páginas ¡o de las que salgan! y entonces se me ocurrió la idea para este otro, una especie de cápsula que no cabe en el ensayo grande pero que podría funcionar para esta colección, de modo que se lo propuse a Anagrama, quienes accedieron a publicarlo. Ahora estoy con el ensayo más grande y ahí sí que tengo tiempo para explayarme y para hablar de medidas políticas, de organización colectiva, de redes comunitarias, algo que además necesito. En Estados Unidos viví de una manera muy solitaria y aquí, al volver a España, me he dado cuenta de que esas redes todavía existen y las que no existen se están reconstruyendo poco a poco. Desde luego merece más reflexión, más pensamiento, y en algún momento llegará.

PC: Pues esperamos poder leer ese ensayo que estás preparando cuanto antes.

CD: Pues eso espero yo también. Tómate el tiempo que sea necesario, Azahara, porque estas cosas lo requieren, pero que sea cuanto antes. Que sepas que lo estoy deseandito.

AP: Llegará, llegará. Ya está en camino.

Todos: Agradecimientos, besos y abrazos en la distancia, y un sentido hasta pronto.

Notas

[1] American poems (2015) y En la ceniza blanca de las encías (2017), en Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla; RIP (Rest in Plastic) (2019) y Currículum (2022), en Ril Editores, Barcelona.

[2] Año 9. Crónicas catastróficas en la era de Trump, Ril Editores, Barcelona, 2020.

[3] Póngase la frase en primera persona y resultará la declaración que Azahara Palomeque hace al final de la página 59 del libro que suscita la presente entrevista.

[4] Vivir peor que nuestros padres, Nuevos cuadernos Anagrama, Nº 60, Barcelona, 2023.

[5] Ana Iris Simón: Feria, Círculo de Tiza, Madrid, 2020.

[6] La autora explicita en el texto que «en términos generales, se considera boomers a quienes nacieron entre 1945 (el final de la Segunda Guerra Mundial) y 1965. Los millennials son aquellos nacidos entre los años 1982 y 1995. Dependiendo de las fuentes, existen variaciones menores en cuanto a las fechas» (op. cit., p.21). En relación a esta última apreciación, téngase en cuenta, por ejemplo, la opinión Michèle Delaunay: para esta socióloga francesa, en España, debido a las durísimas secuelas de la Guerra Civil, el boom poblacional no comenzaría hasta 1958 prolongándose después hasta 1975 (Le Fabuleux Destin des Baby-Boomers, Plon, París, 2019).

[7] Op. cit., p.24

[8] Se trata del movimiento Old & Bold Third Act en un acto que tuvo lugar el pasado 22 de marzo. Puede encontrarse más información sobre Third Act en https://thirdact.org.

[9] Freud, S. (1917) Trauer und Melancolie. Una versión en castellano del libro puede encontrarse en Sigmund Freud, Obras completas, volumen XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires (1978). Hay una edición en formato electrónico de Lebooks Editora.

[10] En Vida precaria. El poder del duelo y la violencia, Paidós, Buenos Aires, 2006.

[11] En concreto, la cita mencionada, extraída del libro de Richard Sennett, La corrosión del carácter (Anagrama, Barcelona, 2000), dice lo siguiente: «La flecha del tiempo se rompe; no tiene trayectoria en una economía política constantemente reconvertida, que odia la rutina y programa a corto plazo», cita a la que Azahara Palomeque da continuidad añadiendo «y eso mina las relaciones sociales al impedir cualquier tipo de propósito duradero» (op. cit., p. 27).

[12] Edgar Cabanas y Eva Illouz. Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, Paidós, Buenos Aires, 2019

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Nacida en Ávila de madre castellana y padre aragonés. Ingeniera Industrial, Máster en Ingeniería de Procesos y Sistemas. Ciclista urbana. Tras unos años trabajando en la Cooperación para el Desarrollo de la Universidad de Valladolid, actualmente coordina la campaña Clean Cities, liderada por Ecologistas en Acción.

4 Comments

  1. Gracias, compañeros y Azahara por tan interesante y cuidada entrevista. No obstante, hay algo que me ha chocado: las menciones de la autora a Judith Butler. Con todos los respetos, creo que en España, donde llevamos viviendo en carne propia la precariedad desde por lo menos los primeros años 90, no necesitamos que nos la venga a explicar una académica posmoderna de los USA. La filosofía posmoderna ha causado (y sigue causando) mucho daño a nivel cultural, y no es precisamente el mejor fundamento, ni la referencia que deberíamos escoger, para salir del atolladero donde estamos metidos. Esto ya lo ha señalado muy bien, entre otros, Jorge Riechmann.

  2. Azahara habla de la melancolía. J Riechmann, y así lo escribí en la reseña de Un lugar en el que pueda habitar la abeja, nos ofrece una palabra más sanadora para esos vínculos de dolor a dolor entre generaciones:
    “ ..esa palabra española difícil de traducir, desconsuelo, se convierte en la actitud básica del autor, su Grundgestus a la hora de escribir. «En el desconsuelo se manifiestan a la vez el dolor por la pérdida y la ausencia de nostalgia. Frente a lo irreparable» nuestro Grundgestus no puede ser «nihilismo, cinismo o desesperación mercantilizada sino palabra de desconsuelo».

    Y así lo entiendo, no es la melancolía de Freud ni de Butler, es la palabra de desconsuelo de Riechmann el momento.

    Gracias Pepe y Carmen por una entrevista tan centrada y respetuosa, y a la autora por su honestidad.

  3. Azahara, el futuro es sombrío y apocalíptico, el gran problema es el capitalismo, y nadie lo quiere contrastar. El capitalismo se esta derrumbando, pero lo hace de muerte natural, como sistema que ya llega a su fin; cambiarlo por algo diferente no nacerá del capitalismo, sino contra el capitalismo. Y eso no se ve en parte alguna, recogeremos una tierra quemada literalmente cuando esto acabe.

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