Dibujar fue antes que escribir, es una forma de comunicación mucho más básica, primaria y, con toda seguridad, universal. Por esta razón la ilustración, la viñeta, es una flecha certera para hacer llegar un mensaje por delicado que este sea. Así que un ensayo en formato cómic sobre un tema tan central y decisivo como es el cambio climático es necesario —puesto que llegará a un público mucho mayor— y, en consecuencia, es un acierto. Asimismo, un trabajo que aborde el mismo tema con el justo sentido del humor y con gracia, es necesario y un acierto también. Y que además lo haga con verdadera intención didáctica y con rigor no solo es un acierto, es virtud.
Darío Adanti, el autor, es un historietista e ilustrador argentino, afincado actualmente en Madrid. Considerado uno de los autores más renovadores de la historieta cómica en España, también hace ilustración en revistas y periódicos o libros, es uno de los fundadores de la revista Mongolia y colabora habitualmente con «Caspa radioactiva» en El Jueves. En El meteorito somos nosotros. Un cómic sobre el cambio climático desarrolla el trabajo de todo un divulgador con una excelente capacidad de síntesis acunada por sus viñetas en las que caricaturiza a su propio alter ego y a las grandes mentes de la ciencia sin cuyas voces y aportaciones entender los qués, los cómos y los porqués es imposible. Sus dibujos representan el viaje no solo a la historia de la humanidad sino también a la del planeta. Remontándose a los mismísimos orígenes de la vida y terminando con la revolución industrial y las grandes crisis de translimitación ecológica que hoy cuestionan el futuro de los ecosistemas terrestres y por consiguiente de nuestra propia especie. Se agradece además que en este recorrido no olvide resaltar las contribuciones (históricamente ignoradas) de algunas ilustres mujeres a esta historia del conocimiento y de la ciencia.
Desde la primera página le cogemos cariño a ese pequeño extraterrestre al que su mami le prohíbe invadir nuestro planeta porque le va a dar un golpe de calor, y así nos empieza a explicar cuestiones tan básicas como la histórica asunción y comprensión del efecto invernadero que el tiempo y la historia de la ciencia validó, y algunos conceptos elementales como la diferencia entre el tiempo meteorológico y el clima o el carácter absolutamente contraintuitivo de las retroalimentaciones negativas y positivas o cuáles son los gases de efecto invernadero. Hasta repasar la formación de la atmósfera y las grandes extinciones en el planeta. Y por supuesto los informes del IPCC.
Todo ello acompañado de una gráfica divertida, trazos impulsivos, sueltos. Figuras poco modeladas y planas con un uso del color fauvista, en el que predominan las figuras frente al fondo y colores vivos como los tonos tejas y naranjas, precisamente los escogidos para colorear aquellos capítulos dedicados a la situación de alarma planetaria.
Es una obra sumamente pedagógica, ágil, de fina ironía y sin duda alguna recomendable porque cumple con creces su objetivo. Sin embargo, no puedo dejar de observar algunas ausencias. Por ejemplo, si bien el autor deja claro que el problema es estructural y que las acciones individuales son necesarias, aunque no suficientes, olvida mencionar que esta estructura tiene un nombre: capitalismo (fósil). Un sistema socioeconómico que nos ahorma cuyo motor es el crecimiento indefinido que colisiona con un planeta finito y es, justamente, en esta colisión donde reside el verdadero germen del desastre. No lo nombra. Y nombrarlo es poner el foco exactamente donde corresponde. No nombrarlo, por el contrario, es ocultar el trasfondo esencial de la inviabilidad de nuestra civilización.
También se echa de menos la mención a los trabajos de Lovelock sobre la hipótesis Gaia y de Lynn Margulis sobre la simbiogénesis. Trabajos sustanciales para entender que la biosfera -y nuestra misma atmósfera- es el resultado de la actividad vital de millones de seres vivos, es decir que la vida propicia la vida y que vivimos en un planeta simbiótico y que somos simbiontes, individuos simbióticos y multiunitarios. La forma más radical, potente y expresiva de afirmar que somos absolutamente ecodependientes y codependientes y que por eso la conservación de la biodiversidad es uno de los asuntos capitales de este siglo. Y ciertamente en esta visión reside un decisivo y revolucionario cambio de paradigma que nos expulsa sin piedad de nuestro enfermizo antropocentrismo.
Finalmente, la última ausencia son dos signos de interrogación. Sé que es sumamente difícil separar a un autor del lugar desde el que escribe.
Por esta razón, normalmente, en cada obra, el pronombre nosotros tiene un significado concreto que alude a un lugar o a una forma de estar en el mundo. Por esto el autor, consciente de ello, no deja de señalar en repetidas ocasiones que algunos somos más responsables que otros, que la responsabilidad se circunscribe aproximadamente a un 20% de la población mundial. No obstante, la que escribe esta reseña, no puede dejar de reflexionar que el título es desacertado ya que refuerza esa falta de fe en la naturaleza humana cada vez más extendida que poco ayuda en la construcción de alternativas y que, además, no da en la diana del reparto de las verdaderas responsabilidades. El meteorito no es el Homo sapiens ni la humanidad, es una civilización ecocida aupada por un sistema económico insaciable y depredador que ha transformado el planeta gracias —no lo olvidemos— al poder sobrehumano de los combustibles fósiles. Una civilización que beneficia a un pequeño porcentaje de la humanidad (al que pertenecemos) importando recursos y riquezas y exportando miseria, basura y contaminación. Y, por lo tanto, creo que yo hubiera redactado el título encarcelándolo entre interrogantes, así: ¿El meteorito somos nosotros? Pienso que, de esta manera, desde la primera palabra, esta historia se abriría a otra lectura, a otro relato y a otra percepción.
[…] ¿Nosotros somos el meteorito? […]
No puedo estar mas de acuerdo con tu critica. El meteorito no somos todos los humanos, llamarlo antropoceno es deshacertado, se sociabiliza la culpa que le cabe en gran medida a quienes se benefician del saqueo y el extractivismo.