Hace unos días, Jaime Vindel dedicó su ensayo «La canción de Lorentz: transición energética y hegemonía cultural» (ctxt, 28 de marzo de 2023) a evocar algunos episodios inspiradores de la lucha cultural desde el New Deal rooseveltiano y de paso fustigar alguno de los «vicios del ecologismo» en nuestro país (tomaremos prestada la expresión del ínclito fustigador Alfredo Apilánez). Sostiene Vindel que la hegemonía cultural tiene mucho más que ver con las imágenes (y, más ampliamente, con la creación de imaginarios) que con la verdad, algo que difícilmente contradirá ninguna ecologista un poco ilustrada (yo en particular he tenido el gusto de publicar a Castoriadis y Gramsci en la colección CLÁSICOS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO que co-fundé con mi maestro y amigo Paco Fernández Buey en 1998; de hecho el primer volumen publicado fue la antología de textos del pensador sardo que preparó Paco bajo el título de Para la reforma moral e intelectual). «Es absolutamente ingenuo pensar que los imaginarios para la transición ecosocial pueden elaborarse como una traducción de los informes del IPCC o de la IAE. (…) Es como poco torpe seguir apelando a la verdad material de los límites ecosociales como factor de movilización ciudadana», nos regaña Jaime. Pero ¿de verdad el ecologismo de nuestro país se merece tal rapapolvo? ¿Nuestro problema sería el de una caterva de despistados ingenuos que no han asimilado suficientes lecciones de teoría cultural anglosajona?
Joaquín Araújo ha dedicado casi toda su vida al trabajo audiovisual (sobre todo documentales) y radiofónico, con centenares de intervenciones (y la poesía en el secreto centro de todo ello). José Albelda, que es ante todo pintor, no ha organizado una revista académica, sino un par de títulos universitarios de posgrado sobre Humanidades ecológicas (DESEEEA y MHESTE) donde lo audiovisual tiene un espacio muy importante.
Carlos de Castro ha escrito decisivos ensayos para exponer y difundir su teoría Gaia orgánica; pero también es autor —bajo el seudónimo de la socióloga del futuro y sacerdotisa gaiana Érawan Aerlín— de un importante ciclo narrativo sobre el mismo asunto (iniciado con El oráculo de Gaia). Algo parecido podríamos decir sobre Marta Tafalla, no sólo autora de Filosofía ante la crisis ecológica, sino también de novelas como La biblioteca de Noé.
Es cierto que Luis González Reyes se ha dedicado a terminar de escribir su monumental En la espiral de la energía en vez de filmarlo, pero si se permite alguna división del trabajo familiar en esto, habrá que recordar que su hermana María González Reyes (una militante ejemplar en el grupo de Madrid de Ecologistas en Acción) es autora de mucha certera y bella prosa narrativa ecológica (en libros como Palabras que nos sostienen, En la ciudad, una esquina o La vida en el centro—este último compartido con Yayo Herrero y Marta Pascual).
En lo que me atañe, diría que la poesía (que nunca he concebido como correa de transmisión de un ideario ecopolítico, aunque mis poemas nunca hayan sido ajenos a la tragedia ecosocial contemporánea desde que publiqué mi primer poemario, Cántico de la erosión, en 1987) se ha llevado lo mejor de mi esfuerzo, si no fuese porque nunca he experimentado mi tratar de vivir cerca de la poesía como un esfuerzo, sino como un regalo. (Y por cierto: a los jóvenes que en los años ochenta nos acercábamos al grupo de Manuel Sacristán y la revista mientras tanto nos ponían a leer enseguida no sólo a Gramsci, sino también a E.P. Thompson y Raymond Williams. Pues de poco os aprovechó, dirá quizás Jaime Vindel. Bueno…)
Pero si hasta los teóricos mayores del movimiento, como un José Manuel Naredo, ¡dedican no poco tiempo vital a componer teatro satírico, que se ha asomado a los escenarios alguna vez! (Así alguno de sus Entremeses para una época oscura en el Teatro Fígaro de Madrid, en 2015).
Es cierto que las obras de Naredo no se representan en los teatros musicales de la Gran Vía madrileña y que no ha aparecido ningún millonario filántropo dispuesto a financiar la tele de Ecologistas en Acción (a cuyo frente hubiéramos podido proponer a novelistas como Belén Gopegui, una querida compañera que forma parte del Consejo editorial de Libros en Acción). Pero ¿se deberá eso a la falta de astucia neogramsciana del ecologismo español, o quizá al reducidísimo espacio para la Ilustración ecológica que tolera una sociedad como la nuestra, que se ha ido desplazando constantemente hacia la derecha desde los años 1980 (con un definitivo punto de inflexión en el debate y referéndum sobre la pertenencia a la OTAN a mediados de ese decenio) y cuyo compromiso con el desarrollismo/ productivismo/ consumismo/ extractivismo apenas ha dejado de fortalecerse, pese a que en paralelo el «sosteniblablá» (Engelman) ha ido cundiendo cada vez más? (Y ya sé que plantear el asunto en términos de Ilustración ecológica hará fruncir el ceño a quienes piensan que la cosa va de cultural wars, y ya están estos ecologistas mostrando otra vez su ingenuidad lamentable. Bueno…)
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