Sobre el autor
Apenas conocido en la hispanosfera, Wendell Berry, nacido en 1934, escritor agrario y un autor de numerosísimas novelas, cuentos, poemas y ensayos, ha conseguido ser profeta en su tierra. Su figura es muy destacada en la literatura estadounidense del siglo XX; no en vano ha sido el único autor vivo en ser publicado por la Library of America, que únicamente publica autores clásicos. Ha sido equiparado a Emerson, Thoreau, John Muir, y Robert Frost[1] en tanto celebra los poderes de la naturaleza y nos canta una vida que Emerson llamó “un foco radiante de buena voluntad” y nos ofrece palabras de consuelo y esperanza para la salud de este planeta y sus gentes.
El ingrediente esencial para entender a este autor es su especial e íntimo vínculo con la tierra donde se crio, un pequeño condado rural de Kentucky. Su afecto por sus vivencias de infancia le marcaron profundamente. En 1958, a los 24 años, abandonó su hogar para adquirir una educación humanista e ilustrada, donde pudo conocer a otros escritores y visitar Europa. A pesar de haber conseguido establecerse con éxito en Nueva York con una prometedora carrera por delante como profesor universitario en Stanford y escritor, sintió, solo seis años tras su partida, la fuerte llamada de su terruño. Decidió volver a Kentucky para dedicarse a la escritura y al trabajo de la tierra. Esta decisión marcó su vida hasta el día de hoy y dotó a su obra de audacia y originalidad.
Aun siendo un perfil muy sui generis, puedo intentar acercar este autor al lector mencionado a dos figuras españolas con las que, salvando las distancias, podríamos equipararle. Berry comparte con nuestro naturalista Joaquín Araujo su dedicación a las letras desde su refugio rural, desde donde reivindica también la labor de la tierra y disputando, en términos afines al estadounidense, la idea sobre qué debe significar éxito o progreso. Otra posible similitud, esta menos obvia, podría hacerse quizá con Miguel Delibes, en tanto que, como Berry, fue pionero en cuestionar el modelo de desarrollo cortoplacista (tema al que dedicó su discurso de ingreso en la RAE en 1975) y en desarrollar en su literatura una sólida defensa de dignidad e idiosincrasia de la ruralidad.
El fuego del fin del mundo
El título viene de una frase que podemos encontrar en el libro: “El fuego del fin del mundo del capitalismo industrial”. En el volumen, publicado en 2017, se recogen 31 ensayos de casi toda la trayectoria de Wendell Berry (que van desde 1968 al 2008), seleccionados y prologados por Paul Kingsnorth, ecologista desengañado y fundador del proyecto Dark Mountain. Esta colección de ensayos permite acercarse al pensamiento y prosa que Wendell Berry ha cosechado durante 40 años.
Las raíces de Berry en su condado de Kentucky se hunden profundamente en su árbol genealógico. Esto le otorga una identidad bien enraizada, al tiempo que la culpa por lo que sus antepasados hicieron en ese lugar le atormenta. De hecho, parece que la culpa por lo pasado le interpela a asumir su responsabilidad respecto al lugar, tal como nos cuenta en el siguiente fragmento de su ensayo «A Native Hill» de 1968[2], con el que se abre el libro:
Me asalta y me paraliza constantemente el recuerdo de que mi familia se asentó en esta tierra tras matar o expulsar a quienes la habitaban antes que ellos, de que compraron y vendieron hombres y mujeres aquí mismo y de que emplearon la violencia contra sus semejantes y contra la propia tierra; el recuerdo de que fracasaron una y otra vez en la misión de trabajar en beneficio del lugar y de quienes lo habitan.
Se pueden imaginar los ecos de Berry resonando en el duelo y despertar descrito recientemente por Charles Eisenstein sobre los granjeros de Kansas, de quienes comenta que quizá están ahora preparados para transformar su cosmovisión sobre la tierra.
No es en la lectura de informes del PNUMA o del IUCN o Los límites del crecimiento sobre los que erige Berry su aguda crítica al modelo capitalista. Antes al contrario, su mirada clara y adelantada a su tiempo parece no fundarse sino en sus vivencias directas con el mundo natural, experiencias profundas por no decir espirituales que nutren muchos de sus textos. O, dicho de otro modo, Berry se basta con su propia observación directa combinada con un razonamiento sosegado.
Cuando a la agricultura regenerativa aún le faltaban 50 años para convertirse en un concepto de moda, de forma intuitiva Berry logró sacar adelante un proyecto agropecuario con tintes permaculturales. Su granja, si bien no alcanzó rentabilidades comparables a las convencionales, consiguió restaurar tanto “el paisaje como el alma” y sirvió de privilegiada atalaya desde la que escribir sobre su querido condado de Henry.
Queda la duda de hasta si fue el propio contacto con el paisaje el que conformó la especial sensibilidad de Berry o más bien le corresponde a él el mérito de haber sabido encontrar en su paisaje natal un tema infinito donde poder desarrollar su enorme habilidad literaria. Ambas explicaciones emergen en los propios textos sin luchar entre ellas por dominar a la otra.
El estilo ensayístico de Berry se balancea entre el polo argumentativo y el poético, aunque estos no se oponen necesariamente, sino que a menudo se alinean con elegancia, generando ensayos hondos y certeros. No resulta difícil encontrar textos tan poéticos como persuasivos. Sirva como ejemplo el siguiente fragmento en el que el humus se eleva sacralizado:
La naturaleza más ejemplar es la del mantillo del suelo. Me recuerda bastante a las descripciones de Cristo en su pasividad y su beneficencia, y en la penetrante energía que emana de su pacifismo. Crece con la experiencia, con cada estación que se le suma, y ese crecimiento sale a la superficie y regresa a él, pero no con ambición ni agresividad. Se enriquece de todas las cosas que mueren y retornan a él. Conserva el pasado, no como historia o memoria, sino como riqueza, como nueva posibilidad. Su fertilidad siempre se está construyendo, trocando la muerte en promesa. La muerte es el puente o el túnel por el que el pasado accede al futuro.
Sin embargo, no titubea el autor en lanzar críticas frontales y contundentes a las narrativas tecnooptimistas que podemos encontrar en el ensayo «Por qué no tengo un ordenador». Allí desmenuza con esmero sus razones para no sucumbir a la corriente que todo lo arrastra. Escribir a mano le da placer, dice Berry. Y por si eso no fuera suficiente, no quiere hacerse cargo de la incoherencia que le resultaría escribir contra el “atraco a la naturaleza” si en el mismo acto de escribir estuviera “colaborando en ese atraco”.
Que no espera que los problemas del mundo sean solucionados por “la máquina” queda patente en el siguiente fragmento del libro escrito en 1980 (del ensayo “La creación de una granja marginal”), que bien lo podrían firmar Joanna Macy o André Gorz. Sus palabras siguen siendo hoy tan relevantes y actuales como entonces[3]:
El único remedio para los errores es dejar de cometerlos. No hay remedios en ese batiburrillo de soluciones tecnológicas que nos ofrece la sociedad actual, solo puede haberlos en un cambio de valores culturales (y económicos) que susciten en toda la población el respeto, el autocontrol y la preocupación necesarios.
Pegado al suelo, a la tierra, no se conforma con comentar anécdotas que le ocurren en su granja, sino que, identificado con los intereses de los pequeños agricultores, golpea sin timidez la cara al modelo agrícola industrial imperante, como se ve en el ensayo «La naturaleza como medida».
Si las condiciones actuales de la economía alimentaria persisten, es esperable que en cualquier momento el aumento de la demanda se encuentre con el declive de la producción o de la calidad. Lo cierto es que prácticamente hemos destruido ya la agricultura tradicional del país, y en ese proceso hemos destruido prácticamente el país entero.
Ante la pregunta sobre qué pueden hacer los urbanitas ante todo este embrollo, Berry responde: «Comer de forma responsable». Parte Berry de la base de que comer es un “acto agrícola” y denuncia hasta qué punto ha degenerado el sistema alimentario, que privilegiando la rentabilidad sobre todo lo demás, despoja al acto de comer de sus raíces, sus valores y su sentido. Satíricamente, se burla en este fragmento de esta situación:
Las empresas de alimentación ya han convencido a millones de consumidores para que prefieran la comida ya preparada. Cultivarán, entregarán y cocinarán la comida para ti y (igual que la de tu madre) te rogarán que te la comas. Que aún no se ofrezcan a introducirla, ya masticada, en nuestra boca se debe únicamente a que no han encontrado ninguna forma rentable de hacerlo. Podemos estar seguros de que les encantaría encontrarla. El consumidor ideal de alimentos industriales estaría atado a una mesa con un tubo que iría desde la fábrica de alimentos directamente a su estómago.
En el ensayo «Entenderse con la naturaleza» Berry ofrece una elocuente defensa de la visión del «jardín» frente a los defensores de la visión de la «naturaleza salvaje» (wilderness), donde sostiene que los humanos no son una especie separada de los animales no humanos, sino criaturas naturales cuya «naturaleza» es cultivar la tierra. Por supuesto, esa intervención afecta a la naturaleza, pero no siempre ni necesariamente para mal. Relacionarse con la naturaleza cultivando la tierra de forma que se respete y proteja su fertilidad y diversidad no es, según Berry, sino «entenderse con ella».
Díscolo, pero solitario, radical, pero despolitizado, no debemos esperar de Berry un personaje eminentemente político. Aunque Berry adopta un posicionamiento duro y valiente contra el libre mercado, sus efectos en el medio rural, no encontraremos en sus textos referencia alguna a corrientes políticas radicales como la de Murray Bookchin. En su lugar, encontramos solo cierto vago encaje político: autodefinido como “demócrata jeffersoniano”, que vendría a ser una apuesta progresista por la descentralización y la proliferación de tantos pequeños propietarios agrarios. Si bien, Berry ha apoyado causas concretas y se ha mostrado dispuesto “a ir a la cárcel” si hace falta en defensa de los intereses de los pequeños agricultores, no encontraremos en él a un intelectual comprometido que apoye un partido concreto o a un movimiento social que agrupe a los pequeños agricultores en algo afín a la Vía Campesina. Más que alinearse con los activistas políticos de quienes Berry sospecha patrones similares a quienes combatir, podemos considerarle un activista cultural, pues cree que, en última instancia, Estados Unidos no está siendo destruido por una mala política sino por una “mala forma de vida». De hecho, en sus textos insiste una y otra vez en que lo que hemos de hacer es dejar de hablar y empezar a enmendar desde hoy mismo aquello que deba ser corregido con nuestras propias manos.
En conclusión, tenemos ante nosotros a un autor que bien podría resultar, si no un héroe, al menos un gran ejemplo de vida para el decrecimiento y el comunitarismo rural, corrientes políticas cada vez más potentes. Hoy en día, los problemas que Berry ha venido denunciando durante su larga vida se han agravado de tal manera que no podemos más que confrontarlos y navegarlos.
El recorrido vital y literario que recoge este volumen de ensayos se ofrece a quien quiera a acercarse a Wendell Berry, un viejo sabio que merece la pena escuchar.
Notas
[1] Fothergill, C. (1985). «Recommended: Wendell Berry». The English Journal, 74(2), 89. doi:10.2307/816284
[2] Berry, W. (1968). «A Native Hill». The Hudson Review, 21(4), 601–634. https://doi.org/10.2307/3849275
[2] Originalmente: Berry, W. «The Making of a Marginal Farm». American Earth: Environmental writing since Thoreau. Ed. Bill McKibben. Nueva York: Penguin, 2008, pp. 507-516.