Ibai de Juan Ayuso, geógrafo y ambientólogo por la Universidad Autónoma de Madrid, examina en Geografía del colapso. Límites estructurales y ecológicos de la ciudad capitalista (Mirahadas, Sevilla, 2022, 198 págs.) las dinámicas de funcionamiento y expansión del capital en su sede preferente: la ciudad. El ser humano ha hecho del lugar que habita el reino del exceso, convirtiendo su vida en un mercado que quebranta, bajo el dogma del crecimiento indefinido, los límites que componen nuestro planeta.
El autor comienza analizando el espacio urbano en base a la interrelación de la sociedad occidental contemporánea con el medio del que esta emana, la naturaleza. Ambos conceptos, sociedad y naturaleza, son contrapuestos analíticamente en la obra para diseccionar la mediación ejercida por el capital en un arquetipo de ciudad que opaca la noción misma de sociedad. Desde el siglo XVIII, acontece en las principales urbes, injustamente llamadas desarrolladas, una práctica espacial de reproducción del capital desligada cada vez más del concepto de necesidad humana (p.34). La distribución y el emplazamiento de la ciudad guarda una conexión intrínseca con los intereses neoliberales que regeneran su existencia a través de la edificación de las grandes metrópolis.
Ibai de Juan Ayuso indica que la ciudad es convertida así en capital, transformando la identidad de la ciudadanía que la colma y perpetuando a su merced la producción de plusvalor. La pérdida de ciudadanía, y por la tanto de verdaderos procesos democráticos de decisión, es tan despótica como incapacitante cuando se trata de impugnar un proceso espiral de concentración de capital que no cesa de expandirse. Esta expansión, cuando no es capaz de reabsorberse, reinvierte su excedente en nuevos mercados que, en la mayoría de las ocasiones, no son capaces de dar salida a bienes que dejan de producir beneficios. Los efectos resultantes de tal práctica, relatados con detalle en el libro que nos ocupa, son ya conocidos en primera persona para una gran mayoría social que sufre inevitablemente la crisis de dicha sobreproducción. Lo que obtenemos de estas políticas neoliberales son profesiones inestables y migraciones de capitales desde las clases bajas hacia las altas, lo que el autor analizará desde el fenómeno denominado como precariado (p.68).
Las preguntas a las que nos aboca esta lectura son demoledoras. ¿De qué materiales están hechos los valores que nos conforman? ¿Qué es el dinero? ¿Qué hipotecamos cuando pedimos un crédito? Estas dinámicas solo generan un desacoplamiento del capital de su base material (p.59), asegurando la ilusión constante del mantenimiento de una arquitectura urbana mal construida de base. A este respecto, la condición humana individual (p.70) sobre la que hemos sustentado nuestra identidad y, análogamente, un medio urbano difuso y monofuncional (p.73) tiene mucho que decirnos, pudiendo encontrar el lector en estas páginas un estudio nada desdeñable que impacta sin duda en la visión global de la ciudad que habitamos.
Nuestra vida pública ha sido progresivamente privatizada, transformando las calles que recorremos cotidianamente en arterias obstruidas que ya constituyen el inicio de un colapso apopléjico sin recuperación posible. La dificultad que supone adoptar políticamente un discurso sobre lo común reside en la invisibilidad que le hemos otorgado a los bienes colectivos en la arquitectura urbana (p.93). Lejos de ser la ciudad el punto nodal de una sociedad contractualmente bien armada, nos incardinamos en el centro de operaciones del capitalismo. La huella ecológica de urbes occidentales hipertrofiadas no sigue las leyes de la termodinámica, sino las leyes de una pseudociencia económica neoliberal.
Ante esta tesitura, resulta inequívoco que las medidas que bregan a favor de digitalizar y desmaterializar la economía persiguen el único fin de seguir sosteniéndola. Es lo que el autor analizará como cuarta revolución industrial, abreviada como 4RI (p.104). Nuestras sociedades desvían el foco de solución hacia propuestas tecno-optimistas, lo cual resume a la perfección el problema al que nos enfrentamos, paralelo a la desazón que produce el mismo. Este es un punto clave que el libro no trata de una manera directa pero sí colindante, con expresiones quizás un tanto desorientadas. La fractura que soporta el sistema y la bisagra que articula los caminos que sin duda debemos labrar para deconstruirlo es ético-política. No se trata de que el medioambiente sea cada más hostil con el ser humano (p.110), ni de que el medio ambiente nos plantee desafíos (p.144), como si este último fuera independiente a nuestra especie o como si dicho “medioambiente” respondiera con rivalidad a la forma de vida que hemos decidido tristemente adoptar, sino de que es el propio ser humano quien ha olvidado que el lugar que construye para sobrevivir está enmarcado en un ecosistema del cual forma parte. Es un ser ecodependiente que solventa diariamente su existencia explotando la del resto. Es imperativo recordar que la distinción entre naturaleza y sociedad debe ser exclusivamente analítica si el objetivo último consiste en alcanzar un buen vivir, es decir; vivir de una manera justa ecológicamente hablando.
De cualquier forma, encuentro en el libro un certero análisis de la realidad que nos asola y nos empuja de bruces con datos reales, responsabilizándonos a afrontar quiénes somos (p.113). La 4RI es una quimera abocada desde el principio a otro fracaso. Un fracaso ético que, como bien señala Juan de Ibai Ayuso, consiste en alcanzar una coherencia ecológica actuando de manera antiecológica (p.133). Veremos un progresivo aumento de las desigualdad social, de la escasez, de éxodos a un medio rural que pueda autoabastecerse con mercados locales, atenderemos a la caída del valor del dinero y a reconfiguraciones políticas y sociales sin precedentes, y, sin embargo, careceremos del conocimiento que como ciudadanía necesitamos para gestionar un escenario que la gran mayoría todavía no ha descubierto. En definitiva, un auténtico colapso urbano entendido como un proceso de descomplejización social que pasará, abruptamente, por un inevitable decrecimiento (p.162). Repensar entonces el concepto de “suelo” urbanizable, desligándolo del actual bien especulativo que constituye, así como la planificación de la ciudad en base a una concepción razonable de las necesidades humanas, conforma otro de los grandes aciertos propositivos con los cuales concluye el libro.
Es imprescindible, tal y como hace esta obra, contextualizar con agudeza la contingencia histórica que supone el capitalismo, no solo para romper con los falsos mantras de la omnipresencia sin alternativas que este trae consigo, sino para remarcar la posibilidad de sedimentar las bases de una habitabilidad verdaderamente ética del planeta. Ante tal urgente fin, la percepción de los límites de nuestra especie y del hogar por el cual esta existe constituyen el cemento sobre el que edificar verdaderas comunidades políticas.