Hay una definición de Ilustración muy conocida: ésa de Kant de acuerdo con la cual la Ilustración no sería otra cosa que el abandono por parte de los seres humanos de su minoría de edad autoimpuesta. En determinados círculos resulta hoy impopular sugerir que necesitamos, como pedía Goethe en sus últimas palabras, «luz, más luz», pero no parece complicado argumentar convincentemente que la de alcanzar la edad adulta es la tarea más urgente que afrontan nuestras sociedades —una nueva ilustración radical, que diría Marina Garcés.
No sé cuál es el origen de esa idea según la cual hacerse adulto significa, en último término, «aceptar la realidad». Puede que el Werther de Goethe sea el paradigma del héroe romántico que, en su embeleso infantil, se niega a «aceptar la realidad».
Jorge Riechmann nos ha explicado en alguna ocasión su deleite adolescente cazando giros habituales en los guiones del Hollywood de los cincuenta. Uno recurrente le ha servido para señalarnos nuestra coyuntura: «tienes que afrontar la realidad». Para nosotros, «afrontar la realidad» se traduce, antes que nada, en hacernos cargo de la existencia de límites biofísicos.
Desde luego, no bastará con que algunos partidos políticos afronten la realidad para que nuestras sociedades salgan de su minoría de edad, pero es un paso importante, y hay que aplaudirlo. Si bien es cierto que la CUP y EH Bildu fueron los primeros en avanzar en la dirección de la «aceptación de la realidad», la primera formación de implantación nacional en integrar esa aceptación en un amplio proceso de deliberación ha sido Izquierda Unida. Algunos compañeros se refirieron a la puesta en marcha de ese proceso como «un momento histórico», y quizá no exageraran.
La coalición publicaba a principios de abril un manifiesto expresando su voluntad de «abrirse a la sociedad» para dar inicio a una reflexión que permita atisbar una «sociedad más justa, igualitaria y, sobre todo, respetuosa con el equilibrio ecosistémico del planeta». Pueden parecer meras palabras bonitas, pero ya la lectura del manifiesto hace patente que se trata de una propuesta seria, que no sólo recoge nuestra mejor ciencia —la breve cita de Antonio Valero en ese manifiesto vale por páginas y páginas… a pesar de que, a la luz de la descripción, ¡el segundo apellido pase de Capilla a Vicente!—, sino también el sentido común del movimiento ecologista y otros segmentos de la sociedad civil.
Ignacio Echevarría citaba recientemente a Javier Muñoz Soro para recordarnos el modo en que, tras el golpe que supuso para la sociedad civil española la derrota del «NO» en el referéndum sobre la OTAN de 1986, la alternativa se presentaba para muchos clara: «un intento humilde pero tenaz de reconstruir el tejido social de la izquierda, bajo el paraguas de IU». Aquél fue, de hecho, el momento en que nació IU, justamente de las campañas por la paz organizadas en torno al referéndum. Aquél fue también un momento decisivo de nuestra historia política, y el espacio que IU trató de abrir entonces sigue renqueando en los márgenes de nuestra cultura política: ese espacio que articula el trabajo del partido en las instituciones con el de las organizaciones en la sociedad civil. La actual llamada a la reflexión conjunta prolonga ejemplarmente aquella línea inicial, y lo hace en un momento decisivo no ya en la historia de nuestro país, sino en la de nuestra especie —de hecho, en la de nuestro planeta.
Tal y como el propio manifiesto evidencia, esa llamada a la reflexión en común vino antecedida por una reflexión interna acerca del significado político de los límites planetarios. Ciertamente, esos límites no tienen una traducción política directa, pero cabe simplificar las alternativas ante las que nos dejan: un decrecimiento ecofascista o uno socialmente justo y democráticamente planificado. De estas dos opciones, sólo una nos permitirá adentrarnos en la era del descenso energético sin continuar echando leña al fuego de la desestabilización biosférica, sin continuar arrojando especies por el desagüe de la historia geológica, ampliando las zonas de sacrificio y sometiendo a los pueblos y territorios subalternos —con los que tenemos contraída ya una deuda impagable— a una explotación cada día más descarnada.
Diseñar estrategias para avanzar hacia ese decrecimiento deseable será tan complicado como delinear los trazos mismos del modelo de sociedad que habremos de construir mientras nos alejamos «del modelo capitalista, que nos lleva al suicidio como civilización». La primera dificultad es cultural: a pesar de su urgencia, el debate que IU quiere contribuir a fomentar sigue proscrito en la cultura política dominante.
El auge de los nacionalismos reaccionarios sólo complica esa batalla cultural, porque será imposible abrir caminos hacia ese decrecimiento deseable sin un programa solidario explícitamente internacionalista. Pero las dificultades no son meramente culturales: poner los pies en el suelo material y elaborar alternativas a la altura de los tiempos es cualquier cosa menos sencillo en ninguno de los frentes. Así, incluso aunque los partidarios de ese decrecimiento deseable estuviéramos en situación de emprender acciones a una escala apreciable en cualquier terreno —del reparto del trabajo al ordenamiento territorial, de la relocalización industrial al renacer del sector primario—, los conflictos y los escollos seguirían siendo la norma antes que la excepción.
Poco después de la publicación del referido manifiesto, Alberto Garzón, coordinador federal de IU, publicaba un lúcido artículo por el que se paseaban desde Georgescu-Rogen o Naredo a Will Steffen —luego, ya en junio, en un texto más breve, haría una llamada análoga al decrecimiento ecosocialista y el pensamiento sistémico.
Transcurrido apenas un mes desde la publicación de aquel lúcido artículo, el coordinador federal y la coordinadora del área de medioambiente de IU, Eva García, nos explicaban en una entrevista con esta revista de qué hablan cuando ponen sobre la mesa nociones como las de ecosocialismo o decrecimiento.
Aquel manifiesto, ese artículo y esta entrevista pueden leerse como el prefacio a una jornada sobre Decrecimiento que IU auspiciara con la intención de estimular la conversación acerca de «cómo construir una propuesta de país en un contexto de decrecimiento». La idea inicial de la jornada era la de sumar al formato clásico de ponencia seguida de diálogo abierto el formato de los pequeños grupos de deliberación centrados en la discusión de temas específicos, a fin de recoger y cartografiar «conflictos y cuestiones a las que deberemos prestar atención a la hora de articular una propuesta programática». El formato clásico ofreció el contexto para la configuración de los grupos de deliberación, que se reunieron en el tramo final de unas jornadas que se prolongaron desde las 10:00 hasta las 18:30 y a las que asistieron en torno a sesenta personas.
El adjetivo «histórico» tiende a sonarnos rimbombante a las amigas y amigos de lo humilde y lo pequeño, pero califiquemos a aquellas jornadas como quiera que las califiquemos, me pareció interesante asistir a ellas con papel y lápiz. A continuación, aquellas notas —un poco editadas— a modo de acta.
Presentación de las Jornadas
Tras una breve presentación en la que Héctor Escudero pone de relieve la inercia hacia la alternativa ecofascista, la eurodiputada Sira Rego habla de nuestra situación oscilando entre la noción de crisis y la de colapso: estaríamos, nos dice, ante una «crisis de época» que fuerza a cuestionamientos y cambios profundos. Destaca que se nos abre el escenario de una guerra cultural en la que jugamos en desventaja: partimos de una situación de grave erosión de la izquierda y hemos de introducir en el discurso político una noción, un horizonte y un hecho completamente ajenos al léxico de la cultura dominante —el decrecimiento.
«Cuando hasta la izquierda asume que el modelo de emancipación, de bienestar y de felicidad está asociado a tener una segunda vivienda en la playa, cuatro coches y poder consumir incesantemente, es claro que tenemos un problema de orden ideológico y cultural.»
Recoge así la tarea que se nos impone para enfrentar aquella guerra desigual y este problema ideológico y cultural: «mucho diálogo para construir pensamiento alternativo en común».
Después de Sira intervienen brevemente miembros de Podemos, Rebeldía, Joves Ecosocialistes, Contra el Diluvio, Joves del País Valencià-Compromís y Extinction Rebellion. Desde Contra el Diluvio cuestionan el término «decrecimiento» por su escasa tracción a la hora de «ganar mayorías». Desde Extinction Rebellion se plantea la conveniencia de insertar «esperanza» en el discurso sobre la crisis ecosocial —como ejemplo, el título de Hacia la sobriedad feliz, de Pierre Rabhi.
El coordinador federal de IU y ministro de Consumo Alberto Garzón subraya que «la verdad», por sí sola, no moviliza: la verdad no tiene una traducción política directa… pero, «si tuviera que explicárselo a mi cuñado, le diría que tenemos que vivir dentro de los límites biofísicos del planeta con justicia social y democracia». «Estamos ante un problema sistémico, no ante una mera cuestión ambientalista».
Desgrana en primicia los resultados de una reciente encuesta a la militancia de IU. Los datos hacen manifiesta la complejización de la identidad obrera tradicional: se suman a la identidad comunista la republicana, la feminista, la ecologista, la animalista. Más de la mitad de la militancia cree que el discurso ecologista de la directiva es insuficiente, y más de un tercio suscribe y apoya un proyecto político explícitamente decrecentista.
Objetivo: «construir un tejido social y político que vaya más allá de lo institucional» —cita aquí a Gramsci: «bloque social y político»—, insertando «el poder» —de grupos capitalistas específicos— en el análisis.
Ponencias sobre economía y trabajo
Yayo Herrero comienza aludiendo al inevitable declive fósil y a la huida hacia delante que supone la «transición ecosocial» entendida como sustitución tecnológica: aunque el capitalismo se nos vista de verde, no puede renunciar a su naturaleza extractivista. En este contexto, el decrecimiento es, antes que cualquier otra cosa, un dato: la economía decrecerá, y ocurrirá por las buenas o por las malas. En el segundo caso, ello significará exacerbación de los conflictos y el sufrimiento en las zonas de sacrificio, y más allá; en el primero, «suficiencia como obligación y como derecho», reparto de la riqueza y «cuidado como guía para la organización de la vida política».
El modelo económico y, con él, el laboral habrán de ser necesariamente y profundamente revisados. Tradicionalmente, la noción de trabajo se redujo a la de empleo: tanto en la economía convencional como en la izquierda se vino obviado el trabajo no remunerado imprescindible para sostener la vida. Además, esa equiparación de trabajo con empleo-salario venía de la mano de una interpretación del trabajo que lo desconectaba de la materialidad de la Tierra, pero también de las necesidades humanas. Subiéndose al carro de esa desconexión, el sindicalismo se ha perdido en la abstracción del reduccionismo monetarista.
«Ya no va a ser posible pensar las condiciones laborales al margen de la crisis ecológica»: necesario diálogo entre ecologismo y sindicalismo.
Pone sobre la mesa tres preguntas: ¿Cuáles son las necesidades que deben satisfacerse para todos y todas en un mundo translimitado? ¿Qué resulta necesario producir? ¿Cuáles son los trabajos socialmente necesarios?
Sugiere abrir la discusión acerca de la compatibilidad de las propuestas de Renta Básica Universal y las de Trabajo Garantizado, y llama finalmente la atención sobre la derrota de la izquierda en un contexto crucial: el mundo rural.
No faltan propuestas concretas sobre la cuestión laboral desde el decrecimiento: recomienda las de Casal Lodeiro y el informe de Ecologistas en Acción Escenarios de trabajo en la transición ecosocial 2020-2030.
Carlos Sánchez Mato retoma la cuestión del trabajo esencial no remunerado. Remunerar ese trabajo mediante un sistema estatal de cuidados puede suponer, propone, un golpe de gracia al sistema capitalista, entre otras cosas porque ello implicaría una profunda revisión de la fiscalidad. Redistribuir tributando para remunerar —monetariamente o en especie— los trabajos esenciales podría constituir un paso decisivo hacia el decrecimiento. Por esta vía, insertar el decrecimiento en el discurso político puede resultar, además, más sencillo.
«El sistema sólo se sostiene si no pagamos a los proveedores: la naturaleza y los trabajadores».
Manuel Casal Lodeiro toma la palabra en el turno de diálogo abierto para anotar que, de cara a ir desprendiéndonos de esa cultura capitalista que hemos de dejar atrás, quizá convendría restar peso a la unilateralidad del discurso en torno al «trabajo» y retomar en su lugar la cultura de las «labores».
Ponencias sobre energía y materias primas
María Sánchez, concejal en Valladolid, desde la perspectiva del trabajo dentro de la administración, expone el proyecto de ir más allá de la instalación de fotovoltaica en infraestructuras municipales para avanzar hacia las comunidades energéticas. «Cuando acometemos cambios que la ciudadanía asume como propios, es muy difícil que gobiernos posteriores los tiren por tierra»: en el caso de las comunidades energéticas, es ciertamente difícil que la ciudadanía no asuma como propia su propia participación —y existen recursos en la administración para fomentar la descentralización energética y evitar así transitar de la economía del pelotazo inmobiliario a la del pelotazo renovable que amenaza hoy nuestros territorios.
Alicia Valero resume, con la misma eficacia divulgadora que en sus libros, artículos y entrevistas recientes, el decisivo trabajo sobre límites minerales que llevan décadas realizando en el Centro de Investigación de Recursos y Consumos Energéticos (CIRCE). Comienza poniendo el acento en el ominoso carácter de la función exponencial: «la población ha venido creciendo exponencialmente, pero nuestras aspiraciones de consumo de recursos crecen por desgracia más rápido aún… y lo que ocurre en un planeta finito con recursos limitados es que al final las minas se agotan» y resultan termodinámicamente inviables.
La minería se mueve esencialmente con diésel: tocamos el pico de extracción de gran cantidad de minerales esenciales al tiempo que el del diésel, y electrificar la minería sería cualquier cosa menos fácil. La prometida transición hacia «energías renovables» implicaría pues, de entrada, un importante aumento de emisiones de CO2 vinculado a la extracción, transporte y tratamiento de las materias primas imprescindibles para el prometido proyecto de sustitución tecnológica, al que no le salen los números.
«La así llamada economía verde depende de una cantidad ingente de minerales extremadamente escasos»: límites minerales de la «transición energética» evidenciados por unos cuellos de botella que están ya ahí para una docena larga de elementos esenciales.
Y ¿la economía circular? Mejor hablemos de economía en espiral, propone: la termodinámica no sólo impide un reciclaje perfecto, sin pérdidas, sino que las tecnologías más modernas y eficientes son cócteles miniaturizados de gran cantidad de elementos extremadamente difíciles de recuperar, procesos industriales al efecto: inexistentes o «totalmente en pañales».
«No caben deseos infinitos en un planeta finito: no podemos caminar hacia una economía verde sin reducir drásticamente el consumo de recursos».
Juan Bordera comienza subrayando la importancia de la batalla cultural en un contexto dominado por los «terrainfinitistas» de la «Iglesia del Perpetuo Crecimiento». Se trata de una batalla en la que hay que poner en juego «la verdad», pero también los deseos; una batalla que habría de verse en cualquier caso acompañada de la generación de espacios —»en los huecos del sistema»— en los que puedan comenzar a germinar las semillas de esas instituciones poscapitalistas a las que habrá que ir dando cuerpo.
El decrecimiento, «o se convierte en vox populi, o se convierte en Vox a secas» —en un momento en el que avanzamos hacia una desglobalización que dificultará el proyecto de la «transición energética», entendida en los términos convencionales, mientras se perfilan en el horizonte nuevas formas de colonialismo energético.
Ofrece tres propuestas: triaje civilizatorio (quedarnos con lo esencial), democratización y consideración atenta de las oportunidades que brotan de las crisis.
Ponencias sobre consumo y alimentación
Iria Costela Peña describe brevemente el sector alimentario atendiendo al tamaño de las explotaciones. Las explotaciones «pequeñas» —según criterios del Censo Agrario— constituyen menos de un tercio; las «medianas», entre el 50 y el 60%. La mayoría de los trabajadores del campo desarrollan su actividad en explotaciones pequeñas y medianas, pero la tendencia es clara: esas explotaciones pequeñas y medianas desaparecen (se han perdido 75.000 en la última década) mientras las grandes se hacen más grandes cada vez. No obstante, sucede algo curioso con la autoidentificación errónea de trabajadores y propietarios: a pesar de trabajar en pequeñas y medianas explotaciones, la mayoría siente que forma parte del segmento «grande» del sector. De cara a dar aquí la batalla cultural, convendría comenzar por hacerse cargo de hechos como éste, en un esfuerzo por comprender las realidades y perspectivas de los trabajadores de un sector en el que prevalece una subjetividad orientada al crecimiento y en el que dominan medios de comunicación especializados muy conservadores y antiecologistas.
Dos cuestiones clave que ha identificado en su experiencia en el sector: reclamación de precios dignos y tiempo de descanso.
Cierra presentando el proyecto del Supermercado Cooperativo Ecológico Biolibere, en Getafe.
Jorge Riechmann vuelve sobre la disyuntiva entre la crudeza del diagnóstico y la necesidad de encontrar formas de hacer llegar las propuestas decrecentistas a una proporción apreciable de la población: quizá aquello del abandono de la minoría de edad pase también por tratarnos unos a otros como adultos y ahorrarnos unos cuantos paños calientes que pueden resultar tan tranquilizadores como engañosos y desmovilizadores.
A continuación enumera estos cinco «pasos»:
- «Necesitamos reintegrarnos en la biosfera terrestre, dejar de comportarnos como si fuéramos una civilización extraterrestre dedicada al extractivismo galáctico: llegamos a un planeta, lo agotamos y pasamos a otro. Es una fantasía demencial. No vamos a terraformar Marte: deberíamos terraformarnos nosotros.»
Extractivismo agropecuario como una forma más de extractivismo. - Como punto de partida para cualquier propuesta seria: asumir nuestra situación de extralimitación ecológica.
- Decrecimiento agropecuario significa exactamente eso: decrecimiento agropecuario. Se trata de un sector en una grave situación de extralimitación —de hecho, en varias: emisiones, degradación de sumideros de carbono, deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación de aguas dulces y saladas, ruptura de ciclos biogeoquímicos.
¿Qué hacer? - Agroecología —como noción general bajo la cual caben muchas prácticas, desde las tradicionales hasta otras basadas en investigación de vanguardia— como un elemento más de biomímesis.
- Vegetarianismo: con los datos en la mano, sencillamente «no hay muchas vueltas que darle». Tenemos un problema grande con la ganadería, pero no sólo con la industrial: «no hay forma de pensar en sustentabilidad con justicia social para 8.000 millones de personas con dietas que incluyan ni siquiera una pequeña fracción de la carne y el pescado que nos parecen normales en países como éste». Ganadería —en general— como una pieza más de esos «modos de vida imperiales» que con tanta frecuencia se consideran conquistas de la clase obrera.
Esquema de conclusiones de los grupos de deliberación
Grupo de economía y trabajo: análisis de la exacerbación de psicopatologías socio-laborales; estrategias diversificadas, para el mundo urbano y el rural; descentralizar el empleo público; recuperar para lo público empresas estratégicas; no excluir con el discurso a autónomos y pequeños empresarios; hacer deseable la vuelta al campo.
Grupo de materias primas: encontrar puntos de intersección entre distintos colectivos de la sociedad civil; en la batalla cultural, desvincular decrecimiento de pérdida de bienestar, e intentar evitar la culpabilización; avanzar hacia formas de cooperativismo; democratizar para romper la deriva hacia la desafección respecto de la política partidista.
Grupo de consumo y alimentación: comunicar el decrecimiento apellidándolo para resaltar valores y cualidades anejas a él, y evitar así que se convierta en un significante sin significado; bancos de experiencias para articular prácticas a diferentes niveles territoriales; redistribución como eje central de la propuesta decrecentista.
Grupo de servicios públicos: búsqueda de estrategias para derivar recursos hacia lo socialmente necesario (en este contexto, desmilitarización); democratización como elemento medular; necesidad de dar respuestas específicas a cuestiones esenciales (qué producir, para qué, de qué modo, etc.); buscar medios para ofrecer certezas a la clase trabajadora; importancia del trabajo en el ámbito judicial.
Grupo de discusión global: hacer frente en lo cultural al tecno-optimismo y al militarismo; autonomía alimentaria mediante integración campo-ciudad (tomar nota de experiencias como la zapatista o la cubana); necesidad de generar una alternativa clara al PIB como indicador; en la sanidad, cuidar lo colectivo para avanzar a un paradigma de salud de carácter global e integrador.
Eva García cierra las Jornadas con agradecimientos y, citando a Julio Anguita en el aniversario de su muerte, llama a evitar el contagio de la resignación —a pesar de los pesares, de los diagnósticos grises, casi negros.
En algún momento, en uno de los turnos de diálogo abierto, alguien dejó caer de forma brutal una idea terrible: no somos conscientes, en nuestros pequeños círculos, de lo poco que «todo esto» le importa al «ciudadano medio», que está encantado de consumir y querría hacerlo tanto como le fuera posible, siempre más. Me voy de las jornadas con esa idea resonando, dando tumbos entre las sombras de algunos datos nefastos de informes científicos recientes. ¿Cómo justificará su indiferencia nuestro «ciudadano medio» ante las generaciones venideras y las especies y pueblos sacrificados? ¿Apuntando que los chuletones al punto son imbatibles y, en cualquier caso, más importantes que cualquier opción de vida digna para cualquiera que no sea yo? Tenemos entre manos un problema inmenso, y aquella brutal intervención lo puso, por la vía indirecta, en palabras: el capitalismo no es un monstruo que está, meramente, ahí afuera; lo arrastramos con nosotros, lo llevamos muy dentro, nosotros, los «ciudadanos medios» —y no tenemos la menor idea de cómo llegar tan hondo, pero nada podría excusar que dejáramos de intentarlo.
Un mes después leía en la Simbioética que acaba de publicar Jorge Riechmann esta perla de Nafeez Ahmed: «¿Cuándo vamos a darnos cuenta de que ellos somos nosotros?».
Asier esta bien lo del reportaje, pero IU como partido adscripto al sistema hablando de todo eso da hasta risa
Gracias por el reportaje, no obstante nadie se atreve con el decrecimiento de la sobrepoblación humana, ni siquiera los prestigiosos del Stockholm Resilience Center, ergo de los creadores de los límites planetarios > superpoblación = tabú
Comparto la risa con Rodolfo, pero por no llorar y no solamente por lo de IU… Es mucho más … Todo el mundo parece señalar del dedo al capitalismo pero ¡ de qué manera ! Con ese dedo ocultan al Capitalismo ese que a su vez respalda y que apenas se oculta detrás del Estado, en el que se asientan todas aquellas personas que participaron en esas jornadas. ¿A quién se le ocurre pensar que desde esa empresa que es el Estado y que es una herramienta imprescindible al Capitalismo , como igualmente lo es el Mercado, vamos a acabar con el crecimiento? Cuando el Capitalismo (Estado incluido) tiene por naturaleza el «crecer o morir» (sujeto automáta como lo define Marx).
Es una pena que estemos quitándole sentido a las palabras y participando al papel «cultural»que le asigna el Capitalismo al Estado : elaborar la novlengua a la que se refería Orwell. Necesitamos Luz pero por favor que no nos deslumbre !
Se nombra mucho el ecofascismo, pero no sé si el uso que se le da al palabro se corresponde con el peligro real del problema. Además, puede ocurrir que se la apropie la izquierda «oficial» de este país para su uso político, a su antojo, como acostumbra a hacer, y perdamos la perspectiva del problema. ¿qué es el ecofascismo? En mi opinión es el «ecologismo» de estado mediante leyes y más leyes represivas de la libertad individual. El Ecofascismo puede ser de derechas o de izquierdas, porque viene del estado, luego sus matices ya es otra cosa.