Donella H. Meadows: Thinking in Systems. A Primer (edición de Diana Wright). Sustainability Institute & Chelsea Green Publishing. White River Junction (Vermont), 2008. 218 páginas. Precio: 19,95 $.
En español: Pensar en sistemas. Un manual de iniciación (traducción de Jaime Blasco). Capitán Swing. Madrid, 2022. 255 páginas. Precio: 18,5 €.
Thinking in Systems, que se puede traducir por pensar de forma sistémica, es una brillante obra que hace las veces de manual para quien decida aproximarse a las bases del pensamiento sistémico. Este viaje conceptual se hace de la mano y pluma de una de las más influyentes figuras en lo que concierne a ciencias ambientales y ecología: Donella H. Meadows (1941-2001), doctora en Biofísica por Harvard, y experta en la aplicación de dinámica de sistemas a la resolución de problemas (a partir de su trabajo con el pionero Jay W. Forrester). Fue investigadora del MIT y profesora universitaria (Dartmouth College), aunque quizás sea más conocida por su vital participación, junto con su esposo Dennis L. Meadows, en Los límites del crecimiento (1972), el primero de los informes al Club de Roma, un libro clave para el pensamiento ecológico que sigue agitando las aguas aún a día de hoy. Quien desee asomarse a esta historia puede hacerlo acompañando al profesor Ugo Bardi en su obra Los límites del crecimiento retomados (Catarata, Madrid 2014).
“Éste es un libro sencillo que habla de un mundo complejo y va dirigido a quienes viven en él. Un libro para quienes aspiran a construir un futuro mejor” (p. 12 de la edición española). Así presenta esta obra de publicación póstuma Diana Wright, editora y responsable de la reestructuración del borrador original de 1993, quien ha logrado un admirable resultado final. Y ahora podemos felicitarnos de su traducción al castellano (gracias al buen hacer editorial de Capitán Swing).
El texto está dividido en tres partes en las que se contempla, en primer lugar, la estructura y los comportamientos de los sistemas; en la segunda parte, titulada «Los sistemas y nosotros», cómo podemos relacionarnos los espectadores (y quizá participantes) con los sistemas; y, por último, cómo crear cambios en los sistemas, además de en nuestras formas de pensar. Todo este desarrollo comienza con una inocente pero encantadora introducción, que nos presenta el caso de un muelle Slinky para explicar la concepción de sistema, en un libro lleno de ejemplos y esquemas que facilitan y agilizan la lectura.
El primer concepto que nos presenta Dana Meadows en su libro es el de sistema, un conjunto de elementos interrelacionados entre sí con una estructura determinada, donde observamos ciertos comportamientos que tratan de cumplir una función u objetivo. Los objetivos no siempre son fáciles de delimitar; sin embargo, no cabe imaginar un sistema sin ellos. Meadows señala que «una función importante de casi todos los sistemas es asegurar su propia perpetuación» (p. 32). De la definición que nos aporta la autora podemos deducir dos aspectos importantes: los sistemas no se caracterizan únicamente por sus elementos, sino sobre todo por la relación entre los mismos y su función, y podemos entender como sistema cualquier objeto, ser vivo u organización compleja que cumpla dicha definición (ya sea un depósito de agua que provee suministro a una pequeña ciudad, el cuerpo humano, la sociedad capitalista o incluso el planeta Tierra). Esta variedad de sistemas se debe, en parte, a que los elementos de los mismos no se limitan a ser físicos (como por ejemplo la conciencia de clase en las sociologías marxistas).
Una vez expuestos estos rasgos, Meadows explica una serie de conceptos clave en torno a los que girará el resto del contenido de su ensayo. En primer lugar, tenemos los stocks o reservas (p. 35), que se pueden entender como una captura fija del estado de una parte del sistema en un momento concreto del tiempo. Son la parte observable y medible del mismo. Pensemos, por ejemplo, en la cantidad de peces de un banco de pesca: eso es un stock. A continuación están los flujos (p. 36), que son las entradas y salidas de los stocks, causantes de su variación a través del tiempo. Una manera sencilla de visualizarlos es imaginar una bañera, donde el flujo de entrada es el agua del grifo, y el de salida la que se pierde por el desagüe. Por último, hay que tener en cuenta los bucles de realimentación o retroalimentación (p. 45 y ss.), que son “la unidad operativa básica de un sistema” (p. 20): un tipo especial de interacciones causales que parten del propio stock para acabar afectando al mismo; es decir, el propio estado del stock afecta a su desarrollo futuro.
Hay dos tipos básicos de bucles: el de realimentación positiva o bucle de retroalimentación reforzador (p. 52), que sin contrapesos genera crecimiento exponencial (con el habitual colapso consecuente) o degeneración. Es decir, este tipo de bucles favorecen el cambio y el desequilibrio. Por ejemplo, una población de conejos en ausencia de depredadores: cuantos más conejos hay, más parejas pueden reproducirse, lo que aumenta el número de individuos que podrán procrear. Y el bucle de realimentación negativa o bucle de retroalimentación compensador (p. 49), que tiende a mantener el stock en un rango de valor determinado (se trata de bucles estabilizadores). Es el caso de un termostato que tiende a ajustar la temperatura de un lugar en torno a un valor prefijado. “Los teóricos de sistemas ven el mundo como un conjunto de reservas [stocks], acompañado de una serie de mecanismos destinados a regular los niveles de estas reservas mediante la manipulación de los flujos. Eso significa que los teóricos de sistemas ven el mundo como un conjunto de procesos de retroalimentación” (p. 44).
Seguidamente nos ofrece la autora una “visita rápida al zoo de los sistemas” (p. 57-101), exponiendo una serie de ejemplos que ilustran de forma sencilla el funcionamiento y la interacción de stocks y bucles de realimentación. De este apartado queremos destacar la idea de las demoras (p. 77 y ss.), esto es, el retraso con el que se producen y perciben algunos cambios dentro del sistema. Se deben a limitaciones en la transmisión de información, o al propio ritmo insalvable al que transcurre cualquier proceso físico (por ejemplo, la demora entre comprar algo por Internet y la llegada del pedido). Otro punto destacable es el desarrollo de las diferencias entre sistemas con stocks no renovables y renovables (p. 85 y ss.). Los primeros están limitados, como es obvio, por los propios stocks, y los segundos responden más a los flujos. La autora señala que es posible convertir un stock renovable en no renovable, si el flujo es muy grande, es decir, si no se respeta el tiempo y condiciones necesarias para la regeneración del mismo (pensemos, por ejemplo, en las consecuencias nefastas de la sobreexplotación pesquera). Por cierto, precisamente en este punto de la edición española, ¡falta algo de texto! (al final de la p. 97).
A continuación, Meadows pasa a explicar por qué los sistemas funcionan tan bien (p. 105-119). Introduce tres propiedades que dan cuenta de su buen funcionamiento: resiliencia, autoorganización y jerarquía. La resiliencia es la capacidad de sobreponerse a los cambios externos. Muchos sistemas tienen la capacidad de adaptarse al entorno y evolucionar con el mismo, como ocurre con el mantenimiento de la homeostasis en los seres vivos (hablamos entonces de sistemas complejos adaptativos). Así, muchos sistemas son capaces de autoorganizarse, estructurarse a sí mismos, aprender del entorno y modificar los elementos o relaciones necesarios para poder seguir desempeñando su función. Finalmente, la importancia de la jerarquía (“organización de sistemas y subsistemas”, p. 114) se debe a que, en el caso de que exista un error en uno de los subsistemas, no tiene por qué fallar el sistema al completo. (Nota para personas antiautoritarias: de entrada no deberíamos tener problemas con las jerarquías en este sentido sistémico —subsistemas dentro de sistemas dentro de supersistemas—, aunque seamos muy sensibles a la dominación.)
La dinámica de sistemas entra en conflicto con nuestra forma habitual de conceptualizar el mundo, de ahí que estos nos sorprendan habitualmente. Solemos pensar en términos de causalidad lineal, teniendo en cuenta pocos elementos a la vez, fijando la atención en hechos concretos antes que en el panorama global y su cambio a través del tiempo. Tenemos problemas a la hora de fijar los límites de un sistema, es decir, ver dónde empiezan y terminan los flujos y stocks que lo condicionan; y resulta fácil olvidar que, en última instancia, la realidad es un continuo de relaciones que no tiene como tal límites bien definidos (la realidad no tiene costuras, como suele decir José Manuel Naredo, un buen representante del pensamiento sistémico en nuestro país). Tampoco suelen tenerse en cuenta los límites al crecimiento que este todo interrelacionado impone. En palabras de Meadows, «el crecimiento siempre tendrá límites. Puede tratarse de límites autoimpuestos. En caso contrario, los impondrá el Sistema. Ninguna entidad física puede crecer eternamente» (p. 143). Finalmente, el propio carácter necesariamente limitado de nuestro conocimiento implica que no podamos tomar decisiones óptimas, por racionales que seamos (muchas veces no tenemos toda la información necesaria ni el tiempo necesario para procesarla).
Meadows se refiere a continuación al importante asunto de las “trampas” que los sistemas pueden producir, así como posibles soluciones a las mismas (p. 155-195). Es el caso de la tragedia de los recursos comunes, donde el uso continuado de un recurso de libre acceso produce durante un tiempo beneficios a quienes lo explotan, pero acaba por causar perjuicio a todos (y quizá arruinar definitivamente el sistema) (p 162 y ss.). Aquí sería necesario adoptar políticas que regularan la explotación del mismo. Tenemos también la escalada, el esquema propio de una “carrera armamentística”, donde dos stocks —o agentes— se intentan imponer el uno al otro, y ello acaba conduciendo al desastre (recordemos que ningún crecimiento puede sostenerse indefinidamente) (p. 172 y ss.). Otra trampa importante es la del éxito que atrae al éxito: dinámicas de autorrefuerzo o exclusión competitiva (a veces nos referimos en estos contextos al evangélico principio de San Mateo: a quien más tiene, más se le dará), donde quienes ganan en una situación de competencia tienen mayor probabilidad que el resto de volverlo a hacer. Tenemos también la policy resistance, diversos agentes defienden intereses propios, ninguno cede y todos gastan sus recursos en intentar conseguir su objetivo, en vez de cooperar en pos de un bien común (p. 156 y ss.). Cabe hacer mención, por último, a la trampa que surge de tratar de corregir un problema mediante una intervención externa: a menudo esto lo único que consigue es paliar los síntomas. Tal es el origen de situaciones de dependencia y adicción, que podrían ser evitadas si se acudiera a la raíz del problema (interviniendo dentro del sistema) en lugar de recurrir a paliativos (p. 181 y ss.).
Finalmente, en la última parte del libro la autora expone cómo se puede intervenir en los sistemas de una manera controlada, logrando su permanencia. La clave es detectar los puntos de influencia (leverage points) del sistema, en los que un pequeño cambio influye en gran medida sobre el conjunto. Muchas veces, debido a la adaptabilidad y a la resiliencia, el propio sistema absorbe rápidamente los cambios sin aparentes consecuencias; sin embargo, un cambio en un punto de influencia provoca de manera casi inevitable una modificación en el sistema, ya que son cruciales. Meadows propone una jerarquía de estos lugares de intervención, en orden de menor a mayor capacidad de cambio: números (constantes, parámetros, etc), buffers o amortiguadores, estructuras de stocks y flujos, demoras, bucles de realimentación negativa y positiva, flujos de información, reglas, capacidad de autoorganización, objetivos del sistema, paradigmas y, por último, trascender los propios paradigmas.
Como hemos visto, el objetivo de Thinking in Systems es el de introducirnos en la comprensión del pensamiento sistémico, sentando bases firmes para que el lector o lectora comience sus propias reflexiones e interpretaciones de carácter sistémico, así como la ilusión y determinación de seguir profundizando en la materia. Todo esto lo consigue Meadows con una escritura eficiente y dinámica, llena de ilustrativos ejemplos, gráficos y resúmenes situados en los márgenes (de fácil acceso si lo que se quiere es repasar o simplemente curiosear este manual). Además de un desarrollo y estructuración impecables (lo que sin duda hay que agradecer también a Wright, la editora) la obra en su edición original cuenta con un explicativo glosario de términos (p. 187 y ss.), que contribuye bien al carácter educativo del libro. Por desgracia, tanto este apéndice como las notas originales han desaparecido en la versión española: recomendamos vivamente que esta omisión se remedie en sucesivas ediciones. Resalta así Wright la importancia de este manual: «Hoy en día, todo el mundo acepta que la teoría de sistemas es una herramienta decisiva para abordar los numerosos desafíos medioambientales, sociales y económicos a los que nos enfrentamos en todo el mundo. Los sistemas, ya sean grandes o pequeños, pueden comportarse de manera similar, y comprender su funcionamiento es quizá nuestra mayor esperanza para provocar cambios duraderos en distintos niveles» (p. 10). Así sea.