Cuando decimos conocer a Mary Oliver queremos decir haberla leído. Y mediante esa lectura haber establecido un lazo de conexión, una forma de amistad con ella, tal y como ella hizo desde pequeña con Whitman (“el hermano que no tuve”), Edgar Allan Poe, Eliot y algunos otros. Algunos, no tantos, porque pocos son los que consiguen crear esos vínculos mediante la escritura.
El libro original, Blue Pastures, fue publicado en 1995, y en febrero de 2021 la editorial Errata Naturae con la traducción de Regina López Muñoz, y prólogo de Elena Medel lo ponen a disposición de los lectores hispanohablantes. En una edición, como no podía ser de otra manera dado el amor a la naturaleza y la militancia ecológica de su autora, todo lo ecológica que una edición en papel puede ser. Una curiosidad sobre el precio: en la web de la editorial se encuentra a 18€ (envío incluido), en una conocida empresa de venta online, a 17,10€.
El libro está compuesto de 15 ensayos breves y un epílogo, que se leen como el que participa en dieciséis deliciosas conversaciones. Algunas tratan más sobre la naturaleza, algunas tratan más sobre literatura, todas son sobre la vida. Y en varias de ellas nos presenta a algunos de sus amigos, que por afinidad y como amigos que son, incorporan la promesa de otras conversaciones estimulantes. Porque “no por ser amigos fantasmales eran menos fieles, influyentes y asombrosos. Es decir, decían cosas asombrosas, y para mi aquello transformó el mundo” (página 45).
Sobre la naturaleza, probablemente la idea principal, y qué mejor manera de expresarlo que con sus propias palabras, es que “toda cultura se desarrolló como una criatura salvaje y pura empecinada en vivir mejor y más tiempo” (página 94). Pero “el pacto entre el mundo natural y la sociedad humana se ha roto” (página 106). “El mundo donde el búho tiene un hambre infinita y caza de manera infinita es también el mundo donde vivo yo” (página 55). La naturaleza es un “reino sagrado y complejo” (página 150) donde no cabe el dominio de unos sobre otros. No cabe el dominio del hombre sobre la naturaleza. En el mundo natural hay “buena o mala suerte, nunca abuso” (página 116). Oliver prefiere ser hermana de una brizna de hierba antes que su soberana. Y es una decisión y una actitud esencial. No sólo por la perspectiva material de la ecología, sino también desde una perspectiva espiritual y metafísica. Para Oliver, poeta, “la poesía es fruto de nuestra historia, y nuestra historia es inseparable del mundo natural” (página 105).
En cuanto a la literatura, se tratan muchos aspectos: su finalidad y la intención al escribir, la capacidad creadora, las habilidades imprescindibles para escribir, el riesgo del ego del autor, la naturaleza de la poesía y de quién es la poesía, en el sentido de a quién pertenece. Y por supuesto, explica, como lo haría una amiga, cómo escribe ella.
La humanidad se caracteriza por el ingenio, que permite convertirse en una “suerte de divinidad” (página 155), que posibilita crear algo nuevo. El trabajo creativo tiene como uno de sus deberes la liberación. La imaginación permite crear mundos y prioridades a parte de lo material real. Y si bien todos los mundos tienen su espacio, “la clave del arte es lo extraordinario” (página 33).
Ahora bien, “el poema existe –en realidad obliga a que lo escriban– en la relación que hay entre el hombre y el mundo” (página 104). Porque “la poesía, a fin de cuentas, no es un milagro. Es un intento de expresar (ritualizar) los momentos individuales y las consecuencias trascendentales de esos momentos con una música útil para todos. Es la melodía de nuestra especie” (página 106). Con algunas referencias a Jung y al inconsciente colectivo, Oliver considera que el poema habla de todos y que de alguna manera participan todos (o muchos) en su composición.
Así entre las habilidades imprescindibles para escribir tiene que estar un “pertinaz y meditado concepto de lo que es el poema, de cuál es su propósito” (página 172). Y esto sólo se puede hacer a hombros de gigantes. Gigantes de los cuales, como hemos comentado, nos hemos hecho amigos en la mayoría de los casos antes.
La poesía de Oliver es un “camino de recreación” (página 173). Recreación de experiencias que ensanchan la vida. Más allá de aprender algo de los autores se trata de aprender algo sobre la vida, del mundo, “más allá del frenesí individual” (página 173). Busca ilustrar ideas para estimular el cambio. Porque la belleza “carga sobre nuestros hombros una tarea difícil y ennoblecedora”. “La belleza no es locura: es el desafío de estar cuerdo, de ser reflexivos, de ser integro” (página 176).
¿Cómo consigue hacer esa recreación? Viviendo con los ojos muy abiertos, acompañada de una libreta, en la que capturar experiencias. De manera que pueda volver al momento y lugar de la anotación. Y a partir de ahí “las palabras no me recuerdan el motivo que indujo la anotación, sino la experiencia, fuese la que fuese. Esto es importante. Así, puedo elaborar a partir de la idea –esto es, la significancia del hecho– en lugar de volver sobre ella. Es el instante preciso lo que trato de aprehender en las libretas, no la observación ni el pensamiento” (página 90). Es entonces, y tras mucho trabajo, y habilidad, cuando surge el poema. Porque “sobre poemas que no funcionan: ¿quién quiere ver a un pájaro casi volar?” (página 97).
Y, por último, aunque todo es vida, alguna idea principal sobre la vida. La diferencia entre un adulto y un niño es la capacidad de modificar sus propias circunstancias. El mundo de la escritura facilita esto, dando un acceso a la empatía, la otredad y los placeres de la forma. Pero hay un elemento básico: el esfuerzo. El esfuerzo de leer, de escribir. Y el esfuerzo de hacerlo bien. Existe un “poder redentor del auténtico esfuerzo” que desemboca en una “pasión por el trabajo” (Página 120). Este camino lleva a la madurez, y es lo que ha permitido a Oliver decir que “al elegir reclamar mi vida, me he construido, a base de trabajo y amor, una vida magnífica” (página 122). Al punto de “no atribuir a nadie la responsabilidad sobre mi vida. Es mía. La construí yo. Y puedo hacer con ella lo que quiera” (página 124).
Oliver plantea que existe una diferencia entre la vida que se vive y la vida que se crea, “existe la vida y existe la ópera, y yo quiero las dos cosas” (página 181). Y al igual que con la escritura, lo quiere hacer bien. Muy bien.
Por último, en el epílogo ella misma hace una valoración de este libro: “Los libros llevan consigo los sesgos, las ilusiones, y también los defectos de sus autores. Este libro es sesgado, tendencioso; es asimismo alegre, y probablemente contenga desesperación” (Página 183).
Si usted aún no conoce a Mary Oliver, este libro es una gran oportunidad para conocerla.
