(Reseña publicada originalmente en gallego en el blog Saber Sustentar, de El Salto.)
Se ha repetido con frecuencia que una de las vías fundamentales para el retorno a la sostenibilidad de las descarriadas sociedades modernas pasa por el retorno al campo y por una reconexión metabólica de las ciudades con su entorno rural. No obstante, con todo lo importante que es esta cuestión, no abundan las creaciones culturales que la traten, y menos aún las que lo hagan con una combinación tan interesante de crónica de experiencias reales con trasfondo histórico y antropológico como es el caso de la novela gráfica de Rubén Uceda, La huerta y el origen de las cosas (Akal, 2020).
Este cómic contribuye a la creación de imaginarios neorrurales y anticapitalistas mostrándonos las vivencias de un colectivo que autogestiona una parcela de terreno en una pequeña población en las proximidades de una gran ciudad. Pero estas páginas no contienen solamente un slice-of-life de las personas que, excluidas o hartas del sistema capitalista y de la vida urbana, buscan en la vuelta a un cultivo de alimentos lo más sostenible posible, con su vida afectiva, con sus momentos tragicómicos (la anécdota del «experimento agronudista») y su drama sociopolítico (la lucha contra el habitual desastre y pelotazo empresarial con la complicidad de las autoridades locales de turno). Uno de los principales valores de esta novela gráfica reside en el descubrimiento que vamos realizando en paralelo con su protagonista —en sus largas idas y vueltas en trasporte colectivo desde la ciudad donde vive a la huerta rural comunitaria— de un texto teórico fundamentel: En la espiral de la energía, de Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes.
Aunque en La huerta sólo vamos a encontrar un mash-up de una pequeña parte del primero de los volúmenes de esta enciclopédica obra (el que lleva por título “Historia de la Humanidad desde el papel de la energía”) combinada con hermosas ilustraciones a partir de fotografías de árboles realizadas por Beth Moon, lo que el autor nos trasmite es que estas experiencias neorrurales en las que él se inspira —y en las que ha participado personalmente, como autor que narra con las raíces en la realidad— son parte de la respuesta a lo que Durán y Reyes denuncian: el colapso del capitalismo industrializado, tema abordado en el segundo de los volúmenes de En la espiral de la energía. Así, no sorprende encontrar al propio Luis González Reyes (el otro autor, iniciador de la obra, Ramón Fernández Durán falleció en 2011) entre las personas que han asesorado a Uceda. Otros libros «esenciales» para la elaboración del cómic, según leemos en sus notas finales, son Vidas a la intemperie de Marc Badal y La fantasía de la individualidad de Almudena Hernando Gonzalo.
Las personas que se acerquen a esta historieta no van a encontrar un dibujo preciosista con una perspectiva perfecta, sino grandes dosis de realidad. A partir de numerosas entrevistas y de las propias vivencias del autor —especialmente las de la lucha llevada a cabo en 2006 para evitar la destrucción de una dehesa en la villa abulense de Piedralaves, así como su participación en colectivos como Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH) o Surco a Surco (SAS)—, se construye un relato en el que buena parte del público destinatario va a encontrar ecos de sus propios recuerdos o de su propia vida actual como activistas en esa fértil intersección de agroecología/anticapitalismo/autogestión: los líos en las asambleas, la dificultad de conjugar con coherencia ideales políticos y praxis cotidiana, la necesidad de llegar a compromisos, los procesos afectivos dentro de los colectivos, los errores de quien se aventura a hacerse neolabrador(a), o las posibilidades de colaboración con la izquierda representada en las instituciones, etc. Y otra parte del público, quizás interesada en darle un giro a su vida con la mirada puesta en el retorno a un entorno rural, va a encontrar una especie de anticipio de muchas cosas que va a poder vivir, de los obstáculos y los goces de la aventura de volver a integrarnos en la base de la vida, en el llamado sector primario, cargados con una buena mochila de anhelos personales y políticos.
Tal vez habrá quien eche en falta una mayor profundización en algunas cuestiones importantes, como la relación social y productiva on la población local, que en el cómic se limita prácticamente a conversaciones en la taberna. O tocar las implicaciones de depender de una clientela básicamente urbana (centros sociales autogestionados, grupos de consumo…) y por tanto de un acarreo constante en vehículos a motor tanto de las personas que participan en las labores agrícolas como de los propios productos. También hubiera sido interesante una representación menos plana y arquetípica de los malos de la historia (la alcaldesa y esos siniestros personajes de las gafas de sol y del bigote), así como la presencia de áreas sociales grises en este tipo de conflictos en los que no es precisamente habitual un posicionamiento nítido y cohesionado de toda la población local contra los atractivos de las promesas desarrollistas. Todas sabemos que cuando un proyecto urbanístico, minero o industrial se presenta en una población rural, no falta quien, despreciando el valor de la tierra fértil o del agua limpia, y desconociendo la situación de colapso a la que nos enfrentamos, opta por coger los cuartos que de manera directa o indirecta le promete el sistema (el «milagrismo del dinero fácil» y la «hipnosis del negocio especulativo», como el propio autor reconoce en las notas finales).
Con todo, La huerta es una obra necesaria, que se encuadra en la trayectoria de un autor que ha venido repasando la reciente historia política de España en anteriores trabajos y que se sitúa, con esta nueva historieta, en lo que sin duda va a ser uno de los principales focos de cambios y conflictos sociales en las décadas que tenemos por delante. Ojalá nuevas y nuevos artistas gráficos se sumen a la narración de estas experiencias para ayudarnos a interpretar el cambio histórico en el que nos adentramos e inspirar nuevas luchas en defensa de nuestro futuro, nuevas desobediencias constructivas, nuevas (re)construcciones desobedientes. El mensaje principal de La huerta es que la simbiosis entre movimientos anticapitalistas de origen urbano y experiencias agroecológicas enraizadas en el medio rural y periurbano puede ser sumamente fructífera.