Pepe Campana

España Puede, o de cómo la NextGenerationEU acabará con el tiempo de la «next generation»

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Las reformas e inversiones sostenibles y favorables al crecimiento que aborden las debilidades estructurales de las economías de los Estados miembros y que refuercen la resiliencia, aumenten la productividad y conduzcan a una mayor competitividad de los Estados miembros serán, por tanto, esenciales para volver a encarrilar esas economías y reducir las desigualdades y divergencias en la Unión.
—Reglamento (UE) 2021/241 del Parlamento Europeo y del Consejo de 12 de febrero de 2021 por el que se establece el Mecanismo de Recuperación y Resiliencia.

1.

Los primeros relojes de rueda mecánicos datan del siglo XIII, sólo tenían la manecilla de las horas y se atrasaban varios minutos al día. No fue hasta el siglo XVI, coincidiendo más o menos con la reforma del calendario propiciada por el papa Gregorio XIII, que empezaron a construirse relojes que ya incorporaban la manecilla de los minutos y aún se hubo de esperar hasta 1760 para ver los primeros relojes con segundero (Zavelski, 1990). De este modo, el siglo XVIII marca el comienzo de una época en la que el tiempo empieza a medirse con cierto grado de precisión.

Casualidad o no, es también en el siglo XVIII que Reinhart Koselleck sitúa el comienzo de la Edad Contemporánea (modernity, Neuzeit). No porque fuera en este siglo cuando se inició la primera revolución industrial y con ella los profundos cambios sociales, económicos y tecnológicos que se extenderían a todos los continentes un siglo después; ni porque en él se produjera la Revolución Francesa y con ella la abolición del feudalismo, los diezmos y la justicia señorial, sino porque, a decir de Koselleck, es en el siglo XVIII que aparece “un criterio general con el que distinguir a la así denominada modernidad: la aceleración” (Koselleck, 2002. Énfasis en el original)[1].

La aceleración es, en efecto, la seña de identidad de los tiempos que nos han tocado vivir, una aceleración que, siguiendo a Hartmut Rosa, se manifiesta tanto en la esfera tecnológica, como en la esfera del cambio social y en la de nuestros propios ritmos de vida (Rosa, 2009). Y si la primera categoría tiene que ver con la introducción de innovaciones tecnológicas destinadas a minimizar el tiempo invertido en todo tipo de producción y ganar así en productividad, la segunda categoría afecta a la velocidad de cambio que experimenta la propia sociedad: un cambio estructural que ha acelerado su paso de lo intergeneracional a lo generacional y de lo generacional a lo intrageneracional[2]. La aceleración del ritmo de vida, en fin, tiene conexión directa con nuestra propia experiencia y con el creciente sentimiento de que, en palabras de Rosa, cada día que pasa “el tiempo se vuelve más y más escaso”.

De este modo, la vida deviene en un sin parar que nos recuerda la fábula de Alicia cuando tras encontrarse con la Reina Roja inician una loca carrera en la que a pesar de correr más y más deprisa hasta el punto de que “al final parecía como si estuviesen deslizándose por los aires, sin apenas tocar el suelo con los pies”, no llegan a ninguna parte. En el diálogo que se entabla entonces la Reina Roja aclara a Alicia la necesidad de la aceleración (Carrol, 1979):

—Pero ¿cómo? ¡Si parece que hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!
—¡Pues claro que sí! —convino la Reina—. Y ¿cómo si no?
—Bueno, lo que es en mi país —aclaró Alicia, jadeando aún bastante— cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte.
—¡Un país bastante lento! —replicó la Reina—. Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.

2. España puede

También el Plan de recuperación, transformación y resiliencia España Puede (EP)[3], recientemente aprobado por el gobierno español y aceptado por la Comisión Europea en el marco del programa NextGenerationEU (NGEU), es tal como lo vemos, un “correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio”, o peor aún, para llegar allí de donde se quiere salir.

No se trata de determinar si los programas de inversión que propone son adecuados o si se han de favorecer unos frente a otros. Tampoco de dilucidar si las reformas legislativas son determinantes o no para llevar a cabo con éxito tales programas. Pienso que en esta ocasión el diablo no está (sólo) en los detalles y sí en la concepción misma del Plan.

En efecto, el objetivo del plan España Puede es “incrementar el crecimiento potencial de la economía española, mediante un aumento del capital natural, del capital humano, del capital institucional, científico y tecnológico que lleven a una mayor productividad y lograr así un crecimiento sostenido y rico en creación de empleo…” (EP, p.45). Para ello se movilizarán en los próximos dos años cerca de 70.000 millones de euros en inversión pública[4]] y se acometerá un paquete de 102 reformas legislativas que deben servir, al menos en teoría, para impulsar en España una transición ecológica y una transformación digital mientras que se ahonda, al mismo tiempo, en la cohesión social y territorial y en la igualdad de género.

En línea con ese objetivo general, el plan especifica que “tiene como objetivo acelerar la transición ecológica como elemento clave en la fase de reconstrucción a corto plazo y servir de palanca para la modernización de la economía” (EP, pg.57), y que igualmente “tiene como objetivo acelerar la transición digital de España para alcanzar, de forma estructural, una transformación y modernización real de la economía” (EP, p.61). (El énfasis es en los dos casos mío.)

Ahora bien, la componente económica es tan dominante, tan aparentemente relevantes las transiciones que propone para ese fin, que hace de cualquier otra meta contemplada en el plan un mero elemento instrumental supeditado –y por lo tanto prescindible– a la consecución del crecimiento esperado. Así se pone de manifiesto cuando en el mismo documento puede leerse que “reducir las desigualdades y lograr un crecimiento justo e inclusivo es clave no sólo por razones de justicia, sino también de eficiencia económica” (EP, p.70); o que “la igualdad de género supone un factor fundamental de crecimiento, no sólo como un elemento de justicia y equilibrio social sino como un factor de productividad y PIB potencial” (EP, p.106), por citar solo dos ejemplos (el énfasis vuelve a ser mío). El tratamiento que reciben las otras variables es similar: es el capital natural lo que hay que preservar para no restar atractivo turístico al país, el capital humano el que se debe formar conforme a las necesidades del mercado, el capital institucional el que ha de adaptarse a ese nuevo mercado.

De este modo, el plan pone frente a frente variables inconexas bajo un único prisma económico. Haciéndolo así, anula su diversidad y lo que por ellas mismas valen. Las ganancias que se produzcan en un ámbito determinado permitirán justificar, incluso sobradamente, las pérdidas que se generen en los otros ámbitos. El Reglamento de Taxonomía utilizado para calificar los diferentes planes de recuperación y resiliencia con respecto al principio de “no causar un perjuicio significativo” al medioambiente, no impedirá que se siga empleando, de un modo u otro, este criterio de valoración y compensación cuando se trate de decidir sobre el contenido real de las reformas legislativas y el destino final de las inversiones [5]. En otras palabras: las reformas contenidas en el plan de recuperación pretenderán articular el crecimiento económico con una gestión ambiental en la que los límites no traspasables podrán modificarse en función del balance resultante tras analizar desde un punto de vista eminentemente técnico cuán sustancial es la contribución de una actividad económica a un objetivo medioambiental determinado y cuán poco significativos son los perjuicios que genera en el resto, medido todo ello, si es preciso, en términos monetarios [6].

Pero es que, además, el crecimiento económico es, se quiera o no, acumulación de valor, y la acumulación de valor sólo es posible, se quiera o no, si aumenta de forma continuada la producción de bienes de uso que, tras ser consumidos o utilizados como activos de inversión, aumentan la acumulación de capital. Y esto requiere, se quiera o no, el consumo de recursos materiales. Si además se trata de favorecer el incremento de productividad para mejorar la competitividad y producir al mismo tiempo no ya más, sino solo la misma cantidad de valor, es necesario aumentar aún más la producción de bienes de uso y, en consecuencia, incrementar aún más el consumo de recursos materiales. Y de energía. Son los principios básicos de funcionamiento de un sistema de mercado del que se nos dice que es libre y cuyas consecuencias empíricas son explotación, destrucción, dominación, desigualdad y en no pocas ocasiones, muerte[7]; consecuencias que ni se quieren en nuestro patio trasero ni se nos muestran “a través de la televisión, del cine, de las novelas y de los videojuegos”[8]. Me pregunto si es por esto por lo que el plan España Puede fija entre sus pretensiones mejorar “el atractivo de España como plataforma europea de negocio y trabajo, de captación de inversión y talento en el ámbito audiovisual y de los videojuegos” (EP, p.66).

Únase a todo lo anterior el sistema de financiación ideado por la UE para poner en marcha el NGEU y los diferentes planes nacionales, incluido el mentado España Puede: 750.000 millones de euros del año 2018 (unos 800.000 millones al precio actual), que a razón de 150.000 millones al año en el periodo 2021-2026 se obtendrán mediante la emisión de bonos y la subasta de deuda, del mercado de capitales, con el compromiso añadido de liquidar el principal con sus correspondientes intereses no más tarde del año 2058.

Ténganse en cuenta, además, las circunstancias concretas de las que se parte:

  1. La activación del Pacto de Estabilidad. Con el fin de facilitar la aplicación de medidas extraordinarias con las que paliar al menos en parte los efectos de la pandemia de la COVID-19 sobre la economía de los Estados miembros, la Comisión ha activado la “cláusula de escape general” dejando sin efecto el Pacto de Estabilidad y Crecimiento hasta 2023. Con la cláusula de escape activada los Estados de la UE no se ven obligados a aplicar la regla de gasto, pudiendo superar los límites del 3% del déficit y del 60% de la deuda pública. España cerró el ejercicio de 2020 con un déficit del 10,97% una vez incluidas las ayudas financieras, y con una deuda pública del 120% del PIB. Sólo en el primer trimestre del 2021 la deuda ha crecido hasta el 125,2%.
  2. De igual modo, el BCE ha flexibilizado una de sus reglas de oro: una inflación “por debajo, pero cercana al 2%” no parece estar en contradicción con que la inflación llegue, e incluso supere, el 2%[9].

En estas condiciones, el crecimiento económico no sólo es un objetivo, es un imperativo: de no saldar la deuda en los plazos acordados y en la forma debida, la deuda misma crecerá. La burbuja de la transición ecológica y digital explotará. Se acrecentará la desigualdad. Se diluirá toda cohesión social, territorial y de género. Volverá la incertidumbre social y económica, y se incrementará hasta límites insospechados, la inestabilidad. En este escenario no resulta difícil imaginarse a las grandes corporaciones financieras, manejando a su antojo los fondos de inversión y la gestión de activos fuera de todo control de los Estados y de los bancos centrales, convirtiéndose en los amos absolutos –ya lo son— de las “generaciones futuras”[10]. En cierto modo ya lo anuncia el gobierno en su Plan España Puede: “Los jóvenes han sufrido intensamente tanto la anterior crisis financiera como la sanitaria, y tendrán que hacer frente al aumento de la deuda pública que ha financiado la respuesta a la pandemia” (EP, p. 24. El énfasis vuelve a ser mío.)

3.

Acelerar. Crecer. Y capitalizar: capital humano, capital natural, capital social; capital tecnológico.

Acelerar. Dejar de ser ciudadanos. Sólo consumidores. Consumidores verdes y digitales al servicio de una economía verde y digital.

Acelerar. Incrementar la productividad. Y las ventas. Más aceleradamente, si cabe, que la productividad. Acumular.

Acelerar. Acelerar. Siempre acelerar.

¿Recuperación? ¿Transición? ¿Resiliencia? No de este modo.

4.

Hay quien piensa que el dinero es infinito. Que siempre se puede y se podrá crecer. Admitámoslo. No por eso el valor se hace infinito. El planeta, los seres vivos, la sociedad y los mismísimos avances tecnológicos, tienen un valor de frontera que no conviene, por muy acelerado que se esté, traspasar.

Es casi seguro que las inversiones previstas en el plan España Puede, al igual que las que se prevén en los planes de recuperación y resiliencia presentados por el resto de los Estados miembros en el marco del NGEU, saldrán adelante. Es muy probable, de igual modo, que se acometerán con mayor o menor grado de consenso, si no todas, la mayor parte de las reformas referidas en dicho plan. Incluso cabe decir que muchas de esas reformas serán bien recibidas por el conjunto de la ciudadanía pues no son pocas las promesas que ofrecen. Es la esencia misma del capitalismo, aunque se vista de verde. Pero permanece abierta una pregunta a la que este plan, quizás el último plan, no da respuesta: y luego ¿qué?

Conviene recordarlo: a partir de un cierto límite, acelerar sólo se consigue frenando a los demás. Acelerar, en un último intento, termina por frenarlo todo.

Epílogo: #NoHayTiempo

En uno de los deliciosos relatos que componen Ébano, Ryszard Kapuscinski (2006), tras describir la estación de autobuses de Acra, que “recuerda al campamento de un gran circo que se ha detenido en su camino para una breve parada y fonda”, y sus autobuses, “una especie de camiones con carrocería de madera que cubre un techo apoyado sobre unos palos”, nos alerta sobre la posible colisión de culturas que puede producirse cuando alguien que no conoce África toma asiento en el autobús: “Empezará a removerse en el asiento –escribe–, a mirar en todas direcciones y a preguntar: «¿Cuándo arrancará el autobús?» «¿Cómo que cuándo?», le contestará, asombrado, el conductor, «cuando se reúna tanta gente que lo llene del todo».”

Kapuscinsky utiliza esta descripción para poner de manifiesto la diferente concepción que del tiempo tienen africanos y europeos. Así, mientras que sitúa a los primeros en un tiempo que es flexible, algo que incluso “el hombre puede crear, pues la existencia del tiempo se manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que un acontecimiento se produzca o no, no depende sino del hombre”, de los europeos dice que funcionan en un tiempo independiente del hombre de modo tal que entre ambos, hombre y tiempo, “se produce un conflicto insalvable” que siempre acaba con la derrota del hombre.

Esta es, en esencia, la diferencia entre el tiempo kairológico y el tiempo mecánico; entre el tiempo en el que “se dice que ahora es el momento de hacer algo independientemente de lo que pueda decir el reloj”, y el tiempo en el que “las actividades cambian porque el minutero se ha movido desde lo que significa 9:59 a.m. a lo que significa 10 a.m.” (John Urry, 2009); diferencia que el saber popular ya remarcó cuando dijo que no por mucho madrugar amanece más temprano.

Es cierto que en Europa y por extensión, en el norte global, existen grupos sociales, reducidos, pero no por ello inexistentes, en los que el reloj apenas tiene presencia. Es igualmente cierto que la dictadura de los horarios preestablecidos rige cada día más la vida de los africanos. Pero independientemente de esta confluencia de modelos, más evidente hoy que cuando Kapuscinsky escribió sus relatos («Camino a Kumasi», capítulo de donde proceden las citas anteriores, es de 1959), cabe preguntarse por las causas que han inducido al ser humano y, en primer lugar, a los europeos, a prescindir de un tiempo que se asume como parte del ser, en favor de otro que nos imponemos e imponemos como instrumento de dominio. No tengo la respuesta.

Y, sin embargo, estoy convencido que es tanto el correr que ya #NoHayTiempo.
Duele, en estas condiciones, pensar que con tiempo es con lo único que nacemos.

Pepe Campana

Referencias

  • Carrol, Lewis. A través del espejo y lo que Alicia encontró al otro lado. Alianza Editorial, Madrid, 1979.
  • Kapuscinski, Ryszard. Ébano. Ed. Anagrama, Barcelona, 2006.
  • Koselleck, Reinhart. 2002. The practice of conceptual history: timing history, spacing concepts. Stanford University Press Stanford, California.
  • Rosa, Hartmut. 2009. «Social Acceleration: Ethical and Political Consequences of a Desynchronized High-Speed Society»; en H. Rosa and W. E. Scheuerman (Eds), High-speed society: social acceleration, power, and modernity; University Park: The Pennsylvania State University Press, 2009. Una versión en castellano de este artículo puede encontrarse en
    https://personaysociedad.uahurtado.cl/index.php/ps/article/view/204
  • Urry, J. 2009. «Speeding up and slowing down». En H. Rosa and W. E. Scheuerman (Eds), High-speed society: social acceleration, power, and modernity; University Park: The Pennsylvania State University Press, 2009.
  • Zavelski, F. Tiempo y su medición. Ed. Mir, Moscú, 1990.

Notas

[1] De hecho, Koselleck identifica cinco criterios adicionales que caracterizan a la Modernidad: (1) el desarrollo de un futuro abierto; (2) el sentimiento de singularidad y, consecuentemente, la ruptura con la antigüedad como modelo; (3) el reconocimiento de la diversidad cultural y la percepción de la existencia de diferentes niveles de desarrollo; (4) la consolidación de la perspectiva histórica y su diversidad de interpretaciones; y (5) el sentimiento de vivir en un periodo de transición. Todos estos criterios están, a mi modo de ver, ligados al primero, el de la aceleración.

[2] Aceleración que, en el ámbito laboral, cuando la precariedad se convierte en norma general a la par que nuevas puertas se cierran antes de conseguir entrar por ellas, genera una sensación de desconcierto y derrota cada vez más alarmante.

[3] Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. España Puede. 16 de junio de 2021. Disponible en https://www.lamoncloa.gob.es/presidente/actividades/Paginas/2020/espana-puede.aspx

[4] El Mecanismo de Recuperación y Resiliencia de la UE, que en sí constituye el núcleo central del NGEU, prevé movilizar un total de 672.500 millones de euros que se distribuirán entre los Estados miembros en forma de subvenciones (312.500 M€) y préstamos reembolsables (360.000 M€). De estos fondos le corresponden a España cerca de 140.000 millones de euros. Las inversiones recogidas en el Plan España Puede hacen uso de los casi 70.000 millones de euros que le corresponden de la parte subvencionada. No obstante, el gobierno prevé contraer empréstitos con la UE hasta completar los 140.000 millones de euros puestos a su disposición.

[5] De acuerdo con el artículo 3 del Reglamento de taxonomía (Reglamento (UE) 2020/852 del Parlamento Europeo y del Consejo de 18 de junio de 2020), para que una actividad económica se considere medioambientalmente sostenible deberá, entre otros criterios, contribuir sustancialmente a uno o varios objetivos medioambientales y no causar ningún perjuicio significativo a alguno de ellos. El mismo reglamento especifica en su artículo 9 cuales son los objetivos medioambientales mencionados: a) mitigación del cambio climático; b) adaptación al cambio climático; c) uso sostenible y protección de los recursos hídricos y marinos; d) transición hacia una economía circular; e) prevención y control de la contaminación; f) protección y recuperación de la biodiversidad y los ecosistemas. Los artículos 10 a 11 concretan qué significa que una actividad económica contribuya de “forma sustancial” a cada objetivo mientras que el artículo 17 determina qué es un “perjuicio significativo”. Las expresiones empleadas en estos artículos son, como es habitual en la reglamentación de naturaleza similar, lo suficientemente flexible como para admitir diferentes interpretaciones por parte de los órganos decisorios.

[6] Tanto es así que, si “el actual modelo de crecimiento ha provocado un nuevo aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero y la pérdida de recursos naturales y biodiversidad”, es, no puede ser de otra manera, por un “fallo de mercado” que se puede y se debe corregir (EP p.128).

[7] Front Line Defender ha contabilizado el asesinato de hasta 331 defensores de los derechos humanos en 2020 (FLD: Global Analysis 2020). De ellos, el 69% defendían la tierra, el medio ambiente y los derechos de los pueblos indígenas. Por su parte, el Atlas de Justicia Ambiental ha registrado 30 nuevos conflictos ambientales en 2020. A fecha de hoy (julio 2021) se han registrado un total de 63 casos relacionados con megaproyectos de energía solar o eólica, de los que 54 permanecen abiertos. Al menos 11 de los casos denunciados tienen su origen en proyectos liderados por compañías españolas.

[8] “A través de la televisión, del cine, de las novelas y de los videojuegos podemos ser más meticulosamente bombardeados con material narrativo que cualquier otro pueblo que haya existido. Lo que es peculiar, sin embargo, es la falta de cuidado con que estas historias se canalizan hacia nosotros –como entretenimiento, una distracción de la vida diaria, algo para mantener nuestra atención en el otro lado de la pausa publicitaria. Tiene poco sentido que estas cosas constituyan el equipamiento con el que navegamos por la realidad. Por otro lado, están las historias serias contadas por los economistas, los políticos, los genetistas y los líderes corporativos. Éstas no se presentan como historias en absoluto, sino como relatos directos de cómo es el mundo. Se elige entre versiones que compiten entre sí, a continuación, se lucha contra los que eligieron de manera diferente. Los conflictos subsiguientes se oyen de madrugada en la radio, en los debates de la tarde y por la noche en las peleas televisivas de los comentaristas. Y, sin embargo, a pesar de todo el ruido, lo que llama la atención es cómo concuerdan los lados opuestos: todas sus historias solo son variantes de una historia mayor, la historia de la centralidad humana, de nuestro control, siempre creciente, de la “naturaleza”, de nuestro derecho al crecimiento económico perpetuo, de nuestra capacidad de trascender todos los límites” (Paul Kingsnorth y Dougald Hine, 2009. Uncivilisation. The Dark Mountain Manifesto).

[9] Véase, por ejemplo, https://cincodias.elpais.com/cincodias/2021/07/08/mercados/1625741941_036224.html

[10] Sobre quiénes son y cómo manejan los fondos de inversión véase el artículo de Martín Cúneo “Los nuevos amos del mundo”, El Salto, 26 de mayo de 2021.

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