(Publicado originalmente en tres capítulos en Catalunya Plural. Revisado y reformateado para su publicación en 15/15\15 por Moisès Casado y Manuel Casal.)
A nivel planetario la temperatura media ha subido 1,25 °C desde el periodo preindustrial. Y superará los +1,5 °C alrededor de 2030. De no hacer nada se llegará a +2 °C antes de mediados de siglo. En Cataluña, la media ha subido casi 2 °C desde el periodo preindustrial, previéndose alcanzar +3 °C hacia el 2040. Somos víctimas de una pandemia, la biosfera no para de calentarse y 2020 ha sido, globalmente, el año más cálido de la historia, empatado con el 2016. Estamos poniendo las bases de un nuevo estadio climático invernadero, menos habitable en general, que convertirá en inhóspitas muchas partes del planeta (ya está pasando), y hará la vida más difícil en todas.
La salud del planeta lanza nuevos gritos de auxilio
Vivimos tiempos contradictorios. Las recetas contra las diferentes crisis que conforman la emergencia global que vivimos se oponen unas a otras y amenazan con aniquilarse. También las necesidades que nos acucian chocan por antitéticas, como los conocimientos que sustentan nuestras vidas y los que nos harían falta para vivir de otra manera y alcanzar un nuevo estado de bienestar. Materia y antimateria a punto de colisionar y desencadenar un colapso planetario: económico, ecológico, de salud global.
Recuperar el crecimiento reclamado por la mayoría de personas como salvavidas de la inequívoca crisis socioeconómica que padecemos, crecimiento convenientemente renombrado (el lenguaje importa) «recuperación de la normalidad», es la peor solución para la crisis global que ya nos amenazaba antes de la pandemia. Al fin y al cabo, es la normalidad que ya habitaba entre nosotros la que nos ha llevado hasta aquí.
Somos víctimas de una pandemia, la biosfera no para de calentarse y 2020 ha sido, globalmente, el año más cálido de la historia, empatado con el 2016. Y el 2021 empieza con un mes de enero en que, mientras en el Ártico la temperatura se ha situado 20 °C por encima de la media, y en Grecia han vivido una ola de calor con Atenas a 22 °C y Creta a 28 °C —temperaturas que llevaron a la gente a la playa— en España, país también mediterráneo, se han producido olas de frío y nevadas históricas, compatibles con el cambio climático, que han colapsado la capital y causado temperaturas extremas de hasta -25 °C. Un buen ejemplo de lo que está por venir y hay que prever.
En Cataluña, donde la previsión tampoco abunda, tormentas cada vez más fuertes golpean año tras año el litoral, se llevan playas, deterioran infraestructuras costeras y se comen el Delta del Ebro, un territorio que expresa perfectamente lo que supone el cambio climático asociado a la mala gestión del río (falta de caudal ecológico —exceso de regadío— y falta de sedimentos retenidos en los embalses).
Si miramos al sur global, observamos cómo aumentan los procesos migratorios debido al cambio climático (más de 25 millones de desplazadas en 2019 por ciclones, tormentas, inundaciones, deslizamientos, sequías, incendios forestales, pérdida de territorio por el avance del mar…), guerras por los recursos y su explotación en beneficio de los países ricos (extractivismo, apoderamiento energético, agotamiento de la pesca…) que son, además, los principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
Según Oxfam, el grupo de países calificados por Naciones Unidas como menos desarrollados, que incluye los 47 más pobres del planeta y con menor desarrollo humano, sólo es responsable de un 0,8% de las emisiones totales de GEI. En cambio, desde 1960, el 50% del CO2 expulsado a la atmósfera proviene de países industrializados miembros de la OCDE.
La crisis global, pues, está ligada al excesivo consumo, derivada de un estilo de vida rico de personas que habitan países ricos (no todas, porque la desigualdad y la desposesión están aumentando también en el norte global). Resultado: 46 millones de desplazados en otras áreas de sus propios países del sur global y hasta 80 millones de personas que han tenido que abandonar su lugar de nacimiento. Y aumentando.
Socialmente, todo ello supone más diferencias sociales, más exclusión, que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres (antiguas clases medias incluidas) y, en definitiva, más desigualdades, más desposesión y menos equidad. Desventajas, todas ellas, evitables. Más agudizadas en el sur y cada vez más cotidianas y duras en el norte.
El efecto invernadero
Crecer, tal como se contempla en las políticas empujadas por el sistema económico vigente, significa reactivar el uso de las energías fósiles y supone verter más cantidad de sustancias que, por sí solas o por reacciones químicas, contaminan y calientan la biosfera: litosfera (vivimos en la superficie emergida de la capa sólida más externa), hidrosfera (todas las aguas) y la atmósfera (gases que rodean la Tierra y de donde obtenemos el aire para respirar), y todos los organismos vivos. Y matan prematuramente.
La prueba la tenemos en el G20 (80% de las emisiones mundiales) que ha decidido dedicar, desde el comienzo del Covid-19 hasta ahora, 242.300 millones de dólares al fomento de las energías fósiles, por tan sólo 180.620 millones para las renovables. Un total de 52,84 dólares per cápita para energías fósiles, sin ninguna condición limitadora, frente a tan sólo 39,39 para renovables.
Las partículas (PM2,5 —las peores— y PM10), el ozono troposférico (03), los óxidos de nitrógeno (NOX) y dióxido de azufre (SO2), que se generan al quemar combustibles fósiles, contaminan la atmósfera y al añadirse al aire que respiramos, causan la muerte prematura y evitable de entre medio millón y 800.000 personas en Europa (30.000 en España). En el mundo, donde 9 de cada 10 personas respiran aire contaminado, solo las partículas finas (PM2,5) causan siete millones de muertes antes de tiempo. El exceso de ozono troposférico mata entre 1.500 y 1.800 personas cada año en España. En Cataluña, afecta a más de la mitad de la población y al 90% del territorio. A este respecto es muy revelador el estudio del ISGlobal sobre la contaminación en las ciudades y muertes evitables.
Los gases de efecto invernadero (GEI) han estado siempre presentes en la atmósfera y de manera natural. Son transparentes a la luz solar: la radiación pasa en su mayor parte, a través de la atmósfera y calienta la superficie de la litosfera, energía que luego emite parcialmente en forma de radiación térmica. Los GEI acumulados impiden que la energía vuelva al espacio exterior, al absorber una buena parte y remitirla en todas direcciones, calentando así la superficie de la tierra y los océanos: es el efecto invernadero.
Al quemar combustibles fósiles, vertemos más GEI en la atmósfera (dióxido de carbono, metano, gases fluorados u ozono troposférico) que se suman a las emisiones naturales —entre ellas el vapor de agua— y alteramos el equilibrio que ha permitido la vida tal como la conocemos, armonía sustentada en los acogedores 15 °C de media de la atmósfera inferior.
A pesar de la disminución de CO2 derivada de la baja actividad económica causada por la pandemia (un 7% aprox.), los índices de concentración de CO2 en la atmósfera han continuado subiendo y este enero es de 2,20 ppm superiores a hace un año (+ 0,53%). El momento más alto fue el día 1 de junio de 2020, con 418,32 ppm.
Recordemos que el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en el informe sobre la disparidad en las emisiones, presentado en noviembre de 2019, recomendaba, para evitar el aumento de 1’5 ºC de la temperatura media del planeta, que las emisiones se debían reducir un 7,6% cada año hasta 2030, y que ha sido necesario un año como este 2020, con el paro de la economía por la pandemia, para casi conseguirlo.
A la magnitud del esfuerzo se le añaden dificultades objetivas para alcanzarlo.
Jason Hickel, de la Goldsmits University de Londres, y Giorgos Kallis, del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental (ICTA) de la UAB, publicaron un artículo en New Political Economy titulado «¿Es posible el crecimiento verde?». Y su respuesta a esta pregunta fue: no. Argumentaban que si el sistema económico quiere evitar que la temperatura suba más de 2 ºC, el Producto Interior Bruto (PIB) no puede crecer más del 0,5%. (Porcentaje insuficiente para ser considerado crecimiento.) Pero si lo que se pretende es evitar el aumento de la temperatura en 1,5ºC, entonces el decrecimiento es inevitable.
El calentamiento
El año 2020 ha culminado el decenio más cálido desde que se dispone de registros. Ahora, la temperatura de la biosfera es 1,25 °C más alta que la media de la era preindustrial (promedio 1850-1900). Si calculamos que la temperatura está subiendo un 0,25 °C cada decenio, estamos, como mucho, a una década de superar el aumento de 1,5 °C que nunca se debería exceder. Y a dos décadas de superar los +1,7 °C, punto que el Informe Especial del IPCC presentado en Incheon, Corea del Sur, el 8 de octubre de 2018 [apartado D.1,2] señalaba como tipping point, el punto de no retorno, aquel momento en el que se pierde la capacidad de revertir los hechos: «Si la temperatura excede 0,20 °C los +1,5 °C, [es decir] si llega a ser 1,7 °C más alta que la media de la era preindustrial, volver atrás, revertirla, supondría, con toda probabilidad, un esfuerzo de captura de carbono, económica y técnica, imposible de conseguir». Los +2 °C se alcanzarán antes de mediados del siglo.
En Cataluña (no puede ser demasiado diferente en España), el calentamiento es sumamente preocupante. 2020 ha sido el año más cálido de la historia, empatado con 2017. La temperatura ha subido casi 2 °C desde el periodo preindustrial de referencia. Dice Marc Prohom, jefe del Área de Climatología del Servicio Meteorológico de Cataluña: «2020 ha tenido una anomalía de temperatura cercana a los 2 °C respecto a la media del periodo preindustrial». Y no es exagerado afirmar que se incrementa a un ritmo de 0,40 °C el decenio (+3 °C poco después de 2040). ¡Da miedo!
Con mucha probabilidad, hemos superado los tipping points, los umbrales que si se rebasan alteran el equilibrio de la biosfera, la gota que colma el vaso, en lenguaje popular, con respecto al deshielo del permafrost del Ártico, en general, y de Groenlandia, en particular. El aumento significativo del nivel del mar es inevitable.
Aumentando como lo estamos haciendo la temperatura media de la atmósfera y los océanos (absorben el 90% del calor adicional derivado del vertido de GEI), estamos poniendo las bases de un nuevo estadio climático invernadero, menos habitable en general, que convertirá en inhóspitas muchas partes del planeta (ya está pasando), y hará la vida más difícil en todas partes.
La alimentación
La salud de los ecosistemas de los que nosotros y todas las demás especies dependen se está deteriorando a una velocidad nunca vista. Estamos erosionando los cimientos de las economías, los medios de vida, la seguridad alimentaria, la salud y la calidad de vida de todo el mundo.
Estas palabras las pronunció Robert Watson, presidente de la Plataforma Intergubernamental Independiente de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, IPBES. Son servicios ecosistémicos los beneficios que un ecosistema aporta a la sociedad y que mejoran la salud, la economía real y la calidad de vida de las personas.
Todas estas realidades se agravarán, remarca IPBES, a menos que se adopten medidas para reducir drásticamente la intensidad de los impulsores de la pérdida de biodiversidad (directamente relacionada con la pérdida de salud): cambio de usos de la tierra y el mar, explotación directa de los organismos, cambio climático, contaminación, y el uso de especies invasoras.
La pandemia y los ecosistemas
La pandemia de Covid-19 tiene, muy probablemente, su origen en la mala gestión de los ecosistemas. La colonización de nuevos territorios pone en contacto a los animales con virus con los que no habían interaccionado. Después, estos animales infectados contagian el virus a los humanos.
Delia Grace, epidemióloga, veterinaria y académica del Instituto de Recursos Naturales de la Universidad de Greenwich, en Londres, es autora principal del informe de Naciones Unidas Previniendo la próxima pandemia: las zoonosis y cómo romper la cadena de transmisión, presentado en julio de 2020. Delia Grace argumenta que durante el último siglo han surgido cada vez más enfermedades infecciosas: vacas locas, gripe aviar, VIH-SIDA, gripe española, y ahora el Covid-19.
El 75% ha tenido como fuente animales salvajes. Y muchas infecciones han llegado a los humanos usando como puentes animales domésticos mucho más numerosos que los salvajes: pollos, cerdos, rumiantes y otros tipos de ganado. La demanda de proteína de origen animal —huevos, pollo, carne bovina, pescados— es una de las causas más importantes.
La industria está dominada por unos pocos tipos genéticos similares. Los animales están hacinados y estresados y, en estas circunstancias, su sistema inmunitario se debilita. En muchos países, las medidas de bioseguridad no son buenas. «Estamos observando una enorme presión sobre los ecosistemas impulsada por el aumento de población, con un enorme incremento de industrias extractivas», concluye el informe de Delia Grace. Y añade: «no basta con tratar los síntomas de la pandemia, se debe investigar de dónde viene el problema y, si no lo hacemos, tendremos más pandemias».
En juego está la salud de todo el planeta, una única salud basada en la interdependencia entre la actividad humana y los sistemas naturales (agua, aire, tierra, biodiversidad) y su impacto en las personas y las demás especies que habitan la biosfera: una salud planetaria que estamos comprometiendo.
El capitalismo verde y sus paradojas
Ante un diagnóstico cada vez menos rebatible, ante la posibilidad de que acabe siendo público y notorio que las energías fósiles te daban futuro pero ahora te lo quitan, los poderes económicos, políticos, sociales europeos, y los que acompañan a Joe Biden, decidieron, para recuperar la iniciativa y dar respuesta a las inquietudes de la ciudadanía, formular una propuesta de ensueño, el European (Green) New Deal.
Una nueva forma de capitalismo no perjudicial, que se vende como ecológico, y en el que se da por hecho que se podrá conseguir la neutralidad de emisiones sustituyendo progresivamente las energías fósiles por renovables (bajas en carbono). Nos preguntamos, sin embargo, ¿es posible este tipo de neocapitalismo que propone la UE, o es un disfraz, un camuflaje de las verdaderas intenciones que esconde, aprovechando el auge del Green New Deal?
Qué dicen los datos
En general, asociamos las energías renovables con la obtención de energía ambientalmente sostenible. Pero, ¿realmente lo son?
De todas las materias primas que se producen en el mundo, Europa necesita un 20% y solo obtiene un 3% en su propio territorio (85% de déficit de producción). Le falta pues un 17% de la producción mundial que consigue fuera de sus fronteras. Si además quiere aumentar la fabricación de placas solares, aerogeneradores, acumuladores de energía, coches eléctricos y otras necesidades para hacer realidad el sueño verde, precisará acaparar aún más materiales, minerales y energía procedentes de los países productores.
Situémonos a nivel global y empleemos datos tan oficiales como son los del Banco Mundial (BM). El 11 de mayo de 2020, el BM publicaba el informe Minerales for Climate Action: The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition. Se describe qué se necesita para conseguir la transición energética, y detalla cuánto se debería aumentar la producción. Hacen falta, se afirma, 3.000 millones de toneladas de minerales y metales estratégicos: cobre, níquel, cobalto, litio, cromo, molibdeno, grafito, aluminio, indio, hierro, plomo, manganeso, neodimio, plata, titanio, vanadio y zinc, para desplegar la transición a eólica, solar y geotérmica.
La producción de grafito, cobalto y litio —esenciales para el almacenamiento— debería aumentar un 500% hasta 2050 para hacer frente a la demanda de materiales para las tecnologías energéticas limpias que eviten el aumento de 2 ºC de la temperatura media de la biosfera. Preguntémonos en este punto qué cantidad sería necesaria si nos propusiéramos en el mismo tiempo, antes de 2050, evitar el aumento de un 1’5 °C a través de una sustitución de fuentes energéticas. Serían muchos más materiales y minerales, y energía, porque habría que construir muchas más herramientas renovables para sustituir más deprisa las fósiles.
Y aun así no sería suficiente, porque hay otros inconvenientes que contradicen los argumentos que sustentan el capitalismo verde. Primero, que para manipular metales y minerales con los que fabricar placas solares, aerogeneradores, acumuladores de energía renovables, etc., habrá que emplear en una primera fase (e incluso más adelante cuanto toque reemplazarlas al final de su vida útil), que será larga, energías fósiles (¿de dónde sacaremos la energía si no?), que deteriorarán los ecosistemas y agravarán el calentamiento y la contaminación. Segundo, que su tasa de retorno energético (TRE o EROI) es más baja, es decir, que para obtener una cantidad determinada de energía, hay que invertir muchas más unidades de energía (renovable o no) en el proceso de producción que en el caso de las fósiles, puesto que el rendimiento con fósiles es mucho más alto que con renovables. Tercero, que las renovables dependen de las condiciones meteorológicas. Si no se quiere perder parte de la producción y emplear los excedentes cuando no haya sol o viento, será necesario almacenar la energía utilizando hidrógeno, pilas de combustible, etc. que también se deberán fabricar y necesitarán la extracción y manipulación de metales y minerales. Y cuarto, que es imposible electrificar toda la economía, porque no todas las actividades se pueden realizar con aparatos eléctricos. ¿Cuál es el porcentaje máximo que puede aportar la electricidad al mix energético global? ¿Qué cantidad de la energía consumida en estos momentos se puede producir con renovables? Argumenta Antonio Turiel, investigador en el Instituto de Ciencias del Mar, doctor en física teórica y autor del prestigioso blog The Oil Crash: «Las renovables tienen límites. Cuando uno analiza con cuidado cuál es el potencial máximo que nos puede dar la hidroeléctrica, la eólica o la solar, se encuentra que solo se puede producir alrededor del 30% del total de la energía que hoy se está consumiendo en el mundo, 40% a lo sumo. En el caso de los biocombustibles de primera generación, aunque usáramos todos los campos del planeta para producir cereales destinados a su producción, solo lograríamos generar 15 millones de barriles diarios. Es una cifra pobre, si tenemos en cuenta que ahora mismo estamos consumiendo una media de 95 millones diarios».
Ergo, nos guste o no, la transición a las renovables implica decrecimiento energético y, en consecuencia, el fin del crecimiento que es imprescindible para la perdurabilidad del capitalismo.
El problema es mundial y los derechos también
Con estos datos a la vista, es evidente que la UE, para hacer frente a la transición a las energías bajas en carbono, tendrá que ir a buscar fuera de las fronteras comunitarias aún muchos más recursos que hasta ahora, aunque se proponga reactivar viejas minas abandonadas (también en España se reabren buscando minerales/metales estratégicos y energía). Salta a la vista, pues, que la UE se verá obligada a aumentar su dependencia más allá del 85% y su acaparamiento exterior más allá del 17%. Así pues, para evaluar si de verdad son verdes las políticas propuestas por la UE, habrá que saber, primero, a qué nivel llegará el déficit de minerales y metales (y energía) y si será soportable; y segundo, ¿con qué huella ecológica, con qué condiciones se quieren obtener los recursos, con qué consecuencias sociales? ¿Respetando las comunidades con igualdad/equidad, favoreciendo la gobernanza de los pueblos enfocada a la justicia climática, sin discriminaciones ni racismo, o como se ha hecho hasta ahora, a base de extractivismo, especulación, empobrecimiento, discriminación, racismo, guerras y necropolíticas genocidas?
Para ser verde, no calentar ni contaminar el planeta, no basta con buscar la neutralidad de emisiones en Europa, sino que es necesario que la energía y materiales que se importan no lleven a la espalda una mochila de emisiones y contaminación (externalización de la producción contabilizando las consecuencias del consumo en países terceros), camuflando la huella. Sin olvidar, además, que estos minerales/metales imprescindibles para las tecnologías bajas en carbono, además de estar sometidos a la especulación de las transnacionales (reducción de la oferta/volatilidad de precios) y a las consiguientes repercusiones geopolíticas, conllevan importantes daños ambientales y graves secuelas sociales en su extracción (minería intensiva).
Renovables discriminatorias
El 23 de noviembre de 2020, Environmental Research publicaba un estudio de la Universidad McGill de Canadá y del ICTA-UAB, encabezado por Leah Temper, y en el que participa Joan Martínez Alier, uno de los investigadores catalanes de más prestigio mundial. El estudio mapea 649 casos de movimientos sociales de resistencia asociados a proyectos tanto de combustibles fósiles como de energía verde. Movimientos que configuran los futuros climáticos: un mapeo sistemático de las protestas contra proyectos de combustibles fósiles (FF) y energía baja en carbono (LCE).
El artículo científico llega a estas conclusiones:
La evidencia pone de manifiesto que los proyectos de bajo consumo de carbono, energías renovables y mitigación son casi tan conflictivos como los proyectos FF (el 30% de los conflictos FF y el 26% de los proyectos LCE son de alta intensidad) y que ambos tipos de proyectos afectan especialmente grupos vulnerables, como las comunidades rurales y pueblos indígenas (los pueblos indígenas participan en el 58% de los casos analizados). Entre los proyectos de energía baja en carbono (LCE), se encontró que la energía hidráulica era especialmente perjudicial para el medio ambiente y para la sociedad, conduciendo al desplazamiento masivo y a la transformación a gran escala de los ecosistemas. Los incidentes de represión o violencia contra manifestantes y defensores de la tierra se produjeron en un tercio de los casos, con respuestas violentas más frecuentes en conflictos hidroeléctricos, biomasa, oleoductos y extracción de carbón. El 10% de todos los casos implicaron el asesinato de activistas. Los proyectos de energía renovable eólica, solar y geotérmica fueron los menos conflictivos y comportaron niveles de represión más bajos que otros proyectos.
Encontramos que los movimientos están impulsados por múltiples preocupaciones, el cambio climático entre ellas, y sus reivindicaciones y objetivos incluyen la localización, la participación democrática, las cadenas energéticas más cortas, el antirracismo, la gobernanza enfocada a la justicia climática y el liderazgo indígena.
Mediante los conflictos, las comunidades pretenden informar de manera significativa del régimen energético que viene. Atender estas demandas es esencial para guiar la transición, no solo hacia un futuro resistente al clima, bajo en carbono y orientado a la suficiencia energética, sino también hacia un sistema de gobernanza global más justo para los bienes comunes de la atmósfera.
«Hay que redistribuir la riqueza, fomentar la equidad»
Las renovables no son, pues, tan verdes como presuponíamos. Tampoco en el mundo rico en general, ni en nuestro país en particular. Las políticas climáticas están aumentando las desigualdades y favoreciendo la desposesión, suponiendo la transferencia más grande de dinero que nunca se ha visto desde los más pobres hacia los más ricos..
En este sentido, un estudio de Thomas Wiedmann (UNSW Sydney School of Civil and Environmental Engineering), de Manfred Lenz (Universidad de Sydney School of Physics), de Lorenz T. Keysser (ETH Zürich Department of Environmental Systems Science) y de Julia K. Steinberger (Leeds University’s School of Earth and Environment) concluye que los ciudadanos más ricos del mundo son los responsables de la mayor parte de los impactos ambientales. Cualquier transición solo será efectiva con grandes cambios en los estilos de vida. Sin embargo, el imperativo estructural del crecimiento de la economía sistémica, incita a la expansión del consumo de las sociedades, economías y culturas existentes e inhibe el cambio social necesario.
La humanidad necesita reconsiderar el papel de la economía orientada al crecimiento, el paradigma del consumo —que no puede separarse de los impactos ambientales, aunque los consumidores tengan poco control sobre las decisiones que perjudican el medio ambiente— y del crecimiento económico.
Si de verdad se pretende que la transformación energética tenga futuro y no sea rechazada por discriminatoria, es ineludible evitar el aumento de las desigualdades, eliminar los privilegios verdes, mejor dicho, todos los privilegios, y pensar cómo vivir de otra manera. ¿Es lo que se quiere de verdad, o solo son palabras, lenguaje, propaganda?
Los científicos advierten: «Tenemos que vivir de otra manera»
Tres propuestas de actuación presentadas por científicos demuestran que sí se puede actuar y que tan sólo es necesaria la voluntad. La conclusión es que cualquier transición sólo será efectiva con grandes cambios en los estilos de vida.
La crisis que nos atañe no se resuelve solo sustituyendo unas energías (fósiles) por otras (bajas en carbono), aunque indiscutiblemente es imprescindible. A la vista del decrecimiento energético inevitable derivado de la transición a renovables, es necesario plantearse también si el sistema de vida que estamos utilizando, lo que llamamos estilo de vida, cómo construimos nuestro presente y vislumbramos el futuro, es el más adecuado para garantizar un porvenir habitable y posible, o por el contrario hay que cambiar la manera de vivir, de buscar la satisfacción, el bienestar, la felicidad.
Para demostrar que no es verdad que no hay alternativas posibles, recogemos tres propuestas lanzadas por los científicos que se deberían aplicar desde ya.
Once mil científicos de todo el mundo: Por un futuro sostenible
Once mil científicos de todo el mundo firmaban el 6 de junio de 2020 un manifiesto donde se afirma:
La crisis climática ha llegado y se acelera más rápidamente de lo que esperaban los científicos, amenazando los ecosistemas naturales y el destino de la humanidad […] Los científicos tienen la obligación moral de advertir claramente a la humanidad de cualquier amenaza catastrófica y de decirlo tal y como es […].
Y aconsejaban:
para asegurar un futuro sostenible, tenemos que cambiar nuestra manera de vivir, de manera que mejoren los signos vitales […].
Son especialmente inquietantes: además del aumento de los GEI, la desaparición rápida del hielo, como lo demuestra el decrecimiento del hielo marino ártico en su mínimo estival; la disminución de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártica y el espesor de los glaciares de todo el mundo… También el calor absorbido por los océanos; y la acidez; el nivel del mar; el clima extremo y los daños derivados… Y los posibles puntos de no retorno climáticos (tipping points), umbrales irreversibles que si se traspasan podrían conducir a una catastrófica tierra cocedero.
El crecimiento económico y demográfico es uno de los motores principales del aumento de las emisiones de CO2 procedentes de quemar combustible fósil. Necesitamos transformaciones audaces y drásticas en cuanto a las políticas económicas y de población. Los científicos sugieren seis pasos críticos y relacionados entre sí (en ningún orden particular) que pueden hacer los gobiernos, las empresas y el resto de la humanidad para disminuir los peores efectos del cambio climático:
- El mundo debe implementar rápidamente prácticas de conservación y eficiencia energética masivas y debe sustituir los combustibles fósiles por energías renovables bajas en carbono y otras fuentes de energía más limpias, si son seguras para las personas y el medio ambiente.
- Tenemos que reducir rápidamente las emisiones de contaminantes climáticos de corta duración, incluido el metano, el carbono negro (hollín) y los hidrofluorocarbonos (HFC). Hacerlo podría ralentizar los bucles de retroalimentación climática y reducir potencialmente la tendencia de calentamiento a corto plazo en más de un 50% durante las próximas décadas, salvando millones de vidas y aumentando los rendimientos de las cosechas debido a la reducción de la contaminación atmosférica.
- Debemos proteger y restaurar los ecosistemas de la Tierra. El fitoplancton, los arrecifes de coral, los bosques, las sabanas, las praderas, los humedales, las turberas, los suelos, los manglares y las gramíneas marinas contribuyen en gran medida al secuestro de CO2 atmosférico. Las plantas marinas y terrestres, los animales y los microorganismos tienen un papel importante en el ciclo y el almacenamiento del carbono y los nutrientes. Debemos reducir rápidamente la pérdida de hábitat y biodiversidad protegiendo los bosques primarios y intactos restantes, especialmente aquellos con altas reservas de carbono y otros bosques con capacidad de secuestrar rápidamente el carbono, aumentando la reforestación y forestación, en su caso, a enormes escalas.
- Comer principalmente alimentos de origen vegetal, mientras se reduce el consumo global de productos animales, especialmente el ganado rumiante puede mejorar la salud humana, y reducir significativamente las emisiones de GEI (incluido el metano en la sección contaminantes). Además, esto liberará las tierras de cultivo para cultivar alimentos vegetales humanos muy necesarios en lugar de piensos para el ganado, al tiempo que liberará algunas tierras de pasto para apoyar soluciones climáticas naturales. Las prácticas de cultivo, como un cultivo mínimo, que aumentan el carbono del suelo son de vital importancia. Tenemos que reducir drásticamente la enorme cantidad de desperdicio de alimentos en todo el mundo.
- La extracción excesiva de materiales y la sobreexplotación de los ecosistemas, impulsada por el crecimiento económico, se limitará rápidamente para mantener la sostenibilidad a largo plazo de la biosfera. Necesitamos una economía libre de carbono que aborde explícitamente la dependencia humana de la biosfera y políticas que orienten las decisiones económicas en consecuencia. Nuestros objetivos deben dejar de lado el crecimiento del PIB y la investigación debe dirigirse hacia la sostenibilidad de los ecosistemas y la mejora del bienestar humano priorizando las necesidades básicas y reduciendo la desigualdad.
- La población mundial aumenta aproximadamente en 80 millones de personas por año, o más de 200.000 por día. Hay estabilizarla e, idealmente, reducirla gradualmente en un marco que garantice la integridad social. Hay políticas probadas y efectivas que refuerzan los derechos humanos, al tiempo que reducen las tasas de fertilidad y disminuyen los impactos del crecimiento de la población sobre las emisiones de GEI y la pérdida de biodiversidad. Estas políticas hacen que los servicios de planificación familiar estén disponibles para todas las personas, eliminan las barreras de acceso y consiguen la plena equidad de género, incluida la educación primaria y secundaria como norma global para todos, especialmente las chicas y las mujeres jóvenes.
CSIC: Para conservar la biodiversidad
El 13 de abril de 2020, la publicación ConservationLetters, de la Society for Conservation Biology daba a conocer un estudio firmado por 22 investigadores de 12 países, en el que se afirma:
El aumento del consumo de recursos y emisiones contaminantes como consecuencia del crecimiento económico no es compatible con la conservación de la biodiversidad. Sin embargo, la mayoría de políticas internacionales de biodiversidad y sostenibilidad abogan por el crecimiento económico.
El informe propone cambiar las prioridades: partir primero de objetivos de conservación de la biodiversidad y el bienestar humano, para después estudiar con qué trayectorias económicas se podrían cumplir.
- Limitar la comercialización de recursos al alcance internacional. Se reduciría así la extracción de recursos y la expansión de especies invasoras.
- Restringir la actividad de las industrias extractivas en áreas de elevada biodiversidad y retirarles los subsidios, para evitar pérdida y fragmentación de hábitats. Moratorias de extracción en regiones altamente sensibles.
- Reducir la expansión de grandes infraestructuras. Reexaminar si se necesitan nuevos aeropuertos, embalses o autopistas.
- Reducir la semana laboral y repartir el trabajo.
- Fomentar el desarrollo agroecológico y la soberanía alimentaria. Favorecer el apoyo gubernamental a los sistemas agrícolas sostenibles y los alimentos locales y ecológicos.
- Priorizar una planificación urbana compacta y el uso compartido de vivienda. Promover el uso eficiente del suelo mediante soluciones integradas de vivienda colectiva, el control de los alquileres, y la limitación del suelo disponible para la urbanización y expansión periurbana. Reducir la presión de la urbanización sobre los suelos agrícolas periurbanos.
- Informar sobre el impacto que la producción tiene sobre la diversidad biológica. Gravar la publicidad que fomente la sobreexplotación de las especies y los suelos.
Unit Bios Helsinki: «Hay que abandonar los combustibles fósiles»
En una línea similar pero más sintética, se expresó Paavo Järvensivu, economista biofísico de la Unit Bios de Helsinki cuando le preguntamos qué actuaciones prioritarias deberían llevarse a cabo sin dilación.
Mencionó tres:
- Calentar y enfriar casas y producir electricidad sin quemar carbón ni ningún otro combustible fósil.
- Transportar personas y mercancías sin quemar petróleo ni ningún otro combustible fósil.
- Producir alimentos de manera que el suelo se regenere en lugar de erosionarlo.
Para conseguir estos propósitos es necesario ineludiblemente reflexionar sobre el dinero.
Cómo se fabrica el dinero
¿Por qué la creación de dinero —el elemento material más importante de la vida social— es un negocio en manos de entidades ajenas al escrutinio ciudadano —banca comercial— y no un bien público suministrado por el Estado?
Un 96% del dinero lo fabrican los bancos privados cuando conceden un crédito. El dinero prestado no existen previamente, se crea de la nada, de un mero apunte contable: se apunta y ya existe. Sí, son los créditos los que crean los depósitos y no al revés. Los créditos no salen de depósitos financieros. Los ahorros son muy inferiores al dinero prestado.
Quien tiene el poder, pues, de crear el dinero, es decir, la deuda —porque se tiene que devolver— es quien tiene, en consecuencia, el poder social. Los bancos, pues, al crear el dinero tienen el poder de decidir a quien le dejan, en qué cantidad, a qué interés, con cuánto tiempo para devolverlo, y para hacer qué y qué no. De hecho, la práctica cotidiana demuestra que los préstamos se conceden a los sectores que dan más beneficio. En consecuencia, sirven, básicamente, para financiar las actividades más rentables, más improductivas y rentistas, especulativas, y no a dicha economía productiva, los emprendedores o a las empresas. Esto supone planificar y decidir la actividad económica, que ya no está en manos de los gobiernos.
El resultado es que los poderes ejecutivos y los legislativos tienen las manos atadas, porque en todo el mundo capitalista la facultad de crear dinero ha sido otorgada a los bancos centrales, independientes y por encima de los gobiernos, y a la banca privada/comercial, que crea dinero a través de la deuda y a la que deben dirigirse los gobiernos para pedir dinero y endeudarse. Y si los gobiernos no hacen lo que quiere el poder financiero, entonces las agencias de calificación, a manos de mercados/élites, no dudan en dinamitarlos, subiendo la prima de riesgo para encarecer la financiación, y culpar a los gobiernos de mala gestión.
¿Pueden los gobiernos hacer frente a la transformación descrita en estos artículos, obligados como están a obtener el dinero en los mercados financieros?
¿Sin la capacidad de fabricar dinero y decidir las políticas públicas, pueden los gobiernos oponerse al capitalismo verde que impulsan Bruselas y Washington?
[…] Existe bastante consenso actualmente en que se han subestimado variables y que el umbral de la temperatura media global a partir de la cual pueden desencadenarse los puntos de no retorno es +1… sobre los niveles preindustriales. Ahora estamos ya en torno a los +1,3ºC y en vista de la […]
Discrepo en cuanto a lo de los rumiantes. Hay muchos estudios que afirman que pueden ser de gran ayuda para regenerar suelos y su crianza en base a pasto reduce el carbono atmosférico siempre que se manejen de la manera adecuada