Dune, la novela publicada en 1965 por Frank Herbert (1920-1986), es sin duda una de las obras cumbre de la fantasía científica del siglo XX. Si bien no fue un éxito de ventas más que a largo plazo, su inmediato éxito de crítica —plasmado en los premios Nebula y Hugo — llevó al autor a continuar la saga con varios títulos más hasta su muerte, que serían posteriormente continuados por su propio hijo, Brian Herbert, en colaboración con Kevin J. Anderson, con numerosas obras basadas en su creación. Hoy día, 55 años después, la novela que dio origen a esta franquicia sigue siendo reeditada en numerosas lenguas y el próximo año verá la luz la primera parte de una nueva adaptación cinematográfica que se sumará al original y nunca realizado proyecto de Alejandro Jodorowsky (que arrancó en 1973), a la discutida adaptación de David Lynch en 1984 (el director nunca aprobó la versión que estrenó el estudio Universal) y a las dos miniseries televisivas emitidas en 2000 y 2003. Además existen varias adaptaciones de este universo al cómic: las primeras realizadas en 1984-85 y otras en preparación en la actualidad.
Pero más allá del éxito e indudable calidad esta versión cuasiartúrica del monomito, y dejando de lado su estructura argumental de intrigas políticas feudales y programas eugenésicos, y sus aspectos más psicotrópicos propios de la Era de Acuario en que fue escrita, ¿qué nos puede trasmitir Dune a quienes hoy vivimos inmersos en un proceso de colapso civilizatorio? El propio autor siempre reconoció que sus libros contenían mensajes «relevantes» para sus contemporáneos; quizás no llegó a imaginar que algunos de ellos viesen multiplicar su relevancia y pertinencia medio siglo después. A continuación trataré de entresacar de entre sus páginas algunos de esos mensajes, señalando los temas, citas y metáforas que más nos pueden aportar en nuestro contexto actual. Sería ciertamente deseable que las adaptaciones cinematográficas y tebeísticas en marcha tuviesen el acierto de destacar dichos mensajes o, cuando menos, de no pasarlos por alto, algo por desgracia demasiado frecuente cuando se adaptan para medios de masas obras de fantasía o de sci-fi con mensajes ecológicos o políticos.
La ecología
La clara comprensión de la ecología que muestra Herbert, sin formación académica en ciencias, resulta sorprendente. No sólo tenía conciencia de la capacidad de la biosfera para trasformar el planeta en busca de su propia permanencia, sino que en el mismo citado apéndice podemos leer una frase que parece directamente dirigida a nuestra época: «la función más importante de la ecología es la comprensión de las consecuencias». Su comprensión ecológica se extiende no sólo a su futuro (nuestro presente) sino también al pasado: así, reconoce en otro momento de la novela que la agricultura es la «fuente primordial de civilización», quizás algo de lo que deberían tomar nota nuestros gobiernos del siglo XXI empeñados en fundarlo todo cada vez más en la economía falsamente inmaterial de lo digital. Años después de la publicación de Dune Herbert se implicaría en proyectos demostrativos de vida ecológica y se autodefiniría como un «tecnocampesino», en una especie de retorno a lo que vivió de niño en una pequeña granja de subsistencia en un condado costero del Estado de Washington. Allí el joven Frank aprendió el valor de la comunidad, sus ritos y su papel en el desarrollo de la autoestima y la responsabilidad individual en el bienestar del colectivo, así como la importancia de la autosuficiencia en equilibrio con la interdependencia horizontal, y que depender verticalmente de instituciones estatales y de tecnologías que no controlamos, nos hace perder resiliencia y empoderamiento como individuos, familias y comunidades. Ese coherencia con ese carácter híbrido de tecnocampesino defendía la simbiosis entre las ciudades y su entorno agrícola y una cierta autonomía local en el plano energético, que él pensaba podría llegar a través del hidrógeno generado con electricidad de origen renovable.
Entre sus páginas nos toparemos incluso con poderosas metáforas ecológicas de doble sentido, acerca del papel de diversas especies en el ecosistema y como alegoría de la lucha política o por el cambio social: «El sauce se somete al viento y crece hasta que un día hay a su alrededor tantos sauces que llegan a formar una barrera contra el viento. Esa es la finalidad del sauce.»
Pero la que sin duda impactará más a la persona lectora con conciencia del colapso en ciernes, es la cita-epígrafe que encabeza el referido apéndice y que el autor pone en boca del primer planetólogo de Arrakis, planeta donde trascurre la acción y que recibe también el nombre más coloquial de Dune (duna):
Dentro de un espacio finito y una vez superado el punto crítico, la libertad disminuye a medida que se incrementa el número. Esto es válido tanto para los hombres en el espacio finito de un ecosistema planetario como para las moléculas de gas en una redoma sellada. La cuestión para los seres humanos no es saber cuántos podrán sobrevivir dentro del sistema, sino qué tipo de existencia tendrán los que sobrevivirán.
Una cita que pone el foco en el concepto de capacidad de carga, tan fundamental para nuestro tempo, y que nos recuerda poderosamente otra cita de otro autor de sci-fi, Isaac Asimov, que escribió diversos textos sobre la superpoblación: «La democracia no puede sobrevivir a la superpoblación. La dignidad humana tampoco. Ni la comodidad o la decencia. A medida que aumenta la población mundial, el valor de la vida no sólo disminuye, sino que desaparece. No importa que alguien muera. Cuanta más gente hay, menos importa cada individuo.» Sin duda este asunto era otro que comenzaba a estar muy presente en la época en que fue escrita Dune, muy relacionado con la naciente conciencia ecológica. De hecho, The population bomb, la conocida y polémica obra de los Ehrlich fue publicada tres años después de Dune, en 1968. Hoy, la población se ha más que doblado con respecto a la que existía entonces, los efectos de la contaminación amenazan con convertir nuestro planeta en un desierto sin vida (el proceso inverso al que se propone en la novela de Herbert) y los recursos críticos se están agotando. Lo cual nos lleva a otro de los temas de la novela más relevantes para nuestros días:
El petróleo
La religión, la creación de mitos funcionales y la ética de visión larga
El propio Herbert menciona de pasada en la novela «el mito del progreso» y nos explicita su papel «destinado a defendernos de los terrores del futuro», como las religiones paganas daban un sentido a los terrores del presente, podemos completar nosotros. Y precisamente la faceta tecnofundamentalista de esta religión (o ¿secta suicida?) no reconocida del Progreso Perpetuo nos lleva a otro de los temas de Dune que más nos pueden decir a quienes habitamos la Tierra en esta tercera década del s. XXI: la resistencia frente al escape tecnológico representado por la Inteligencia Artificial. Pero antes de entrar en él, anotaremos otros aspectos filosóficos relevantes.
El pueblo de los fremen se consagra, así, a multiplicar la biodiversidad en lugar de exterminarla, como hacemos los Homo colossus de los siglos XX y XXI. Y aunque lo hagan con un objetivo antropocéntrico, de mejorar la existencia de sus descendientes, y no por una teleología gaiana como nos propone Carlos de Castro en su obra científica pero también en su saga literaria que comenzó en El Oráculo de Gaia y continuó con Iv, supone toda una referencia de moral ecológica, un mérito de Herbert al reconocer que las civilizaciones salvajes poseen mucha más inteligencia ecológica que las supuestamente más avanzadas y poderosas, en realidad sumamente frágiles y perecederas y con una absoluta miopía a la hora de mirar al largo plazo, a eso que se ha dado en llamar sostenibilidad. Necesitamos aquí y ahora, en nuestra Tierra real, culturas fremen, instruidas por la ciencia ecológica, necesitamos con urgencia el surgimiento apóstata y héreticamente revolucionario de lo que Nate Hagens denomina una «tribu conectada al mañana». (Al comienzo del «Libro Segundo» nos recuerda el personaje de Jessica algo que nuestra arrogante civilización ha olvidado completamente: que «el más antiguo de los propósitos» es «la vida del mañana».) Cuando los fremen descubren que no verán los frutos del trabajo de toda su vida, el tiempo que tardará su labor en surtir efecto (Apéndice 1), su reacción es sorprendente para nuestra mentalidad:
Un pueblo inferior hubiera gritado su desesperación. Pero los Fremen habían aprendido la paciencia a golpes de látigo. Les pareció un plazo más largo de lo que esperaban, pero todos estaban convencidos de que llegaría ese día bendito. Se apretaron más sus fajines y volvieron al trabajo. De alguna manera, la decepción había hecho que la posibilidad de un paraíso futuro fuera mucho más real.
Una respuesta que no debe extrañar de un pueblo que considera que «la velocidad viene de Shaitán [Satán]». Un indomable pueblo slow que contrasta con nuestra infantilizada civilización que lo exige todo ya.
La yihad butleriana
Hubo un tiempo en que los hombres solo prestaban atención a las máquinas, con la esperanza de que ellas les hicieran libres. Pero esto solo permitió que otros hombres con máquinas los esclavizaran.
Es innegable la intersección entre la larga tradición del antidesarrollismo, de la que forma parte el luddismo nacido en paralelo a la Revolución Industrial, con propuestas que tenemos muy presentes como respuesta ante el colapso civilizatorio: el Decrecimiento o el Ecosocialismo descalzo de Riechmann, podrían ser ejemplos. Y, contrariamente al talibanismo antimaquinista de Butler, tanto Herbert como estas propuestas actuales admiten la existencia de cierto nivel de complejidad en las máquinas. En un caso lo hacen por no rebasar las exigencias ético-religiosas, es decir, por no «desfigurar el alma humana» —no ser trashumanistas diríamos hoy—; y en el otro por aportar una relación aceptable en términos de beneficio humano / coste ecológico-energético. Así Jorge Riechmann incluye en sus deseadas sociedades futuras, regidas por un ecosocialismo descalzo, modestas fábricas de bicicletas y pequeños laboratorios capaces de sintetizar antibióticos, y el Ted Trainer de La Vía de la Simplicidad nos ofrece una visión de fábricas de electrodomésticos y otros elementos convenientes de tecnología apropiada, al igual que la yihad concebida por Frank Herbert dejó en pie ciertos núcleos de actividad tecnológica, y obviamente nos presenta viajes espaciales, satélites meteorológicos, escudos y suspensores electromagnéticos, rayos láser, elementos de iluminación con baterías orgánicas y laboratorios de diverso tipo que serían imposibles sin una notable capacidad fabril e incluso abiertamente informatizada. Es decir, guerra a la tecnología, pero sólo a cierto nivel excesivo de tecnología, trazando ciertas líneas rojas. Aunque desgraciadamente Frank Herbert no pudo desarrollar esta precuela antes de su muerte, el tándem formado por su hijo y Kevin Anderson lo abordó en 2002 en Dune: La Yihad Butleriana. Sin embargo en su vida sí demostró sobradamente que una tecnología de bajo impacto y a escala humana tenía un papel importante en un modo de vida ecológico (llegó incluso a coinventar un mecanismo de captación de energía eólica), haciendo mofa de la inmensa mayoría de colegas de la fantaciencia, que según él padecían el síndrome del juguete tecnológico y caían en la falacia científica de pensar que la ciencia podía «resolver cualquier cuestión en términos absolutos». Según Herbert es fundamental que la gente común tenga el control de las tecnologías que usa, para poder reevaluarlas constantemente y rechazar aquellas que causen consecuencias indeseadas en el proceso de satisfacer con ellas sus necesidades. Otro mensaje fundamental que nos ha legado.
Al respecto de este necesario nivel de compromiso tecnológico, Herbert afirmaba en 1981:
Afrontémoslo: nuestra sociedad tiene un tigre cogido por la cola con el tema de la tecnología. No podemos soltarla. No podemos todos volver a la granja y ser autosuficientes. No hay suficiente tierra, eso para empezar. Además, las expectativas de la gente acerca de sus estilos de vida se han elevado, y no puedes jugar fácilmente con las expectativas humanas. Así que lo que necesitamos es un nuevo modo de relacionarnos con nuestra sociedad y sus herramientas. Y es en un intento de imaginar un cambio así que, hace unos 15 años [1966], acuñé el término «tecnocampesinado».
Un aviso final a navegantes
La combinación de religión y poder es un tema central en Dune. También lo es para nuestras luchas presente y futuras. Por eso terminaré con una reflexión de las Bene Gesserit al respecto que no deberíamos perder de vista. Tiene relevancia para nuestro tiempo tanto si pensamos en la criptorreligión que hoy nos encamina al abismo, inscrita a fuego en las políticas públicas hacia un crecimiento infinito y un consumo/destrucción irreflexivos de recursos finitos, como si intentamos vislumbrar el nuevo papel que podrían jugar en la construcción de unas nuevas civilizaciones humanas poscrecimiento unas nuevas religiones laicas que sacralizasen nuestra biosfera bajo el antiguo nombre de Gaia:
Cuando religión y política viajan en el mismo carro, los viajeros piensan que nada podrá interponerse en su camino. Se vuelven apresurados… viajan cada vez más rápido y más rápido y más rápido. Dejan de pensar en los obstáculos y se olvidan de que un precipicio siempre se descubre demasiado tarde.

[…] PIB no se dan cuenta de que esa iglesia se convertirá también al final en su propia tumba. Como escribió Frank Herbert en su famosa novela Dune: «Cuando religión y política viajan en el mismo carro, los viajeros […]