Prólogo de José Larios. Traducción de Raúl Gómez y Soledad García-Consuegra. Editorial RELEE – Red libre Ediciones, 2019. Madrid. 204 páginas.
“Vivimos en un mundo que está lleno de nosotros y de nuestras cosas”, advertía el economista Herman E. Daly en 2011 (como nos recuerda José Larios en el prólogo a esta obra). En este mundo lleno (full-world), los sistemas humanos chocan con violencia contra los límites biofísicos de la Tierra: la extralimitación ecológica (overshoot) es un rasgo descollante de la singular situación histórica en que nos encontramos. La crisis civilizatoria se distingue por la interconexión de las diferentes crisis que la constituyen —las cuales afectan a subsistemas que componen el sistema global y que pueden hacer cambiar el conjunto (que hay que concebir como un sistema complejo adaptativo). La teoría de sistemas complejos desarrollada a partir de los años 1940 debe tener en cuenta el funcionamiento de todas las variables, así como el de sus comportamientos, propiedades e interconexiones; de este modo será posible realizar un minucioso análisis empírico y holístico. Para ello, el estudio transdisciplinar resulta fundamental: se conectan los resultados de la física, la química, la biología, la ecología y la economía.
El investigador y ensayista Nafeez Mosaddeq Ahmed (británico nacido en 1978) da un paso más incorporando teorías sociológicas e históricas. Su objetivo en este ensayo (cuya edición original en inglés se publicó en 2017) es ser capaz de dar explicación empírica, a partir de las ciencias naturales en conexión con otras áreas de conocimiento, a su objeto de estudio: las dinámicas sociales relacionadas con la violencia política. Así se podría anticipar el comportamiento del macrosistema de la civilización humana como estructura que correlaciona a los seres humanos con su medio ambiente.
Ahmed introduce los términos de DST y DSH para desarrollar su diagnóstico. El disfuncional metabolismo de las sociedades industriales usa una enorme cantidad de energía y ello repercute negativamente en el medio ambiente: cambio climático, eventos climáticos extremos y desastres naturales. Estos se engloban en lo que el autor denomina disrupción del sistema Tierra o DST. Al mismo tiempo, en el plano geopolítico, desencadenan la agitación social, la competitividad geopolítica y los conflictos violentos, lo que fomenta la desestabilización del sistema humano o DSH. ¿Cómo afecta la interrelación de la DST con la DSH en el sistema sociopolítico? Estos dos conjuntos de fenómenos se retroalimentan mutuamente, de modo que se pierden las trayectorias de equilibrio y puede llegarse a una situación de colapso energético con cruciales repercusiones económicas, medioambientales, políticas y sociales.
Ante semejante tesitura sería imprescindible, en la adaptación a los nuevos cambios y frente al Complejo Global Mediático-Industrial (CGMI), un acceso, distribución y procesamiento del conocimiento eficientes. Para sobrellevar de forma sostenible un cambio de fase o de estructura estatal, resultado de la llegada a un punto de inflexión, se requerirá un nuevo conocimiento más profundo, al que la obra de Ahmed pretende contribuir.
La TRE o Tasa de Retorno Energético mide la calidad de un recurso por la relación entre la cantidad de energía extraída y la cantidad de energía necesaria para la extracción. Esta tasa aumenta o disminuye en función de los costes asociados al proceso de producción, la cantidad de energía, los insumos financieros, energéticos y ambientales, el grado de producción, la demanda y el crecimiento económico. Todos estos elementos están interrelacionados, de modo que la TRE no sólo sirve como una medida no sesgada de la obtención de recursos energéticos (hidrocarburos fósiles sobre todo) en función de su calidad y producción; también sirve para entender cómo incluso la producción misma puede afectar negativamente a la TRE.
Que el petróleo convencional se acaba no es una novedad. Pero que se intente ocultar su pico de producción, su disminución de TRE o la imposibilidad de sustituirlo por otros combustibles fósiles (como el gas de esquisto o el sucedáneo de petróleo obtenido a partir de las arenas bituminosas) o uranio, cuya TRE no llega a 4 (en el caso del gas de esquisto), mientras que la del petróleo convencional es de 17:1 o 18:1, muestra la insostenibilidad de este sistema.
La teoría económica dominante (el marginalismo neoclásico), que padece enormes limitaciones, no reconoce que las leyes de la física puedan limitar el crecimiento económico de las sociedades. Pero las macroestructuras de la economía no escapan a la segunda ley de la termodinámica, la ley de la entropía; y sucede que el crecimiento económico depende del crecimiento del consumo energético. Ahmed muestra que la negación de esta evidencia empírica por parte de los economistas convencionales produjo, entre otros efectos, la incapacidad de anticipar la crisis financiera de 2008 y el estancamiento de la economía a escala mundial (estancamiento ligado a la reducción de la TRE).
Uno de los efectos directos del consumo y agotamiento de las fuentes de energía minerales (junto con otros recursos naturales básicos) es la DST. Los límites propuestos por el científico sueco Johann Rockström y su equipo en 2009 (en su famoso artículo “Nine planetary boundaries”) están siendo superados: el pH de los océanos está bajando por el exceso de CO2 que absorben; las olas de calor son cada vez más frecuentes junto con otros fenómenos meteorológicos extremos (incendios forestales, sequías…); los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo resultan perturbados, etc. Un estudio de la Universidad de Hawái argumentó que se está produciendo una “desviación climática”; ésta ya no se detendrá aunque las emisiones de carbono se reduzcan. El sistema climático se ve empujado de este modo a una “nueva normalidad” que afectará primero a los trópicos haciéndolos prácticamente inhabitables.
¿Cómo afecta todo esto a la geopolítica? Ahmed argumenta que la sequía en Siria entre 2007 y 2010 fue la peor registrada, causando pérdidas de cosechas y un consecuente éxodo rural masivo –todo lo cual tuvo su papel en el desencadenamiento de la guerra civil (luego internacionalizada). En Yemen, la escasez de agua se está intensificando hasta tal punto que se prevé que su capital, Saná, sea la primera del mundo en quedarse sin agua. El mismo patrón se observó en algunas zonas de África: las lluvias torrenciales, junto con las sequías, la dependencia del petróleo y la falta de respuesta por parte de los gobiernos da lugar a un incremento de la violencia que, a su vez, retroalimenta la DST.
Los países asiáticos también sufren fenómenos meteorológicos extremos, además de la presión por el aumento del crecimiento demográfico (por ejemplo en China e India). Ambos suman el problema de la dependencia de la importación de energía. Estos países se toparán con la barrera de la escasez energética mundial y la reducción de las zonas de cultivo, lo que supondrá la mediación política sobre los brotes de desorden interno.
Norteamérica también se verá afectada por la DST puesto que las sequías en las llanuras centrales y en California amenazan con destruir la agricultura y aumentar los incendios forestales. El lago Mead y las aguas subterráneas están a poco menos de una década de agotarse, lo que provocará la subida de precios de los alimentos y la dependencia del comercio internacional. Todos estos elementos ligados a la creciente escasez energética acrecientan las tensiones étnicas y los disturbios civiles.
En todo el mundo, una escalada de problemas de seguridad genera tensiones que los gobernantes controlan aumentando la presencia militar y el control económico. De esta manera, los mecanismos de extracción y movilización de energía dominantes se mantienen fuertemente ligados, conservando las estructuras existentes y sin ofrecer alternativas a la crisis.
La reducción de la TRE conlleva una mayor dependencia de la financiarización. Con esta expansión del crédito como forma de combatir las crisis económicas vienen políticas de austeridad que son insostenibles a largo plazo, pues el descontento de la población se va incrementando. La gente desafía cada vez más la autoridad y se desatan diversas formas de violencia política con mayor frecuencia. El “declive de la TRE ha debilitado los cimientos del orden capitalista neoliberal global y ha socavado la integridad territorial del Estado en las regiones estratégicas clave”; es en éstas donde encontramos “la mayor parte de los recursos de combustibles fósiles del mundo” (p. 88).
Ahmed destaca que la violencia política se ha visto incrementada desde los años sesenta y, exponencialmente, desde los noventa. Hoy nos encontramos en un mundo tres veces más violento que en los años sesenta. Este último crecimiento coincide con el peak oil global y la caída de la TRE. De esta manera se recalca la necesidad de dar explicaciones más profundas a estos sucesos, de ir más allá del análisis geopolítico superficial atendiendo a las conexiones causales profundas. Pues la violencia política (como los disturbios sociales, la militarización y el terrorismo) está interrelacionada con las crisis características de la disrupción del sistema Tierra (DST). Las “pandemias de violencia política” son difíciles de anticipar puesto que el contagio resulta cada vez más veloz. Los estudios acerca de estas pandemias distinguen distintas modalidades: los movimientos antiimperialistas o independentistas, las protestas masivas en contra del Gobierno nacional, insurrecciones armadas (asociadas al marxismo y al islamismo)… Pero Ahmed destaca que se ha de tener en cuenta el aumento del intervencionismo militar occidental en Oriente, el radicalismo de extrema derecha en Occidente y el terrorismo.
Las intervenciones militares de EEUU en regiones de Oriente Próximo, del norte de África y zonas de Asia Central están intrínsecamente relacionadas con intereses energéticos y con la economía global, ya que en estas regiones se encuentran la mayor parte de los recursos de combustibles fósiles. Con la caída de la TRE, la estructura del orden capitalista global se ha visto debilitada y se ha quebrantado la integridad territorial de estas regiones estratégicas. Desde la crisis de 2008, el aumento del precio del petróleo produjo un aumento en los precios de los alimentos (uno de los catalizadores de la Primavera Árabe). La DST ha contribuido al desmoronamiento del antiguo marco geopolítico y los esfuerzos para restaurarlo han subestimado el papel de los efectos de ésta. El déficit de conocimiento condena a una persistencia del sistema mundial en su estructura, perpetuando los intereses de los poderosos –con una inevitable aceleración de las crisis sistémicas mundiales. Si las respuestas siguen intentando “mantener el status quo que no aborda los procesos más profundos de la DST, estos continuarán intensificándose” (p. 128).
El agotamiento y la disipación energética que retroalimentan la amplificación de la cadena DST-DSH, ¿conllevarán la transición del capitalismo financiero neoliberal a otro sistema global —o quizá incluso, en escenarios extremos, el fin de la especie humana? Ningún país está exento de los efectos de la DST-DSH. Hay alternativas (como una completa adaptación a las energías renovables o la implantación masiva de la agroecología), pero esto implicaría salir del modelo económico de crecimiento sin fin, implantar medidas de residuo cero, economía circular con gestión del reciclaje a gran escala… Implicaría, sobre todo, reconocer que “la ideología impulsora de la tendencia actual de nuestra civilización está profundamente equivocada” (p. 167). Lo que queda claro es la necesidad de estudios transdisciplinares y perspectiva sistémica para tener una visión holística de los escenarios posibles, así como medios de comunicación comprometidos con la verdad y la democracia que difundan esta clase de investigaciones. Eso sí, el cambio dependerá de nosotras y de nuestras decisiones actuales.