(NOTA: El siguiente poema fue remitido por su autor el 8 de mayo de 2020.)
El retronar
del ya cuasi cotidiano
aplauso de las ocho
se desvanece,
como preludio
del retorno
a esta nueva realidad
silente.
Me sorprendo
extrañando el fragor
de alguna moto
mal envejecida,
de un conductor
de claxon fácil,
de una muchedumbre
embriagada
de euforia
posjornada laboral.
Todo irá bien
El nuevo mantra
de balcón
revolotea
desde hace días
en las cavilaciones
del que escribe.
Todo irá (algo) mejor
o menos mal
—quiero pensar—
cuando el tiempo difumine
esta hemorragia despiadada
de vidas perdidas,
de sufrimiento.
Cuando volvamos a abrazar
con todas las fuerzas
confinadas
a nuestros seres queridos.
Cuando besemos
aquellos labios
que extrañamos,
o que nos quedan
por conocer.
Y nos (re)confesemos
cuán hondo
nos estimamos
mirándonos a los ojos,
de viva voz
sin la frialdad
de las pantallas
de por medio.
Cuando la curiosidad
de la infancia
sea desenjaulada,
y compartida
sea enseñanza.
Cuando familias trabajadoras
puedan llenar
su estómago
de algo
más
que de nervios.
¿Todo irá bien?
Y es la lucha
desde abajo
sendero único
para que todo vaya
realmente
mejor,
para que la perversa
—si otrora existente—
normalidad
que hoy hiberna
sea derrocada.
Por eso es tiempo
más aún si cabe
de dejarnos el alma
—más aún si cabe—
y organizar
nuestra rabia
acumulada
nuestros deseos
insumisos.
Es tiempo
de otra pandemia
—benigna—
contrahegemónica;
la del apoyo mutuo
y los cuidados
de personas
alienadas
de productivismo
de ecosistemas
intoxicados
de extralimitación.
Tiempo
de autogestión
feminismo
agroecología
y rerruralización;
de reconocer
eco- e inter-
dependencias,
vindicar
la resiliencia
y bosquejar
una nueva cultura
del reparto
—radical—.
De bienes comunales
y relacionales
puestos —con mimo—
al cobijo
de un núcleo
(más) humano.
Tiempo
de una transición
ecosocial
que arrase con
la mercantilización
de la vida,
un objetivo de crecimiento
—el económico—
por el crecimiento mismo
ciego de límites,
el hiperconsumo
conspicuo
fuente y fruto
de necesidades espurias
superfluas,
las jerarquías
ebrias de desposesión
patriarcado
y ecocidio.
Es tiempo
—en fin—
de una vida buena
respetuosa
que merezca la pena
ser vivida.
Y para eso
—no cabe otra—
todo tendrá que ir
(a) peor
para aquellos que
encastillados
se resistan
a tirar
sus privilegios
por la borda,
a acompañarnos
en este viaje
hacia la orilla
del océano de opulencia
en el que —civilizatoriamente—
navegamos.
No sabemos si
todo irá bien
pero —muchas— haremos
lo que podamos.
