(Apartado sobre ‘Salud’ extraído de la Guía para el descenso energético, publicada en 2019 por Ediciones del Genal. Forma parte del capítulo titulado ‘¿Qué hacer? Medidas personales, familiares y comunitarias’. Las ilustraciones que acompañan esta republicación no forman parte de dicho libro y han sido seleccionadas para la ocasión por Moisès Casado y se han añadido también algunos enlaces.)
No podemos saber hasta qué punto ni a qué ritmo colapsará el sistema actual de sanidad pública dentro de este proceso de transformación y simplificación de las estructuras estatales que, sin duda, ocasionará el Cénit del Petróleo. Dependerá, en buena medida, de las decisiones políticas y económicas que se tomen para gestionar esa transición desde arriba, y por ahora nuestros gobernantes no están haciendo nada para evitar ese colapso, ¡más bien todo lo contrario, acelerándolo en beneficio de la sanidad privada! Aparte de la cuestión política, lo que claro está es que los sistemas médicos modernos son uno de los sectores de la economía que más energía consumen. Por lo tanto, hay que prever la posibilidad de que la mayoría de la población quede en uno futuro sin acceso a un sistema sanitario de la calidad y complejidad del que nos hemos venido beneficiando hasta ahora[1]. En ese sentido resulta vital prevenir al máximo las enfermedades y los accidentes: “a medida que la crisis social se haga más profunda será crítico mantener una buena salud física. (…) el sistema sanitario puede ser demasiado caro o no estar disponible”, advierte Pat Murphy (2008, 221).
Los propios ciudadanos podemos hacer varias cosas para intentar asegurar al máximo nuestra salud y minimizar así la dependencia de los servicios sanitarios:
Prevenir las enfermedades
Si la prevención de la enfermedad ya es la mejor estrategia para la salud incluso en un contexto socioeconómico dotado de sistemas complejos de medicina moderna, mucho más lo será en un contexto donde esos sistemas van dejando de estar disponibles, en primer lugar por los procesos de privatización acelerados por los gobiernos neoliberales y, en última instancia, por lo inviable de su mantenimiento en el nivel de complejidad y extensión actual. Por lo tanto, antes de tener que curar, el primer consejo es prevenir.
Para esto es crucial mantenernos en buena forma (física y mental) con una buena alimentación, haciendo ejercicio moderado y dejando malos hábitos que nos pueden producir una enfermedad tarde o temprano: tabaco, alcohol u otras drogas, mala higiene dental, malas posturas, sedentarismo, excesiva presencia de grasas animales, de azúcar o de sal en la dieta… También debemos reducir el estrés y otros factores negativos para el estado general de nuestra salud.
Autogestionar nuestra salud
Aprender a autogestionar nuestra salud y la de nuestra familia incluye aprender qué remedios naturales nos pueden ayudar en el caso de que no dispongamos de medicamentos de la industria farmacéutica o ser estos demasiado costosos; por lo general, estos remedios serán plantas de aplicación en la fitoterapia. Aprendamos a cultivarlas, en la medida del posible, en nuestras huertas, y cómo se conservan y utilizan. También es muy útil conocer la influencia de los alimentos en nuestra salud: qué es lo que nos conviene o no comer según las enfermedades —o propensión a ellas— que tengamos. De esto ya habíamos hablado en el apartado de la Alimentación.
Recuperar la medicina tradicional
Nos resultará útil, en ocasiones, recurrir a métodos de curación tradicionales que sean eficaces y de baja energía, como pueden ser las personas sanadoras/curanderas, hueseras/componedoras (Elisardo Becoña —1989— los llama especialistas curativos tradicionales), aunque con mucha prevención ante posibles estafas y riesgos sanitarios. Desafortunadamente, en la sociedad actual hay una línea que puede resultar poco clara para los que no tenemos experiencia como usuarios de estos métodos, entre los restos de la medicina popular tradicional[2] y los fraudes de modernos farsantes. Deberemos, por tanto, procurar discernir con cuidado, contrastando el prestigio que tengan entre las gentes de nuestra comunidad que hayan tenido experiencia directa con ellos, o con estudiosos de la materia.
Es interesante conocer la pervivencia hasta hoy mismo, de una medicina alternativa popular en algunas zonas rurales, que convendría rescatar y actualizar, o al menos basarse en ella para la medicina postindustrial. Marcial Gondar (1993) nos contaba hace más de veinticinco años que:
En zonas poco urbanizadas los riesgos sanitarios pesan mucho en los habitantes, de ahí que se desarrollara en ellos como medio de recobrar la confianza en sí mismos, un caudal de conocimientos —adquiridos en la mayor parte de las veces por ensayo o error— para hacer frente al riesgo de la enfermedad o de la muerte.
Para defenderse de la enfermedad organizaron sistemas de medicina popular y de cuidado de los enfermos. (…)
Estas creencias y prácticas subsisten con frecuencia, a pesar de la disponibilidad de atención médica moderna, configurando entre las dos una simbiosis de posibilidades que el enfermo no urbano y, sobre todo, sus familiares van a ir utilizando y combinando en función del curso que va tomando la dolencia.
La subsistencia de estos conocimientos y de las prácticas de autogestión comunitaria de la salud en la lugares como la Galicia rural va a resultar muy útil como referencia y soporte a medida que la otra parte de esa simbiosis vaya dejando de estar disponible. Según Gondar (1993, 177), esta medicina tradicional gallega se apoya en varios pilares:
- Las redes sociales de cuidado y dependencia mutua, es decir, la familia y la comunidad local (“redes mucho más amplias y vitales que en la ciudad”, como bien nos recuerda este autor).
- Los especialistas (de la medicina tradicional).
- Los métodos tradicionales de prevención, diagnosis y tratamiento.
- La cosmovisión tradicional, es decir, los conceptos del mundo natural y sobrenatural en lo tocante a su relación con las dolencias, su tratamiento y profilaxis.
Aún hoy día, en la aldea gallega, una persona que enferma no va habitualmente al médico como primera opción, sino que consulta con las personas que viven con ella en la misma casa o en las más allegadas, ampliando el círculo a parientes y personas de la aldea en las que tiene especial confianza en estos asuntos. De ahí procederán remedios caseros o tradicionales que, en caso de no tener éxito, darán paso a la segunda opción: consultar con un especialista, bien tradicional, bien de la medicina moderna.
Advierte Gondar de que en este aspecto, al contrario de lo que sucede con respeto al uso de la tecnología o a las formas modernas de convivencia, no hay una diferenciación tan clara entre gente joven y vieja en el ámbito rural gallego, donde la respuesta tradicional también se da de manera importante, todavía, entre chicas, chicos y adultos jóvenes. También hace notar que son las mujeres las encargadas de “andar los caminos de la medicina tradicional”.
Dada la influencia que la superstición tiene en esta visión tradicional de la enfermedad, asignando la causa de las dolencias, en no pocos casos, a la influencia maligna de personas vivas o muertas o incluso de espíritus diabólicos —el mal de ojo es un ejemplo clásico—, es interesante que lo tengamos en cuenta y que intentemos aprender sobre esas creencias, con las que conviviremos muy seguramente también después de la era del petróleo. Ese es otro aspecto que tener en cuenta en el terreno cultural y en el de la Espiritualidad, que abordaremos más adelante.
Formarnos en primeros auxilios
Otra medida importante consiste en realizar cursos de primeros auxilios que nos podrán salvar la vida o la de nuestros seres queridos o vecinos en un momento dado en el que probablemente ya no dispongamos de ambulancias o helicópteros para el traslado de heridos o, incluso aunque dispongamos todavía de ellos, es uno de los conocimientos más importantes que cualquier persona puede poseer. Esto será tanto más vital cuanto más lejos vivamos de un centro de salud o de un hospital. Tener unos conocimientos básicos en primeros auxilios puede significar la diferencia entre la vida y la muerte en casos de accidente, atragantamiento, etc. Entidades como la Cruz Roja ofrecen este tipo de cursos y existen manuales muy buenos y completos sobre estas cuestiones (vid. Bibliografía). Sería muy recomendable realizar esta formación en grupo en nuestro barrio, pueblo o aldea para así asegurarnos de que siempre va a haber alguien a nuestro alrededor que pueda ayudar adecuadamente en una emergencia.
Por supuesto, como complemento necesario para los casos de emergencias sanitarias, conviene disponer de un botiquín bien dotado. Quizás no es necesario que todas las casas tengan de todo, y podemos hablar con las personas del vecindario para crear un botiquín más completo de uso comunitario, necesariamente en un lugar rápidamente accesible para todos. Si vamos a guardar medicamentos, antisépticos, etc., debemos tener en cuenta su fecha de caducidad e irlos reponiendo a medida que caduquen.
Buscar médicos locales
Será preciso también relocalizar la atención médica. Esto implica, en primer lugar, localizar profesionales de la medicina que vivan en nuestra entorno y que puedan atendernos fuera del sistema sanitario oficial, como se hacía antes: en la aldea o en el pueblo, a nivel comunitario… En este sentido es mejor contactar con estas personas colectivamente, desde grupos preocupados por el futuro de su salud, por ejemplo e implicarlos en la preparación de la comunidad para el Peak Oil y todo lo que pueda pasar. Si no hay ninguno, nuestra comunidad puede tener problemas, y convendría fomentar la dotación de este recurso, tal vez buscando alguna doctora o doctor interesado en atender a la comunidad, quizás por medio de algún acuerdo de trueque de servicios en los parámetros descritos a lo largo de esta Guía.
Es importante que sean profesionales capaces de diagnosticar y tratar enfermedades sin depender de complejas analíticas, pruebas médicas hospitalarias y medicamentos difíciles de encontrar, es decir, médicos lo más autosuficientes posible. Así, por ejemplo, los conocimientos que puedan tener de fitoterapia y de las plantas de utilidad disponibles en el entorno serán muy valiosos. Y si tienen un concepto integral, holístico de la salud, entendiendo que más que enfermedades lo que hay son personas enfermas, con nombres y vidas propias, mucho mejor. Para esto será fundamental que se impliquen a fondo en la vida de su comunidad y conozcan y se relacionen con la gente y los problemas sociales del lugar. Una doctora o doctor con estas características ¡puede ser uno de los recursos más valiosos en una comunidad!
Defender la sanidad local
Esto significa, en primer lugar, pelear políticamente por disponer de centros de salud y pequeños hospitales lo más cerca posible de donde vivamos. La tendencia a medida que se encarezca el transporte será a descentralizar todo, también la asistencia sanitaria, no como hoy en día que personas que viven en el campo tienen que hacer 50 km o más para disponer de una atención médica especializada o para ser atendidas de urgencia en uno de nuestros hospitales urbanos.
En caso de que no se pueda obtener esta necesaria descentralización de los servicios sanitarios por parte del Estado, habría que organizarse a nivel comarcal para recoger fondos y financiar pequeños centros comunitarios alternativos de salud, en cooperación con el personal médico de la zona dispuesto a colaborar. En Cataluña ya hay una experiencia de este tipo en marcha, el llamado Sistema de Salut Pública Cooperativista y que cuenta con un Centre d’Autogestió Primària de Salut. Como en tantos otros aspectos de nuestra vida social, tendrá que ser la propia ciudadanía —tal vez apoyada por las administraciones locales— quien ponga en marcha servicios sustitutivos de los que va a ir abandonando el Estado, recuperando sistemas autogestionados por las comunidades locales, como los que existían en algunos lugares antes de la era industrial y del surgimiento del llamado Estado del Bienestar.
Asistencia local a las personas más dependientes
Será conveniente poner en marcha grupos de asistencia domiciliaria, sobre todo para las personas dependientes de nuestro entorno: ancianos, personas con movilidad reducida, con discapacidades o con problemas psiquiátricos… Esto, además de poder suministrar unos ingresos extra a las personas que lo realicen, serviría para evitar el desarraigo y los costes que implica llevar a esas personas a geriátricos, sanatorios mentales y otros centros especializados, que cada vez serán más caros y puede llegar un momento en que ni los haya.
Agua y higiene
Para mantener una buena salud será vital asegurar un suministro de agua potable suficiente en paralelo al cultivo de los propios alimentos, procurando huir cada vez más de alimentos y productos industriales, fuente de contaminantes de todo tipo como ya explicamos en la sección de Alimentación.
En cuanto a la higiene y cuestiones relacionadas hay ciertos aspectos en los que nos deberemos acostumbrar a métodos más tradicionales o innovadores pero sostenibles, para no depender, por ejemplo de compresas y tampones las mujeres, o de pañales desechables los niños. En este tipo de cuestiones, como en muchas otras mencionadas en esta Guía, aconsejamos consultar el manual de Toni Lodeiro Consumir menos, vivir mejor, que citamos en la Bibliografía.
En los casos no descartables en que el agua escasee (bien por fallos en el suministro público o por consecuencia de sequías derivadas del cambio climático) será aconsejable mudar algunos hábitos como el del baño, o incluso la ducha, y sustituirlos por los llamados baños de esponja así como dotarnos de sistemas de captación y conservación de agua, como también aconsejamos en un apartado anterior.
Educar para la salud
Necesitaremos incorporar a la educación de los más jóvenes (vid. el apartado siguiente dedicado a la Educación y formación) temas básicos relativos a la salud como primeros auxilios, nutrición, fitoterapia básica, etc.
Conocimientos básicos en este sentido, que toda la gente debe adquirir, incluyen la composición de los alimentos, de los tipos de nutrientes y de las vitaminas, minerales y fitoquímicos esenciales para nuestra salud y que obtenemos a través de nuestra alimentación. Así, deberemos aprender qué alimentos contienen cada tipo de nutriente necesario, algo que a grandes trazos conocía todo el mundo antaño cuando la gente debía hacerse cargo de su propia salud. Por lo tanto, parte del proceso de autogestión de la salud consiste en el aprendizaje acerca de la relación entre salud y nutrición.
Liberar nuestro hogar de contaminantes de alto peligro
En muchas de nuestras casas convivimos de manera alarmante con determinados contaminantes, algunos de ellos muy peligrosos. Lo más inteligente sería deshacernos de ellos lo antes posible, retirarlos de una manera idónea, mientras existen los medios para hacerlo de una manera supuestamente segura.
Algunos de esos elementos son, por ejemplo, las lámparas CFL, o de bajo consumo, que contienen vapor de mercurio y que son un riesgo permanente para nuestra familia en caso de rotura (Muro, 2009). En este caso, además, no existe una percepción social acerca del riesgo porque incluso se ha promovido desde el gobierno y algunos otros ámbitos el empleo masivo de este tipo de tecnología, apelando incluso a la responsabilidad ecológica de la ciudadanía, de una manera que cabría tachar como mínimo de sumamente irresponsable[3]. Es preferible gastar algo más en la compra de una lámpara LED o de otra tecnología, o incluso hacernos con alguna de las tradicionales de filamento incandescente (aunque ya está prohibido fabricarlas en la UE —a pesar de ser un claro ejemplo de tecnología idónea— no es demasiado difícil encontrarlas), aunque estas últimas consuman más energía en su funcionamiento. Es preferible eso a exponernos a las graves consecuencias para nuestra salud de una contaminación por mercurio, sobre todo en el caso de niños y niñas. Sobre todo si vives en el campo, anima a tus vecinos a hacer lo mismo, pues quién sabe si el día de mañana, cuando se deshagan de una de esas lámparas por fallo o rotura, no acabarán echándola —por ignorancia de sus consecuencias o por dejadez— en cualquiera sitio y contaminando así los cursos de agua y la cadena trófica de los que depende vuestra familia y vuestra comunidad.
Otro tanto podría aplicarse a los antiguos termómetros de mercurio que aún están presentes en muchas casas.
Otro elemento muy presente tanto en el nuestras zonas rurales como en las urbanas es el fibrocemento a base de amianto, las conocidas como uralitas (las antiguas, pues desde 2002 sólo está permitido instalar las que no contienen amianto). En España su empleo fue paralelo a la industrialización, con su punto álgido en la década de 1970, aunque se continuaron colocando hasta el final de 2001, y así es que en nuestras ciudades y aldeas convivimos con cientos de toneladas de este peligroso material. También en este caso una rotura o manipulación inadecuada, o su simple desgaste al final de su vida útil, puede exponernos a uno de los carcinógenos más potentes que se conocen.
En todos estos casos existen —todavía, conviene indicar— medios e instalaciones bajo responsabilidad o control público (puntos limpios, depósitos especiales para amianto, etc.) donde depositar este tipo de elementos. En el caso de la uralita hecha con amianto debemos advertir que está prohibido retirarla nosotros mismos, y hace falta acudir a alguna empresa autorizada[4].
Conviene reclamar de las autoridades que contribuyan a eliminar lo antes posible todo este tipo de elementos presentes en nuestras casas y que se están convirtiendo en un residuo doméstico peligroso del que probablemente nadie se querrá hacer cargo. La actual legislación (Ley 22/2011, de 28 de julio, de residuos y suelos contaminados)[6] especifica que es responsabilidad de los ayuntamientos su recogida y tratamiento, pero quien sabe si en el futuro tendrán la capacidad de hacerlo adecuadamente. Si ya hoy en día existen problemas en este terreno, podemos esperar aun más en un futuro de menor energía y menor disponibilidad de financiación y de servicios hiperespecializados. Y no olvidemos que este material tiene una vida útil de 40 años, después de la cual la legislación obliga a retirarlo[7]. Dado que el máximo de instalaciones en España se realizó en torno a 1975, eso quiere decir que a partir de 2015 la mayoría de las uralitas cancerígenas se están convirtiendo en ilegales, y para 2040 ya lo serán el 100%[8].
Notas
[1] Un revelador relato personal que nos ayudará a comprenderlo: https://www.15-15-15.org/webzine/2019/06/13/sistema-sanitario-emergencias-medicas-complejidad-y-energia/
[2] Una muestra de los nombres para designar en gallego a los diversos especialistas: curadores, curandeiros, compoñedores/compostores, sandadores, diagnosticadores, parteiras, pastequeiros, saudadores…
[3] En este sentido es muy revelador el reportaje de la cadena alemana ZDF doblado al castellano bajo el título de Luz Tóxica: El peligro de las bombillas de bajo consumo.
[4] Se pueden consultar los registros de empresas con riesgo por amianto (RERA) de cada comunidad autónoma.
[5] Véase sobre este tema la información aportada por el incansable luchador contra la plaga del amianto, Paco Puche. Como bien dice en una entrevista el activista, ingeniero, economista, editor y librero malagueño «Si no retiramos todas uralitas, serán una fábrica de muerte».
[6] Según los datos aportados por Paco Puche en el artículo citado y en su recomendable libro Amianto. Una epidemia oculta e impune (2017).
LOW←TECH MAGAZINE How Sustainable is High-tech Health Care? Can we make modern health care carbon-neutral and maintain the levels of care, pain relief, and longevity that we have come to take for granted? https://solar.lowtechmagazine.com/2021/02/how-sustainable-is-high-tech-health-care.html