La urgencia de replantear los relatos sobre la COVID-19

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(El siguiente texto fue escrito por su autora en julio de 2020 y su última versión recibida en nuestra revista el 11 de agosto.)

Soy auxiliar de enfermería y trabajo en una unidad de críticos desde hace 9 años. El efecto psicológico que ha tenido la pandemia de la COVID-19 ha sido enorme en el personal sanitario. Se hace difícil transmitir el profundo dolor que se siente al ver morir personas o presenciar cómo agonizan durante días conectados a un respirador cuando se sabe que ya no hay esperanza para ellos, cuando su cuerpo ya no puede luchar más y su rostro se va afilando y los signos de una muerte cercana se hacen más que evidentes. En un contexto normal tenemos pacientes muy graves y otros que sanarán seguro, pero con la pandemia todos los que recibíamos estaban al borde de la muerte, hubo que aplicarles técnicas muy agresivas y el panorama que teníamos era desolador, sin tratamientos efectivos y con la presión de tener que recibir uno tras otro sabiendo que en un momento dado no habría más sitio.

Nos hemos sentido muy solas, yo me he sentido en completa soledad, la sociedad en su conjunto ha preferido mirar a otro lado, y nos ha dejado cuidando a personas moribundas sin brindarnos un apoyo moral que hubiésemos necesitado. Por eso estoy tan enfadada, estoy tristemente decepcionada porque supuestamente en España hay una base social crítica que es capaz de diseccionar analíticamente lo que ocurre a su alrededor. Pero se han limitado a criticar, a denunciar el confinamiento sin proponer alternativas realistas. En esos días terribles de abril ¿quién se molestó en intentar hablar con el personal de base?, ¿de cómo veíamos la amenaza de colapso en muchos hospitales?, ¿quién se habría hecho responsable de las muertes producidas por el colapso del sistema? Esta prueba de fuego ha dejado constancia de varios factores:

  1. Quienes denuncian tan enérgicamente el capitalismo y su apuesta por la tecnología son los primeros en no poder salir del paradigma de la máquina. No podía dar crédito a cómo se magnificaba la noticia de la falta de respiradores, el componente más esencial de un hospital no son las máquinas es su personal. Y precisamente en esta crisis se ha convertido en la parte más vulnerable. Y esto enlaza con el segundo punto.
  2. Quienes salían en defensa de la sanidad pública siempre se referían a ella de un modo abstracto, al mismo tiempo que denunciaban el enfoque militarista del Gobierno. Sumado a que nos convirtieron en héroes sin nuestro permiso, estos enfoques nos deshumanizaron por completo, de repente fuimos una pieza más en manos del necrocapitalismo.
    No entiendo que quienes defienden públicamente la estrategia de lo común y los cuidados caigan en el error de hacernos desaparecer bajo el manto de un concepto abstracto como la sanidad pública, eso significa que pueden hablar de nosotras sin interpelarnos, de repente nos dejaron sin agencia y nos vimos reducidas a un hilo argumental de un discurso político que llenaba los contenidos de medios digitales y de papel.
  3. Sigue existiendo una jerarquía académica que dificulta la transición a una sociedad post-capitalista.

Si realmente se quiere defender la sanidad pública se debe impedir nuestra deshumanización. Es muy triste comprobar cómo nadie ha salido en nuestra defensa, cómo no nos han dado apoyo moral. Mientras se apelaba a la biopolítica para denunciar el confinamiento, ha habido un completo silencio en cuanto al hecho de que nos hayan convertido en carne de cañón. Sí, hemos sido carne de cañón, la sociedad ha aceptado sin rechistar que un trabajo especializado se convierta en una heroicidad, así se justifica el sacrificio, el nuestro, y encima como un acto voluntario, apelando a que nuestra vocación nos induce a ponernos en primera fila en el campo de batalla. Los aplausos eran un escenario macabro, un acto colectivo para despedir a los soldados y para que las masas pudieran desfogarse por un ratito. Así que ibas sola por la calle, cogiendo un metro vacío, pero a mí esos aplausos no me acompañaron en absoluto, porque solo cantaban a la gloria, infame hipocresía de la sociedad que luego escondía a sus soldados muertos para no tener que verlos. Pues sí, el símil con el ejercicio de la guerra es más que apropiado, aceptado y alentado por los dirigentes políticos, coreado por las masas, enarbolado por los medios de comunicación y tratado como un tema de menor importancia por filósofxs y teóricxs que tristemente han pasado por alto los 73 sanitarios muertos, bueno ellos y gran parte de la sociedad porque comparativamente con otros temas esta noticia casi no ha tenido relevancia.

Una vez que se ha esfumado tanto revuelo, parece que todo vuelve a la calma, y la gente se relaja. Nosotras no, no hemos tenido tiempo de recuperarnos, según se fueron los pacientes de Covid empezaron a llegar otros pacientes de accidentes de tráfico, intentos de suicidio y cirugías programadas. Nadie se ha parado a pensar si estábamos preparadas para recibirlos, si nuestra mente puede dar más de sí en cuanto al sufrimiento humano que debemos atender. En un trabajo con un grado tan alto de exigencia se da por hecho que vamos a aguantar, pero nosotras también podemos colapsar por agotamiento y stress. De hecho cuando se hable del colapso sanitario no olvidéis que son personas las que conforman semejante estructura y que sin el factor humano, cualquier política simplemente no existe. Por eso es que necesitamos el apoyo moral, no solo discursos altisonantes o tesis doctorales.

Que no hayamos tenido voz no solo lo considero un fallo de estrategia y de moral, para mí ha supuesto la constatación de que no estamos preparados para superar el capitalismo. Ha sido una prueba relativamente fácil, lo que nos espera con todos los factores sumados de descomposición de la sociedad capitalista, es mucho peor. Si realmente queremos poner en el centro, como proponen quienes nos han aleccionado desde sus púlpitos, a lo común y los cuidados, va a ser necesaria otra forma de presentar los discursos y dar la palabra a más personas y colectivos. Cuando tengamos que poner en práctica las redes por pura supervivencia, más no valdrá tener aprendido este ejercicio de pensar en comunidad y aquí me refiero a la comunidad académica. Su forma de actuar serviría en el siglo XIX y XX, en pleno siglo testigo del colapso la Universidad puede quedar desbaratada, y que el mismo concepto de título resulte absurdo.

Sería tan sencillo como poner el ejemplo de que un hospital no es solo el lugar donde un gobierno puede desplegar su poder, también es el lugar común donde personas diversas trabajan en equipo y aprenden de sus propios errores al hacerlo. Curiosamente todavía no ha venido nadie a preguntarnos qué podemos aportar con nuestra experiencia en la construcción de otra sociedad.

Ilustración de Mónica Revenga
Mónica Revenga (Estudio Omapora)
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Auxiliar de enfermería en Osakidetza (Sanidad Pública vasca). "Siempre atenta al lenguaje de la Naturaleza, los árboles esas masas verdes que descolocan mi mente; y la suspensión caótica de las palabras en una frase. Mi referencia y camino son los libros, más dispuestos a tejer redes de ideas que lo propuesto en la actualidad en las redes sociales."

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