(Nota: El presente artículo fue enviado por el autor a nuestra redacción el 27 de abril de 2020.)
A finales del 2018 publiqué Postgrowth Imaginaries. En el libro afirmaba que, puesto que en un planeta finito la economía no puede crecer constantemente sin cargarse los sistemas vivos de los que depende nuestra existencia, lo más sensato era diseñar una cultura económica no adicta al crecimiento. Una nueva cultura económica en la que no hubiera que decidir constantemente entre aumentar la precariedad social o tener un planeta habitable. El libro argumenta que cada vez resultará más costoso social y ecológicamente continuar expandiendo el metabolismo económico global y que en un futuro no muy lejano será biofísicamente inviable.
Que nos esperaba un futuro sin crecimiento era obvio, con o sin pandemia global. Esto resulta evidente si se presta atención a la situación energética, la disrupción climática, la deuda global, la precariedad generalizada, la desigualdad, la drástica reducción de suelo fértil y biodiversidad, etc. La mala noticia es que la tecnología no traerá la solución ya que, al desarrollarse en el marco de un paradigma económico orientado al crecimiento, su aplicación suele amplificar los problemas sociales y ecológicos existentes. La buena noticia es que el crecimiento económico no es deseable socialmente si solo sirve para acumular capital en pocas manos y aumentar la ya inaceptable y corrosiva desigualdad social. En otras palabras, el crecimiento económico casi siempre desemboca en devastación ecológica, pero no aumenta necesariamente el bienestar social.
A raíz del omnipresente COVID-19 y su predecible impacto económico varias personas me han preguntado si las respuestas a la pandemia están acelerando las dinámicas materiales y culturales descritas en mi libro y si, por ende, esta situación podría resultar pedagógica e impulsar el desarrollo de una cultura económica más benigna y sostenible. La respuesta es: “depende.”
Una pandemia, como cualquier catástrofe, será pedagógica o no lo será dependiendo de si se responde a ella aplicando la lógica hegemónica o, por el contrario, el evento hace tambalearse los cimientos de nuestro imaginario dominante lo suficiente como para desplazarlo y sustituirlo por otros imaginarios. En el primer caso, la catástrofe no solo no sería pedagógica, sino que aceleraría y amplificaría procesos de acumulación por desposesión y manufacturaría futuras catástrofes cada vez más inasumibles. En el segundo caso, un resultado más o menos deseable dependería de qué nuevos imaginarios sociales se articulen, movilicen y adquieran protagonismo.
No hay duda de que la economía se va a ralentizar y es probable que haya una recesión muchísimo mayor que la del 2008 (y esto era ya probable antes del coronavirus, ya que no solo no se cambiaron las lógicas que llevaron a dicha crisis, sino que se amplificaron de tal manera que ahora nos enfrentaremos a la siguiente crisis en condiciones mucho más precarias social y ecológicamente). Este contexto de post-crecimiento prolongado que nos espera albergará el potencial de deslegitimizar la cultura económica dominante y nutrir tanto otros imaginarios socialmente indeseables (e.g., eco-totalitarismos) e ilusorios (e.g., tecno-optimismos) como imaginarios social y ecológicamente regenerativos (e.g., ecofeminismos). Los dos primeros casos son indeseables ya que responden a la crisis amplificando vibraciones sociales que estimulan el miedo patológico, la rabia mal canalizada y el optimismo cruel (las mismas vibraciones que nos han llevado hasta donde estamos).
En resumidas cuentas, sospecho—y esto no está en el libro—que para que la catástrofe sea pedagógica se debe responder a ella favoreciendo los modos de atención del hemisferio derecho del cerebro y promoviendo maneras de sentipensar sistémicas y holísticas que eviten tanto el miedo patológico como el optimismo cruel. Prácticas como la permacultura ayudan a desarrollar dichos modos de atención y a diseñar hábitats regenerativos con tecnologías apropiadas.
Puesto que el crecimiento económico será cada vez más inviable, se nos presenta una bifurcación en la que las sociedades tendrán que decidir entre deceleración competitiva o deceleración regenerativa. En el primer caso seguiríamos aferrados al imaginario dominante basado en la búsqueda constante de crecimiento en un contexto cada vez más agresivo, desigual e insostenible. En el segundo caso, superaríamos las inercias materiales, emocionales y mentales de la cultura económica hegemónica y experimentaríamos colectivamente con diferentes maneras regenerativas de organizar la reproducción social. Qué futuros potenciales acaben materializándose dependerá de cómo respondamos a la situación presente.
1) La pedagogía es una ciencia, el pedagogo es la persona experta en ella aunque una actitud pedagógica la puede tener cualquiera con unas mínimas nociones.
2) La cultura dominante hegemónica no cambia por si misma nunca, salvo si hay un acto destructivo que nos aleje radicalmente de ella.
Entre 1 y 2 hay un basto campo en el que se pueden producir cambios como consecuencia de la intervención humana, por ejemplo tener una actitud pedagógica que incida en la cultura y el pensamiento, o una acción política…
No somos esclavos del pensamiento dominante si nos proponemos cambiarlo. Desgraciadamente el campo donde se producen los cambios se encuentra desierto y puede que no hay tiempo para aprendizaje de los desastres porque estos tienen dimensiones demasiado grandes para nuestra escala vital.
[…] fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2020/08/07/la-pandemia-solo-sera-pedagogica-si-ayuda-a-desplazar-el… […]