(Esta reseña a cargo de María Consuegra, Antonio Porcel y Paula Casás fue remitida a nuesta redacción el 19 de enero, antes, por tanto, del estallido de la pandemia de COVID-19.)
Alicia H. Puleo (1952), doctorada en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), es una de las más importantes pensadoras del ecofeminismo, ese movimiento contemporáneo surgido en los años 1970 que pretende construir a partir de los puentes tendidos entre ecologismo y feminismo. Actualmente, la profesora de Filosofía moral y política en la Universidad de Valladolid es también integrante de la Cátedra de Estudios de Género de dicha universidad y del Consejo del Instituto de Investigaciones Feministas de la UCM. Habiendo comenzado su andadura bajo el magisterio de Celia Amorós, Puleo prolonga esa línea de feminismo ilustrado con una inflexión ecofeminista de notable originalidad. Fue en los años 1990 cuando, al coordinar uno de los primeros cursos sobre ecofeminismo en España, se percató de la falta de literatura teórica al respecto, tanto ibérica como latinoamericana. De esta preocupación nació, en 2011, su obra de referencia Ecofeminismo para otro mundo posible, donde aunó los términos feminismo y ecología para tratar de dar respuesta al problema de la insostenibilidad del modelo neoliberal actual. Otras de sus obras destacadas son Ecología y género en diálogo interdisciplinar, Dialéctica de la sexualidad, Género y sexo en la filosofía contemporánea o Cómo leer a Schopenhauer, entre otras.
La última de sus obras, Claves ecofeministas: para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales (ilustrado por Verónica Perales, Plaza y Valdés Editores, Madrid, 2019), nos invita a entrar en un agradable Jardín epicúreo donde poder disfrutar de un espacio de reflexión y praxis libre de las convenciones androantropocéntricas que han dominado las principales corrientes del pensamiento (además de la vida social, económica y política). La obra busca un doble fin: dar mayor base teórica al ecofeminismo, haciéndonos caminar por sus senderos y deleitarnos con sus fuentes en su redefinición de la realidad; y crear un nuevo espacio de pensamiento que sea capaz de contraatacar a las estructuras económicas (el capitalismo) y a las sociales (el patriarcado) que causan la destrucción de la Naturaleza, la desigualdad entre géneros y la violencia sistemática contra los animales no humanos. En este doble movimiento las mujeres tienen un papel central, desarrollando una nueva perspectiva alejada de la desmesura patriarcal culpable de la crisis ecológica que sufrimos.
El ecofeminismo, como bien explica la autora, sólo es entendible si analizamos la corriente de pensamiento occidental hegemónica que estructura la sociedad occidental desde la Antigüedad grecorromana. Arraiga en filósofos como Platón o Aristóteles, pasa por la ilustración, con Kant o Rousseau, y llega a nuestros días a través de las estructuras sociales y económicas que ordenan hoy el mundo. El feminismo ha sido llamado por Amelia Valcárcel el “hijo no querido de la ilustración”. Generalmente se critica a la ilustración por olvidar a la mujer, y cabe recordar que simplemente se defendía la igualdad de todos los hombres. La cuestión está en ¿quién es el “hombre” en la frase anterior? La crítica feminista ha destacado que en realidad sólo el hombre, varón, es el “hombre” supuestamente genérico; es decir, la norma implícita considera verdaderamente humano sólo lo masculino. La masculinidad es, en el imaginario de estas sociedades, lo propiamente humano, “como Razón, Mente, Espíritu y Cultura” (p. 26). En cambio, la feminidad se ha ligado a la Naturaleza, es decir, ha sido excluida de lo propiamente humano. “La esencia femenina ha sido definida como lo Otro frente a lo plenamente humano, como la Alteridad (…), como Naturaleza, Vida Cíclica casi inconsciente” (ibid.). Uno de los puntos de partida de la reflexión ecofeminista es un estudio de la antropóloga Sherry Ortner (1972) donde se desvela la existencia, en el imaginario de todas las culturas, de la relación entre la feminidad y la Naturaleza. Para explicar este hecho, la autora pone los ejemplos de la crianza de niños y la cocción de alimentos. Así, establece cómo se dan las relaciones de dominación de lo Cultural, propio del varón, sobre la Naturaleza, propia de la mujer (asumiendo de alguna forma la dualidad platónica).
Esta dualidad ontológica es una de las causas que nos ha conducido a este modelo de “guerra suicida contra la Naturaleza”, fomentando una visión androcéntrica y patriarcal de las estructuras sociales. Con todo, cabe diferenciar, en palabras de Puleo, entre el patriarcado de coerción y el patriarcado de consentimiento (pp. 47-48). Las sociedades de capitalismo avanzado se encuentran dentro de este último, puesto que ya no existe un mecanismo de dominación explícita con roles extremadamente rígidos. Paradójicamente, se invoca la libertad como coartada de la opresión. Bajo el patriarcado de consentimiento, un potente mecanismo de represión es el consumo: se bombardea con influyentes incitaciones, se colonizan las mentes y, como resultado, se ofrece como deseable y empoderante un discurso implícitamente cargado de ideología patriarcal. Para la autora, ejemplo de ello sería la mercantilización de los cuerpos, tanto en la pornografía como en la gestación subrogada. Por ende, aboga por el rechazo de estas prácticas y por una autonomía real en materia sexual.
La visión antropocéntrica es otra de las causas de este ecocidio. En el viaje por la vida, aclara la autora, no estamos solos, sino que tenemos compañeros: los animales no humanos (p. 102). La relación que se ha establecido entre animales humanos y animales no humanos es bastante análoga a la relación histórica entre hombres y mujeres. Ambas violencias se traducen en poder y falta de compasión, y construyen el ideal de virilidad patriarcal: ideal que ha conducido a algunas mujeres a imitar este comportamiento, tratando de desafiar las normas de género, pero cayendo equivocadamente en una visión androantropocéntrica del mundo.
El ecofeminismo de Alicia Puleo ha sido asumido como base teórica por la Red Ecofeminista (creada en Madrid en 2012). Como bien explica la autora, el ecofeminismo es fundamental como paso para alcanzar una sociedad igualitaria, tanto entre seres humanos como con el resto de los animales y el entorno en el que convivimos. La filósofa invita a abrazar el cuidado, la compasión, la empatía; nos invita a abrazar todas aquellas emociones que, tradicionalmente, habían sido consideradas como debilidades, al relacionarse con la mujer, con la Naturaleza. El feminismo radical de Simone de Beauvoir, en la segunda mitad del siglo XX, buscaba la emancipación y empoderamiento de la mujer mediante la conquista del terreno tradicionalmente masculino, lo que derivó a una adopción de ciertos comportamientos de dominación. Se proponía dejar atrás la Naturaleza para hallar un lugar propio en la Cultura. Sin embargo, Puleo destaca en su libro la importancia de cierta deconstrucción en todos los seres humanos para acabar con la dominación en todas sus formas, por lo que alude a que no es únicamente necesario que las mujeres formen parte de la Cultura, sino que resulta imprescindible que los hombres y las mujeres no renieguen de los valores considerados históricamente femeninos (como los cuidados y la compasión), de manera que logren convivir en ese Jardín-huerto epicúreo evocado en el libro. Para ello, la autora indica que son necesarias tanto una educación ambiental que cree conciencia, como la aplicación de la ética de los cuidados.
En el epílogo se reflexiona sobre el futuro, sobre el porvenir de la humanidad, que aún considera incierto. Sin embargo, al igual que otras filósofas contemporáneas, valora la importancia de la tecnología que, cada vez más, forma parte de nuestra sociedad y, si bien no se considera ni tecnófoba ni tecnólatra (p. 83), adopta la posibilidad de un futuro transhumanista, en el que “las tecnociencias (…) harán posible un mejoramiento de los seres humanos e incluso de otras especies” (p. 136).
En cuanto al formato y estilo de la obra, Claves ecofeministas presenta una estructura clara que permite explorar los senderos del Jardín-huerto que nos propone la autora de una manera gratamente sencilla. Cercanía y claridad en el lenguaje, una precisa elección de palabras que, sin caer en la exageración, consigue reflejar la realidad de los problemas que plantea. Otro elemento destacable en este sentido es la utilización de ilustraciones de la mano de Verónica Perales que, como la propia obra, tienen un doble fin: darles vida a los deleites del jardín evocándonos a la Naturaleza y su belleza intrínseca; y dar una segunda dimensión al libro a través de códigos QR escondidos en las imágenes que nos permiten continuar el viaje emprendido.
De esta forma, en una obra breve y divulgativa, pero a la vez enjundiosa, Alicia H. Puleo alcanza su objetivo de asentar las bases de la teoría ecofeminista y, a su vez, definir lo alarmante de la situación actual. El modelo de dominación sistemática sobre lo definido como Alteridad (lo Otro) nos ha conducido a una crisis ecológica donde la supervivencia de la civilización humana (y quizá de la propia especie) está en juego. A pesar de ello, Puleo mantiene una actitud positiva al ofrecernos una alternativa, e invita a los lectores a unirse a su proyecto ecofeminista para “amar y defender a la Tierra y a los animales que la habitan” (p. 154).
Interesante reseña, aunque me quedo un poco intranquilo al leer:
«Las tecnociencias harán posible un mejoramiento humano e incluso de otras especies»
Me pregunto, para que? O quién? Que significa mejorar? standarizar o seleccionar antinaturalmente?
Y no digo que no hayamos creado desarrollos dentro de algunas especies (esencialmente culinarias y domesticas) gracias a nuestra observación y cuidados, pero el concepto de mejorar es muy relativo y hay que tenerlo en cuenta no permitamos que esto sea un caballo de troya
Comparto la mayor parte de lo que defiende nuestra querida Alicia. Pero también lo dicho por Sísifo.
De hecho, en realidad hemos hecho más bien monstruos con esa domesticación, al aplicar la selección artificial buscábamos la «mejora» de ciertas características de interés no para el animal en cuestión sino para nuestro beneficio: los que nos comemos seleccionando obesos de crecimiento rápido (jamás lo haríamos con nosotros, ¿no?), antiguos lobos convertidos en simpáticos enanos o deformes que en la naturaleza «salvaje» durarían bien poco por sus debilidades genéticas (son propensos a más enfermedades que sus correspondientes salvajes). Así, pues esa supuesta «mejora» tendría que venir de otra cultura, pues la nuestra no es fiable, así que no es una propuesta válida ahora. Otra cultura se lo podría plantear, pero ya verán esas personas como entienden eso de la tecnociencia.En todo caso, respecto a la tecnociencia del siglo XXI, la tecnología de Gaia es enormemente superior, así que quizás en una cultura sabia dentro de 20000 años se pudiera plantear esto.
Y junto a los animales, hay plantas, hongos, procariotas y bacterias, pasar del patriarcado al zoocentrismo no es suficiente creo y defiendo. Y además, falta un análisis de esa Naturaleza que tal y como se desarrolla quizás es un tanto abstracta, mientras que se puede concretar en alguien como Gaia. Al igual que tu perro es un alguien y eso cambia la moral frente a una que parte de que el perro es tú máquina, la idea de que Gaia es un alguien, es más, es el alguien del que toda esa comunidad de animales, plantas etc. formamos parte, cual células, también cambia la moral más allá de verla como una biosfera cibernética compleja (o máquina al fin y al cabo). A partir de esta idea, defendible desde la ciencia, se abre un horizonte ECOfeminista, siendo precisamente lo ECO más que una casa: Gaiafeminista.
Ventaja del Gaiafeminismo es que rompe definitivamente con el problema del antropocentrismo aunque sea «avanzado» hacia un zoocentrismo (¿de animales grandes o valen aquí el C. elegans, un gusanito de 2000 células mucho más sencillo y menos sensible que un gran tejo?).
Coincido con su observación acerca del peligro de dichas «mejoras». Creo que quienes hacen la reseña han interpretado mi descripción de las propuestas transhumanistas como una adopción acrítica de las mismas, lo cual no es exacto.
Gracias por la aclaración Alicia, sería interesante conocer la opinión de quienes han escrito esta reseña y porque han sobreinterpretado tu propuesta de una forma tan contradictoria
Estoy de acuerdo contigo Carlos, pero hay que señalar que ejemplos de codesarrollos antropizado hay muchísimos y salvo en los últimos 3-4 siglos, casi todos son selecciones multifaceticas muy bien adaptadas al entorno y necesidades de la sociedad que los desarrolla.
Frankstein o el leviatán de Goya asolando los campos, son desarrollos del mesianismo moderno ilustrado y patriarcal
No conocía esta reseña, acabo de verla y de leer también tu comentario, querido Carlos. Coincido con tu observación y la de Sísifo sobre los peligros inherentes a un proyecto de «mejora» de las especies. Creo que quienes han hecho la reseña han confundido mi exposición de los planteamientos transhumanistas con los míos propios. Transcribo dos pasajes de la valoración que hago de estos planteamientos transhumanistas en el mismo libro reseñado: «Si bien es atractiva la idea de un Edén terrestre, este plan de intervención masiva en la Naturaleza parece una empresa colosal e incompatible con el equilibrio ecosistémico, el cual tiene poco que ver con consideraciones éticas hacia los individuos que lo componen. Este proyecto bienintencionado puede llegar a ser un gran error que multiplique el sufrimiento animal y termine de romper la red de la vida en la Tierra, ya muy deteriorada.» (p.139) (…) «el discurso tecnocientífico propio del transhumanismo promete un futuro en que se recuperarán especies perdidas a través de la clonación pero, mientras tanto, desaparecen las especies actuales a ritmo vertiginoso y las megacorporaciones, más potentes que los Estados, aceleran la destrucción ambiental e incrementan la desigualdad social . El inagotable optimismo transhumanista menciona el cambio climático como un problema mayor pero tiende a confiar en tecnologías aún no inventadas para resolverlo, cayendo en la tecnolatría que he tratado en el tercer capítulo. Tampoco explica cómo obtendrá la energía necesaria para construir esa sociedad del futuro tras el colapso energético del modelo basado en el petróleo, colapso que, según numerosos expertos, tendría lugar hacia mediados del siglo XXI. » (p.142)
En cuanto a tu propuesta de Gaia como un alguien más allá del conjunto de ecosistemas, quizás sea útil para fomentar el respeto hacia la naturaleza pero me parece que tiene el riesgo de toda hipóstasis: la mistificación y las consecuentes deslegitimaciones en una cultura racionalista como la nuestra.
Gracias por tus comentarios!
Gracias Alicia por aclararnos. Más ganas aún de leer tu libro.
En cuanto a lo que dices de Gaia, su utilidad de respeto a la naturaleza creo que la compartimos todos, el riesgo de su mistificación por parte de la cultura racionalista es obvio y es lo que produjo de hecho que Lovelock y Margulis se desdijeran pronto de esas implicaciones «negando a su propia criatura».
Es precisamente la defensa científica y racional de la Gaia orgánica la que elimina la desligitimación de nuestra cultura racionalista, o si se quiere, la Gaia orgánica permite armonizar con más facilidad lo racional con lo emocional y con lo espiritual (místico) del ser humano. Por tanto, que se mistifique Gaia o no, ya no podría estar basado en que su mistificación no tiene base científica o es irracional. Si Gaia es un organismo y en consecuencia somos como «células» suyas, está claro que el respeto a la naturaleza es más fácil, se mistifique o no. Y la mistificación incluso es más fácil de hacer para aquellos que hacemos ciencia.
Como comento con frecuencia con nuestro querido Jorge Riechmann, la Gaia orgánica no diluye del todo el problema del ser y del salto al deber ser (la falacia naturalista), pero el abismo que generaron las interpretaciones de Darwin se convierte en un charquito que saltar, que sigue existiendo, sí, pero que es solo pereza no dar el salto 😉
La Gaia orgánica no convierte en diosa a Gaia, pero sí en algo ontológicamente superior (en lo biológico) a nosotros. Te invito a explorarla porque espero que enriquezca aún más tu ecofeminismo tan necesario.
[…] fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2020/05/02/resena-de-claves-ecofeministas-para-rebeldes-que-aman-a-… […]