(Nota de los editores: El texto que acompaña a este vídeo fue enviado a la redacción de la revista el 17 de febrero de 2020, antes, por tanto, de que se disparase la pandemia de COVID-19. El vídeo fue publicado por la autora dos días antes, el 15 de febrero, en su canal de Youtube.)
Trascripción
Hola, ¿qué tal?
Antes de comenzar, me gustaría que constara en acta que todo lo que diré a continuación es mi propia opinión, no necesariamente la de Fridays for Future ni ningún otro colectivo.
Dicho lo cual: vamos a por el tema de este vídeo, que es el Plan Verde Europeo, más conocido por su nombre en inglés, European Green Deal, y a analizar por qué es en gran medida un paquete de falsas soluciones y una amenaza para los movimientos por la justicia climática. No voy a analizar una por una las medidas del plan, sino que voy a explorar su significado en este momento histórico.
El European Green Deal es un nuevo plan económico para la Unión Europea, anunciado el pasado noviembre de 2019 por la Comisión Europea y especialmente impulsado por la presidenta de dicha comisión, Ursula von der Leyen.
Grosso modo, el objetivo de esta estrategia es convertir Europa en un continente Green. Esto significa que se busca ser neutral en carbono para 2050; potenciar las energías renovables; gravar los combustibles contaminantes; promover la “innovación verde”, es decir, ayudar a las empresas a volverse “sostenibles”, y la creación de “empleos verdes”; proteger la biodiversidad, fomentar agricultura ecológica, etcétera, etcétera. Presupone una financiación público-privada para cubrir el billón de euros que se planifica invertir en la transición a lo largo de las siguientes décadas. También cuenta con un mecanismo de “transición justa”, con un fondo de 100.000 millones de euros, para ayudar a los países con alta dependencia en energías fósiles, como Polonia, a descarbonizarse.
Todo esto suena muy bien, aparentemente. En la narrativa que se está creando en los medios de comunicación y en las mentes, parece que todo encaja: la demanda de los movimientos sociales por el clima, que se ha intensificado muchísimo este pasado 2019, se ha abierto paso hasta las autoridades políticas, y estas, asumiendo el mandato popular, se disponen a darles la transición verde que querían. Parece una gran victoria, y sin duda es motivo de celebración que se haya conseguido poner la emergencia climática en la agenda política y en el foco mediático, que esté sobre la mesa. Sin embargo, hay varios problemas muy serios en todo esto, que me preocupan personalmente y que me dispongo a analizar.
Para ello voy a introducir el concepto de capitalismo verde.
Para aquellas que no lo conozcan, el capitalismo verde pretende ser una fase del modelo económico actual que solucione los problemas medioambientales mediante mecanismos fundamentalmente de mercado. Se propone abordar la emergencia climática con vías como el consumo verde (come ecológico y recicla), la movilidad verde (cómprate un coche eléctrico!), los mercados de carbono (yo contamino lo que me da la gana, pero te doy dinero para tu proyecto sostenible y así compensa), la inversión verde (toma, te doy dinero para que hagas un parque eólico) y el seductor desarrollo sostenible, que se basaría en “consumir y explotar lo justo, pero dejando un poquillo para los que vengan mañana”.
Algunas de las graves contradicciones de esta propuesta son que se centra en el individuo como sujeto de cambio, desincentivando la cooperación y la creación de redes de presión; que presupone un “crecimiento verde” ilimitado, que, por más renovable que sea, continúa ignorando los límites biofísicos del planeta y basándose en la creación constante de nuevas necesidades; y que, a lo sumo, reproduce las dinámicas de poder y distribución de la riqueza injustas que caracterizan nuestro actual modelo, pero asegurando, en teoría, su eterna perpetuación en el tiempo, su sostenibilidad -lo cual es bastante espantoso y preocupante, si queréis mi opinión.
Ahora que estamos en este marco: ¿es el Green Deal europeo un súper ejemplo de capitalismo verde?
Señoras y señores: adivinen! La respuesta es sí.
En efecto, el discurso de la Comisión gira en torno a la innovación y el “crecimiento verde”, es decir, visualiza un crecimiento económico constante que, se supone, no iría asociado a un incremento del uso de recursos o de las emisiones, sino al revés. Esto se llama “desacople”. En un mundo ideal, podríamos tener crecimiento del PIB a la vez que emisiones contaminantes a la baja. Aquí entrarían las renovables como sector que experimentaría un boom en los próximos años, pero, en teoría, reduciendo el impacto ambiental.
Pero por mucho que la energía que mueve el sistema sea de origen “sostenible” o renovable, si hablamos de suplir no solo la demanda actual, sino una demanda creciente, nos vamos a topar sí o sí con un uso intensivo de recursos que también son finitos. Por más que nos pese, las energías renovables también requieren de procesos extractivistas y tienen altos costes ambientales y sociales, costes que se trasladan, como de costumbre, a África, Latino América, a Asia, o al mundo rural. El resumen es que los macroproyectos de este tipo suelen acabar invadiendo los territorios ancestrales de pueblos enteros y destruyen su modo de vida por completo. Podríamos enumerar miles de casos que tienen que ver con la precariedad laboral y la miseria.
Este fenómeno es lo que podría llamarse colonialismo verde. ¿Y por qué? Pues porque no hace más que reproducir las dinámicas de interdependencia injusta del sistema capitalista – sistema en el que hay un núcleo rico e industrializado, y una periferia, compuesta de diversas capas, que hace el papel de proveer al núcleo de materias primas y mano de obra barata. Palabrejas que vienen a significar enriquecimiento (o, en este caso, transición ecológica) de unos pocos a costa del extractivismo y la explotación del resto. Si os recuerda a la época del imperio y el colonialismo, lo habéis captado!! No es más que una continuación -solo que ahora, en vez de esclavos, hay niños matándose a trabajar en las fábricas de Inditex y en las minas de cobalto.
Por decirlo en dos frases: para suplir la demanda actual y seguir creciendo, la transición ecológica de Europa se haría a costa de externalizar procesos extractivistas a otras partes del mundo. Además, en relación con la oleada de nuevo “desarrollo”, no parece probable que se produzca una reducción en términos absolutos ni de las emisiones ni del uso de recursos a nivel global. De esto no se dice ni mú en el plan de la Comisión. Pero parece que el lavado de imagen del Viejo Mundo no es suficiente para construir uno nuevo.
Por último, está el problema de la financiación del Green Deal. Como comentábamos antes, se requiere una tremenda inversión en el plan de Úrsula von der Leyen; se pretende obtener la mitad del presupuesto (500 mil millones de euros) directamente de la Unión Europea, y el resto, a través de un plan que movilice inversiones públicas y privadas. ¿Y esto qué significa? Bueno, pues como existen límites legales para el endeudamiento público (un gobierno puede endeudarse en gasto público hasta aquí, más no), financiar la transición requerirá de lo que se llama colaboraciones público-privadas, que consisten en la contratación de empresas (obviamente, con ánimo de lucro) para gestionar bienes y servicios que son o deberían ser públicos (por ejemplo, la energía), pero con aval del estado. Es decir: para construir la red energética solar se contrata a tal empresa, y si le sale mal el negocio, paga el estado. O sea, una desmesurada presencia privada en la toma de decisiones que afectan el acceso a servicios básicos, lo que se traduce en falta de transparencia y democracia, en posible endeudamiento con entidades privadas, y en unos servicios que al final no responden tanto a las demandas de la gente como a intereses privados. PRI-VA-TI-ZA-CIÓN.
El resumen de todo esto es que el Green Deal europeo es una solución del capital, por y para el capital. Incluso aunque cumpliera los objetivos de reducción de emisiones (que, de todas formas, no servirían de nada si se persiguen solo a nivel europeo), no cuestiona el axioma del crecimiento ilimitado ni la distribución de poder injusta del sistema. No abraza una visión solidaria y justa de la transición con una mirada global. Se toma la crisis climática como una oportunidad económica que favorecerá las estructuras de poder ya creadas.
Y esto podría tener consecuencias devastadoras, no solo para los países empobrecidos, sino para los propios europeos. Es una solución para pocos, para ricos. Creo que no es eso lo que queremos decir cuando pedimos justicia climática. Sin embargo, von der Leyen y sus colegas presumen de estar dándonos exactamente lo que queríamos.
Aquí es donde se esconde el gran riesgo del Plan. Ahora que la ventana de oportunidad ha sido desplazada a favor de la emergencia climática y el sistema se arrastra hacia su reconocimiento y se dispone a tomar medidas (lo cual está más o menos bien, porque es un principio), existe la amenaza de que se nos coopte completamente a los movimientos y se neutralicen nuestras demandas. El capitalismo verde presupone que las cosas son así: dales aire limpio a los ecologistas y se olvidarán de la injusticia. Si los movimientos sociales nos quedamos parados mirando como el Green Deal se cierne sobre Europa, nos contentamos con comprar ecológico e incluso aplaudimos encantados, habremos quedado totalmente fuera de juego como grupos de presión.
Ojalá un día podamos dejar de protestar, pero no aún. Ahora, más que nunca, tenemos que estar activas y desplazar nuestras demandas: de que se hable de emergencia climática a que se ponga en práctica la justicia climática. ¿Cómo? No solo reduciendo las emisiones, sino adoptando una visión verdaderamente solidaria; con reformas tributarias justas que incrementen la presión fiscal sobre las grandes fortunas; apoyando pequeños proyectos locales y cooperativos, no grandes multinacionales; e introduciendo, progresivamente, el concepto de límites en el discurso político y en la cultura. Por verde que sea el crecimiento, seguir atrapados en esa lógica nos va a llevar a nuevas crisis una y otra vez.
Todo eso es mucho pedir, y asusta. Me he encontrado con gente en ambos lados del espectro político que se dan cuenta de esto. Hay escépticos del cambio climático que no quieren ni oír hablar de la transición energética porque perciben los costes que tendrá. Probablemente tienen algo de razón: una transición del tipo que quieren von der Leyen and Company, sin escapar de las lógicas de un sistema que tiende siempre a los excesos, será fatal, porque no solucionará la crisis climática y encima generará otros problemas. Eso también lo vemos las ecologistas.
Pero me gustaría invitar a esos escépticos a tener un poco más de imaginación. Porque no hace falta que insista en que los costes de no hacer nada para frenar la degradación medioambiental serán mucho más devastadores a la larga: algo tenemos que hacer. Sin embargo, no se puede esperar que la solución perfecta venga dada por las instituciones y las estructuras de poder de este sistema. Si el capitalismo verde no es una solución y el capitalismo fósil tampoco lo es, tenemos que crear otras cosas, ¿no?
Mi opinión es que el cóctel ideal combina incidencia política para que se hagan mejor las cosas desde arriba, pero sobre todo, creo que la solución más democrática la construiremos, debatiendo y cooperando, las personas, las bases. Tenemos que seguir creyendo que se puede vivir de un modo distinto: con un decrecimiento del consumo, creando soberanías alimentarias, energéticas. Descentralizando el poder. Creando redes de colaboración, de resiliencia. En armonía con la naturaleza y sin externalización de los costes de nuestra vida. Tenemos que demostrar que es posible, y que es posible para todos, todas y todes -cosa que el desarrollo sostenible, sintiéndolo mucho, no es, no tal y como se plantea hoy en día. Tenemos que estar hablando de desarrollo cualitativo, no cuantitativo.
Pero no me voy a extender sobre las alternativas. Decrecimiento, ecofeminismo, ecosocialismo… Para eso habrá otros vídeos. Espero que, al menos, el mensaje de este haya llegado: las soluciones falsas del sistema tienen potencial para absorber a los movimientos sociales, y por eso hay que estar más activas que nunca.
Pues si, muy bien, que se sepa que lo del Green New Deal es más de lo mismo.
Como dice un refran chino «“Lo primero que hay que hacer para salir del pozo es dejar de cavar”.