Ciencia posnormal
Ya desde la primera mitad del siglo XVII con las aportaciones de Francis Bacon (1561-1626) y René Descartes (1596-1650), y después a partir de finales del siglo XVIII y principios del XIX con las propuestas de Henri de Saint-Simon (1760-1825), Pierre-Simon Laplace (1749-1827), Auguste Comte (1798-1857) y otros, se ha venido defendiendo que sólo el conocimiento que se adquiere de estudiar los fenómenos naturales y de establecer sus propiedades y relaciones puede ser verdadero.
La secuencia hipótesis-experimento-teoría, propia del método científico, es y ha sido una fuente abundante de producción de conocimiento. Asimilada socialmente e inmersa en el paradigma de la modernidad, en donde impera la razón y la coherencia lógica frente a cualquier otro tipo de valores, ha facilitado el desarrollo de múltiples innovaciones tecnológicas permitiendo, en beneficio del bienestar social, el control y dominio de lo que hemos dado en llamar mundo natural[1].
Ocurre, sin embargo, que los asuntos de los que trata hoy la ciencia son sumamente complejos, multicausales y frecuentemente afectados por retroalimentaciones de uno u otro signo cuyos efectos se manifiestan a largo plazo y en los que intervienen variables desconocidas sobre las que se formulan supuestos ambiguos e incompletos. A ello se une que la producción del conocimiento se desarrolla en un contexto en el que interviene una pluralidad de valores e intereses contrapuestos que alcanzan el ámbito de lo político involucrando decisiones de muy alto riesgo.
De este modo, la ciencia, lejos de moverse en ámbitos en los que predominan los principios históricos de objetividad y neutralidad e impedida de la posibilidad de constatar mediante la experiencia las predicciones que resultan de sus teorías, es hoy un totum revolutum en el que confluyen intereses –económicos, ecológicos, sociales, éticos— que si bien antes parecían ser ajenos al proceso científico, están ahora completamente ligados a él.
Es en este tipo de contextos, en los que a un nivel de incertidumbre muy elevado[2] se une la necesidad de adoptar decisiones urgentes que están influidas por diferentes valores en disputa, donde tiene lugar lo que Funtowicz y Ravetz llaman ciencia posnormal[3]. Lejos de rechazar los logros de la ciencia aplicada y los métodos de trabajo empleados habitualmente por la consultoría profesional, la ciencia posnormal plantea estrategias adecuadas para la resolución del tipo de problemas mencionado.
En efecto, debido a la gravedad de los temas que se tratan y a la elevada incertidumbre del conocimiento que se dispone, la ciencia posnormal defiende que para adoptar decisiones en relación a los asuntos políticos, no basta ni con el conocimiento científico ni con las recomendaciones que en base a su pericia aportan los expertos, sino que es necesario, también, extender interna y externamente la comunidad de quienes participan en el proceso y evalúan la calidad del conocimiento disponible.
Se consigue esto dando cabida a todos los stakeholders, los grupos con interés en los asuntos objeto de discusión. Todos ellos, sabiéndose y reconociéndose iguales están entonces en condiciones de aportar en una discusión abierta su valoración de lo que está en juego, de sopesar los diferentes riesgos y sus implicaciones, y de acordar sus propias decisiones. En otras palabras, se requiere implicar en el proceso científico a una comunidad extendida de pares[4]. Mediante este procedimiento se asegura que tanto los hechos —el conocimiento factual— como los valores —la componente axiológica— adquieran igual importancia y se tengan en cuenta a la hora de decidir sobre asuntos de trascendencia social. En este proceso el principio de precaución debería ser la guía.
Declaración de la emergencia mundial
Cuando el pasado 30 de enero la OMS declaraba la emergencia mundial a raíz de la propagación global de la COVID-19, llamaba nuestra atención cómo el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Europa insistía en sus actualizaciones periódicas del estado de la pandemia en el hecho de que «la fuente de infección [de SARS-CoV-2] es desconocida y aún podría estar activa». También el brote epidémico del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS) de 2003, causado por un pariente del que heredó el nombre, se cerró en 2004 sin evidencia de la fuente de infección[5].
El escenario para la investigación y control de una alerta de salud pública por una enfermedad infecciosa es mucho más favorable cuando se conoce la fuente de infección. De hecho, el brote de cólera de Londres de 1854, investigación que marca el nacimiento de la epidemiología moderna, se resuelve cuando John Snow (1813-1858) descubre la fuente de infección: unos pozos de agua contaminada. Se frena la epidemia antes de descubrir la bacteria que causa la enfermedad porque se puede intervenir clausurando los pozos.
El escenario COVID-19 es el contrario, conocemos desde el principio el genoma del coronavirus que causa la enfermedad, pero desconocemos la fuente de infección, lo cual plantea una doble reflexión: la primera sobre las puertas que abren a la enfermedad los vínculos entre la salud humana y la del ecosistema que hemos roto. Sobre esta dimensión de nuevos escenarios de amenaza para la humanidad profundiza John Vidal y también Fernando Valladares. Otras muchas voces nos alertan en este mismo sentido[6]. Volveremos sobre esto más adelante. La segunda reflexión, relacionada con el denominado sobrediagnóstico, nos adentra en el paradigma dominante de la investigación en salud: un gen = una enfermedad = un diagnóstico = un fármaco = una patente = un monopolio[7].
Llama la atención que de ambas cuestiones la dominante es la segunda, convirtiéndose en prioritaria tanto para las esferas económicas como políticas y muy probablemente, también para una parte mayoritaria de la población. Pero además de prioritaria es excluyente. Mientras se opta por desarrollar un remedio con el que combatir la enfermedad, sin duda algo necesario en el corto plazo, se enmascara e incluso niega la urgencia de buscar también una solución a largo plazo con la que resolver la primera de las cuestiones antes planteadas. Y es que abordar esta vertiente del problema obliga a plantear preguntas de respuesta no inmediata y a formalizar planes de acción absolutamente incómodos para quienes sólo ven en el mundo natural una fuente inmediata de riqueza.
Colapso
Se ha dicho a lo largo de los últimos días que el impacto social generado a raíz de la pandemia de COVID-19 y la consecuente declaración de alarma decretada por el gobierno el pasado 14 de marzo nos enseña, no sin razón, parte del camino a recorrer[8]. En algunos círculos se sueña, incluso, con que la pandemia de COVID-19 nos da la oportunidad de “experimentar cómo podría ser una sociedad en decrecimiento, aunque sea momentáneo”[9]. Pero no es así como nos imaginamos el decrecimiento. No, si está prohibido el juego en los parques y los besos callejeros. No, si no hay justicia social. No, si el precio de una simple mascarilla está sujeto a los vaivenes de la oferta y la demanda mientras hay personas que a la espera mueren literalmente en brazos de quienes luchan por su cura. No. No pensamos así el decrecimiento. No es decrecimiento. Es, digámoslo claramente, una muestra, débil aún pero muestra al fin y al cabo, de lo que podría ser —de lo que es—, el comienzo de un colapso civilizatorio sin retorno.
El agotamiento de los combustibles fósiles.
La hipotética transición energética.
La escasez de recursos materiales.
Lo que dicen ser desarrollo sostenible.
La modificación genética de seres vivos.
Los bonos basura y el mismo sistema económico
capaz de comercializar la maternidad y comprar y vender cuerpos.
La esclavitud.
La destrucción.
La erosión del suelo, la subida del nivel del
mar, el envenenamiento progresivo del aire
que respiramos.
La salud.
La pérdida de biodiversidad.
Sentirnos dioses. Dioses muertos.
La Primatemaia disseminata de Lovelock.
El hambre.
La Soledad.
Colapso.
Democracia participativa
Si tal como aseguran Vidal y Valladares es cierto que salud y ecosistema están fuertemente unidos, entonces para cerrar las puertas a la enfermedad será preciso reponer de la mejor forma posible la salud misma de los ecosistemas. Enfocando el asunto como propio de la ciencia posnormal, se hace entonces necesario extender la comunidad de pares dando la posibilidad a que participen en ella junto a científicos y expertos, instituciones y movimientos sociales y culturales. Ahora bien, reponer la salud de los ecosistemas requiere, quiérase o no, un cambio de paradigma y, consecuentemente, analizar desde una perspectiva lo más amplia posible y en todo caso diferente a la que nos acostumbra la corriente de pensamiento dominante[10], todos los asuntos antes mencionados –agotamiento de los recursos, cambio climático, ingeniería genética, agroindustria, etc.–, y muchos otros más. Por otro lado, las decisiones políticas que puedan resultar conciernen no a un colectivo particular, que como tal tiene el derecho legítimo a ser consultado, sino a la humanidad entera. Más aún, esas decisiones han de adoptarse en un contexto en el que tanto el conocimiento científico disponible como el juicio de los expertos van acompañados, como ya hemos dicho, de un elevado grado de incertidumbre epistemológica y ética que nos obliga a incorporar en el mismo proceso de decisión tanto la voz de la biosfera y de cuantos seres vivientes depende de ella como la voz de las generaciones que aún están por venir. Siendo así, en el caso que nos ocupa ¿cómo extender la comunidad de pares y quienes han de formar parte de ella?
La respuesta no es fácil. Aquí apuntamos a la constitución sistemática de asambleas ciudadanas como parte de la solución. No es novedad recurrir a la constitución de asambleas ciudadanas para resolver problemas políticos de distinto rango. Así se hizo en 2005 cuando la Columbia Británica decidió reformar su ley electoral, la cual fue aprobada por referéndum siguiendo las recomendaciones adoptadas en una asamblea ciudadana formada por 161 personas y creada el año anterior. Otros ejemplos se han dado en Irlanda, Polonia y Gales y recientemente en el Reino Unido y Francia, donde se han constituido sendas asambleas promovidas por sus correspondientes gobiernos para decidir cómo conseguir en los próximos años emisiones netas nulas de gases de efecto invernadero.
En esta misma dirección el gobierno de España adquirió con la aprobación de la Declaración ante la emergencia climática y ambiental el pasado 21 de enero, el compromiso de constituir «en los primeros 100 días de gobierno» una Asamblea Ciudadana del Cambio Climático. En efecto, la declaración fija como objetivo “[r]eforzar los mecanismos de participación ya existentes y garantizar de forma estructurada la participación ciudadana en el proceso de toma de decisiones en materia de cambio climático a través del establecimiento de una Asamblea Ciudadana del Cambio Climático, cuya composición tendrá en cuenta el principio de representación equilibrada entre mujeres y hombres e incluirá la participación de los jóvenes.” Sin duda es un paso importante.
Y aún a riesgo de abrir aquí otro debate en el que no queremos por ahora entrar, debe valorarse que si la Asamblea Ciudadana del Cambio Climático va a participar en el proceso de toma de decisiones tal como está previsto, deberá hacerlo con un objetivo y en un marco de referencia que le viene impuesto. En efecto, lo que se persigue es lograr la “neutralidad climática a más tardar en el año 2050, sobre la base del mejor conocimiento científico disponible y de manera coherente con los objetivos y medidas a 2030 recogidos en el [Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030] PNIEC.” Se trata, en nuestra opinión, de un objetivo poco ambicioso y, al mismo tiempo, inalcanzable si simultáneamente se pretende mantener el crecimiento económico defendido en la Agenda 2030 y el Pacto Verde Europeo[11].
Sin afirmar que sea este el caso, es primordial velar por que no se pervierta el uso de las asambleas ciudadanas. Es fácil pedir respuestas a asuntos imposibles o plantear temas intrascendentes, sólo con el objetivo de desviar la atención mientras las decisiones relevantes se siguen tomando en despachos y pasillos de vaya usted a saber dónde.
Y aún así, hay muchas razones que nos animan a apostar en este momento por este modo de participación ciudadana en la toma de decisiones. En primer lugar, por cómo se establece su composición, a través de un sorteo estratificado que reproduzca adecuadamente la estructura social de toda la población en un ámbito que por la naturaleza de los asuntos tratados podrá ser local, pero también nacional, regional o mundial. En segundo lugar, por ser foro que tiene por finalidad el entendimiento de todas las partes en la búsqueda del bien común. Aportar de forma abierta el conocimiento que al saber científico puede proporcionar el resto de actores y que de otro modo se niega o queda oculto. Ampliar el debate atendiendo a los intereses de todos y no sólo al de los de siempre. Saber de los riesgos y entender los valores que se ponen en juego. En tercer lugar, porque las discusiones de la asamblea, siendo abiertas, están abiertas igualmente, a quienes no participan de forma directa en sus reuniones. Cualquiera puede acceder a sus deliberaciones, dirigirse a ella, plantear sus dudas, y presentar sus pareceres. Cualquiera puede solicitar que se consideren perspectivas que hayan quedado olvidadas, puntos de vista diferentes. En cuarto lugar, porque sus deliberaciones son ordenadas, con garantías hasta donde se puede de la neutralidad de sus facilitadores y de los que dirigen los debates, velando en todo momento por que no predomine un interés particular sobre todos los demás. En quinto lugar, porque con sus resoluciones se supera el estancamiento grosero al que nos tienen acostumbrados las democracias representativas al uso. Corresponde a los representantes políticos diseñar los medios y desarrollar las políticas que resulten de las resoluciones adoptadas en el seno de las asambleas ciudadanas, pero la decisión de qué hay que hacer, fundamentada en el conocimiento científico y en los valores en juego, reside en la ciudadanía.
Reconocemos que las asambleas ciudadanas no son una panacea. Su funcionamiento debe ir acompañado, a nuestro modo de entender, de la presión y vigilancia de la propia ciudadanía, articulada o no a través de los movimientos sociales. Pero pensamos que en el proceso científico y en su relación con el ámbito político, cuando están en juego riesgos que nos afectan a todos, debemos participar todos. Siendo así, las asambleas ciudadanas, fundamentadas en sistemas más robustos de democracia participativa, pueden ser un mecanismo válido.
Gestión de la pandemia
La lucha contra los microorganismos que causan las enfermedades infecciosas descansa en dos pilares: las vacunas, con las que el sistema inmunitario se ve reforzado en su lucha contra la enfermedad, y medidas de Salud Pública que escapan de las competencias del sector sanitario.
Es probable que termine por encontrarse la vacuna con la que protegernos del SARS-Cov-2[12]. La COVID-19, tras dejar muerte, pena y miedo, quedará entonces superada. Pero el problema de base, entender que está en el cuidado de la biosfera el mantenimiento de la vida misma, se seguirá sin resolver.
Quizás, si nos diéramos cuenta de lo importante que es lo poco que necesitamos. Si quisiéramos cuidarlo…
A lo mejor es cierto que vivimos un proceso de aprendizaje. En algún momento tendremos que actuar.
Quizás.
Pero se nos acaba el tiempo.
Notas
[1] Forma parte de la fuerza de las palabras el que con ellas se conforman nuestros pensamientos y creencias. Hablar del mundo natural nos sitúa de forma inmediata en un plano ajeno a él. “El día en que seamos capaces concebirnos como parte de la naturaleza tanto como nos sentimos parte de la sociedad y de identificarnos con la biosfera tanto como nos identificamos con la tecnología veremos que debemos actuar tan contundente y rápidamente ante la crisis ecológica como estamos actuando frente al coronavirus”, escribe sabiamente Marga Mediavilla, reflexión que compartimos plenamente. Mas quizás con un carácter pesimista, sea difícil ver, como hace ella, que nos sintamos «parte de la sociedad». Al menos no en un sentido pleno. La propia cosmovisión de la modernidad que nos empuja a considerarnos fuera del mundo natural nos impele a competir entre nosotros mismos. La ciencia, producto cien por cien humano, se convierte entonces en una herramienta con la que conquistar el poder y fomentar el beneficio económico y así, por unas razones —económicas, de idioma, de género, etc.—, o por otras —patentes, derechos de autor—, el conocimiento que genera o no llega o llega con mucha dificultad a la mayor parte de la población, impidiéndose que el conjunto de la sociedad se vea favorecido finalmente por sus hallazgos.
[2] Ya no se trata de una incertidumbre técnica, fácilmente gestionable mediante la realización de ciertos cálculos estadísticos y la aplicación de procedimientos adecuados. Tampoco de la incertidumbre metodológica, ligada a la calidad de la información y de la calidad de los procedimientos. Se trata de una incertidumbre epistemológica, afectada por la falta de comprensión de una realidad compleja, y una incertidumbre ética, en la medida en que los problemas de los que trata afectan a las generaciones presentes, pero también a las generaciones futuras, al bienestar de otras especies o al bienestar del planeta (Silvio O. Funtowicz y Jerome R. Ravetz, 1993. Véase nota 3).
[3] «Science for the Post-Normal Age», Futures, 25:735-755, 1993.
[4] Funtowicz y Jerome R. Ravetz, 1993.
[5] K. McIntosh, Severe acute respiratory syndrome (SARS) 2016 – up to date.
[6] Por ejemplo, Jordi Serra-Cobo y Carlos Zambrana-Torrelio.
[7] Parafraseando a J. Ravetz en «The post-normal science of precaution», Futures 36 (2004) 347-57: “El paradigma dominante se ha convertido en ‘un gen = una enfermedad = un fármaco = una patente = un monopolio’.“
[8] Muy recomendable, por ejemplo, el artículo (anónimo) publicado el 26 de febrero en el blog Chuangcn.org cuya versión en castellano puede encontrarse en Artilleria Inmanente. En una dirección análoga apunta también el artículo de Luis González Reyes del 12 de marzo, publicado originalmente en El Salto Diario y reproducido después en la revista 15/15\15.
[9] Así lo expresa Miguel Brieva en «Una modesta proposición» que es, a su vez, una magnífica viñeta.
[10] Dominante no por sobresalir entre las demás opiniones gracias al buen conocimiento y profundidad de las ideas, sino por venir impuesta por quienes las defienden arrimándose a los que en apariencia ostentan el poder.
[11] Véase, por ejemplo, «Donde tú dices «futuro sostenible» yo digo «brown future»«.
[12] Probable, pero no seguro. Hasta ahora no hay disponible ninguna vacuna frente a los coronavirus de los resfriados, ni frente al SARS de 2003, y la única que se ha desarrollado contra el MERS (2013) solo vale para camellos. Véase, por ejemplo, https://vacunasaep.org/profesionales/noticias/coronavirus-desarrollo-de-vacunas
Está muy bien la línea de continuidad hasta la democracia participativa. Creo sin embargo que es muy necesaria la implicación social, un paso mas allá de la participación, que deja al final, con el modelo representativo, las decisiones en manos de una minoría.
Necesitamos la implicación porque los cambios necesarios para frenar la catastrofe y reordenar el caos social y natural requieren de la acción de toda la sociedad. En la sociedad no existe el conocimiento necesario para tomar la decisión adecuada para cada persona y las diferencias entre estos estados de conocimiento no se compensan solo por el estado de necesidad, motivación, que estas tengan.
Como bien decís toda la información, incluso la científica, viene condicionada y orientada buscando un fin concreto.
En estas condiciones la democracia y también la participativa, puede convertirse en un verdadero caos porque todos accedemos a alguna clase de conocimiento relacionado y nos sentimos con mayor capacidad de decisión que hace un siglo, cuando triunfó la democracia representativa.
La democracia hoy día requiere de procesos vinculados que permitan acceder al conocimiento necesario para cada persona. Necesita de fuentes neutrales, lo mas científicas posibles, pero desligadas de entramados institucionales o poderes económico/políticos y asistencia neutral a quienes van a decidir para que puedan conocer las consecuencias a posteriori de hacer una u otra cosa.
Tras un proceso social de tal forma organizado es posible para cada persona identificar lo concreto de su acción, aquello que mejorará su propia experiencia personal enriqueciendo la vida de la comunidad. Sabiendo que hacer, como hacerlo y como nos repercutirá tod@s podemos hacer aquello que está a nuestro alcance.
Somos seres racionales, tratados como tales podemos actuar racionalmente y aprender unos de otros si el proceso nos incluye.
Creo que lo que planteas es muy interesante.
Estoy totalmente de acuerdo en que el paso necesario es conseguir la implicación de toda la sociedad en la resolución de los problemas. Sin embargo, supuesta la voluntad social de implicarse de forma directa en las resoluciones políticas que le afectan, se necesitan métodos válidos que posibiliten su articulación de forma efectiva. Consultar sobre un tema específico a una Asamblea Ciudadana constituida exprofeso para eso es el método del que hablamos. Aunque hay experiencias reales de participación a través de Asambleas Ciudadanas, dada su novedad es probable que necesite aún ajustes con los que garantizar, dentro de unos márgenes aceptables, la neutralidad que reclamas.
Sin embargo, no es, en mi opinión en las fuentes dónde ha de buscarse esa neutralidad, sino en los debates que tenga la propia asamblea. En la discusión se ha de permitir que todos los participantes tengan la opción de consultar de forma abierta a cuantos científicos y expertos en el tema de que se trata se consideren necesarios, y a plantear, de igual modo, cuantas dudas y reparos surjan de la información facilitada. El objetivo es conseguir al final del proceso, la adopción de un acuerdo que refleje al máximo la voluntad de los allí presente con respecto al asunto planteado, admitiéndose que, debido al proceso que se sigue para la elección de los asambleístas, también será ese el sentir más probable de una ciudadanía bien informada —y subrayo esto último—.
Para conseguir esto, las asambleas ciudadanas se dotan de mecanismos adecuados, externos a la propia asamblea, incluyendo no sólo moderadores sino también órganos a los que apelar en caso de que se detecten anomalías en su funcionamiento. Son a través de estos procedimientos como se ha de garantizar la neutralidad y no apelando a la hipotética neutralidad del conocimiento científico.
Una mayor grado de participación social puede lograrse después informando de forma correcta —y también subrayo estas últimas palabras— sobre las conclusiones a las que haya llegado la asamblea y sometiendo a referéndum sus propuestas.
Queda por último, saber si existen otros modos de implicación personal que permitan concretar las acciones de cada persona. Yo personalmente pienso que sí, que tales modos existen. Nos adentramos entonces en el campo en el que se crea COMUNIDAD. Ya sabes, cuidados, solidaridad, cooperación, creatividad, amor…
Ojalá consigamos algún día aunar todo ello en un mismo lazo.
Un abrazo.
La decisión común es el objetivo y un proceso social que como dices tiene fuentes que van más allá de la asamblea. La neutralidad científica no se puede suponer, igual que se suponía la valentía en la vieja mili, porque sabemos de científicos que se han vendido. Se debe garantizar, y mas en estos días en los que la manipulación es el mecanismo predilecto para el control social.
Las garantías deben estar:
1) en las organizaciones que proveen la información que ayude a tomar decisiones. No sirve cualquier fuente: ningún vínculo presupuestario a intereses privados, ética demostrada de sus integrantes, financiación social por la investigación y servicios. Las organizaciones que provean este valor tan necesario para el ejercicio del poder deben ser per se organizaciones de bien común.
2) Neutralidad e integración frente a quienes reciben la información. No pueden ser beneficiarios directos de las decisiones que tomen los colectivos. Todas las personas afectadas por el bien sobre el que se decide deben estar incluidas. Sobran sesgos ideológicos. Las presentaciones asertivas, de forma que todos percibamos pros y contras por nosotros mismos sin ser forzados en un sentido u otro.
En todos los grupos humanos hay diferencias de opinión que se asientan en información/formación distinta. La información que se aporte para una decisión debe incluir la información necesaria para la decisión de forma que complemente la que los participantes tengan. Esto se consigue si hay un vínculo regular entre las organizaciones de bien común y quienes tienen el poder de decisión y también si la entrega de información forma parte del proceso de discusión. La información para el ejercicio del poder no es un paquete cerrado, sino que evoluciona con el grupo.
La información debe contener indicadores que permitan contrastar lo existente, lo que hay por hacer y sus posibles consecuencias.
El acuerdo del grupo tras la deliberación usando esta información de referencia constituye una posición de bien común que permite el gobierno integrando a todos.
Entiendo por gobierno la aplicación efectiva de las medidas que realizan tal decisión, algo que sucede en todas las escalas posibles, desde la más cercana a la global porque en todas partes hallamos matices que integran mas o menos al ser humano y hoy pueden integrarse porque hace tiempo que hemos superado la producción en serie. La producción local y la personalización son técnicamente posibles en todo el mundo.
Si integramos en el proceso democrático los avances en el conocimiento de nuestras habilidades sociales los resultados pueden ser espectaculares.
Un abrazo
Gracias por el artículo.
En estos días precisamente también nos estamos jugando si vamos a ir por una tecnocracia o vamos a salvar la escasa democracia que tenemos. El escudo que están empleando los políticos es una y otra vez lo que les dicen «sus expertos», de tal forma que si no tienen éxito la culpa será de la ciencia (por no invertir más en ella) y si lo tienen, la ciencia normal seguirá formando parte de las tecnocracias y puede salir reforzada.
Los expertos de los Estados están dominados solo por un sector de la ciencia, que como decís, no son capaces muchas veces de ver dónde está la fuente causal, en parte porque su esquema mental, su paradigma, es mecanicista, reduccionista y militarista (lenguaje plagado de términos como guerra, enemigo, parásito al que combatir, lucha etc.). Es decir, del mismo paradigma científico, de los mismos mitos, que nos han llevado aquí.
Por supuesto no niego la buena voluntad de esos expertos. Pero son claramente utilizados y no son los epidemiólogos los únicos expertos a los que se ha consultado, me temo que a los economistas clásicos (ideólogos, que no científicos, ni siquiera de la ciencia normal) también se les ha consultado. Y faltan otros expertos, ¿dónde están los colapsólogos por ejemplo? Sin ser epidemiólogo yo ya sabía, cuando había unos 1000 muertos en España, que iba a haber entre 10000 y 50000, y cuando había 3000 muertos ya se podía saber que habría unos 20000. Dudo que los epidemiólogos no lo supieran, pero han salido una y otra vez hablando de si la curva se recurva o no, sin decir la verdad y nada más que la verdad que creían realmente saber. Así que es obvio que si normalmente no creen en la ciudadanía, en tiempos de fuertes crisis y, especialmente, en tiempos de urgencia, el mito de que la democracia es lenta e inefectiva frente a la tecnocracia o la simple dictadura, emerge y es creído y aceptado por la mayoría.
Es por eso que vuestro discurso es tan importante reivindicarlo ahora y siempre.
Gracias por tu comentario, Carlos.
Tras leerlo me he acordado de un pequeño ensayo firmado por J. Ravetz que lleva por título “La economía como ciencia popular de élite: la supresión de la incertidumbre” (Economics as an elite folk science: the suppression of uncertainty. Journal of Post Keynesian Economics / Winter 1994-95, Vol 17, No. 2). La tesis que defiende es simple: A pesar de no sirve ni para incrementar el conocimiento positivo ni para mejorar la vida práctica, la economía académica sigue floreciendo debido a que proporciona la seguridad de disponer de una visión general del mundo y la justificación y guía para la actuación práctica.
Que es así se pone de manifiesto cuando para afrontar la epidemia se unen a las medidas aprobadas por nuestro gobierno o por los gobiernos de otros muchos países, alusiones relativas al retorno inmediato al sendero del crecimiento y a la pronta recuperación económica. Erradicado cualquier trazo de incertidumbre en este sentido, se genera confianza y con ello la posibilidad de militarizar un estado de alerta como si de un estado de sitio, —tan distinto en origen— se estuviera hablando.
Te cuestionas sobre las consecuencias que tendrá para el proceso científico que los «expertos» consultados estén o no en lo cierto.
Me pongo en el caso de que no se encuentre un remedio en el corto plazo. Se responsabilizará a la ciencia dices. Es posible. Pero antes tendremos que saber cómo hacer frente a un mundo desbaratado, alejado de los modelos conocidos y absolutamente embebido en un grado de incertidumbre tan real como palpable. Me pongo en el caso contrario. Se reforzará el poder de la ciencia normal y su capacidad de influencia tecnocrática, argumentas con razón. Pero ¿estaremos dispuestos a seguir asumiendo riesgos, ya evidentes, para la continuidad de la vida?
Y me pregunto —no dejo de preguntarme— ¿reaccionaremos algún día, no como individuos, sino como especie, a este terrible dilema?
Un fuerte abrazo.
Pepe gracias por tu interesante artículo. Me atrevo a hacerte algunos comentarios.
Voy a empezar por la nota que escribe sabiamente Marga Mediavilla: “La propia cosmovisión de la modernidad que nos empuja a considerarnos fuera del mundo natural nos impele a competir entre nosotros mismos” COMENTO: competir fuera de la natura, en lugar de cooperar, en lugar del “apoyo mutuo” como según opina Kropotkin, es lo que más abunda en la natura, en la selva, desde luego más que en la jungla de cemento.
En tu nota dos me parece especialmente destacable el concepto de incertidumbre ética, que a mi ver tal vez sea el problema más grave de la actualidad.
Y ahora ya con tu texto. Al principio dices: “Mediante este procedimiento se asegura que tanto los hechos (el conocimiento factual) como los valores (la componente axiológica) adquieran igual importancia y se tengan en cuenta a la hora de decidir sobre asuntos de trascendencia social. En este proceso el principio de precaución debería ser la guía”. COMENTO: El principio de precaución en la actualidad se ha anulado, no importa la conservación de la biosfera (y la salud de las personas, que forman parte de ella) se ha postergado y se le ha puesto por debajo del interés de la rentabilidad cortoplacista, que nos esta conduciendo al colapso. Es más, la no precaución resulta rentable a los cortoplacistas. La generación de una enfermedad puede ser una fuente de un gran volumen de negocio.
Un poco más adelante comentas: “En algunos círculos se sueña, incluso, con que la pandemia de COVID-19 nos da la oportunidad de “experimentar cómo podría ser una sociedad en decrecimiento, aunque sea momentáneo. Pero no es así como nos imaginamos el decrecimiento. No, si está prohibido el juego en los parques y los besos callejeros. No, si no hay justicia social”. COMENTO: completamente de acuerdo hay que estar por la consecución de un “DECRECIMIENTO FELIZ” que es lo, que acabas de describir en pocas palabras y saberlo diferenciar del “CRECIMIENTO INFELIZ” que nos tienen preparado la oligarquía crecentista, eco-fascista y necro-política. Pero en cualquier caso, el enclaustramiento nos ha demostrado que la austeridad humana, el descenso en consumo y producción, ha originado una recuperación saludable (muy urgente y necesaria) de la biosfera lo cual es una enseñanza sabia que nos ha mostrado a las claras del covi19.
Un poco después dices: “En esta misma dirección el gobierno de España adquirió con la aprobación de la Declaración ante la emergencia climática y ambiental el pasado 21 de enero, el compromiso de constituir “en los primeros 100 días de gobierno” una Asamblea Ciudadana del Cambio Climático”.
COMENTO:¡Ojala funcione!, aunque lamento expresar mis dudas, ojala me equivoque y tenga éxito. Pero es algo que lo veo un poco optimista. Ojalá las cosas pudieran suceder así. Desde luego me gustaría confiar en una “mayoría ciudadana” consciente, pero lamentablemente, valga la redundancia, es poco mayoritaria la “ciudadanía que puede interesarse a participar”. Por desgracia la inmensa mayoría me temo que es poco consciente, pues está adocenada por un sistema de distracciones y de mentiras sistemáticas de los medios de tergiversación, que la imposibilitan a pararse a ver la realidad, teniendo distracciones como la liga de fútbol, la TV, los tertulianos, y todo tipo de consumismos. Al respecto podíamos recordar que alguien dijo que la inmensa mayoría ya tiene inyectada la droga consumista en vena, ¿podemos confiar en una mayoría así? Muy desgraciadamente me vienen inevitables dudas. Para confiar en una mayoría consistente y consciente habría que pensar en suprimir estas distracciones y mentiras mencionadas. Fracasaron las asambleas del 15M, las de Podemos y ¿fracasará la “Asamblea ciudadana para el cambio climático?”. ¿Se puede decir “hágase la mayoría consciente”? ¿y que la mayoría consciente se haga una realidad? Y esto sucede porque los informados con ganas de participar siempre son una minoría, y esto sucederá mientras que no se eliminen las distracciones y el poder mediático mencionados y mientras no se emprenda una educación y difusión del concomimiento comunal y el apoyo mutuo desde la primera infancia. El problema es que tenemos poco tiempo para dar lugar a que las mentes se abran y comprendan. Aquí los oligarcas nos han ganado el pulso, la droga ya esta inyectada en vena. ¡Ojala se descubra un antídoto para ésta droga! y puede que este antídoto sea el pánico al ver de cerca el colapso.
Pepe, muchas felicitaciones por tu artículo.
Un abrazo.
PD: A continuación incluyo los enlaces de mis dos artículos sobre el tema del momento: EL CORONA VIRUS, por si a ti o algún lector de 15-15-15 pudiera interesarle.
https://rebelion.org/la-gran-huelga-prolongada-general-y-global-ha-venido-sin-que-nadie-sepa-como-ha-sido/
https://rebelion.org/el-coronavirus-nos-aconseja-sabiamente/
Estimado Julio, se agradece tu comentario y la atención prestada a nuestro texto.
La composición de la asamblea ciudadana, y el carácter abierto de sus deliberaciones, garantiza la representación de todos los intereses en el debate político de la ciencia, pero aún así, la incertidumbre ética sobre los intereses no representados de las generaciones venideras y de la biodiversidad de los ecosistemas nos obliga a recuperar el principio de precaución como guía de cualquier propuesta.
El principio de precaución es la senda que recorre una especie humana más sabia y menos arrogante. ¡Ojalá podamos volver a transitar por ella!
Me gusta el artículo. Felicidades. Dejadme que os cuente una historia real:
Algunos años después del 15-M, sería 2015, solía pasear los domingos, con mi pareja, por el Matadero y siempre me paraba frente a un pequeño descampado en el que un cartel rezaba:
“¿Cómo sería un huerto urbano en Matadero?” El cartel continuaba explicando las bondades de la idea.
La primera vez que lo vimos nos paramos a leer la iniciativa que nos encantó y nos ilusionó. Volvimos a casa comentado lo bien que estaría que se desarrollaran ese tipo de iniciativas. Algunos meses más tarde había una pequeña casa de madera con algo de material y pensamos que pronto empezarían a trabajar en ello y veríamos cómo se materializaba el sueño.
Pasaron los meses y los trabajos no se iniciaban. Nosotros procurábamos siempre que paseábamos por Matadero incluir en la ruta el descampado del huerto urbano. Pasaron uno y luego dos años, pero aquello no acababa de arrancar.
Un día buscando en Internet incluso encontré una web sobre el tema: https://www.mataderomadrid.org/programacion/como-seria-una-huerta-en-matadero donde podéis ver el descampado vallado y una docena larga de personas posando para la foto. Suficientes como para montar el huerto en un tiempo razonable, sin matarse a currar. Pasaron la fecha de inicio y la de fin, pasó 2018 y 2019, pero el descampado seguía yermo y seco.
Al final quitaron las vallas, lo abrieron y retiraron el cartel. ¿Has visto un huerto urbano en matadero? Pues yo tampoco.
Todo este rollo para deciros que está muy bien lo que habéis teorizado en el artículo y los comentarios, pero que el camino se demuestra andando. No sirve de nada montar una gran idea con gran lujo de detalles si luego, en la realidad, no somos capaces de llevarla a cabo; primero en pequeña escala y luego mejorándola, mimándola y haciéndola crecer; librándola de malas hierbas y aprovechados, demostrando sus bondades con generosidad y reconociendo los errores que seguro que habría muchísimos. Yo no sé de huertos urbanos, pero algo entiendo de democracia directa y os puedo decir que le interesa a mucha menos gente de la que podéis imaginar.
¿Cuántos altruistas creéis que hay por cada millón de espectadores de Sálvame en Telecinco?
Os reto a que intentéis juntar a 100 para montar una asamblea ciudadana sin ánimo de lucro. Como decía Yogui Berra: “En teoría, la teoría y la práctica son iguales; en la práctica no”.
Conmigo ya tenéis al primero ciudadano para la asamblea. ¿Empezamos?