Txus Cuende.

«No me llames pesimista». Memorándum de un realista sobre el cambio climático

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(Artículo publicado originalmente en dos partes en theTyee.ca, el 11 y el 12 de noviembre de 2019, por tanto antes del estallido de la pandemia de COVID19. Traducido por Moisès Casado y revisado por Manuel Casal Lodeiro. Publicado con permiso del autor.)

Primera parte. No me llames pesimista sobre el cambio climático. Yo soy realista

Para ver nuestro destino con claridad, debemos enfrentar ciertos hechos concretos sobre energía, crecimiento y gobernanza.

Nadie quiere ser un aguafiestas, y algunos dirían que soy un pesimista sin remedio. Pero consideren esto: el pesimismo y el optimismo son meros estados de ánimo que pueden o no estar anclados en la realidad. Preferiría que me etiquetaran como un realista, alguien que ve las cosas como son, que tiene un saludable respeto por los buenos datos y el análisis sólido (o al menos por la teoría creíble).

¿Por qué es esto importante? Bueno, si Greta Thunberg y sus seguidores van a inspirar algo más que la liberación emocional sobre el cambio climático, el mundo necesita enfrentarse a ciertos hechos duros que sugieren que nos dirigimos hacia la catástrofe. Al mismo tiempo, el escepticismo es el sello de la buena ciencia; los realistas también deben estar abiertos al desafío que plantean los nuevos hechos.

Así que en este articulo presento un argumento impopular pero basado en los hechos- Y lo hago preguntándome dos veces: «¿Estoy equivocado?». Si acepta mis hechos, verá el enorme desafío que enfrentamos para transformar lo que damos por hecho los humanos y las formas en que vivimos sobre la Tierra.

Agradecería que me dijeran qué hechos cruciales podría estar pasando por alto. Incluso un realista –quizás especialmente un realista en las circunstancias actuales– ocasionalmente quiere que se le demuestre que está equivocado.

Pregunta 1: El mundo moderno es profundamente adicto a los combustibles fósiles y la energía verde no es un sustituto. ¿Estoy equivocado?

Probablemente podamos estar de acuerdo en que las sociedades tecnoindustriales dependen por completo de una abundante energía barata solo para mantenerse, y aun más energía para crecer. El hecho simple es que el 84% de la energía primaria del mundo actual se deriva de los combustibles fósiles.

No debería sorprender, entonces, que el dióxido de carbono procedente de la quema de combustibles fósiles sea el mayor desperdicio metabólico en peso producido por las economías industriales. El cambio climático resulta ser un problema de gestión de residuos.

La energía fósil barata permitió que el mundo se urbanizara, y este proceso aún continúa. La ONU espera que la población urbana aumente a 6.700 millones, el 68% de la humanidad, para 2050. Habrá 43 megaciudades con más de 10 millones de habitantes cada tan pronto como en el 2030, principalmente en China y otros países asiáticos.

La construcción de estas y de cientos de otras ciudades más grandes requerirá de gran parte del presupuesto restante de carbono permitido. Además, los habitantes actuales y futuros de cada ciudad moderna dependen absolutamente de la productividad alimentada con combustibles fósiles de los hinterlands[1] remotos y del transporte alimentado con combustibles fósiles para sus suministros diarios de todos los recursos esenciales, incluidos el agua y los alimentos.

Hechos: La civilización urbana no puede existir sin cantidades prodigiosas de energía confiable.

Todo lo cual genera una verdadera emergencia. En 2018, solo la quema de combustibles fósiles bombeó 37.1 mil millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Si a esto le sumamos las emisiones netas de carbono causadas por el desmonte de tierras (oxidación del suelo) y los incendios forestales más vigorosos, podemos ver por qué las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono alcanzaron un máximo histórico de 415 partes por millón a principios de 2019. * Esto es un 48% por encima de los niveles preindustriales y las concentraciones están aumentando exponencialmente.

Y, por supuesto, todos los que tienen al menos una neurona activa son conscientes de que el CO2 antropogénico es el principal impulsor del calentamiento global y del cambio climático asociado.

El coro de los tecno-optimistas indica: «¡No te preocupes, todo lo que tenemos que hacer es la transición a la energía renovable verde!»

De hecho, hay apoyo superficial de sobra a la noción de que la tecnología verde es nuestro salvadora. Se nos dice repetidamente que los costos de proporcionar energía renovable han bajado tanto que pronto será prácticamente gratis. Los profesores australianos Andrew Blakers y Matthew Stocks dicen que «la energía solar fotovoltaica y la eólica se están haciendo rápidamente más baratas y abundantes, tanto que están en camino de sustituir completamente los combustibles fósiles en todo el mundo en dos décadas».

Además con la suerte de que la transición ni siquiera va a ocupar mucho espacio físico: el profesor de la Universidad de California en Berkeley, Mehran Moalem, argumenta que «un área de la Tierra de 335 kilómetros por 335 kilómetros con paneles solares (…) proporcionará más de 17,4 TW de potencia (…) Eso significa que el 1,2% del desierto del Sahara es suficiente para cubrir todas las necesidades energéticas del mundo con energía solar». (Alguien debería recordarle al profesor Moalem que, incluso si tal hazaña de ingeniería fuera posible, una sola tormenta de arena enterraría todo el suministro de energía mundial).

El primer problema con tales afirmaciones es que, a pesar del rápido crecimiento de la generación eólica y solar, la transición a la energía verde no está teniendo lugar, en realidad. El gráfico que se muestra a continuación, muestra que en los últimos años (excepto el 2009, después de la crisis financiera mundial de 2008), el aumento de la demanda mundial de energía eléctrica superó la producción conjunta de la totalidad de las instalaciones de energía solar acumuladas durante 30 años en todo el mundo. Entre 2017 y 2018, el aumento de la demanda superó a la oferta solar total en un 60%; el aumento de la demanda en dos años absorbe la producción total conjunta de energía solar y eólica.

El aumento anual de la demanda de electricidad supera la producción total de las instalaciones de electricidad fotovoltaica. Gráfico cortesía de Pedro Prieto, con permiso.
El aumento anual de la demanda de electricidad supera la producción total de las instalaciones de electricidad fotovoltaica. Gráfico cortesía de Pedro Prieto, con permiso.

Mientras el crecimiento de la demanda supere las adiciones a la oferta por parte de las energías renovables, éstas no pueden desplazar a los combustibles fósiles ni siquiera en la generación de electricidad; y recuerde que la electricidad sigue siendo menos del 20% del consumo total de energía, mientras que el resto es suministrado en su mayor parte por combustibles fósiles.

Tampoco es probable que ninguna transición verde sea barata. El costo de la tierra es considerable y, si bien el precio de los paneles solares y de las turbinas eólicas ha disminuido drásticamente, esto es independiente de los altos costos asociados a la transmisión, la estabilización de la red y el mantenimiento de los sistemas. Para que la electricidad eólica y solar sea consistentemente fiable es necesario integrar estas fuentes en la red mediante el uso de baterías o almacenamiento hidráulico por bombeo, fuentes de generación de reserva (por ejemplo, turbinas de gas, motores de combustión interna del tamaño de los motores usados en marina mercante, etc.) y hacer frente a otros desafíos que la hacen más costosa.

También es problemático el hecho de que la energía eólica / solar no es realmente renovable. En la práctica, la esperanza de vida de una turbina eólica puede ser inferior a 15 años. Los paneles solares pueden durar unos años más pero con una eficiencia decreciente, por lo que tanto las turbinas como los paneles deben reemplazarse regularmente con un gran costo financiero, energético y ambiental. Tenga en cuenta que la construcción de una turbina eólica típica requiere 817 toneladas de acero de alto consumo energético, 2.270 toneladas de hormigón y 41 toneladas de plástico no reciclable. La energía solar también requiere grandes cantidades de cemento, acero y vidrio, así como varios metales del grupo de las tierras raras.

La demanda mundial de elementos de tierras raras –y la minería y el procesado que destruyen la Tierra– aumentarían del 300% al 1.000% en 2050 solo para cumplir con los objetivos de[l Acuerdo de] París. Irónicamente, la minería, el transporte, el procesado y la fabricación de insumos materiales para la solución de la energía verde serían alimentados principalmente por combustibles fósiles (y todavía tendríamos que reemplazar toda la maquinaria y equipo que actualmente funciona con petróleo y gas con sus equivalentes alimentados por electricidad, usando también combustibles fósiles). En resumen, incluso si la transición energética ocurriera como se anuncia, no necesariamente se reflejaría en una disminución de las emisiones de CO2.

Si dividimos el año 2018 en segmentos energéticos, el petróleo, el carbón y el gas natural alimentaron el mundo durante 309 de los 365 días, la energía hidroeléctrica y nuclear nos dio 41 días, y las energías renovables no hidroeléctricas (paneles solares, turbinas eólicas, biomasa) apenas 15 días. Si la carrera es hacia una línea de meta descarbonizada para 2050, todavía estamos bastante estancados en la línea de salida.

Hecho: a pesar de la exageración sobre la revolución de la energía verde y la eficiencia mejorada, la comunidad mundial en 2019 sigue siendo adicta a la energía fósil y no hay un remedio real en el horizonte.

Como sugiero, por favor, díganme que estoy equivocado.

Pero espera, Bill. ¡No puedes subestimar el valiente espíritu humano y nuestro poder para lograr colectivamente grandes cosas!

Bien, pues lea la segunda parte a continuación para ver más hechos muy concretos.

El economista ecológico de la UBC William E. Rees, co-creador del concepto de la huella ecológica, tiene malas noticias para los tecno-optimistas. Foto en la Isla de Salt Spring proporcionada por W. Rees.
El economista ecológico de la UBC William E. Rees, co-creador del concepto de la huella ecológica, tiene malas noticias para los tecno-optimistas. Foto en la Isla de Salt Spring proporcionada por W. Rees.

Segunda parte. Memorándum de un realista de la crisis climática: La elección que tenemos por delante

Si no damos estos 11 pasos clave, nos estamos engañando a nosotros mismos.

Un mundo racional con una buena comprensión de la realidad habría comenzado a articular una estrategia de reducción de energía y consumo a largo plazo hace 20 o 30 años.

En la primera parte de este artículo he expuesto la primera de las dos preguntas del tipo «¿Estoy equivocado?» acerca de la crisis climática. Si aceptan mis hechos, afirmaba, verán el enorme desafío que enfrentamos.

Ahora pregunto:

Pregunta 2: La naturaleza humana y nuestros métodos de gobierno están demostrando ser incapaces de salvar al mundo. Necesitamos ser realistas sobre la ciencia climática. ¿Me equivoco?

¿Recuerda el alboroto autocomplaciente tras la exitosa negociación del acuerdo climático de París en 2015? ¿Estaba justificado todo ese optimismo exuberante?

Considere que en los últimos 50 años, ha habido 33 conferencias sobre el clima y media docena de importantes acuerdos internacionales de este tipo –Kioto, Copenhague y París, la más reciente– pero ninguna ha producido ni siquiera una muesca en la curva de aumento de las concentraciones de CO2 atmosférico.

Y las cosas no están a punto de cambiar dramáticamente. El caso de referencia de la Energy Information Administration [de los EE. UU.] publicado en 2019 en su International Energy Outlook, proyecta que el consumo mundial de energía aumentará en un 45% para 2050. En el lado positivo, se prevé que las energías renovables crezcan más del 150%, pero, en consonancia con la tendencia que señalé grosso modo en la primera parte del artículo, se espera que el aumento general de la demanda de energía sea mayor que la contribución total de todas las fuentes renovables combinadas.

Hechos: Sin una corrección masiva del curso rápido, las emisiones de CO2 continuarán aumentando. Esto amenaza a la humanidad con una catástrofe ecológica y social, ya que gran parte de la Tierra se volverá inhabitable.

Los aumentos de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero ya han incrementado la temperatura global en aproximadamente 1 grado Celsius, principalmente desde 1980. Los científicos climaticos nos dicen que el mundo está en camino de experimentar un calentamiento de 3 a 5 grados Celsius. Un calentamiento de cinco grados sería catastrófico, probablemente fatal para la existencia civilizada. Incluso unos modestos 3 grados implican un desastre, suficiente para inundar las costas, vaciar megaciudades, destruir economías y desestabilizar la geopolítica.

Las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, por lo tanto, se comprometieron en 2015 a mantener el aumento de las temperaturas medias globales «muy por debajo de 2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales y continuar los esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados centígrados por encima de niveles preindustriales».

Pero no se relaje todavía. Los compromisos contraídos en París –las llamadas Contribuciones determinadas a nivel nacional o NDC– comprenden solo un tercio de las reducciones necesarias para limitar el calentamiento a 2 grados. Incluso si se cumplen plenamente, nos ponen en camino para un calentamiento global potencialmente catastrófico de más de 3 grados centígrados.

La dinámica de sistemas confunde la cuestión. Existe un desfase de décadas entre la causa de los GEI y el efecto de calentamiento debido a la inercia térmica de los océanos: los mares absorben el 90% del calor acumulado pero se calientan lentamente, manteniendo bajas las temperaturas atmosféricas. Incluso si se mantienen constantes, las actuales concentraciones de GEI comprometen al mundo a un calentamiento adicional de 0,3 a 0,8 grados centígrados este siglo, suficiente para superar el límite de 1,5 grados.

El aumento del CO2 en la atmósfera ha continuado sin cesar durante 60 años, independientemente de las políticas de los países y la ONU dijo que abordaría el cambio climático.
El aumento del CO2 en la atmósfera ha continuado sin cesar durante 60 años, independientemente de las políticas de los países y la ONU dijo que abordaría el cambio climático.

Hay más razones para preocuparse. Los análisis recientes sugieren que los «procesos de retroalimentación biogeofísica» vinculados a procesos tales como el derretimiento del permafrost, la liberación de los hidratos de metano y la destrucción de los bosques tropicales y boreales pueden acelerar una cascada de retroalimentaciones que empujan al planeta irreversiblemente hacia un estado de «Tierra cocedero».

Cumplir con el desafío de París de mantener el aumento de la temperatura media mundial en menos de 2 grados centígrados significa reducir las emisiones de CO2 a casi la mitad de los niveles de 2010 y hacerlo para el 2030. También significa descarbonizar completamente la economía para el 2050.

Esto, a su vez, implica transformaciones integrales de las comunidades sociales y físicas y cambios drásticos en los estilos de vida materiales.

Sin embargo, como se ha expuesto en la primera parte, el ritmo actual de abandono de los combustibles fósiles y la disminución del consumo de energía no está siendo ni remotamente adecuado. De hecho, el uso de energía y las emisiones de carbono a nivel mundial están aumentando exponencialmente al mismo ritmo que hace cuatro décadas.

Lo que plantea un enigma: la reducción del uso de combustibles fósiles en un calendario muy acelerado, en ausencia de sustitutos adecuados y de un plan integral de reducción, pronto produciría una combinación de suministros de energía inadecuados, líneas de suministro rotas, descenso en la producción, disminución de los ingresos, aumento de la desigualdad, desempleo generalizado, escasez de alimentos y otros recursos, hambrunas como mínimo locales, disturbios civiles, ciudades abandonadas, migraciones en masa, economías colapsadas y caos geopolítico.

¿Qué político dejaría que se desarrollase este escenario? ¿Lo toleraría la ciudadanía?

Como los economistas han reconocido durante mucho tiempo, los humanos son minoristas de descuento espaciales, temporales y sociales: naturalmente favorecemos el aquí y ahora, y a los parientes y amigos cercanos, sobre lugares distantes, futuros meramente posibles y extraños totales. ¿En qué circunstancias se induciría simultáneamente a cientos de millones de personas de decenas de países con filosofías e ideologías políticas dispares –personas que actualmente disfrutan de la buena vida– a arriesgar sus cómodas vidas para evitar una crisis climática o ecológica de la que muchos no están convencidos y que, aun en claso de aceptar que estuviese ocurriendo, se percibe que es probable que afecte principalmente a otras personas en otro lugar?

Téngase en cuenta que el mundo se ha comprometido a acoger a varios miles de millones más que aún no se han unido a la fiesta de consumidores adictos a la energía pero que están golpeando a la puerta para que les dejen entrar.

Y la cosa se pone peor. La economía neoliberal es ecológicamente ciega. Incluso los economistas galardonados con el Premio Nobel sostienen que debemos mantener la lealtad al crecimiento y la ilusión del rescate por medio de la tecnología para que la próxima generación tenga la riqueza y la tecno-mecánica para mitigar las consecuencias del cambio climático. De acuerdo con este razonamiento ilusorio, muchos líderes nacionales y corporativos interpretan la amenaza del caos climático como una oportunidad de inversión.

Los enfoques políticamente aceptables para reducir las emisiones de carbono que se examinan en las conversaciones sobre el clima incluyen el fomento de la capacidad técnica y organizativa, las turbinas eólicas, diversas tecnologías solares, la infraestructura de las ciudades inteligentes, los vehículos eléctricos, el tránsito urbano rápido, la captura y el almacenamiento de carbono aún por desarrollar y otras tecnologías inocuas para el clima, es decir, todo lo que requiera una inversión importante y cree los denominados empleos verdes (léase mayor crecimiento económico y posibilidades de obtener beneficios).

No están sobre la mesa la reforma fiscal ecológica (más allá de los incentivos a la inversión y los impuestos sobre el carbono), los cambios estructurales de la economía que reducirían la demanda de los consumidores así como el flujo de energía y materiales, las políticas de redistribución de los ingresos y la riqueza, grandes cambios en los estilos de vida ni las estrategias para reducir la población humana.

Por lo tanto, la política para evitar el desastre climático parece estar diseñada para servir a la economía del crecimiento capitalista y hacer que ésta aparezca como la solución y no como la causa del problema. «Desafortunadamente», como señala el profesor de políticas públicas de la Universidad de Viena, Clive Spash, «muchas organizaciones no gubernamentales medioambientales se han tragado este razonamiento ilógico». (Obsérvese que muchas ONG dependen del sector empresarial para obtener apoyo financiero).

Y es por eso que la comunidad internacional –a pesar del acuerdo de París, Greta Thunberg, las huelgas climáticas y las protestas públicas masivas– parece decidida a mantener su rumbo crecentista impulsado por los combustibles fósiles.

En esas circunstancias, se pueden prever a nivel mundial más olas de calor y sequías, y más largas, desertificación, deforestación tropical, derretimiento del permafrost, emisiones de metano, escasez de agua a escala regional, agricultura deficiente, hambrunas regionales, aumento del nivel del mar, inundación (y eventual pérdida) de muchas comunidades costeras, abandono de ciudades sobrecalentadas, disturbios civiles, migraciones en masa, colapso de las economías y un posible caos geopolítico.

¿Dónde encaja Canadá en todo esto?

En la Estrategia de desarrollo a largo plazo del Canadá para la reducción de gases de efecto invernadero a mediados de siglo se estudian seis enfoques modelo que supuestamente está estudiando el Gobierno Federal para cumplir los compromisos de reducción de las emisiones de Canadá en virtud del Acuerdo de París (reducción de las emisiones netas en un 80% con respecto a los niveles de 2005 para 2050).

El analista de energía Dave Hughes estima que, en promedio, estos planes requerirían la construcción de 37.000 turbinas eólicas de dos megavatios, 100 presas hidroeléctricas del tamaño de la presa Site C y 59 reactores nucleares de un gigavatio. El costo promedio es de… más de 1,5 billones de dólares.

Es probable que nunca se implemente dicho plan. En cambio, Ottawa ha comprado un oleoducto. De hecho, tanto el Gobierno Federal como la Columbia Británica están firmemente en el equipo «carbonífero».

Once pasos

Entonces, ¿hacia dónde podríamos ir desde aquí? Un mundo racional con una buena comprensión de la realidad habría empezado a articular una estrategia de reducción a largo plazo hace 20 o 30 años. El necesario plan de emergencia mundial habría incluido, sin duda, la mayoría de las 11 respuestas realistas a la crisis climática que se enumeran a continuación, las cuales, si se aplicasen hoy, al menos aún frenarían el desenlace que se avecina. Y no, el actual Green New Deal propuesto no lo hará.

Así pues, un Green New Deal realmente efectivo podría parecer a esto:

  1. Reconocimiento formal del fin del crecimiento material y la necesidad de reducir la huella ecológica humana;
  2. Reconocimiento de que, mientras permanezcamos en overshoot –explotando los ecosistemas esenciales más rápidamente de lo que pueden regenerarse– la producción/consumo sostenibles significan menos producción/consumo;
  3. Reconocimiento de las dificultades/imposibilidades teóricas y prácticas de una transición energética cuantitativamente equivalente totalmente verde;
  4. Asistencia a las comunidades, familias y personas para facilitar la adopción de estilos de vida sostenibles (incluso los norteamericanos vivían felizmente con la mitad de la energía per cápita que utilizamos hoy en día en el decenio de 1960).
  5. Identificación y aplicación de estrategias (por ejemplo, impuestos, multas) para alentar/forzar a las personas y empresas a eliminar el uso innecesario de combustibles fósiles y reducir el despilfarro de energía (la mitad o más de la energía consumida se desperdicia por ineficiencias y descuidos);
  6. Programas para reciclar la fuerza de trabajo para el empleo constructivo en la nueva economía de supervivencia;
  7. Políticas para reestructurar la economía mundial y nacional para mantenerse dentro del presupuesto de carbono permitido restante mientras se desarrollan/mejoran las alternativas de energía sostenible;
  8. Procesos para asignar el presupuesto de carbono restante (a través de racionamiento, cuotas, etc.) de manera justa, sólo para usos esenciales, como la producción de alimentos, calefacción de espacio/agua, transporte interurbano;
  9. Planes para reducir la necesidad de transporte interregional y aumentar la capacidad de recuperación regional mediante la reubicación de la actividad económica esencial (desglobalización);
  10. Reconocimiento de que la sostenibilidad equitativa requiere mecanismos fiscales para la redistribución de los ingresos y la riqueza;
  11. Una estrategia demográfica mundial que permita un descenso suave a los dos o tres mil millones de personas que podrían vivir cómodamente de forma indefinida dentro de los medios biofísicos de la naturaleza.

«¿Qué? ¿Una contracción deliberada? ¡Eso no va a suceder!» Le escucho decir. Y probablemente tenga razón. Ya debería estar claro que el Homo sapiens no es principalmente una especie racional.

Pero al tener razón usted tan sólo me demuestra que yo estoy en lo cierto. El desastroso cambio climático y la escasez de energía son casi una certeza en este siglo y el colapso de la sociedad mundial una posibilidad creciente que pone en riesgo a miles de millones.

Ahora puedo estar equivocado pero, si es así, por favor dígame por qué… Por favor.

Txus Cuende.

[N. del E., 2020-04-08. Por sugerencia de Jorge Riechmann modificamos la siguiente traducción: «verter ‘Hothouse Earth’ por ‘Tierra invernadero’, aunque suele hacerse, confunde (porque invernadero es ‘greenhouse’ y sabemos sobre el ‘greenhouse effect’ natural). Habría que traducir más bien por ‘Tierra cocedero’.»]

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William E. Rees es profesor emérito de ecología humana y economía ecológica en la Universidad de Columbia Británica. Ha escrito sobre energía, límites al crecimiento, sostenibilidad y otros temas ecológicos durante muchos años. Es co-creador del concepto de huella ecológica, y tiene algunas malas noticias para los tecno-optimistas.

3 Comments

  1. solo un detalle pesimista del artículo: tampoco son fiables los economistas (y neodarwinistas en paralelo) cuando creen que seamos «minoristas de descuento espaciales, temporales y sociales» por naturaleza humana. Lo somos, sí, pero por esta naturaleza cultural. En ningún caso pues esta civilización puede librarse ya del colapso, pero no estamos condenados a repetir nuestra historia particular como humanos. Culturas que pensaban en la 7° generación, culturas que pensaban en el equilibrio de todo Gaia, incluso culturas que se sacrificaban no por un familiar sino por constructos como un dios diferente o unos colores en un trapo diferentes y que te unian contra otro al lado de alguien que ni siquiera hablaba tu lengua. Si el enemigo común fuera la muerte o la violencia y las armas el amor, la naturaleza humana no sería excusa válida para nuestros colapsos.
    Por lo demás Rees acierta en pleno al llevar la carga de la prueba al otro tejado. Si alguien cree que no va a colapsar esta civilización, que lo demuestre con el 95% de confianza, mientras, pensemos en las próximas civilizaciones y vayamos hoy construyendo las bases culturales que necesitarán para que dejen salir lo mejor de la naturaleza humana. Y colapsemos pronto y lo mejor posible para que exista alguna oportunidad de que emerjan nuevas civilizaciones.

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