(El siguiente texto fue remitido por el autor en febrero, antes del estallido de la pandemia de COVID19 y a los pocos días del desastre en el vertedero de Zaldibar. Desde el 6 de febrero, los cuerpos de los trabajadores Joaquin Beltrán y Alberto Sololuce siguen sin ser encontrados,)
Un año (y 12 días) después de uno de los desastres ecológicos y sociales mayores en la historia de Brasil y seguramente del Planeta, el de Brumadinho, nada más volver yo de allá a Euskal Herria, ocurría el colapso del vertedero de Zaldibar. Ambos parecen hechos no relacionados, sin embargo hay muchos elementos en común. Para empezar, ambos son dos avalanchas, una del terreno y las basuras que albergaba, el otro de lods de minería, relaves, ambos producto de sobrepasar límites y malos estados.
El desastre de Brumadinho se presenta como el desastre de un embalse, pero en sí no es tal, o sobre todo no el convencional de agua, sino más bien un depósito de residuos de minería. Tampoco es lo mismo que un vertedero como el de Zaldíbar, pero en su caso también esos desechos, los lodos de roca, están altamente contaminados con metales pesados procedentes de esas rocas y también de los químicos usados para separar el hierro. Esos elementos contaminaron el río Paraopeba de más de 300 km de longitud del que se abastecían miles de personas, dejándolo, un año después, todavía muerto. En total, la población afectada se eleva a 1 millón.
Ambas funcionaban con irregularidades, evitando inspecciones, etc. Pero sobre todo, el hecho común es el colapso de ambos incluyendo vidas. Obviamente el caso de Brumadinho, con 272 muertos es más trágico comparado con los 2 de Zaldibar, pero no por ello menos dramático. Además en ambos casos se trata de trabajadores. En el caso de Brumadinho no todos, pero sí la mayoría, pues la avalancha de lodo cayó sobre las propias dependencias y cantina de la minera Vale.
Otro aspecto en común es que en ambos casos se había alertado de la situación crítica, y en ambos casos por los propios trabajadores. También en cada caso, aquellos que habían alertado de las condiciones llegaron a perecer en el propio accidente. En los últimos días ha trascendido en los medios de comunicación que uno de los dos trabajadores sepultados en Zaldibar había compartido con su familia su preocupación por la estabilidad del terreno y la posibilidad de un derrumbe como el que ocurrió, y también que en el vertedero se desechaban más sustancias peligrosas que las permitidas.
No lo podemos decir a ciercia cierta, pero intuimos que sus advertencias no fueron tenidas en cuenta, y en cambio ellos pagaron por la inoperancia o pasividad de aquellos que tenían capacidad para actuar.
En Brumadinho también la mayoría de los que perecieron eran trabajadores tercerizados, contratados a través de segundos y terceros para negarles derechos como el de seguridad, asociación o para pagarles menos. Por eso también la BBC se refirió al crimen de Brumadinho como “el mayor accidente laboral jamás registrado en Brasil”. En 2007, de los 14 accidentes mortales ocurridos a trabajadores de esa empresa, 11 correspondieron a subcontratados. En 2009 el 60% de los trabajadores de Vale eran tercerizados.
Otro aspecto que se ha afianzado en la opinión pública es que la razón del derrumbe de Zaldibar reside en la codicia, al deseo de más beneficios obviando la situación, las reglas, las consecuencias, los riesgos. En el caso de Brumadinho está claro. Porque esta fórmula de acumular desechos de minería (relaves) está prohibida en muchos países de gran actividad minera, como Chile y Perú, y se va a prohibir próximamente en Sudáfrica. A estas razones cabría añadir todos los trámites que debían cumplimentar y que incumplieron o falsificaron, y ahora tras un año del crimen todas las ayudas e indemnizaciones que niegan a las víctimas.
Estos días se ha incidido también que no estamos ante un accidente: cuando algo ocurre con conocimiento, no respetando la legalidad, las normas, superando las capacidades, etc, estamos ante un crimen. Un crimen en el que las instituciones que velan por la seguridad de la población, de los trabajadores, del medio ambiente las hace a ellas también co-rresponsables. En Brumadinho, las compas del MAB (Movimientos de Afectados por Embalses) siempre insisten en ese aspecto: que fue un crimen, y que la Vale es una empresa criminal.
En ambos casos nos encontramos, sin lugar a dudas, con los resultados de un sistema depredador de recursos, del medio ambiente y que no repara en los impactos. Un sistema que no piensa en las consecuencias y para el que siempre lo existente es poco. La fiebre crecentista: los macrobeneficios del año pasado no son suficientes y hace falta más, pese a que tengamos que pagar compensaciones y multas; hace falta sacar y pulverizar más roca, extraer más y más hierro; traer más basura; superar los objetivos de exportación, de consumo, de PIB… Y, con ello, producir más y más residuos. De una tonelada de roca se produce una tonelada de residuos (en el caso del hierro). En el caso del oro, la plata o el cobre es mucho mayor: puede llegar a ser hasta 30 toneladas. En Brumadinho se extrajeron —sólo en 2017— 26,3 millones de toneladas de hierro. Eso conlleva 26,3 millones de toneladas de desecho en un año, que es además lodo (lodos suspertóxicos), con lo que su almacenaje es más difícil. Por eso se hace imposible almacenar tanto.
En ambos casos los símiles de barrer debajo de la alfombra, o del avestruz que esconde la cabeza, son más que adecuados. Nuestro planeta sufre, los síntomas del cambio climático son cada vez más perceptibles, como perceptible es que por parte de los poderosos y de las instituciones no hay voluntad para enfrentarse a él y tampoco a todo lo demás que le acompaña (deforestación, desertificación, pérdida de oxígeno en el agua, extinción de especies, pérdida de biomasa, etc. etc.), problemas que pese a la alarma no hacen que aminoren el ritmo del capitalismo ni la codicia del rico. El colapso está aquí. Y ambos casos, Zaldibar y Brumadinho son claros ejemplos de ello. Nos parecía tan lejano y lo tenemos aquí. El hecho de que toda esa mierda cayera encima de una autopista lo hace todavía más metafórico: el colapso del sistema, encontrándose, obstaculizándose dos de sus referencias principales, la velocidad, el cemento y el asfalto de las grandes infraestucturas por un lado, y el producto no deseado, invisibilizado, escondido de nuestras prácticas consumistas, toda esa basura, por el otro.
En ese sentido también, como modelo, como infraestucturas, como glorificación de la ingeniería, de la tecnología, ambos casos nos recuerdan que estos proyectos no son infalibles, que pese a tanto avance hay cosas que fallan, y cosas que no se pueden permitir, que no podemos asumir. Nos confirman que no sólo podemos tener razón, sino que tenemos derecho a oponernos a muchas de estas presuntas macrosoluciones, porque muchas veces —como nos demuestran también estos sucesos— sólo corresponden a intereses económicos elitistas. Porque además no sólo son Brumadinho y Mariana. En lo que respecta a embalses también fue el de Patel en Kenia con 47 muertos, o el de Panjshir en Afganistán con 10, o Xe-Pian Xe-Namnoy en Laos con 36, o la de Swar Chaung en Birmania con 4 muertos, ¡todos ellos en 2018!; o la de Tiware en India con 23 muertos en 2019. O ahora con Zaldibar. Nos confirman que puede ocurrir y que la oposición y el miedo como el de los habitantes de Agoitz con Itoitz o de Zangoza y demás pueblos de la cuenca del Aragoi con Esa, no son infundados.
Nos ningunearán, ridiculizarán y criminalizarán pero estos crímenes sólo nos dan más razones para seguir oponiéndonos a infraestucuras inútiles y no deseadas; a su modelo incompetente de generar y tratar residuos; a su modelo depredador, esquilmador y ecocida; a su codicia por encima de las personas, los pueblos y el Planeta. Seguiremos oponiéndonos y creando alternativas.

[…] un año después de Brumadinho (15-15-15) (portugués) […]
[…] Zaldibar, un año después de Brumadinho (15-15-15) (portugués) […]
[…] Zaldibar, un año después de Brumadinho (15−15−15) (portugués) […]