Caminé tres días hacia donde nace el sol. Pasé todas las montañas y valles conocidos, y una vez allí, lo que vi fue lo más horrendo que nadie ha visto jamás: vi la boca del demonio, la puerta al infierno.
Era un camino que daba vueltas y más vueltas, cada vez más profundo, que se adentraba en las entrañas de la tierra, más profundo que cualquier cueva, más grande que cualquier aldea.
De alli salian y entraban criaturas gigantes, mucho más grandes que cualquier ser, del tamaño de pequeñas montañas que se movían, cargando con tierra del infierno una y otra vez.
La boca del infierno devoraba todo, y cada vez era más grande. Devoraba plantas, árboles, animales y cualquier vida. Incluso un río moria allí, o más que morir era convertido por el demonio en muerte. Entraba vida, salía muerte, así eternamente.
Había allí también humanos, como nosotros, trabajando para el demonio. Vestidos con ropas de otros mundos, me miraban sorprendidos y se reían. Me veían insignificante, sabían que el demonio les protegía de mí, y por eso, condescendientes, se acercaban. Les entendía, hablaban lenguas modernas, me preguntaban mucho, de dónde era. Tenían mucho interés por mis adornos.
No entendía por qué trabajaban para el demonio, por qué habían vendido sus almas, por qué habían venido aquí, a nuestro mundo, a cavar una entrada al infierno ni qué esperaban que pasara; tampoco me fue revelado. No parecía importarles el daño que estaban haciendo.
Ellos me decían que no estaban aquí por gusto, estaban tristes, más tristes de lo que he visto nunca a nadie, lo llaman trabajar. Pero allí de donde vienen sus almas pertenecen al demonio desde que nacen, y tienen que ir donde les digan a partir de cierta edad. Que echaban de menos sus casas y sus familias, pero que solo podían trabajar para el demonio.
El demonio, me decían, era dueño de todo: sus casas, sus vidas, las pequeñas montañas que se movían arriba y abajo hasta la puerta del infierno. Y también, decian, de nuestro bosque. Que el demonio era nuestro dueño, y de los ríos, y de los peces, y del barro y las nubes, del aire y del sol.
Podría seguir contando estos contactos que tuve, pero llegado el momento el demonio no les dejaba acercarse a mí. Nunca pude ver al demonio, y de hecho empiezo a pensar que el demonio no existía, que era como uno de esos dioses que se inventa nuestro chamán para dar sentido a las cosas que hacemos. Incluso me pregunto si tal vez el demonio son ellos mismos.
Espero os guste. un saludo.
Que bien te quedo chache, estabas inspirado eh jajaj. Y papá dice que así es la vida «que todos trabajamos para el demonio»
escuece, y si escuece es porque refleja verdades… la monstruosidad propia no se trabaja, se culpa al gobierno, a las empresas, al sistema, al capital…. pero nunca al monstruo que somos cada cual, al animal triste miserable y comodón que somos