La globalización se ha ido desarrollando a diferentes velocidades a lo largo de la historia y ha tenido, en menor medida, momentos de retroceso. Desde el inicio de la Revolución industrial sólo hubo un retroceso importante en los intercambios globales que duró desde el comienzo de la primera guerra mundial y hasta a la posguerra de la segunda. Luego de los distintos pactos de posguerra sólo las crisis financieras, catástrofes o conflictos importantes han retenido por algunos meses el aumento del comercio global o el flujo de capitales, como ejemplos recientes están el crash de 2008 y el tsunami en Japón en 2011. Sin embargo esto no impide caracterizar a las últimas siete décadas como un periodo de desarrollo de la globalización, sobre todo desde 1994 hasta 2006, periodo que algunos han caracterizado como de hiperglobalización.
En este periodo se inserta el viraje hacia el capitalismo de los países del Este europeo y la ex-URSS y, sobre todo, el vertiginoso desarrollo industrial de China que tendría como momento clave su entrada a la OMC. Este periodo es el que en la práctica muchos han visibilizado como la globalización con las cadenas de televisión llegando a todos los rincones del planeta (MTV y CNN llegan a los cinco continentes) y el desarrollo vertiginoso de internet.
Sin embargo, desde 2006 se empieza a enfriar este aumento de intercambios. Ahora el crecimiento del PIB global comienza a superar al crecimiento del volumen de exportaciones e importaciones… y ahí es cuando llegamos a 2015, momento en el que en un artículo para The Oil Crash, nos preguntábamos si había comenzado un periodo de desglobalización.
Se habían dado algunos eventos, como la caída durante tres meses del comercio global (por un frenazo en las importaciones chinas), las caídas en las ganancias de las multinacionales y el estancamiento de una década en las exportaciones de petróleo.
Para agosto de ese año los artículos sobre desglobalización comenzaron a ocupar una centralidad notoria que tuvo su máxima expresión con la caída a mínimos históricos del Baltic Dry Index —un indicador del precio de los fletes marítimos— en febrero de 2016.
Ya con todo ese oleaje me animé con un artículo para esta misma revista: «Desglobalización año 1«.
Lo cierto es que al analizar en caliente es difícil conectar todos los cabos, sobre todo cuando percibimos que al mismo tiempo la hiperconectividad no dejaba de aumentar, siendo una pata importante de esta globalización, y también venía resurgiendo el turismo y su contracara, las migraciones. Hoy con los datos publicados por agencias como KOF podemos tener una foto de esos años: de facto hubo una pequeña caída en la globalización en 2015 pero en 2016 se recompondría (básicamente en los últimos cuatro meses).
La globalización volvió a tomar fuerza en 2017 y 2018 incluso con la pérdida de terreno en la arena política de la idea de apertura al mundo (el ascenso de los proteccionistas, el Brexit y la caída del europeísmo como horizonte o el desguace de la UNASUR). Si bien el comienzo de la guerra comercial con China en marzo de 2018 disparó alertas sobre el desarrollo futuro de la globalización, así como el ataque a Huawei en mayo de este año, y con ello provocó el renovado interés de periodistas y analistas económicos sobre la desglobalización [1]. Tal vez escrito en forma de temor, pero lo cierto es que los datos macroeconómicos vienen dando sentido al diagnóstico. El siguiente gráfico es del World Trade Statistical Review 2019 de la OMC.
China y el Sudeste asiático no sólo están armando su propio ecosistema económico, tecnológico y cultural allí donde el poder suave estadounidense no llega y donde los lazos con Europa son cada vez más débiles, sino que incluso están convirtiendo a sus poblaciones en sus objetivos de ventas. En ese contexto los intercambios económicos (y de información) son hacia dentro o entre mercados cada vez más fronterizos y menos transoceánicos.
La agencia neerlandesa CPB mide el volumen del comercio internacional de mercancías, y según su indicador, el World Trade Monitor, los valores de estos últimos meses son más bajos que los de 2015-16.
Algunos analistas ponen el énfasis en la caída de ventas de automóviles, en la que me parece interesante detenerme. Los coches-carros-autos son la mercancía globalizada por excelencia: numerosos minerales, hidrocarburos, plásticos o microprocesadores producidos por todos los rincones del planeta se dan cita en autopartes que se preparan para reunirse en una máquina que se exportará a vaya a saber dónde. Ya sería el segundo año de caída en las ventas en China donde el mercado ha llegado a su saturación mientras que en la India la industria se encuentra con la incapacidad de la población de acceder a créditos, que en ese país dependen en su mayoría del shadowbanking (la banca en la sombra) que está en picada por una crisis de deuda. En EE. UU. las ventas de vehículos nuevos están estancadas desde hace ¡veinte años! entre 16 y 18 millones de vehículos (exceptuando el post-crash de 2008), un ejemplo de cómo a pesar del crecimiento económico en términos de PIB no hay correlación con la capacidad de compra de los trabajadores en una población que no ha dejado de crecer
Después de la globalización
El diagnóstico de la desglobalización resulta liberador para pensar alternativas más locales y no esperar a que nuestros problemas se resuelvan desde los países centrales. Si bien es cada vez más claro que para revertir el cambio climático y aminorar el colapso ecosocial son necesarias políticas globalizadas, también parece claro que el modelo de globalización capitalista está tocando techo y sólo se sostiene avanzando sobre ecosistemas cada vez más frágiles (el Amazonas como zona de sacrificio no es más que otro punto en el mapa de los conflictos territoriales entre comunidades locales y demandas globales insatisfechas) o sobre determinadas innovaciones tecnológicas que en muchos casos podrán verse frenadas por sustituciones regionales (las BAT vs. las FAANG es un buen ejemplo que se repite en otras esferas).
Hemos citado tres indicadores que pertenecen a dos de los países más globalizados del planeta (Suiza y Países Bajos) y uno perteneciente a la OMC; entre ellos hay cierto consenso de la necesidad de defender la globalización. Sin embargo lejos de estos centros de intercambio hay divisiones políticas que en general luchan entre el abrirse al mundo o el proteccionismo (desde Sudamérica hasta Extremo Oriente). Ese aumento de los intercambios globales (en múltiples dimensiones) ya no es un horizonte deseado sino un problema por resolver.
En resumen: decaen los intercambios de mercancías, hay desconfianza en la globalización como ideal y, para colmo, el automóvil —el producto estrella de la globalización— está tocando techo.
Sigue siendo el petróleo el principal commodity pero los países exportadores de la OPEP pasaron su cenit de producción a fines de 2016 aunque las exportaciones globales se incrementaron desde 2017 luego de una década de estancamiento. También ha llegado a una meseta la exportación de acero desde 2014, el segundo commodity en importancia ya que tanto China como India, dos de los grandes productores han aumentado su demanda interna. El tercer producto en importancia son los porotos [judía o su semilla] de soja que han tenido un primer estancamiento luego de haberse duplicado su producción en sólo diez años. Expandir la frontera agrícola es cada vez más complejo, aunque no hay que subestimar la falta de escrúpulos de gobernantes, empresarios y todo el mundillo de las finanzas para seguir sorprendiéndonos.
A lo que se enfrentan cada vez más los hidrocarburos, la megaminería y la agricultura industrial es a las comunidades que habitan los territorios en los que desean avanzar. Se encuentran la oposición del localismo. Tomando un reciente artículo de Richard Heinberg bajo el título de «Dos argumentos para el localismo» plantea que 1) es inevitable y 2) es deseable.
Algunos fragmentos en relación a lo hasta aquí descrito:
La globalización fue posible gracias al transporte de larga distancia, las comunicaciones y los flujos de capital. (…) Pero hay buenas razones para pensar que nuestro actual episodio de globalización es en realidad una fase breve, frágil y altamente problemática de la historia humana.
En resumen, una reversión a una forma más localizada de organización social es una consecuencia completamente predecible de las tendencias pasadas y actuales. Por lo tanto, tiene sentido comenzar a pensar en cómo se podría lograr la localización de manera que se maximicen los beneficios y se minimicen los costos.
En las últimas décadas, se han visto muchos movimientos sociales que abogan por la vuelta a lo local, impulsados principalmente por preocupaciones en relación a la equidad, los derechos humanos y la protección del medio ambiente (al mismo tiempo que las comunidades indígenas aún locales luchan por mantener su modo de vida frente a la globalización).
Además, trabajamos más duro para proteger los lugares que conocemos y amamos. La «naturaleza» es una abstracción, pero la necesidad de proteger el hogar es poderosa. Es por eso que los esfuerzos de conservación basados en el lugar (como fideicomisos locales de tierras y granjas, parques comunitarios y bienes comunes administrados públicamente) a menudo son más efectivos que las campañas de los habitantes de ciudades distantes para salvar los bosques tropicales y las especies emblemáticas en el otro lado del planeta.
Sin embargo, de ninguna manera se garantiza que las redes eléctricas y las comunicaciones globales puedan mantenerse a largo plazo, ya que los flujos de energía y financieros disminuyen caóticamente. Ya que aún nos beneficiamos de esos flujos globales, tiene sentido aprovecharlos para impulsar acuerdos climáticos mundiales y otras políticas sensatas.
Hablar de desglobalización, como de decrecimiento, es evidente que tendrá algún sentido en los primeros años o lustros en que cambie de sentido la curva de los gráficos. Luego nos concentraremos en qué modo de localismo o comunitarismo debemos organizar, seguramente con muchos dejos de la cultura globalizada y de tradiciones del capitalismo crecentista que se mantendrán durante décadas y con las que habrá que lidiar. No está de más seguir de cerca estos fenómenos.
Notas
[1] Algunos artículos de opinión en estos meses pueden leerse en:
- Forbes (16/10/2018):
https://www.forbes.com/sites/kenrapoza/2018/10/16/china-and-u-s-pushing-a-de-globalization-wave/#19e745866a7d - Clarín (23/05/2019):
https://www.clarin.com/opinion/ee-uu-vs-china-desglobalizacion-comenzado_0_wJhCHf0Hl.html - El País (25/06/2019):
https://cincodias.elpais.com/cincodias/2019/06/24/economia/1561393736_935987.html - The Economist (28/06/2019):
https://www.economist.com/open-future/2019/06/28/globalisation-is-dead-and-we-need-to-invent-a-new-world-order