Demián Morassi

Reseña de «Ecosocialismo descalzo. Tentativas»

////
Share

El título del libro de Jorge Riechmann, Adrián Almazán, Carmen Madorrán y Emilio Santiago describe bien lo que hay dentro.

Por una parte, una propuesta de marco político de actuación en lo que Jorge Riechmann ha denominado «el Siglo de la Gran Prueba». Probablemente, una de las pocas sensatas dentro de las posibles: el ecosocialismo. La cuestión de la posibilidad, de la viabilidad de las propuestas, tiene un lugar muy relevante en la obra colectiva, pues es de las pocas que da espacio a las luchas de las izquierdas dentro de los mundos factibles fruto de la crisis ambiental. La viabilidad también la defiende Jorge Riechmann en otro sentido, porque «en situaciones de conflicto por recursos cada vez más escasos, el socialismo puede recuperar su atractivo. El ideal de igualdad, además, aparecerá no solo como un ideal de justicia, sino también como un factor de supervivencia civilizada».

En segundo lugar, el ecosocialismo debería ser necesariamente descalzo, es decir, basarse en el uso de poca energía y de tecnologías más o menos sencillas (aunque sobre esto hay cierta discrepancia entre los autores, como veremos).

Finalmente, un ecosocialismo en construcción, de trazo relativamente grueso, que tiene que plasmarse (lo está haciendo ya) más allá de las propuestas en prácticas concretas. Además, las propuestas que aparecen en el libro no siempre son iguales ni compatibles, por más que partan de un análisis compartido del contexto actual. De este modo, este es un libro de tentativas, pero no por ello menos valioso, sino probablemente más, pues ayuda a abrir la mente.

Pero que el ecosocialismo esté en construcción y sea tentativo no quiere decir que lo que contiene el libro sea superficial, ni mucho menos. El libro es potente, muy potente en algunas de sus partes. Con propuestas que suponen una sacudida intelectual, y por lo tanto estratégica, notable.

Jorge Riechmann abre el texto con el ensayo más largo, en el que pone las bases de la crisis sistémica, civilizatoria, que estamos viviendo. Una crisis que está suponiendo el colapso del sistema vigente. Lo hace con su potencia argumentativa habitual y un buen bagaje bibliográfico.

Tras esto, lanza la primera andanada de propuestas bajo el marco del ecosocialismo. Entre ellas, algunas citas especialmente reveladoras: «hay que organizar el salvamento – no solo de las personas, también de las ideas y los valores», pues «el Siglo de la Gran Prueba puede muy probablemente ser el Siglo del Gran Naufragio. Y se trata entonces, como hizo Noé, de construir arcas: salvar todos los seres vivos que podamos – y salvar toda la cultura humana valiosa que seamos capaces». Una fórmula clave puede ser «las asambleas más la permacultura», reelaborando el lema de Lenin. Las implicaciones de estas dos ideas ya son lo suficientemente fuertes, pero podemos sumarle otra más: «si aceptamos que somos ecodependientes (y hemos de aceptarlo porque tal es la realidad del tercer planeta del Sistema Solar), entonces lo ecológico viene antes que todas las demás demandas. Es previo. Es lo más básico – la supervivencia y las condiciones de vida posible – antes de poder plantear nuestras propuestas de emancipación». O, dicho de otra forma, «más derechos y menos recursos es una fórmula conflictiva».

El ecosocialismo que dibuja Jorge es bastardo: «necesitamos un ecosocialismo en simbiosis con el ecofeminismo. Un ecosocialismo en simbiosis con la ‘ecología profunda’. Un ecosocialismo en simbiosis con la crítica cultural de Illich. Un ecosocialismo en simbiosis con la perspectiva de subsistencia gandhiana (actualizada y feminizada por Maria Mies y Vandana Shiva)».

Otro de los temas en los que entra es el de la complejidad y si es posible una sociedad compleja con menos energía disponible. Creo que es un debate importante, porque se enraíza con nuestro deseo de tenerlo todo: sociedades radicalmente sostenibles y, a la vez, con una riqueza de conocimientos alta. Yo creo que eso no es posible y que tenemos que asumir nuestros límites. En todo caso es un tema abierto que se puede explorar tentativamente en una discusión publicada en The Oil Crash[1].

El resto de personas no se detienen en profundidad en el análisis de coyuntura y se centran en las propuestas. Adrián Almazán parte de «nuestro presente como la crisis socio-ecológica mundial y el fracaso del movimiento ecologista». Un fracaso en el que no deja mucho lugar para la autocomplacencia: «el ecologismo ha sido incapaz de materializar la propuesta de autonomía radical (…) su propia deriva hacia el ambientalismo y el no cuestionamiento explícito de las dinámicas de la sociedad industrial puede llegar a ser un obstáculo de primer orden para comprender nuestra situación presente» pues, subraya, «el mundo industrial es incompatible con la vida autónoma». Desde luego, el capitalismo entra dentro del mismo marco de impedimento de una liberación ecologista.

En ese contexto de colapso, Adrián advierte contra el riesgo de que «se llegara a convertir en hegemónico un discurso que, más que preocuparse por las condiciones de una vida autónoma, se centrara exclusivamente en un programa de salvaguarda de la vida humana a cualquier precio». La fuerte apuesta por la autonomía de Adrián podría ser interesante ponerla en un diálogo más directo con la afirmación citada más arriba de Jorge, en la que la supervivencia y las condiciones de vida posible anteceden a la emancipación (en el sentido de que son requisitos necesarios para que esta se dé).

Esta autonomía ecologista debe cultivarse «en sus tres dimensiones fundamentales: crítica, política y material». Requiere una profunda evaluación de la tecnología, y una emancipación del mercado y del Estado. Para ello, la «vuelta al campo» podría ser el elemento nuclear. Desde esa posición, Adrián hace un «rechazo explícito de las estrategias duales», que constituyen el corazón de la propuesta de Emilio Santiago.

La contribución de Emilio a este libro para mí ha sido la más enriquecedora y estimulante, probablemente porque es la que menos comparto en sus propuestas políticas, aun firmando su diagnóstico previo. Empieza con un potente análisis del funcionamiento del capitalismo, donde muestra cómo el capital acaba convirtiéndose en un sujeto autónomo que determina el orden social. No hay mano invisible que dirija el sistema, sino que funciona de manera automática. A continuación da cuenta del Estado: «los Estados-nación modernos, dependen de su funcionamiento de procesos de valorización del capital exitosos en el marco de sus economías nacionales, mediante los que recaudan tributos. Toda la actividad estatal es mediada por el dinero, y el dinero no se puede generar arbitrariamente». O, dicho de otro modo, «tal y como está diseñado y configurado el Estado-nación en nuestros días, la supuesta primacía de la esfera política está llamada a ser siempre el condottiero del dinero».

Pero, a partir de este análisis… lo que Emilio propone es una estrategia dual dentro y fuera del Estado, pero en la que la toma del Estado es, sino el medio principal de cambio, por lo menos uno totalmente imprescindible. Este es un debate que me entusiasma, y que Emilio y yo llevamos sosteniendo en foros públicos y privados los últimos años[2].

Uno de los temas en los que entra Emilio, con toda la razón, es en que «lo que dejará en herencia el ecofascismo es un genocidio». Ante eso, él apunta la importancia de tomar el Estado para evitar que lo haga el fascismo o algún otro tipo de autoritarismo. Ante esto, conviene recordar que los genocidios dirigidos desde el Estado (probablemente todos los genocidios que han ocurrido en la historia) no solo han sido fascistas, también se han ejecutado después de la toma del poder de potentes luchas revolucionarias. Es cierto que no todos los Estados son genocidas, tanto como que tienen esa pulsión en tiempos de crisis al ser estructuras diseñadas para sostener las jerarquías. Tal vez sea más sensato pensar en otras instituciones menos dependientes del capital y con menos herramientas de coacción como actores principales de cambio en un contexto de colapso civilizatorio y fuertes convulsiones sociales. También no dar por hecho que si el Estado lo controla «nuestra gente» (las comillas son mías) no va a repetir lo que ya ha hecho «nuestra gente» en otros momentos históricos. Creo que es más adecuada una estrategia de intentar crear espacios de autonomía del Estado y de mercado en las zonas que ambos irán dejando conforme avance la ruptura del orden vigente. También dotarnos de mecanismos de autodefensa frente a ese posible genocidio ecofascista del que nos advierte Emilio.

Un segundo argumento de Emilio es que «el Estado moderno tiene el entramado logístico-institucional (…) para garantizar la administración más eficaz de los problemas que vendrán». Tiene razón cuando apela a las capacidades de gestión del Estado (aunque sobre esto se podría discutir mucho), pero ¿realmente es lo más eficaz ante los problemas que vendrán?, ¿no ha sido precisamente el Estado un títere del capital en su funcionamiento automático (incluso en la URSS cuando era superpotencia mundial, que no trascendió el capitalismo)?, ¿no es un elemento clave en el sostenimiento de las jerarquías y en la inacción real ante la crisis ambiental? ¿En virtud de qué conversión va empezar a actuar en una dirección diametralmente opuesta a la que lo lleva haciendo desde hace 6.000 años?

Comparto que, en la coyuntura actual, «la dicotomía Estado-autonomía es falaz». No porque no sea una dicotomía real de fondo, sin porque, estando como están las cosas, la fortaleza de la autonomía está lejos, como Emilio subraya con acierto, de ser notable (lo que no quiere decir que no lo pueda llegar a ser, especialmente en un contexto de colapso, como sostengo en uno de los escritos citados antes en los que dialogo con Emilio). Pero esa estrategia dual probablemente debería enfocarse en crear autonomía: centrar las fuerzas en crear instituciones no escindidas de la sociedad y deshacer, en la medida de lo posible, el Estado y el mercado. Esto tiene grandes estrategias marco como la desalarización y la desmonetización, que Emilio no nombra, aunque Adrián, sí.

La diferencia estratégica entre Emilio y yo probablemente tenga detrás también elementos de matiz, pero de matiz importante, en el análisis, pues cuando Emilio plantea los escenarios de futuro, no son de descomposición total del sistema, son de mayor polarización, pero por ejemplo manteniendo un aparato tecnológico importante. De hecho, es a este aparato al que fía en parte la posibilidad de tener un suerte de «socialismo polanyiano».

Este tipo de socialismo sería «capaz de rearticular periódicamente mecanismos de autodefensa de la sociedad contra las pulsiones omnívoras del sujeto automático capital». Ese es el horizonte máximo de emancipación posible que vislumbra. Esta afirmación supone no solo una renuncia en lo posible, sino negar la relación que existe entre el sistema energía-tecnología y la dominación. Considero importante entender que la tecnología no es neutral, sino que a partir de un determinado nivel de complejidad implica ya una jerarquización social, como afirma Adrián; del mismo modo que las fuentes energéticas también condicionan los órdenes sociales hasta cierto punto.

En el fondo, la discrepancia más fuerte y última con Emilio la tengo con la afirmación de «la inevitabilidad del mercado y del Estado en sociedades altamente complejas». Es una afirmación sobre la que se puede argumentar y contraargumentar. Por ejemplo, que la complejidad social lleve aparejado el conflicto, algo que comparto, no quiere decir que la única forma de gestionarlo sea con el mercado y el Estado. Pero, más allá de las argumentaciones, al final lo que subyace es una cuestión de fe, de creer que son posibles mundos realmente justos, democráticos y sostenibles, o que no nos queda otro remedio que ser sociedades capitalistas (las sociedades de mercado solo pueden ser capitalistas) y controladas por una máquina de sostén de jerarquías como es el Estado. Dentro de ese marco está el horizonte polanyiano de máximos que plantea Emilio. Mi fe en la posibilidad de otros órdenes socioeconómicos aumenta ante la simplificación socioeconómica por venir como consecuencia del colapso de la civilización industrial, como ya sostuve al hablar de la parte del libro de Jorge.

Finalmente, Emilio concluye con la importancia de la batalla cultural por una «lujosa pobreza», es decir, «ganar en seguridad biográfica y también en felicidad común, como contraprestación a la pérdida de privilegios vinculados a formas individualizadas de libertad de consumo, que ecológicamente ya no se sostienen» como un elemento central del ecosocialismo. Algo tremendamente complicado pues «salvo que el desastre se volviera unívoco e indiscutible, una contracción de emergencia implicaría necesariamente una subordinación temporal del presente al futuro solo imaginable bajo una dictadura», ya que «los sujetos sociales no son revolucionarios». Como esto nos aboca a transiciones mucho más lentas de las necesarias ambientalmente, la mirada tendrá que ser, como ya apuntaba Jorge, la de «minimizar daños».

Finalmente, Carmen Madorrán cierra el libro haciendo un alegato a un «nuevo momento de ilustración» en el que «conectemos los saberes de las ciencias con los de las humanidades». Un elemento central de este paradigma cultural sería que «si afirmamos la igualdad moral de los seres humanos y aceptamos nuestra vulnerabilidad definitoria, es evidente que nos compele cierta responsabilidad hacia el resto de miembros de la comunidad moral. En concreto, la obligación de evitar su sufrimiento innecesario». Esto implica «pasar de una moral de proximidad a una moral de larga distancia», recogiendo propuestas de Jorge. Es una aportación que encaja y profundiza con las últimas reflexiones de Emilio, dando más interés a las propuestas en el orden moral del libro.

En conclusión, creo que Ecosocialismo descalzo. Tentativas es un trabajo muy interesante que merece la pena leer con calma y lápiz. Parte de un análisis duro de la realidad, y tiene la valentía y el acierto de proponer caminos por los que encararlo. No os lo perdáis.

Ecosocialismo
Demián Morassi

Notas

[1]

  1. Eduardo García Díaz: «Menos puede ser más (complejidad)»
  2. Carlos de Castro: «Estamos en el Titanic, no en el Endurance»
  3. Luis González Reyes: «Complejidad y energía»
  4. Eduardo García Díaz: «Decrecimiento y complejidad: elementos para un posible consenso»
  5. Carlos de Castro & Luis González Reyes: «Debate sobre complejidad: réplica final»

[2]

  1. Viento Sur nº 151
  2. Emilio Santiago Muíño: «Alternativas al traumático y largo declive del planeta. Reseña crítica desde la complicidad y la admiración de ‘En la espiral de la energía’»
  3. Luis González Reyes: «Sobre el papel del Estado en el cambio civilizatorio en curso. Dialogando con la reseña de Emilio Santiago Muiño de ‘En la espiral de la energía'»

Click to rate this post!
[Total: 0 Average: 0]
Share

Miembro de Ecologistas en Acción, donde fue coordinador confederal durante 9 años. Profesionalmente se dedica a la formación y la investigación en temas relacionados con el ecologismo y la pedagogía en Garúa S. Coop. Mad. y FUHEM. Es autor o coautor de una veintena de libros con contenidos que abarcan distintas facetas del ecologismo social.

1 Comment

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Artículo anterior

El Green New Deal: restricciones e ilusiones

Siguiente artículo

Decrecimiento vs. GND

Lo último de Blog