(o cómo impedir el advenimiento del ecofascismo y el ecoliberalismo)
Cuestiones como el sentido de exterioridad, la vinculación poética con la Naturaleza o la crítica al ser humano como centralidad universal siempre han estado presentes en las prácticas y teorizaciones surrealistas. André Breton, en 1953, ya criticaba esa superioridad del hombre sobre los demás seres, propia del antropomorfismo, calificándola como un abuso injustificable, y su fascinación por la Naturaleza se vio maravillosamente descrita en las impresiones —por poner un solo ejemplo— que le dejó la isla de Tenerife en su visita a los amigos del Grupo surrealista de Tenerife en 1935. Así y todo, esa preocupación por la intensa ligazón entre las maravillas de la Naturaleza y las facultades inconscientes y excepcionales del ser humano, aunque sin desarrollos teóricos como los surgidos a partir de los años 70, ya afloró en los mismos orígenes del movimiento. Ahora bien, si nos centramos en el movimiento surrealista de las últimas décadas podría mencionar muchas publicaciones que han seguido apuntando en esa dirección, como The Exteriority Crisis: From the City Limits and Beyond (Eds. Oyster Moon Press, Berkeley, 2009), su edición en castellano: Crisis de la exterioridad: Crítica del encierro industrial y elogio de las afueras (Enclave de Libros Ediciones, Madrid, 2012) o Pensar, experimentar la exterioridad (Ed. La torre Magnética, Madrid, 2018). Asimismo podría citar un sinfín de artículos relacionados con esta cuestión, como por ejemplo «Notas sobre ecología y surrealismo» de José Manuel Rojo, publicado en el número 5 de la revista Salamandra – Comunicación surrealista, «La experiencia de la exterioridad en el mar de Salton» de Eric Bragg, publicado en su número 19-20 de Salamandra – Intervención surrealista, «Exterioridad y ecologismo» de Jesús García Rodríguez, incluido en el libro citado Pensar, experimentar la exterioridad o cualquiera de los trabajos del ecosocialista Michael Löwy.
Dicho esto, cabe preguntarse cómo podría el surrealismo ayudarnos a afrontar la enorme crisis socio-ecológica que se nos viene encima, y más teniendo en cuenta que vivimos en un mundo que niega, explota y destruye permanentemente la Naturaleza. Tengamos en cuenta que en las próximas décadas deberemos afrontar transformaciones revolucionarias y libertarias de gran envergadura para adaptarnos a un modo de vida de baja energía, y hacerlo —es lo deseable— en condiciones de igualdad. Lo primero que habría que asumir es que urge desarrollar estrategias que eviten el pesimismo y el desencanto, pues éstos son los ingredientes principales de los que se nutre el ecoliberalismo (concepto en el que englobo tanto el ecociudadanismo socialdemócrata como el llamado capitalismo verde) y el ecofascismo. Pensemos que, ante las mentiras tecnolátricas del ecoliberalismo o las propuestas simplificadoras y retrógradas del ecofascismo, en este descenso energético forzado, el surrealismo será una fuente inagotable de iluminación, iluminación que se opondrá siempre a todo nuevo oscurantismo y a cualquier poder tiránico que quiera aprovechar esas épocas de cambios tumultuosos para hacerse con el poder.
En segundo lugar habría que considerar el aporte del surrealismo de cara a generar, ya no una nueva sensibilidad sino más bien activar una sensibilidad adormecida, que siempre ha estado ahí y que nos da una visión y una percepción nuevas de las cosas. En tercer lugar deberíamos poner sobre la mesa todas las experiencias que el surrealismo promueve como las derivas, la indagación en el mundo onírico o los juegos y los automatismos colectivos, prácticas que forman parte fundamental del ámbito de acción del pensamiento utópico, dando un protagonismo especial a la irracionalidad y al inconsciente, terrenos de exploración que las rigideces racionalistas de la Ciencia proscriben por todos los medios pero que despiertan motivaciones afectivas y emocionales tan transformadoras como necesarias. En cuarto lugar he de decir que el surrealismo ayudaría a fundar un nuevo mito que nos haga establecer vínculos entre la Naturaleza y las energías espirituales del ser humano, ahora aletargadas por los dispositivos de la sociedad del espectáculo. Una buena opción es la de recurrir a nuevos —o viejos— imaginarios —opuestos a los imaginarios del capitalismo fosilista— que nos vinculen a los ecosistemas de forma sostenible y respetuosa.
Por último, y a pesar de las grandes dificultades de un contexto futuro en el que se vayan reduciendo nuestros esclavos energéticos y en el que no dispongamos de las comodidades actuales, seamos optimistas y tengamos en cuenta que será una oportunidad para adoptar una forma de vida más humilde, no basada en las desigualdades y la explotación, para configurar también un sistema cultural nuevo; una nueva cultura que ha de ser una cultura de masas —alejada de la cultura burguesa imitativa que las clases medias y bajas actuales han adoptado como cultura propia—, pero sobre todo para cambiar nuestro modo de relacionarnos con la Naturaleza, en el sentido de vivir en paz y en equilibro con ella. Esa inserción armoniosa y pasional de nuestra subjetividad en la biosfera nos hará ser, además, más materialistas, en el buen sentido del término; me refiero a un materialismo poético basado en el amor incondicional por la endeble y frágil materia que somos, y que son los seres con los que convivimos. Y eso, en la era del colapso energético, será necesario para poder generar una cultura del cuidado que apunte hacia todos los seres humanos, pero que también apunte hacia todos los seres vivos del planeta y sus entornos, incluso los seres vivos por venir.
Se me había pasado mencionar la importancia que cobra aquí el deseo, pues es el deseo el que nos permite cruzar la frontera entre lo tangible y lo intangible, entre lo habitado y lo desconocido. Es precisamente la capacidad que tiene el surrealismo por estimular y materializar nuestros deseos la que puede reactivar, en definitiva, la dialéctica de la transformación social revolucionaria. José Manuel Rojo, en uno de los artículos antes citados, habla de implementar toda esta energía revolucionaria, propia del Surrealismo, en el discurso y las prácticas ecologistas, y lo hace en estos términos: «Es vital dotar al movimiento ecologista de una vertiente que recoja las aspiraciones poéticas, imaginativas e inconscientes de hombres y mujeres. Es vital que esas aspiraciones se proyecten en una forma de Mito Colectivo»[1]. Por su parte, y más recientemente, Emilio Santiago Muiño —un colaborador habitual de la revista 15/15\15— en su obra Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial —un libro que será un buen compañero de viaje en esa larga transición ecosocial— afirma que: «El desarrollo masivo de la poesía, definida de este modo, como pauta cultural que gravite alrededor de lo maravilloso, si complementariamente se da dentro de un movimiento de transición más amplio, puede ser el catalizador para un reencantamiento del mundo que nos permita defender, con solvencia, una idea de vida buena en medio del decrecimiento forzado de nuestros sistemas económicos»[2]. En definitiva, frenar el ecocidio y proteger todos los ecosistemas del planeta, con toda su biodiversidad, es proteger todo lo que tienen de maravilloso. Y ese ha sido, y sigue siendo, uno de los objetivos principales del surrealismo. El breve pero intenso manifiesto que sigue a continuación es un claro ejemplo de esto. Además da fe de que el movimiento sigue más vivo e insurrecto que nunca. Los firmantes de este manifiesto son Ron Sakolsky, Penélope Rosemont, Beth Garon, Paul Garon, Gale Ahrens y Tamara Smith. Daré algunas pinceladas sobre las vidas y actividades de algunxs de ellxs:
- Penelope Rosemont es una figura central del movimiento surrealista de las últimas décadas. Es poeta, escritora, pintora, fotógrafa, collagista, activista política y editora. Participó, junto a su compañero Franklin Rosemont, en la actividad del grupo de Breton en París durante los años 1965 y 1966. En EEUU, en 1966, cofundó el Grupo Surrealista de Chicago, editando Black Swan Press y la revista Arsenal: Surrealist Subversion. Fue miembro de IWW (Industrial Workers of the World), The Rebel Worker, SDS (Students for a Democratic Society) y el colectivo ecologista radical Earth First!
- Paul Garon y Beth Garon han sido participantes activos en el movimiento surrealista en los Estados Unidos durante muchos años. Actualmente dirigen Beasley Books, un negocio de libros especializado en estudios afroamericanos, surrealismo, psicoanálisis, jazz y blues. Por su parte Paul Garon es escritor y editor, conocido por sus investigaciones sobre obras surrealistas. Fue uno de los editores fundadores de la revista Living Blues en 1970 y del Chicago Rare Book Center, en Evanston, Illinois. Beth Garon es escritora, collagista y pintora. Woman with Guitar fue su primer libro.
- Gale Ahrens es poeta y un abolicionista anti-carcelario. Ron Sakolsky es un estudioso de la música, la revolución y la radio. Durante más de 20 años impartió cursos en Sangamon State University. Es autor de varias antologías como Sounding off: Music as Subversion/Resistance/Revolution (Autonomedia, 1995), Seizing the Airwaves: Free Radio Handbook (coeditado junto con Stephen Dunifer, AK Press, 1998) y Surrealist Subversions: Rants, Writings and Images by the Surrealist Movement in the United States (Autonomedia, 2002). Sus libros más recientes son Creating Anarchy (Fifth Estate,2005), Swift Winds (Eberhardt, 2009), y Scratching The Tiger’s Belly (Eberhardt, 2012). Actualmente edita la revista The Oystercatcher desde Canadá.
Por una ecología de lo maravilloso.
Declaración del movimiento surrealista norteamericano.
Cada vez que pienso en las mujeres, pienso en los árboles, los árboles subversivos cargados de sangre pero no sangrantes, en los árboles rebeldes encostrados pero no agrietados.
— Jayne Cortez
Si la experiencia del afuera desde el adentro no se arraiga en la poesía, ni siquiera la más profunda ´ecología profunda´ le rozaría la superficie.
— Franklin Rosemont
Como Ecologistas de lo Maravilloso, los surrealistas van más allá de las preocupaciones ambientales convencionales por la «conservación» y el «peligro» de un mundo natural que es visto como algo externo a nosotros. En vez de eso apuestan por una relación de Atracción Pasional y compromiso erótico con un mundo natural del cual formamos plenamente parte. Al abrazar lo maravilloso, no buscamos nada menos que la expansión de la naturaleza en todas direcciones frente a la rapacidad de las industrias petroleras, las industrias madereras y una civilización tecnoindustrial con su farsa de intentos reformistas de recuperación.
En nuestra búsqueda por vivir vidas más poéticas, descartamos la camisa de fuerza miserabilista del antropomorfismo. Al hacerlo, nos volvemos cada vez más conscientes de nosotros mismos como seres de espíritu libre, participantes activos en una ecología de las maravillas en lugar de vernos a nosotros mismos como seres superiores divinamente destinados a estar en el centro del universo por obra de algún Dios todopoderoso del pasado, por los dioses recientes de los Medios y la Publicidad o la Ciencia y la Tecnología.
Somos los bárbaros en las puertas, la tormenta en el horizonte y el pedrusco en los senderos. Con un ferviente deseo en nuestros corazones de re-encantar el mundo, abrazamos tanto las voces salvajes de lo animado como el profundo silencio de lo inanimado, sabiendo siempre que la estabilidad aparente de ambos puede romperse en cualquier momento en la agitación anárquica de un terremoto.
¡Queremos que la tierra se estremezca! ¡Queremos que se rompan los diques de la explotación y la alienación! ¡Damos la bienvenida al diluvio de la maravillosa libertad en medio de los escombros de la destrucción! ¡Queremos vidas sin limitaciones! ¡Imaginamos un mundo sin gobernantes ni gobernados!
¡Somos la hierba ingobernable de la resistencia y la transformación que siempre crece salvajemente en el pavimento agrietado de la realidad!
— Ron Sakolsky, Penélope Rosemont, Beth Garon, Paul Garon, Gale Ahrens, Tamara Smith. Movimiento surrealista norteamericano, septiembre de 2018.
(Traducido por Vicente Gutiérrez Escudero.)
Notas
[1] José Manuel Rojo, «Notas sobre ecología y surrealismo», revista Salamandra. Comunicación surrealista. Nº 5, Madrid, 1992, p. 10.
[2] Emilio Santiago Muiño, Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial, Ed. Catarata, Madrid, 2016, p. 139.
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