Explicación previa
Esta reseña recicla, como un patchwork, fragmentos de los 14 ensayos de Humanidades ambientales. Pensamiento, arte y relatos para el siglo de la gran prueba (Libros de la Catarata, 2018) para dar una visión de conjunto (el mínimo común denominador, quizá) de las reflexiones y propuestas de sus autoras.
La necesidad de un nuevo relato
Nuestra cultura es nihilista: desde sus centrales nucleares hasta sus programas de telebasura, la corriente principal de nuestra cultura es profundamente nihilista. ¿Podríamos apoyarnos en sus subculturas no nihilistas hasta ser capaces de transformar la corriente principal?
pregunta Jorge Riechman en el capítulo 2 de esta colección de ensayos en los que las autoras ahondan en esas subculturas y en algunas de las posibles estrategias para difundirlas con la intención de lograr modificar la corriente principal para prepararnos como colectivo(s) para el colapso civizatorio.
La insuficiencia de la comprensión científica
Las autoras constatan que para la invención de esa cultura no está siendo suficiente la difusión teórico-científica del colapso y de la necesidad del cambio civilizatorio para la supervivencia de la especie humana. Los razonamientos científicos no llegan a la mayoría de las personas inmersas en el caudal de la comunicación producida por el propio sistema de ahí que el papel de las artistas (con capacidad para crear mensajes más cercanos al público) sea especialmente relevante.
[E]n este momento crucial, urge cambiar el actual modelo hegemónico de sociedad: los cambios han de ser grandes tanto en el plano económico como en el tecnocientífico pero, sobre todo, en el plano ético y político, precisamente en el que el arte debe desempeñar su papel […] Las políticas a las que aspiramos están requiriendo de los artistas imágenes que ilustren no solo los escenarios posibles en la transición, sino especialmente los escenarios deseables y los cauces para alcanzarlos.
(pág. 106 y siguiente, Carmen Marín Ruiz)
Las artistas son las que deben atender a las científicas y a las técnicas y, por tanto, adquirir la consciencia de las consecuencias reales del colapso y de la necesidad de variar la cosmovisión para que la especie se adapte a la nueva realidad.
A partir de esa convicción tienen que adquirir el compromiso de desarrollar nuevos relatos, nuevas palabras,
nuevos modos de discurso, nuevas formas de describir las experiencias y nuevas estrategias para traducir las estadísticas a relatos; nuevas formas de articular el significado de los números y de las emociones
(pág. 198, Carmen Flys Junquera)
que se traduzcan en obras de arte que tanto por su forma como por su fondo, hagan que el conjunto de la sociedad comprenda a través de sus metáforas el verdadero calado de la crisis ecosocial. Para ello son necesarios unos
nuevos relatos fundacionales, relatos asequibles y con capacidad de enraizar y diseminarse
(pág. 68, José Albelda)
y que a la vez propocionen medios para que cada una de las personas puedan prepararse para el nuevo escenario e imaginar y construir las alternativas al mundo actual.
La supervivencia requiere esperanza
Estos nuevos relatos deben enfrentarse a la cultura nihilista en la que vivimos, que
ha demostrado ser destructiva tanto para los ecosistemas como para las sociedades humanas, [por lo que] la única alternativa que nos queda, desde el más básico instinto de supervivencia es esforzarnos en potenciar una cosmovisión que busque la sostenibilidad de las sociedades en relación con los ecosistemas de los que dependen.
(pág. 60, José Albelda)
Las autoras defienden unánimemente que ese nueva cosmovisión debe fundarse en lo positivo. Que debemos ver el inevitable colapso como una oportunidad para fundar nuevas sociedades que vivan en armonía con el entorno. Mantienen que es el momento de huir de las distopías de aire madmaxiano para construir los «escenarios deseables» del mañana.
Sólo abandonando el miedo y usando ejemplos en los que se encarnen los valores básicos de las humanidades ambientales (la diversidad, el sentido de la medida, la sencillez, la funcionalidad, la singularidad, la durabilidad, el aprecio por lo local,…) la mayor parte de las personas serán permeables a un mensaje que está tardando demasiado en llegar.
Las culturas de la armonía
Esa cosmovisión sostenible necesariamente ha de recuperar la cultura popular e indígena ya que, el
[l]ugar, [la] historia, [la] comunidad [y la] identidad están íntimamente ligados y la interpenetración de especies, gentes y paisajes son la base de cualquier lenguaje. Los relatos del lugar [lo que puede extenderse al resto de las manifestaciones artísticas] no solo aportan conocimiento e historia del lugar, sino que son la base de nuestra identidad
(pág. 192, Carmen Flys Junquera)
Parece necesario sentar las bases de esa nueva concepción cultural en los conocimientos, relatos, costumbres y prácticas que la etnografía y la antropología han descrito como propios de cada uno de los espacios que ocupamos. No cabe una cultura (entendida como una construcción de la imaginación humana) que no sea consciente y respetuosa con su entorno y el resto de los seres vivos y los ejemplos para esas nuevas culturas que tenemos que inventar están cerca, dos o tres generaciones atrás y, afortunadamente, han sido estudiados. Usando la cultura de raíz también es más fácil llegar a los receptores. La cultura popular es la única compatible con el comunitarismo y coherente en la forma con el propio cambio que debe propugnar su contenido.
Las nuevas culturas
Para imaginar esa nueva civilización
las prácticas artísticas son un aliado porque tienen la capacidad de hacer visible lo invisible y sensible lo abstracto.
(pág. 114, José María Parreño)
ya sea
desde obras más prácticas y directas hasta otras sugerentes e inspiradoras.
(pág. 162, Nuria Sánchez-León)
Las obras de arte
nos ayudan a encontrar y matizar modelos para nuestras emociones y percepciones: nos aporta nuevos conocimientos o mejor comprensión para desarrollar un sentido ético y, finalmente, la ficción dota a nuestra existencia diaria de nuevos significados.
(pág. 186, Carmen Flys Junquera)
pues,
dada su perduración en el tiempo, la literatura puede ser interpretada como si fuera filosofía y utilizada como un modelo para influir en la vida de varias generaciones.
(pág. 186, Carmen Flys Junquera)
Además las autoras nos presentan, de manera crítica, unos cuantos ejemplos de los productos artísticos de esas humanidades ambientales en las artes plásticas (capítulos 5 a 8 firmados por Carmen Ruíz Marín, José María Parreño, Chiara Sgaramella y Nuria Sánchez-León) el audiovisual (capítulo 9 de Lorena Rodríguez Mattalía), la literatura (el excelente capítulo 10 de Carmen Flys Junquera) y la gastronomía (capítulo 12 de Margarita Carretero González dedicado al veganismo).
Algunos ejemplos pioneros
De entre los muchos ejemplos citados como semilla del nuevo relato me parece apropiado resaltar a tres pioneras de los distintos ámbitos. En el de las artes plásticas creo que merece ser destacada una vez más la intervención que Agnes Denes hizo en Manhattan en 1982, en la que escogió un solar sin edificar cercano a las torres gemelas en el que sembró, cultivó y recolectó trigo.
Carmen Marín Ruíz, en su ensayo, cita la certera explicación de la artista:
El campo de trigo era un símbolo, un concepto universal, representaba la comida, la energía, el comercio mundial, la economía. Se refería a la gestión de la basura, al hambre en el mundo y a las preocupaciones ecológicas. Era también una intrusión en la ciudadela, una confrontación con la alta civilización. Era además el Shangri-La, un pequeño paraíso, la infancia de cada uno, una tarde de verano en el campo, paz, valores perdidos, placeres simples.
En el ámbito audiovisual la pieza La isla de las flores (1989) en la que Jorge Furtado, desde un falso objetivismo, desmonta la lógica del capitalismo extractivista para ponernos delante de sus ojos las consecuencias.
Carmen Flys recomienda la obra ensayística y artística de Ursula K. Leguin de la que cabe citar la ficción El eterno regreso a casa (1985) porque enraiza con muchas de las ideas aportadas en estos ensayos: la recuperación de las culturas indígenas como las más adaptadas al entorno, la convivencia con el resto de la naturaleza, la preeminencia de lo colectivo sobre lo individual,… Ideas en las que la autora también funda otras de sus ficciones más difundidas por asequibles al gran público como El nombre del mundo es bosque (1972) o Los desposeídos (1974).
Hola Rodrigo,
Me parece muy acertada tu reflexión.
Hay algo que vengo observando desde hace años en ciertos colectivos (partidos verdes y de izquierdas, ecologistas, etc.). ¿Como es que si los científicos demuestran X, entonces los ciudadanos no hacen Y?
Efectivamente necesitamos nuevos relatos e ir mucho más allá en la comprensión de cómo funciona el mundo y la sociedad.
Hemos estado tan imbuidos por el racionalismo que hemos dejado de lado otros aspectos igualmente importantes, como las emociones.
Si partimos de la triada Conocimientos-Habilidades-Actitudes nuestra atención ha estado puesta fundamentalmente en Conocimientos, como si las habilidades, por ejemplo de comunicación, fuesen indiferentes para desarrollar un nuevo relato. O cambiar las actitudes defensivas, en lugar de crear nuevas utopías que sean operativas, creíbles y factibles.
En mi trabajo profesional como formador/facilitador con partidos verdes/progresistas veo con frecuencia ese énfasis en el conocimiento y poco en habilidades-actitudes. Aunque lentamente, cada vez tienen más interés en los aspectos de habilidades-actitudes.