Emma Gascó

Instrucciones para cazar un grillo

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(Texto incluido en el libro La vida en el centro, co-escrito junto a Yayo Herrero y Marta Pascual, con ilustraciones de Emma Gascó, y publicado por Ecologistas en Acción.)

Las niñas y niños no sabían cazar grillos. Es más, no sabían cómo era un grillo. Solo lo habían visto en los cuentos (donde siempre salen dibujados con la cara más redonda y con las antenas menos curvadas) y pensaban que el cri cri lo hacían con la boca. Tampoco sabían qué comen ni cómo es su casa. Si no hubiera sido por Manuela seguirían sin saberlo, porque sus padres y madres también habían nacido en la ciudad.

Ocurrió en vacaciones y por eso nadie recuerda qué día de la semana era. Aunque domingo seguro que no porque llevaban zapatillas en vez de zapatos. Manuela los encontró subidos a unas piedras que se habían convertido en un barco capaz de volar y subir montañas y les invitó a caminar por el campo.

Vamos a cazar un grillo, pero solo para que lo veáis y lo invitéis a subir por vuestro brazo, luego lo soltamos, ¿hay trato? Y dijeron que sí.

Como no estaban en el colegio no hacía falta ponerse en fila para moverse, pero caminaban bastante cerca unas de otros. Hay que caminar en silencio, siguiendo el sonido del grillo, como cuando se juega al escondite inglés, si el sonido para, te paras hasta que lo vuelvas a escuchar. Y las niñas y niños se dieron cuenta de que en la ciudad había muchas otras cosas, además de los grillos, que no se escuchaban. Si el cri cri se reanuda vuelves a caminar hacia él. Y comprobaron que si te concentras llegas a la entrada de la grillera. Los oídos en el campo son capaces de seguir a un sonido leve, un sonido que en la ciudad queda aplastado debajo de los coches. Si hay suerte el grillo estará en la entrada de su pequeña madriguera, que mantiene siempre limpia, pero al más leve chasquido se meterá hacia dentro. Y aunque iban con cuidado, como eran demasiados pies caminando por el campo cuando encontraron la grillera el grillo ya se había metido para dentro, así que no pudieron ver cómo cantaba en la puerta. Hay que preparar una pajita quitándole todas las semillas, una que no sea muy larga y que no sea muy dura. Y prepararon tantas pajitas como niñas y niños había, aunque finalmente solo tuvieron que utilizar una. Ahora hay que meter la pajita por el lado más fino, a veces la grillera está ladeada así que hay que moverla un poquito. Tened en cuenta que la pajita le molesta y por eso sale, así que hay que hacerlo con cuidado. Y salió el grillo. Lo invitaron a pasear por los brazos teniendo mucho cuidado de no hacerle daño en las patas. Sus seis patas les hacían cosquillas. Cuidaron al grillo como se cuidan las cosas importantes.

Después, justo antes de volver a dejarlo en la puerta de su madriguera, Manuela sopló las alas. Todas y todos escucharon nítidamente cómo sonó cri cri sin que el grillo abriera la boca.

Las vacaciones se terminaron y se terminó el campo y las piedras grandes por las que escalar. Se terminó merendar a la sombra de los alcornoques y seguir el rastro que las babosas dejan en el camino. Se terminaron los sonidos leves y las grilleras.

Al volver al colegio les repartieron una cartulina por grupos y les dijeron: Imaginad cómo os gustaría que fuese la ciudad dentro de cincuenta años y representadla en el mural.

Dibujaron coches que vuelan, edificios altos, calles de color gris metalizado, centros comerciales con zonas de juego de plástico, farolas que iluminan la noche, carreteras a varias alturas, aceras estrechas, calles anchas, pasos de cebra y semáforos. Un parque pequeño con tres árboles en una esquina.

Se olvidaron los niños y las niñas de imaginar sus sueños.

Todos menos un grupo que, en su cartulina, representó una ciudad que se había convertido en un campo verde y lleno de grillos.

Emma Gascó
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