Demián Morassi

¿Por qué el Ecosocialismo? Por un futuro rojiverde

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(Publicado originalmente en Great Transition Initiative. Traducido por Daniel Ruilova y revisado por Manuel Casal Lodeiro.)

El sistema capitalista, impulsado en su núcleo por la maximización de ganancias, sin consideraciones por los costos sociales y ecológicos, es incompatible con un futuro justo y sustentable. El ecosocialismo ofrece una alternativa radical que ubica al bienestar social y ecológico en primer lugar. Consciente de los vínculos entre la explotación del trabajo y la explotación del ambiente, el ecosocialismo se erige en contra tanto de la reformista ecología de mercado y del socialismo productivista. Al adoptar un nuevo modelo de planificación fuertemente democrática, la sociedad puede tomar el control de los medios de producción y de su propio destino. Jornadas de trabajo más cortas y un énfasis en las auténticas necesidades por sobre el consumismo, pueden facilitar la elevación del ser por encima del tener, y el logro de un sentido de libertad más profundo para todas las personas. Para alcanzar esta visión, sin embargo, ecologistas y socialistas tendrán que reconocer su lucha común, y cómo eso se conecta con el más amplio movimiento de movimientos en busca de una Gran Transición.

Introducción

La civilización capitalista contemporánea está en crisis. La ilimitada acumulación de capital, la mercantilización de todo, la explotación despiadada del trabajo y la naturaleza y la competencia brutal, erosionan las bases de un futuro sustentable, y por ello arriesgando la supervivencia misma de la especie humana. La amenaza profunda y sistémica que enfrentamos exige un cambio profundo y sistémico: una Gran Transición.

Sintetizando los principios básicos de la ecología y la crítica marxista de la economía política, el ecosocialismo ofrece una alternativa radical a un status quo insostenible. Al rechazar una definición capitalista de progreso basada en el crecimiento del mercado y la expansión cuantitativa (el que, como mostró Marx, es un progreso destructivo), defiende políticas basadas en criterios no-monetarios, como las necesidades sociales, el bienestar individual y el equilibrio ecológico. El ecosocialismo ofrece una crítica tanto de la ecología de mercado predominante, que no cuestiona el sistema capitalista, y al socialismo productivista, que ignora los límites naturales.

A medida que las personas se dan cuenta de cómo se entrelazan las crisis económica y ecológica, el ecosocialismo ha ido ganando adherentes. El ecosocialismo, como movimiento, es relativamente nuevo, pero algunos de sus argumentos básicos se pueden rastrear hacia los escritos de Marx y Engels. Ahora, intelectuales y activistas están recobrando este legado y buscando una reestructuración radical de la economía de acuerdo a los principios de la planificación ecológica democrática, ubicando las necesidades planetarias y humanas en primer lugar.

Los socialismos realmente existentes del siglo veinte, con sus burocracias frecuentemente despreocupadas por el ambiente, no ofrecen un modelo atractivo para las y los ecosocialistas de hoy. Más bien, debemos trazar un nuevo camino por venir, uno que se relacione con la miríada de movimientos alrededor del planeta que comparten la convicción de que un mundo mejor no solo es posible, sino que además necesario.

Planificación ecológica democrática

El núcleo del ecosocialismo es el concepto de planificación ecológica democrática, en la que la población misma, no el mercado o un politburó, toma las principales decisiones sobre la economía. Al comienzo de la Gran Transición hacia este nuevo modo de vida, con su nuevo modo de producción y consumo, algunos sectores de la economía deben suprimirse (por ejemplo la extracción de combustibles fósiles implicada en la crisis climática) o reestructurarse, mientras que se desarrollan nuevos sectores. La transformación económica debe ser acompañada por la búsqueda activa del pleno empleo con iguales condiciones de trabajo y salario. Esta visión igualitaria es esencial tanto para construir una sociedad justa como para atraer el apoyo de la clase trabajadora hacia la transformación estructural de las fuerzas productivas.

Finalmente, una visión como esta es irreconciliable con el control privado de los medios de producción y los procesos de planificación. En particular, para que las inversiones y las innovaciones tecnológicas sirvan al bien común, la toma de decisiones debe alejarse de los bancos y las empresas capitalistas que dominan actualmente, y ser ubicada en el dominio público. Entonces, la sociedad misma, y no una pequeña oligarquía de propietarios ni una elite de tecno-burócratas, decidirá democráticamente que líneas productivas van a ser privilegiadas, y cómo se van a invertir los recursos en educación, salud y cultura. Decisiones más grandes sobre las prioridades de inversión —como terminar con todas las plantas en base a carbón o dirigir subsidios agrícolas a la producción ecológica— serían tomadas por voto popular directo. Otras decisiones menos importantes serían tomadas por cuerpos electos, a escala nacional, regional o local, según corresponda.

A pesar de las prédicas conservadoras en contra de la planificación central, la planificación ecológica democrática finalmente promueve más libertad, no menos, por varias razones. Primero, ofrece liberación de las reificadas leyes económicas del sistema capitalista que encadenan a los individuos a lo que Max Weber llamó una “jaula de hierro”. Los precios de los bienes no serían dejados a las leyes de la oferta y la demanda, sino que, de hecho, reflejarían las prioridades sociales y políticas, con el uso de impuestos y subsidios para incentivar bienes sociales y desincentivar males sociales. Idealmente, a medida que avanza la transición ecosocialista, más productos y servicios críticos para satisfacer las necesidades humanas fundamentales serían libremente distribuidos, de acuerdo a la voluntad de las ciudadanas y ciudadanos.

En segundo lugar, el ecosocialismo proclama un incremento sustancial del tiempo libre. La planificación y la reducción del tiempo de trabajo son dos pasos decisivos hacia lo que Marx llamó “el reino de la libertad”. Un aumento significativo del tiempo libre, es, de hecho, una condición para la participación de las personas trabajadoras en la discusión y administración democrática de la economía y la sociedad.

Por último, la planificación ecológica democrática representa un ejercicio por parte de la sociedad completa de su libertad para controlar las decisiones que afectan su destino. Si bajo un ideal democrático no se entregaría el poder de decisión político a una pequeña elite, ¿por qué debería aplicarse el mismo principio a las decisiones económicas? Bajo el capitalismo, el valor de uso —el valor de un producto o servicio para el bienestar — solo existe al servicio del valor de cambio, o el valor en el mercado.Así, muchos productos en la sociedad contemporánea son socialmente inútiles, o diseñados para su rápido recambio (la obsolescencia programada). Al contrario, en una economía planificada ecosocialista, el valor de uso sería el único criterio para la producción de bienes y servicios, con consecuencias económicas, sociales y ecológicas de largo alcance.[1]

La planificación pondría el foco en las decisiones económicas a gran escala, no las decisiones a pequeña escala que podrían afectar a los restaurantes locales, almacenes, pequeñas tiendas o emprendimientos artesanales. Es importante señalar que una planificación así es consistente con la auto-gestión de sus unidades productivas. La decisión, por ejemplo, de transformar una planta desde la producción de automóviles a la producción de buses y tranvías sería tomada por la sociedad en su conjunto, pero la organización interna y el funcionamiento de la empresa seria controlado democráticamente por sus trabajadores. Ha habido mucha discusión sobre el carácter centralizado o descentralizado de la planificación, pero es más importante el control democrático en todos los niveles —local, regional, nacional, continental o internacional—. Por ejemplo, temas ecológicos planetarios tales como el calentamiento global, deben ser abordados a una escala mundial, y por lo tanto requieren de alguna forma de planificación democrática mundial.

El debate democrático y pluralista debería ocurrir en todos los niveles. A través de partidos, plataformas u otros movimientos políticos, las diversas proposiciones serían ser presentadas a las personas, y los delegados serían elegidos de forma consecuente con ello. Sin embargo, la democracia representativa debe ser complementada —y corregida— por una democracia directa permitida por Internet, a través de la cual las personas elijan —a nivel local, nacional y después, mundial— entre las opciones sociales y ecológicas más grandes. ¿Debería ser gratis el transporte público? ¿Deberían los dueños de automóviles privados pagar impuestos especiales para subsidiar el transporte público? ¿Debería subsidiarse la energía solar para poder competir con la energía fósil? ¿Debería reducirse la semana laboral a 30, 25 o menos horas, con la consiguiente reducción de la producción?

Una planificación democrática como ésta necesita contribuciones expertas, pero su rol es educativo, es presentar visiones informadas sobre resultados alternativos a la consideración en procesos populares de toma de decisiones. ¿Qué garantía hay de que las personas tomarán las decisiones ecológicamente acertadas? Ninguna. El ecosocialismo apuesta por que las decisiones democráticas se vuelvan cada vez más razonadas e ilustradas a medida que la cultura cambia y se rompe la atadura del fetichismo de la mercancía. Uno no puede imaginar una sociedad así sin conseguir, a través de la lucha, la auto-educación y la experiencia social, de un alto nivel de conciencia socialista y ecológica. En cualquier caso, ¿no son las alternativas —el mercado ciego o una dictadura ecológica de expertos— mucho más peligrosas?

La Gran Transición desde el progreso destructivo capitalista hacia el ecosocialismo es un proceso histórico, una transformación revolucionaria y permanente de la sociedad, la cultura y las mentalidades. Promulgar esta transición lleva no solo a un nuevo modo de producción y una sociedad igualitaria y democrática, sino que además a un modo de vida alternativo, una civilización ecosocialista, más allá del reino del dinero, más allá de los hábitos de consumo producidos artificialmente por la publicidad, y más allá de la producción ilimitada de mercancías inútiles y/o dañinas para el ambiente. Un proceso de transformación como este depende el apoyo activo de la vasta mayoría de la población para un programa ecosocialista. El factor decisivo en el desarrollo de la conciencia socialista y la preocupación ambiental es la experiencia colectiva de la lucha, desde las confrontaciones locales y parciales hasta el cambio radical de la sociedad mundial como un todo.

La cuestión del crecimiento

El tema del crecimiento económico ha dividido a socialistas y ambientalistas. El ecosocialismo, sin embargo, rechaza el marco dualista de crecimiento versus decrecimiento, desarrollo versus anti-desarrollo, porque ambas posiciones comparten una concepción solamente cuantitativa de las fuerzas productivas. Una tercera posición resuena más con la tarea por delante: la transformación cualitativa del desarrollo.

Un nuevo paradigma de desarrollo significa poner término al escandaloso desperdicio de recursos bajo el capitalismo, impulsado por la producción a gran escala de productos inútiles y dañinos. La industria de las armas es, por supuesto, un ejemplo dramático, pero más en general, el propósito primario de muchos de los bienes producidos —con su obsolescencia programada— es generar ganancias para grandes corporaciones. El tema no es el consumo excesivo de forma abstracta, sino que el tipo de consumo prevalente, basado como está en el desecho masivo y la búsqueda conspícua y compulsiva de novedades promovidas por la moda. Una nueva sociedad orientaría la producción hacia la satisfacción de auténticas necesidades, incluyendo el agua, la comida, la vestimenta, la vivienda, y servicios básicos como la salud, la educación, el transporte y la cultura.

Obviamente, los países del Sur Global, donde estas necesidades están muy lejos de ser satisfechas, debe buscarse el desarrollo más bien clásico: vías férreas, hospitales, sistemas de alcantarillado y otras infraestructuras. Sin embargo, más que emular cómo los países ricos construyeron sus sistemas productivos, estos países pueden perseguir el desarrollo de formas ecológicamente más amistosas, incluyendo la rápida introducción de energías renovables. Mientras que muchos países más pobres necesitarán expandir su producción agrícola para combatir el hambre y la población en aumento, la solución ecosocialista es la promoción de métodos agroecológicos enraizados en unidades familiares, cooperativas o granjas colectivas de mayor escala, no los métodos destructivos del agronegocio industrializado tales como el uso intensivo de pesticidas, químicos y organismos genéticamente modificados (OGMs).[2]

Al mismo tiempo, la transformación ecosocialista acabaría con el atroz sistema de deuda que ahora enfrenta el Sur Global como también con la explotación de sus recursos por países industriales avanzados y aquellos en rápido desarrollo como China. En vez de eso, podemos imaginar un fuerte flujo de ayuda técnica y económica desde el Norte hacia el Sur, enraizada en un fuerte sentido de solidaridad y en el reconocimiento de que los problemas planetarios exiguen soluciones planetarias. Esto no debe implicar que las personas en los países ricos reduzcan su estándar de vida, solo que eviten el consumo obsesivo, inducido por el sistema capitalista, de mercancías inútiles que no satisfacen necesidades reales o contribuyen al bienestar y prosperidad humano.

Pero ¿cómo distinguimos a las necesidades auténticas de aquellas artificiales y contraproducentes? A un grado considerable, las últimas son estimuladas por la manipulación mental de la publicidad. En las sociedades capitalistas contemporáneas, la industria de la publicidad ha invadido todas las esferas de la vida, dando forma a todo desde la comida que comemos y las ropas que vestimos a los deportes, la cultura, la religión y la política. La publicidad promocional se ha vuelto omnipresente, infectando insidiosamente nuestras calles, paisajes y medios tradicionales y digitales, moldeando hábitos de consumo conspicuos y compulsivos. Más aún, la industria de la publicidad misma es una fuente considerable de desperdicio de recursos naturales y tiempo de trabajo, finalmente pagados por el consumidor, por una rama de producción que está en contradicción directa con las necesidades socio-ecológicas reales. Mientras que es indispensable para la economía de mercado capitalista, la industria de la publicidad no tendría lugar en una sociedad en transición al ecosocialismo; sería reemplazada por asociaciones de consumidores que veten y diseminen información sobre los bienes y servicios. Mientras se desarrollen en algún grado estos cambios, los viejos hábitos persistirán por algún tiempo, y nadie tiene el derecho de dictar los deseos de las personas. Alterar los patrones de consumo es un desafío educacional en desarrollo dentro de un proceso histórico de cambio cultural.

Una premisa fundamental del ecosocialismo es que en una sociedad sin divisiones marcadas entre clases y sin alienación capitalista, el ser tomará precedencia por sobre el tener. En vez de perseguir bienes infinitos, las personas buscarán más tiempo libre, y los logros y el sentido personales se podrán conseguir a través de actividades culturales, atléticas, recreacionales, científicas, eróticas, artísticas y políticas. No hay evidencia de que la codicia compulsiva provenga de una naturaleza humana intrínseca, como sugiere la retórica conservadora. Más bien, es inducida por el fetichismo de la mercancía inherente al sistema capitalista, por la ideología dominante, y por la publicidad. Ernest Mandel sintetiza muy bien este punto crítico: “La acumulación continua de más y más bienes (…) no es por ningún motivo una característica universal o predominante en el comportamiento humano. El desarrollo de talentos e inclinaciones por su propia cuenta; la protección de la salud y la vida; el cuidado de los niños; el desarrollo de relaciones sociales ricas (…) se vuelven las principales motivaciones una vez que se han satisfecho las necesidades materiales básicas”.[3]

Es evidente que incluso una sociedad sin clases enfrentará conflictos y contradicciones. La transición al ecosocialismo enfrentaría tensiones entre los requerimientos de la protección del ambiente y la satisfacción de las necesidades sociales, entre los imperativos ecológicos y el desarrollo de infraestructura básica, entre los hábitos de consumo populares y la escasez de recursos, entre los impulsos comunitarios y cosmopolitas. Las luchas entre deseos en competencia son inevitables. Por lo tanto, pesar y balancear estos intereses debe convertirse en la tarea de un proceso de planificación democrático, liberado de los imperativos de la búsqueda de capital y ganancias, para llegar a soluciones a través del discurso público transparente, plural y abierto. Una democracia participativa como esta en todos los niveles no significa que no habrá errores, pero posibilita la auto-corrección por parte de los miembros de la colectividad social de sus propios errores.

Raíces intelectuales

Aunque el ecosocialismo es un fenómeno reciente, sus raíces intelectuales se pueden rastrear hacia atrás a Marx y Engels. Como las preocupaciones ambientales no fueron tan sobresalientes en el siglo diecinueve en comparación con nuestra era de catástrofe ecológica incipiente, éstas no tuvieron un papel central en las obras de Marx y Engels.

Algunos pasajes de Marx y Engels (y por cierto en las corrientes marxistas dominantes que siguieron) sí adoptan una postura a-crítica hacia las fuerzas productivas creadas por el capital, tratando al “desarrollo de las fuerzas productivas” como el factor principal en el progreso humano. Sin embargo, Marx se opuso radicalmente a lo que ahora llamamos productivismo: la lógica capitalista por la cual la acumulación de capital, riqueza y mercancías se convierte un fin en sí mismo. La idea fundamental de una economía socialista —en oposición a las caricaturas burocráticas que prevaleceron en los experimentos socialistas del siglo veinte— es producir valores de uso, bienes que necesariamente sean para la satisfacción de las necesidades, el bienestar y el pleno desarrollo de las personas. La característica central del progreso técnico para Marx no era el crecimiento indefinido de productos (tener) sino que la reducción del trabajo socialmente necesario y el concomitante aumento del tiempo libre (ser).[4] El énfasis de Marx sobre el autodesarrollo comunista, en el tiempo libre para actividades artísticas, eróticas o intelecturales —en contraste con la obsesión capitalista por el consumo de más y más bienes materiales— impica una reducción decisiva de la presión sobre el ambiente natural.[5]

Már allá del supuesto beneficio para el ambiente, una contribución marxiana clave para el pensamiento ecológico socialista es la atribución al capitalismo de una fractura metabólica: es decir, una ruptura del intercambio material entre las sociedades humanas y el ambiente natural. El tema es discutido, inter alia, en un pasaje bien conocido de El Capital:

La producción capitalista (…) vuelve un problema el intercambio material entre el hombre y la tierra; así como la eterna condición natural de la fertilidad duradera de la tierra, haciendo más difícil la restitución de la tierra porque los ingredientes que requiere le son quitados y usados bajo la forma de alimentos, de ropa, etc. (…) Por otro lado, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de explotar al obrero, sino también en el arte de despojar a la tierra (…) Más un país (…) se desarrolla sobre la base de la gran industria, más este proceso de destrucción se hace realidad rápidamente. La producción capitalista desarrolla la técnica y la combinación del proceso de producción social mientras va minando, al mismo tiempo, las dos fuentes de donde sale toda riqueza: la tierra y el trabajador.[6]

Este importante fragmento clarifica la visión dialéctica de Marx sobre las contradicciones del progreso y sus consecuencias destructivas para la naturaleza bajo condiciones capitalistas. El ejemplo, por supuesto, se limita a la pérdida de fertilidad del suelo. Pero sobre esta base, Marx traza la visión más amplia de que la producción capitalista encarna una tendencia a socavar las “condiciones naturales eternas”. Desde un punto de vista similar, Marx reitera su argumento más conocido de que la misma lógica depredadora del capitalismo explota y degrada a los trabajadores.

Mientras la mayoría de los ecosocialistas contemporáneos están inspirados por las intuiciones de Marx, la ecología se ha vuelto por lejos mucho más central en su análisis y acción. Durante las décadas de 1970 y 1980 en Europa y los EE.UU., empezó a tomar forma un socialismo ecológico. Manuel Sacristán, un filósofo comunista disidente, fundó en 1979 la revista ecosocialista y feminista Mientras Tanto, introduciendo el concepto dialéctico de “fuerzas productivas-destructivas”. Raymond Williams, un socialista británico y fundador de los estudios culturales modernos, se convirtió en uno de los primeros en Europa en llamar por un “socialismo ecológicamente conciente” y se le atribuye con frecuencia el mérito por acuñar el término “ecosocialismo”. André Gorz, un filósofo francés y periodista, argumentó que la ecología política debe contener una crítica del pensamiento económico y llamaba a una transformación ecológica y humanista del trabajo. Barry Commoner, un biólogo norteamericano, argumentó que el sistema capitalista y su tecnología –y no el crecimiento de la población– era responsable por la destrucción del ambiente, lo que lo llevó a concluir que “algún tipo de socialismo” era la alternativa realista.[7]

En la década de 1980, James O’Connor fundó la influyente revista Capitalism, Nature and Socialism, que se inspiró en su idea de la “segunda contradicción del capitalismo”. En esta formulación, la primera contradicción marxista es aquella entre las fuerzas y las relaciones de producción; la segunda contradicción se encuentra entre el modo de producción y las “condiciones de producción”, especialmente, el estado del ambiente.

Una nueva generación de eco-marxistas apareció en los años 2000, incluyendo a John Bellamy Foster y otras personas en torno a la revista Monthly Review, que desarrolló más aún el concepto marxiano de fractura metabólica entre las sociedades humanas y la naturaleza. El 2001, Joel Kovel y el presente autor escribieron “Un manifiesto ecosocialista” que luego fue más desarrollado por los mismos autores, junto con Ian Angus, en el Manifiesto Ecosocialista de Belem, en el 2008, y que fue firmado por cientos de personas de cuarenta países y distribuído en el Foro Social Mundial el 2009. Desde entonces se ha convertido en una referencia importante para ecosocialistas alrededor del mundo.[8]

¿Por qué las y los ecologistas necesitan ser socialistas?

Como los autores mencionados y otros han mostrado, el capitalismo es incompatible con un futuro sostenible. El sistema capitalista, una máquina de crecimiento económico impulsada por los combustibles fósiles a partir de la Revolución Industrial, es el principal responsable del cambio climático y la crisis ecológica más amplia en la Tierra. Su lógica irracional de expansión y acumulación infinita, el desperdicio de recursos, el consumo ostentoso, la obsolescencia planificada y la búsqueda de ganancias a cualquier costo está llevando al planeta al borde del precipicio.

¿Ofrece el capitalismo verde —la estrategia de reducir el impacto ambiental mientras se mantienen las instituciones económicas dominantes— una solución? La imposibilidad de un escenario de políticas de reforma de estas características, se puede ver de forma más clara en el fracaso para abordar efectivamente el cambio climático durante un cuarto de siglo de conferencias internacionales.[9]

Por ejemplo, en la conferencia climática de Paris el 2015 muchos países resolvieron llevar a cabo esfuerzos serios para mantener las temperaturas mundiales promedio por debajo de 2°C de calentamiento (idealmente, ellos acordaron, debajo de 1,5°C de calentamiento).

Correspondientemente, se ofrecieron de forma voluntaria a implementar medidas para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, no pusieron mecanismos de aplicación establecidos ni consecuencias por el incumplimiento, y por lo tanto no hubo garantías de que ningún país mantendría su palabra. Los EE.UU., el segundo mayor productor de emisiones de carbono, ahora está gobernado por un negacionista climático que empujó a los EE.UU. fuera del Acuerdo de París. Incluso si todos los países alcanzaran sus compromisos, la temperatura global aumentaría 3°C o más, con un gran riesgo de un horrible cambio climático irreversible.[10]

Por último, el error fatal del capitalismo verde se encuentra en el conflicto entre la micro-racionalidad del mercado capitalista, con su cálculo cortoplacista de ganancia y pérdida, y la macro-racionalidad de la acción colectiva por el bien común. La lógica ciega del mercado se resiste a una rápida transformación energética lejos de la dependencia de los combustibles fósiles que están en contradicción intrínseca con la racionalidad ecológica. El punto no es enjuiciar a los capitalistas ecocidas malos en oposición a los capitalistas verdes buenos; el error se encuentra en un sistema basado en la competencia despiadada y en una carrera por ganancias a corto plazo que destruyen el balance de la naturaleza. El desafío ambiental —construir un sistema alternativo que refleje el bien común en su ADN institucional— se vuelve inextricablemente unido al desafío socialista.

Ese desafío requiere construir lo que E. P. Thompson denominó una “economía moral” basada en principios no-monetarios y extra-económicos, principios socio-ecológicos y gobernada a través de procesos democráticos de toma de decisiones.[11] Mucho más que una reforma progresiva, lo que se necesita es la aparición de una civilización social y ecológica que haga nacer nueva estructura energética y un conjunto de valores y modo de vida post-consumista. Realizar esta visión no será posible sin la planificación pública y el control sobre los medios de producción, los recursos físicos utilizados para producir valor económico, tales como las instalaciones, la maquinaria y la infraestructura.

Una política ecológica que funcione dentro de las instituciones prevalecientes y las reglas de la economía de mercado no alcanzará a cumplir los profundos desafíos ambientales que enfrentamos. Las y los ambientalistas que no reconozcan cómo el productivismo fluye desde la lógica de la ganancia están destinadas al fracaso; o, peor aun, a ser absorbidas por el sistema. Los ejemplos abundan. La falta de una postura anti-capitalista coherente llevó a la mayoría de los partidos verdes eutopeos —de forma notable en Francia, Alemania, Italia y Bélgica— a convertirse en simples compañeros eco-reformistas en la administración socio-liberal del capitalismo por parte de gobiernos de centro-izquierda.

Por supuesto, a la naturaleza no le fue mucho mejor bajo el socialismo al estilo soviético que bajo el capitalismo. De hecho, esa es una de las razones por las que el ecosocialismo transmite un programa y una visión muy diferentes de las del socialismo realmente existente del pasado. Ya que las raíces del problema ecológico son sistémicas, el ambientalismo necesita desafiar al sistema capitalista prevaleciente, y eso significa tomarse en serio la síntesis del siglo veitiuno entre ecología y socialismo: ecosocialismo.

¿Por qué las y los socialistas necesitan ser ecologistas?

La supervivencia de la sociedad civilizada, y quizás de mucha de la vida en el Planeta Tierra, está en juego. La teoría o movimiento socialista que no integre la ecología como un elemento central de su programa y estrategia es anacrónico e irrelevante.

El cambio climático representa la expresión más amenazante de la crisis ecológica planetaria, planteando un desafío sin precedentes históricos. Si se permite que las temperaturas mundiales excedan los niveles pre-industriales por más de 2°C, la comunidad científica proyecta consencuencias terribles y crecientes, tales como un aumento en el nivel del mar tan grande que podría arriesgar con hundir la mayoría de los poblados marítimos, desde Dacca en Bangladesh hasta Ámsterdam, en Venecia, o Nueva York. La desertificación a gran escala, la alteración del ciclo hidrológico y el resultado en la agricultura, eventos climáticos más extremos y frecuentes, y la extinción masiva de especies. Ya estamos en 1°C de calentamiento. ¿A qué aumento de las temperaturas —5, 6, o 7°C— llegaremos a un punto crítico más allá del cual el planeta no pueda soportar la vida civilizada o incluso se vuelva inhabitable?

Particularmente preocupante es el hecho de que los impactos en el cambio climático se están acumulando a un ritmo mucho más rápido de lo que predijeron las y los científicos climáticos, quienes —como la mayoría de científicos— tienen a ser altamente cuidadosos. La tinta no se termina de secar en un Informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, cuando los crecientes impactos en el clima lo hacen ver muy optimista. Mientras que antes el énfasis estuvo en lo que sucedería en el futuro distante, la atención se ha vuelto crecientemente hacia lo que enfrentamos ahora y en los años venideros.

Algunos socialistas reconocen la necesidad de incorporar la ecología, pero objetan al término ecosocialismo, argumentando que el socialismo ya incluye la ecología, el feminismo, el antirracismo y otros frentes progresistas. Sin embargo, el término ecosocialismo, al sugerir un cambio decisivo en las ideas socialistas, transmite un importante significado político. Primero, refleja un nuevo entendimiento del capitalismo como un sistema basado no solo en la explotación sino que además en la destrucción: la destrucción masiva de las condiciones para la vida en el planeta. Segundo, ecosocialismo extiende el significado de la transformación socialista más allá de un cambio en la propiedad, hacia una transformación civilizatoria en el aparato productivo, los patrones de consumo y el estilo de vida completo. Tercero, el nuevo término subraya el punto de vista crítico que adopta sobre los experimentos del siglo veinte en nombre del socialismo.

El socialismo del siglo veinte, en sus tendencias dominantes (la socialdemocracia y el comunismo al estilo soviético), fue, en su mejor faceta, desatento al impacto humano en el ambiente, y en la peor, totalmente desdeñosa. Los gobiernos adoptaron y adaptaron los aparatos productivos capitalistas de occidente en un esfuerzo apresurado para desarrollarse, mientras que permanecieron en su mayor parte inconscientes de los profundos costos negativos en la forma de la degradación ambiental.

La Unión Soviética es un ejemplo perfecto. Los primeros años luego de la Revolución de Octubre vieron el desarrollo de una corriente ecológica, y de hecho se tomaron una serie de medidas para proteger el ambiente. Pero hacia fines de los años 1920s, con el proceso de burocratización estalinista en marcha, un productivismo despreocupado se impuso en la industria y la agricultura a través de métodos totalitarios, mientras que los ecologistas fueron marginados o eliminados. El accidente de Chernobyl en 1986 se erige como un dramático símbolo de las desastrosas consecuencias a largo plazo.

Cambiar a quien posee la propiedad sin cambiar cómo es administrada esa propiedad es un callejón sin salida. El socialismo debe colocar a la administración y reorganización democrática del sistema productivo en el corazón de la transformación, junto a un fuerte compromiso con una responsabilidad ecológica. Ni el socialismo ni la ecología separados, sino que ecosocialismo.

Ecosocialismo y una Gran Transición

La lucha por el socialismo verde a largo requiere luchar por reformas concretas y urgentes en el corto plazo. Sin ilusiones respecto a las perspectivas que ofrece un capitalismo limpio, el movimiento por la transformación profunda debe intentar reducir los riesgos para las personas y el planeta, mientras compra tiempo para construir el apoyo para un cambio más fundamental. En particular, la batalla para forzar a los poderes a que reduzcan drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero sigue siendo un frente clave, junto con esfuerzos locales para cambiar hacia métodos agroecológicos, energía solar cooperativa y la administración comunitaria de recursos.

Tales luchas concretas e inmediatas son importantes en sí mismas porque las victorias parciales son vitales para combatir la degradación ambiental y la desesperación respecto al futuro. En el largo plazo, estas campañas también ayudan a elevar la conciencia ecológica y socialista y a promover el activismo desde abajo. Tanto la conciencia y la auto-organización son precondiciones decisivas y el fundamento para transformar radicalmente el sistema mundial. La síntesis de miles de esfuerzos locales y parciales hacia un gran movimiento global sistémico va forjando el camino hacia una Gran Transición: una nueva sociedad y modo de vida.

Esta visión inspira la idea popular de un movimiento de movimientos, que se levantó alrededor del movimiento por la justicia global y los Foros Sociales Mundiales y que por muchos años han impulsado la convergencia de movimientos sociales y ambientales en una lucha común. El ecosocialismo no es sino una tendencia dentro de esta corriente mayor, sin pretender que sea más importante o más revolucionaria que otras. Una postura competitiva así alimenta de forma contraproductiva la polarización, cuando lo que se necesita es la unidad.

Más bien, el ecosocialismo busca contribuir a un ethos compartido, adoptado por los variados movimientos por una Gran Transición. El ecosocialismo mismo se ve como parte de un movimiento internacional: ya que la crisis mundial ecológica, económica y social no conoce fronteras, la lucha contra las fuerzas sistémicas que provocan estas crisis también deben ser globalizadas. Están apareciendo muchas intersecciones significativas entre ecosocialismo y otros movimientos, incluyendo esfuerzos para vincular ecofeminismo y ecosocialismo como convergentes y complementarios.[12] El movimiento por la justicia climática reúne al antirracismo y el ecosocialismo juntos en la lucha contra la destrucción de las condiciones de vida de comunidades que sufren discriminación. En los movimientos indígenas, hay líderes que son ecosocialistas, mientras que, por otra parte, muchos ecosocialistas ven el modo de vida indígena, basado en la solidaridad comunitaria y el respeto por la Madre Tierra, como una inspiración para la perspectiva ecosocialista. De forma parecida, el ecosocialismo encuentra voces entre movimientos campesinos, sindicales, decrecentistas y otros.

El movimiento de movimientos que se junta busca el cambio sistémico, convencido que otro mundo es posible más allá de la mercantilización, la destrucción ambiental, la explotación y la opresión. El poder de las atrincheradas elites gobernantes es innegable, y las fuerzas de la oposición radical siguen débiles. Pero están creciendo y se levantan como nuestra esperanza para detener el rumbo catastrófico del crecimiento capitalista. El ecosocialismo entrega una importante perspectiva para nutrir el entendimiento y la estrategia para este movimiento hacia una Gran Transición.

Walter Benjamin definió las revoluciones no como las locomotoras de la historia, como Marx, sino como la humanidad tirando del freno de emergencia antes de que el tren caiga en el abismo. Nunca antes hemos tenido más necesidad de accionar esa palanca y preparar un nuevo camino hacia un destino diferente.

Ecosocialismo rojiverde
Demián Morassi

Notas

[1] Joel Kovel, Enemy of Nature: The End of Capitalism or the End of the World? (New York, Zed Books, 2002), 215.

[2] Vía Campesina, una red mundial de movimientos campesinos, ha defendido desde hace tiempo este tipo de transformación agrícola.

[3] Ernest Mandel, Power and Money: A Marxist Theory of Bureaucracy (London, Verso, 1992), 206.

[4] La oposición entre “tener” y “ser” es bastante discutida en los Manuscritos de 1844. Sobre el tiempo libre como la base del “Reino de la Libertad” socialista, ver Karl Marx, Das Kapital, Volume III, Marx-Engels-Werke series, vol. 25 (1884; Berlin: Dietz Verlag Berline, 1981), 828.

[5] Paul Burkett, Ecological Economics: Toward a Red and Green Political Economy (Chicago, Haymarket Books, 2009), 329.

[6] Karl Marx, Das Kapital, Volume 1, Marx-Engels-Werke series, vol. 23 (1867; Berlin: Dietz Verlag Berlin, 1981), 528-530.

[7] Ver, por ejemplo, Manuel Sacristán, Pacifismo, Ecología y Política Alternativa (Barcelona: Icaria, 1987); Raymond Williams, Socialism and Ecology (London: Socialist Environment and Resources Association, 1982); André Gorz, Ecology as Politics (Boston, South End Press, 1979); Barry Commoner, The Closing Circle: Man, Nature, and Technology (New York: Random House, 1971).

[8] “Manifiesto ecosocialista”, 2001; “Declaración Ecosocialista de Belem«, 16 de diciembre del 2008

[9] Ver https://www.greattransition.org/explore/scenarios para un panorama del escenario de políticas de reforma y otros escenarios globales.

[10] ONU Medio ambiente, Informe sobre la brecha de emisiones (ONU, 2018) (Nairobi: UNEP, 2017). Para una visión general del informe ver: https://news.un.org/en/story/2017/10/569672-un-sees-worrying-gap-between-paris-climate-pledges-and-emissions-cuts-needed.

[11] E. P. Thompson, «La economía ‘moral’ de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII», Revista de Occidente, n° 133 (1973):54-125.

[12] Ver Ariel Salleh’s Ecofeminism as Politics (New York: Zed Books, 1997), y el reciente número de Capitalism, Nature and Socialism (29, nº 1: 2018) sobre “Ecofeminismo contra el capitalismo” con ensayos de Terisa Turner, Ana Isla, y otras.

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Sociólogo y filósofo marxista franco-brasileño. Actualmente es director de investigación emérito del CNRS y profesor de la EHESS de París. En 2001 fue coautor del Manifiesto Ecosocialista Internacional. Además, forma parte del consejo de redacción de revistas como Actuel Marx, ContreTemps y Écologie et Politique y es conferenciante del Instituto Internacional para la Investigación y la Formación de Ámsterdam (IIRF).

1 Comment

  1. […] Por último, la planificación ecológica democrática representa un ejercicio por parte de la sociedad completa de su libertad para controlar las decisiones que afectan su destino. Si bajo un ideal democrático no se entregaría el poder de decisión político a una pequeña elite, ¿por qué debería aplicarse el mismo principio a las decisiones económicas? Bajo el capitalismo, el valor de uso —el valor de un producto o servicio para el bienestar — solo existe al servicio del valor de cambio, o el valor en el mercado.Así, muchos productos en la sociedad contemporánea son socialmente inútiles, o diseñados para su rápido recambio (la obsolescencia programada). Al contrario, en una economía planificada ecosocialista, el valor de uso sería el único criterio para la producción de bienes y servicios, con consecuencias económicas, sociales y ecológicas de largo alcance.[1] […]

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