(Un artículo conjunto de Marian R. Gómez y Pepe Campana.)
En octubre de 2017 publicamos «Alternativas Sistémicas. Una reflexión» sobre el libro Alternativas Sistémicas, de la Fundación Solón. Dejamos para el final el artículo de Elizabeth Peredo Beltrán sobre las corrientes del ecofeminismo y ahora queremos añadir a la reflexión una mirada personal que ayude a resolver “los problemas de dominio que el patriarcado –añádase aquí colonialismo– capitalista ejerce simultáneamente sobre la mujer y la naturaleza”.
El mito del varón
El ecofeminismo aborda dos tipos de relaciones de dominio sobre las que se construye la civilización occidental, la del hombre sobre la mujer y la de la cultura sobre la naturaleza.
Respecto a la primera, durante un tiempo más o menos largo, la fuerza física pudo dotar de cierto sentido a esta jerarquía a favor del hombre, pero incluso este sentido tiende a desaparecer cuando tratas de encajar en él la otra dicotomía jerárquica de sentido inverso, la de cultura y naturaleza (E. Peredo), que podemos representar como mente y cuerpo, analogía más apropiada para mostrar la contradicción que hemos de asumir cuando planteamos la fuerza física como la cualidad que legitimó en tiempos duros esta relación de dominio, ya que la mente, donde radica la capacidad para conseguir los resultados esperados con el menor esfuerzo físico, es jerárquicamente superior al cuerpo, donde radica la fuerza.
En esta encrucijada de punto final, o cuando menos de reducción drástica y acelerada de la complejidad alcanzada como civilización, hay dos reflexiones que hacen referencia a esta doble relación de dominio, y se deben desarrollar de forma entrelazada. La primera la plantea Isabelle Stengers cuando dice «no se trata de combatir el enfoque económico ordinario, se trata de combatir lo que le da autoridad, lo que definió a la tierra como un recurso explotable a voluntad». La segunda tiene que ver con la deconstruccion de la masculinidad «para que el hecho de ser hombre no implique el derecho a usar la violencia (..) para seguir desmontando la distinción entre lo público [lo político] y lo privado».
Para trenzar esta doble reflexión necesitamos palabras que confieran «a lo nombrado el poder de hacernos sentir y pensar en el modo en que el nombre llama». Así lo describe Stengers. Para ella, “objeción de conciencia al crecimiento”, y no decrecimiento, es el nombre que obliga a pensar en los límites y en la injusticia que conlleva la relación de dominio de la cultura sobre la naturaleza.
Para nosotras es más adecuado decir “deconstruir el mito del varón” en lugar de “deconstruir la masculinidad”. Invita de mejor manera a sentir y pensar la desigualdad y la injusticia que la relación de dominio de género conlleva.
«El varón es varón en algunos instantes; la hembra es hembra durante toda su vida» escribe Rousseau en Emilio. No nombra al macho, ni tampoco Françoise d’Eaubonne nombra al hombre cuando plantea que se trata de arrebatarle el planeta al varón de hoy para restituirlo a la humanidad del mañana.
Tampoco el ecofeminismo cuando describe el perfil que encarna los privilegios nombra al macho o al hombre, sino que nombra al varón: «se ha impuesto un sujeto universal, varón, blanco y heterosexual que encarna la normatividad«.
Finalmente, María Eugenia R. Palop, sobre la diversidad que convive con la igualdad escribe «..cuando se subraya la feminidad y lo femenino como un hecho diferencial, lo que se pretende es poner de relieve que las mujeres son las que mayoritariamente generan y viven lo relacional, sin obviar que hay mujeres masculinizadas, como varones feminizados que se han despojado voluntariamente de su aprendida virilidad.»
Desde este marco de referencia queremos trenzar la reflexión de los dominios, en pos de un también doble horizonte, deconstruir el mito del varón y deshacer, a la vez, desde lo colectivo, el hechizo del capitalismo.
Las Edades de Ovidio
Si podemos imaginar un final para la humanidad, como para cualquier otra especie, también podemos imaginar los procesos importantes que la encauzaron por este rumbo, como son el proceso que consolida el predominio de lo individual sobre lo colectivo y el que secuestra lo femenino a la evolución de la humanidad como especie.
Escribió Juan Goytisolo, «se está y ya no se está (..) privilegio de ancestros sin ritos funerarios». En ese tiempo ancestral, la humanidad no distingue la vida de la muerte. En ese tiempo ancestral transcurre la edad de oro, que cultiva la lealtad y la vida apacible del ocio, sin responsable alguno y libres de preocupaciones todos. La vida humana discurre en común con las otras especies y el medio natural que las conforma y a su vez transforman.
La conciencia de los antepasados
A medida que el yo individual y mortal va desplazando al nosotros inmortal y colectivo, emerge la conciencia de los antepasados y los descendientes. Se consolida el predominio de lo individual sobre lo colectivo y la especie humana entra en la edad de plata. Descosiendo la unidad de los opuestos sobre la que asienta el equilibrio universal, arrogante e ingenua, la humanidad comienza a domesticar la naturaleza, sin embargo, permanece la igualdad entre el macho y la hembra en su huella.
La conciencia del linaje
El macho que observa su cara reflejada en el espejo del agua descubre otras caras más jóvenes; algunas se le parecen como dos gotas de agua y otras nada. La hembra y la prole se zambullen en el agua; desaparece el reflejo, pero el pensamiento avanza, y descubre que el poder para que su imagen sobreviva después de él, no está en él.
El apareamiento, tan perfectamente acoplado al placer del macho, no da para muchas elucubraciones y probablemente la hembra humana, con un encaje más complejo del placer, es la primera que asocia la reproducción de la especie, que periódicamente se instala en su cuerpo, con el apareamiento.
El hombre contempla cómo toda la prole que alumbra la mujer da continuidad a su imagen, pues con mayor o menor fidelidad, toda refleja sus rasgos. Para sacarlo de este ensimismamiento, ella le habla de su participación en el apareamiento cuando la prole se le parece, pero el regalo de su participación en el poder del linaje no es suficiente; el hombre ansía para sí la seguridad, la garantía de que su imagen sobrevive después de él.
Bajo lo que María Laffitte denomina la hegemonía viril se construye el mito del varón, investido del poder del linaje, y se oculta a quien lo ostenta detrás de los velos, los niños, los jardines y los guisos, confinada en lo privado como hembra del macho y puntualmente mostrada en sociedad como esposa y madre.
El varón campa a sus anchas por el territorio público de la sociedad. Ni hombre ni mujer, ni macho ni hembra, el mito del varón es la construcción cultural que sostiene la sociedad patriarcal, dentro de la cual se modela el ansia de poseer la certeza sobre antepasados y descendientes y se consuma un linaje extraño para la especie.
«El hombre, en el patriarcado, ejerce personalmente, atormentado por la inseguridad de su descendencia, el derecho de vida y muerte sobre los suyos», escribe Laffitte. Su mente en tensión configura el desplazamiento a la edad de bronce, más cruel y proclive a las armas.
Encarnada en Faetón, Ovidio construye el relato de esta duda atormentada: «concédeme garantías, padre mío, mediante las cuales pueda ser considerado auténtica descendencia tuya y aleja de mi ánimo esta zozobra».
Para Laffitte es la “potencia reguladora de la feminidad” lo que se pierde entonces, y es entonces, «como si lo masculino careciera de instinto de reproducción (..) cuando, fecundados por la ciencia, gestan innumerables series de monstruos mecánicos (..) una fecundidad mecánica que impone sus normas, en plena rebeldía contra su inventor (..) una potencia extraña, poderosa y peligrosa amenaza.»
En los surcos del patriarcado profundiza sin ninguna dificultad la raíz del capitalismo, que cuando accede a la energía fósil traslada a la humanidad a la última de las edades de Ovidio, la del peor metal, cuando la justicia abandona «las tierras humedecidas de matanza».
Pero, ¡es tan difícil de obviar al varón cuando se tiene empapada de varonismo hasta la médula!
Ovidio describe esta dificultad con la metamorfosis de Cicno, quien abandonando el poder para llorar a su amigo Faetón, terminó convirtiéndose en el ave que, no conocida antes, lleva ahora su nombre.
En esta última encrucijada de crisis sistémica, la humanidad cuenta todavía con la «potencia reguladora de la feminidad» (Laffitte). Vencida por la cultura varonil en su ciega ambición de ejercer el poder del linaje, ahora emerge como «alianza entre el feminismo y la ecología» (Peredo), como «amalgama» (Isabelle Stengers) para aprender desde lo heterogéneo a crear una respuesta que no sea salvaje.
Una respuesta en sintonía con la teoría de Gaia (Carlos de Castro), donde no es la competición sino la simbiosis entre las alternativas sistémicas reseñadas, y otras más, el terreno para la viabilidad ecosistémica de la especie.
Notas
Peredo Beltrán, Elizabeth: Trenzando Ilusiones
El ecofeminismo propone un análisis crítico de la economía capitalista y el patriarcado y del pensamiento único que estructura el mundo como pares de opuestos y les otorga un valor jerárquico, hombre-naturaleza; bueno-malo; racional-salvaje (..) Este pensamiento, dicotómico y reduccionista, se traslada a otras dimensiones de la vida y la cultura, a los sistemas de valores: lo bueno y lo malo, la cultura y la naturaleza, la ciencia y el conocimiento tradicional, el hombre y la mujer, el trabajo masculino y el trabajo femenino.
Ovidio: Metamorfosis.
Fue creada la primera edad, la de oro que, sin responsable alguno, por propia iniciativa, sin leyes, cultivaba la lealtad y la rectitud. El castigo y el miedo estaban ausentes (..) todavía no había penetrado en las aguas cristalinas el pino derribado de sus montes (..) los pueblos pasaban la vida en apacible ocio libres de preocupaciones (..) y la rubia miel goteaba de la verde encina.
Después de que, una vez enviado Saturno al tártaro lleno de tinieblas, el mundo estuvo bajo el dominio de Júpiter, llegó la generación de plata (..) Júpiter acortó la duración de la antigua primavera (..) y dividió el año en cuatro periodos (..) Entonces por primera vez entraron en las casas: fueron casas las cuevas (..) entonces por primera vez las semillas de Ceres fueron enterradas en largos surcos y los novillos gimieron oprimidos por el yugo.
Llegó la tercera generación, la de bronce, más cruel de carácter y más dispuesta a las terribles armas, sin embargo, no manchada de crímenes
Al punto irrumpió en la época del peor metal toda iniquidad, huyeron el pundonor y la verdad y la lealtad; su lugar lo ocuparon los engaños, las mentiras, las emboscadas y también la violencia y el criminal deseo de poseer (..) y la tierra, antes común como la luz del sol y las brisas, la marcó con una larga linde el precavido agrimensor (..) se penetró en las entrañas de la tierra, y las riquezas que había escondido y había conducido a las sombras estigias fueron excavadas, acicate de desgracias (..) surge la guerra (..) se vive de lo robado (..) el hijo se interesa por los años de su padre antes de tiempo. Yace vencida la piedad y la Virgen Astrea (la Justicia) ha abandonado, la última de los dioses, las tierras humedecidas de matanza.
Laffitte, María: La secreta guerra de los sexos.
Pero lo varonil no sólo determina las formas culturales; algo más transcendental y peligroso acontece bajo la hegemonía viril (..) como si lo masculino careciera de instinto de reproducción, la fecundidad biológica disminuye (..) y como, debido a la esterilización de la cultura varonil, no halla el hombre frente a sí, la potencia reguladora de la feminidad, sino la dócil voluntad esclavizada del otro sexo, empieza a concebir la idea más o menos inconsciente de suplir la fecundidad biológica, imponiendo a la sociedad una fecundidad bastarda, obra exclusiva de su cerebro en tensión(..) Es entonces cuando, fecundados por la ciencia, gestan innumerables series de monstruos mecánicos (..)La máquina suplantará la natural fecundidad, regida por leyes divinas profundamente sabias (..) una fecundidad mecánica que impone sus normas, en plena rebeldía contra su inventor (..) una potencia extraña, poderosa y peligrosa amenaza.
Ovidio: Faetón.
¿Cuál es para ti la causa del viaje? ¿Qué buscas de esta fortaleza, Faetón, descendencia que no ha de ser desmentida por un padre?
Oh luz común del mundo sin límites, padre Febo, si me permites utilizar este nombre y Clímene no enmascara su culpa bajo una falsa apariencia, concédeme garantías, padre mío, mediante las cuales pueda ser considerado auténtica descendencia tuya y aleja de mi ánimo esta zozobra.
Tú no mereces que se niegue que eres hijo mío y Clímene te ha dicho tu verdadero origen, y, para que no dudes, pide el regalo que quieras, a fin de que lo consigas pues voy a concedértelo. ¡Que sea testigo de mis promesas la laguna desconocida para mis ojos por la que los dioses deben jurar!
Apenas había acabado de hablar, él pide por un día el carro paterno y el dominio y el gobierno de los caballos de alados pies.
Se arrepintió de haber jurado el padre (..).
Mis palabras se han hecho temerarias a causa de las tuyas. Ojalá se me permitiera no concederte lo prometido; me está permitido disuadirte (..) Pides un castigo, Faetón, en lugar de un regalo”.
Pero ya el desgraciado Faetón se arrepiente de haber conocido su linaje y de haber insistido en sus peticiones; ya deseando ser llamado hijo de Mérope (..) es arrastrado (..)y la luna se admira de que los caballos de su hermano corran por debajo de los suyos (..) los incendios convierten en ceniza todos los pueblos junto con sus pobladores; arden los bosques con los montes (..) entonces Faetón contempla el mundo incendiado por todas partes (..) entonces se volvió Libia árida (..) y no permanecen seguros los ríos (..).
Entonces la nutricia tierra levantó reseca su rostro (..) y con excelsa voz habló de esta manera: Arranca de las llamas lo que todavía queda y vela por la perfección de la naturaleza (..).
Entonces Júpiter lanza el dardo blandido junto a su oreja derecha contra el auriga y a la vez lo arranca de la vida y de las ruedas (..) y Faetón con las llamas devastando sus cabellos cae girando hacia el abismo (..) Las Náyades dan sepultura al cuerpo que humea (..) graban también la piedra con este poema:
«Aquí está enterrado Faetón del carro de su padre auriga
Aunque no lo dominó al menos murió por su osadía»Cicno: “…se debilitó su voz de hombre y blancas plumas ocultan sus cabellos y el cuello se alarga enormemente desde el pecho y una ligadura une sus rojizos dedos, las alas cubren su costado, un pico sin punta se adueña de su boca”
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