(Publicado originalmente en INSURGE intelligence. Traducido con permiso por Manuel Casal Lodeiro.)
Todo el mundo habla del Brexit. Y algunos sobre los disturbios en Francia. Pero nadie se está preguntando por qué suceden estos fenómenos, o qué es lo que significan en realidad. Puede que piensen que sí están hablando sobre esas razones o significados, pero lo normal es que estén bastante desorientados.
El 6 de mayo de 2010, el Partido Conservador británico tomó las riendas del poder por primera vez desde 1992, con el apoyo de los Liberal-Demócratas. Unas horas antes de conocerse el resultado de aquellas elecciones, advertía yo en un post que cualquiera que fuese el gobierno elegido, supondría el primer paso en un giro dramático hacia la extrema derecha que probablemente se extendería a través de Occidente en la década siguiente. «El nuevo gobierno, obligado por la sabiduría convencional, no tendrá la capacidad o la voluntad de enfrentarse en serio a la raíz de las causas estructurales de la actual convergencia de crisis que sufre este país, y el mundo», escribí, describiendo el fallo de los tres principales partidos políticos a la hora de entender por qué los buenos tiempos del crecimiento económico era improbable que volviesen.
Esto lleva a pensar que en 5-10 años, todo el sistema de partidos políticos mainstream en este país, y en muchos países de Occidente, va a ser completamente desacreditado a medida que las crisis continúen aumentando, mientras las soluciones de la política dominante sigan contribuyendo en buena medida a empeorarlas en lugar de remediarlas. El colapso del sistema de partidos políticos mayoritarios a lo largo y ancho de los países que fueron cuna de las democracias liberales, podría allanar el camino a una mayor legitimación de las políticas de extrema derecha para finales de esta década…
Mi predicción fue asombrosamente premonitoria. El giro a nivel mundial hacia la extrema derecha comenzó exactamente en los cinco años siguientes a mi pronóstico, y ha continuado acelerándose incluso antes de que acabe la década.
En 2014, los partidos de extrema derecha lograron 172 escaños en las Elecciones Europeas, algo menos de un cuarto de todos los escaños del Parlamento Europeo. En 2015, David Cameron fue reelegido Primer Ministro en el Reino Unido, con mayoría parlamentaria, una victoria atribuida en parte a su promesa de celebrar un referéndum acerca de la permanencia del país en la Unión Europea.
Pese a ser algo desconocido para muchos, los toris habían establecido discretos contactos de amplio alcance con muchos de esos mismos partidos de extrema derecha que ahora estaban sacando escaños en la UE.
En junio del año siguiente, el referéndum del Brexit conmocionó al mundo con su resultado: un voto mayoritario a favor de abandonar la UE.
Seis meses más tarde, el milmillonario gurú inmobiliario Donald Trump causaba una nueva conmoción mundial al proclamarse presidente del país más poderoso del mundo. Al igual que los conservadores en el R.U., los republicanos [estadounidenses] también habían forjado conexiones trasatlánticas con los partidos y movimientos ultras europeos. Desde entonces, los partidos de extrema derecha han continuado ganando apoyo electoral a través de Europa, en Italia, Suecia, Alemania, Francia, Polonia y Hungría.
Estamos en la cúspide de una ola de maremoto, que parece destinada a acelerarse hasta convertirse en un tsunami. Tal como yo había anticipado, las políticas de extrema derecha ya no son algo fuera de lo admitido, sino que se están convirtiendo cada vez más en algo normalizado. Y esto no es por accidente. Es el resultado de un sistema que está fallando, y de los esfuerzos de una red de grupos de extrema derecha para explotar las grietas que surgen de este fallo sistémico para derribarlo todo y erigir un nuevo orden a su gusto.
Mi predicción acerca del resurgimiento de la extrema derecha estaba basado en el análisis de las consecuencias probables de un prolongado fallo sistémico por el cual no podemos regresar a los niveles de crecimiento económico a los que nos habíamos acostumbrado en la jauja de los 1980 y 90. Ese fallo sistémico, explicaba, tiene su raíz en el aspecto económico de la producción de energía que hace posible el crecimiento económico:
(…) no es probable que suceda (…) una recuperación completa y duradera dentro de los límites del sistema actual, porque nos estamos quedando sin la base física de estas últimas décadas (pocas) de crecimiento exponencial (y fluctuante), que no son sino las energías de hidrocarburos baratas y fácilmente accesibles, principalmente petróleo, gas y carbón.
El momento decisivo ha llegado, y sin esa fuente de energía mundial barata y abundante, no podemos continuar creciendo, da igual lo que hagamos. Algo tiene que acabar cediendo. Nuestras economías tienen que ser trasformadas en su fundamento, en su estructura. Necesitamos una transición a un nuevo sistema limpio de energía renovable, sobre el que basar nuestras economías. Tenemos que trasformar la manera en que se crea el dinero, de tal manera que deje de estar ligado a la generación sistemática de deuda. Tenemos que trasformar nuestro sistema bancario desde sus mismos cimientos. Whitehall [el gobierno británico] y los tres partidos políticos, sólo alcanzan a reconocer fragmentos de la imagen, pero no captan el cuadro completo.
El momento decisivo
No hay duda de que el momento decisivo en la cuestión energética ya ha llegado. En los años anteriores al histórico referéndum del Brexit, y al significativo resurgir de los movimientos nacionalistas, populistas y de extrema derecha por toda Europa, ha llegado a todo el continente una crisis energética que se iba gestando silenciosamente.
Ahora Europa es un continente post-PeakOil. En la actualidad, todos y cada uno de los principales extractores [de petróleo] de Europa Occidental están en declive. Según datos de la edición de 2018 del Statistical Review of Energy de British Petroleum, la extracción de petróleo en Europa Occidental llegó a su cénit entre 1996 y 2002. Desde entonces, la extracción ha ido cayendo mientras las importaciones netas se han ido incrementando gradualmente.
En un estudio en dos partes publicado en 2016 y 2017 en la revista de la editorial Springer BioPhysical Economics and Resource Quality, Michael Dittmar investigador en el CERN y en el Instituto de Física de Partículas ETH de Zurich, desarrolló un nuevo modelo empírico de extracción y consumo de petróleo.
Este estudio proporciona el que es, probablemente, uno de los modelos más robustos desde el punto de vista empírico de la extracción y consumo de petróleo hasta la fecha, y la previsión que arrojó da mucho que pensar.
Observando que las exportaciones de petróleo de Rusia y otros países de la antigua URSS están en fase de declive, Dittmar vio que a Europa Occidental le va a resultar difícil reemplazar la pérdida de estas exportaciones. Como resultado, «el consumo total en Europa Occidental está previsto que sea en torno al 20% más bajo en 2020 de lo que fue en 2015».
La única parte del mundo donde la extracción continuará siendo estable durante los próximos 15 ó 20 años es el Oriente Medio de la OPEP. En cualquier otro lugar, concluye Dittmar, la extracción caerá entre un 3 y un 5% cada año después de 2020. Y, en algunas regiones, este declive ya ha comenzado.
No todo el mundo está de acuerdo en que sea inminente un declive pronunciado en la extracción de petróleo en Rusia. El pasado año, el Instituto de Estudios Energéticos de Oxford, afirmaba que la extracción rusa podría continuar creciendo probablemente hasta, por lo menos, 2020. Cuánto más allá se prolongaría era algo que no quedaba claro.
Por otra parte, los propios expertos en energía del gobierno ruso están preocupados. En setiembre de 2018 el Ministro de Energía ruso, Alexander Novak, advirtió de que la extracción de petróleo en Rusia podría llegar a su cénit en tres años, debido a los costes acumulados de extracción y a los impuestos a dicha actividad. En las próximas dos décadas Rusia podría perder casi la mitad de su capacidad actual. Esta grave afirmación, no obstante, resulta muy consistente con el estudio de Oxford.
Al mes siguiente, el Dr. Kent Moor, del grupo de investigación Energy Capital —que ha asesorado a un total de 27 países de todo el mundo, incluyendo los EE.UU. y Rusia—, afirmó que Rusia ya está rebañando el fondo del barril en la joya de sus yacimientos, la cuenca de Siberia Occidental.
Moor mencionó informes internos del Ministerio de Energía ruso que en 2016 advertían de una «curva de declive rápido en Siberia Occidental, que supondría la pérdida de un 8,5% en volumen para 2022. Parte de este [declive] ya se está produciendo». Aunque Rusia está buscando de manera activa estrategias alternativas, escribió Moor, todas ellas son «extraordinariamente caras», y podrían dar a lo sumo resultados temporales.
No es que el petróleo se esté acabando. El petróleo está ahí, en abundancia más que suficiente para freír el planeta varias veces. El reto consiste en que, a medida que pasa el tiempo, nos podemos apoyar menos en el petróleo crudo barato y tenemos que depender más de los combustibles fósiles no convencionales, que son caros y más sucios. Desde el punto de vista energético, estos recursos son más difíciles de extraer y, tras su extracción, menos potentes que el crudo.
El resultado final es que según van decayendo lentamente los suministros de petróleo doméstico de Europa, no existe ninguna estrategia razonable para librarnos de acabar en una dependencia abyecta de Rusia; la transición poscarbono, en consecuencia, es demasiado escasa y llega demasiado tarde; y el impacto sobre las economías de Europa —si continúa el business-as-usual— seguirá perturbando la política de la Unión.
Aunque muy poca gente está hablando de la crisis energética que poco a poco se está cociendo en Europa, lo cierto es que a medida que los recursos propios de combustibles fósiles están disminuyendo de forma inexorable, y a medida que los productores siguen padeciendo la volatilidad de los precios del petróleo en paralelo a unos costes de extracción en persistente alza, la economía europea está condenada a sufrir.
El pasado mes de setiembre, informé en exclusiva de los resultados de un estudio de expertos encargado por el grupo de científicos que trabaja en la preparación del próximo Informe de Sostenibilidad de la ONU.
El informe subrayaba que los flujos de energía barata son la sangre vital del crecimiento económico, y que a medida que nos adentramos en una era de calidad decreciente de los recursos, lo más probable es que sigamos asistiendo a un crecimiento económico lento, o incluso a un decrecimiento.
Esto está sucediendo a escala mundial. La TRE se está comenzando a aproximar a niveles del siglo XIX, demostrando así lo constreñido que podría estar el crecimiento económico global a causa del declive en el retorno de energía neta que llega a la sociedad.
Reino Unido: el fin del crecimiento de la energía neta
El Reino Unido, con su salida prevista de la UE el 29 de marzo de 2019, es el máximo exponente de la crisis económico-energética que se está gestando.
En enero de 2017, el Centro de Política y Economía para el Cambio Climático dirigido por la Universidad de Leeds y la London School of Economics, publicó un sorprendente análisis del problema que tiene Gran Bretaña con el declive de su energía neta. La intención del estudio era desarrollar una metodología para examinar a nivel nacional las cifras de la Tasa de Retorno Energético (TRE), esto es: la cantidad de energía que se obtiene con respecto a la que es necesario utilizar para extraer dicha energía.
El estudio intentaba determinar, en la medida de lo posible, cuál es el valor de la TRE, utilizando el Reino Unido como un caso piloto. El concepto de la TRE ejemplifica el reconocimiento de que se requiere un superávit de energía significativo para alimentar la actividad económica, de manera diferenciada con respecto a la energía que se consume precisamente para poder extraer, en primera instancia, la energía.
Cuanta menos energía tenemos que utilizar para sacar nueva energía, más energía nos queda para invertir en el conjunto más amplio de bienes y servicios que componen la actividad económica. Pero si seguimos usando cada vez más energía simplemente para sacar energía, la cantidad de energía neta que nos queda para impulsar nuestras economías, se reduce.
Según los autores del estudio, Lina Brand-Correa, Paul Brockway, Claire Carter, Tim Foxon, Anne Owen y Peter Taylor:
A mayor TRE de una tecnología de suministro energético, más valiosa es en términos de producción (económica) de un output de energía útil. En otras palabras, una TRE más alta te permite tener más energía neta disponible para la economía, lo cual es valioso en el sentido de que toda actividad económica se basa en el uso de energía, en mayor o menor medida.
El veredicto sobre el Reino Unido es durísimo. Determinaron que «la TRE del Reino Unido en su conjunto ha venido reduciéndose en la primera década del s. XXI, desde un valor de 9,6 en el año 2000 hasta un 6,2 en 2012… Estos resultados iniciales muestran que cada vez se está usando más y más energía en la propia extracción de energía, más que en hacer funcionar la economía o la sociedad del país.»
Citando el trabajo de los economistas franceses Florian Fizaine y Vincent Court, quienes estiman que la mínima TRE que debe tener una sociedad para poder continuar creciendo económicamente es de 11, el estudio concluye: «el Reino Unido está por debajo de ese mínimo».
Es decir, que el año pasado un importante estudio científico concluyó que durante las dos últimas décadas y más allá, el crecimiento económico británico viene estando limitado en sus mismas bases por el declive de la energía neta del país. Pero estas demoledoras noticias no se convirtieron en noticia.
Ruptura
A finales de 2010, en mi libro A User’s Guide to the Crisis of Civilization, predije como probable que las grandes estructuras trasnacionales como la Unión Europea se enfrentasen a retos en su integridad territorial como un efecto colateral de este tipo de procesos. El fracaso a la hora de abordar las causas sistémicas del crash financiero de 2008, la incapacidad de reconocerla como síntoma de un sistema en declive, conduciría a una política cada vez más autoritaria.
Esta es la razón por la cual, pese a la llamada «recuperación» —que en realidad es muy tibia y basada en niveles de deuda que se están acelerado, o lo que es lo mismo, en términos biofísicos, en coger prestado de la Tierra hoy con la promesa de devolverlo mañana con aquello que ya se ha sobreconsumido hoy —, en términos reales, la capacidad adquisitiva de los pueblos sigue cayendo.
El hecho de no comprender y meterse a fondo con las causas de raíz, sistémicas, de la crisis, implica además que los responsables políticos se colocan a sí mismos en una posición desde la cual tan sólo pueden abordar los síntomas superficiales.
Siempre, con demasiada frecuencia, eso significa respuestas reactivas, de corto plazo. Y así es que en Francia, en lugar de abordar la cuestión de cómo provocar una tercera [sic] revolución industrial para acelerar la transición poscarbono y revitalizar las infraestructuras, la respuesta de Marcron a la crisis climática ha sido proteger a las industrias de los combustibles fósiles y nuclear, al tiempo que subía los impuestos de los carburantes. No estaba dispuesto a meterle mano a las terribles cadenas de suministro de las grandes empresas francesas. No quería penalizar a los poderosos lobbies del petróleo, del gas y de la energía nuclear que confía en que puedan ayudarle a ser reelegido, y no hizo prácticamente nada para acelerar una transición poscarbono viable que pudiera trasformar la properidad económica sobre unas bases más sostenibles.
Así mismo, al colocar el peso casi exclusivamente sobre las espaldas de los trabajadores y consumidores franceses, Macron puso en marcha la espiral de rabia y disturbios. Los manifestantes han incenciado bancos, destrozado y saqueado tiendas, e incluso atacado el Arco de Triunfo. Sus demandas incluyen el fin de las ventajas a las empresas, junto a demandas nacionalistas tales como un Frexit —la salida de Francia de la UE— y que se prevenga la inmigración. Esto, lo que nos está diciendo, es que pese a lo razonable de algunas de sus demandas, no hay ni atisbo de comprensión de la auténtica crisis planetaria más allá de las habituales quejas contra la Gran Banca. El Estado francés ha respondido con su propia violencia, disparando cañones de agua y gas lacrimógeno contra los manifestantes, arrestando a cerca de un millar de personas, y amenazando con sacar el ejército a las calles.
Este es un microcosmos que representa lo que puede suceder cuando los Estados y los pueblos fracasan a la hora de comprender las dinámicas profundas de un sistema que comienza a fallar: todo el mundo responde ante lo que tiene delante. Los manifestantes culpan a Macron. El Estado francés los aplasta con violencia. La política se militariza, al tiempo que el escepticismo acerca del liberalismo político encuentra justificación a lo largo de todo el espectro de partidos.
Así pues, las revueltas en Francia no han surgido de la nada. Son parte integrante de un proceso más amplio: un paulatino declinar de la TRE en el cual el retorno que la actividad económica le aporta a la sociedad se está viendo cada vez más constreñido por el alza de los costes energéticos y por las caídas en la productividad de la infraestructura y la tecnología centralizadas y envejecidas de la Era Industrial. Sólo era cuestión de tiempo que el ciudadano o ciudadana medios comenzasen a sentir los impactos de ese estrujamiento en su vida diaria. Las subidas de tasas de Macron no han sido la causa, sino el detonante. Fueron lo que encendió la mecha, pero el polvorín ya estaba echando humo.
Brexit
Pero ya hemos estado en estas antes, en Siria y en otros lugares.
La activación del Brexit se produjo en el contexto de unas dinámicas del sistema mundial que siguen siendo muy mal comprendidas. A lo largo de la década que precedió a la crisis financiera de 2008, el crecimiento económico de Gran Bretaña se fue socavando no solamente por una burbuja de deuda en los mercados inmobiliarios, sino por las aflicciones de un sistema energético dependiente del combustible fósil.
Los problemas de dicho sistema estaban indeleblemente vinculados a la crisis migratoria en Europa, en la cual han llegado más de un millón de refugiados de Oriente Medio y el norte de África buscando santuario a lo largo de toda Europa, incluso al R.U. y a Francia, alimentando el auge del populismo nacionalista que ha comenzado a barrer el continente.
A su vez, tampoco la crisis migratoria surgió de la nada, sino que siguió inmediatamente a las turbulencias de la Primavera Árabe. La desestabilización de Siria, Egipto, Yemen y otras zonas se fue gestando durante mucho tiempo, aunque fue disparada por una tormenta perfecta de crisis. Las caídas en la extracción local de petróleo abrieron derrumbaron los beneficios de unos estados dependientes de la exportación de petróleo, y se conjuraron con los picos de precios en el mercado mundial debidos al estancamiento en la extracción mundial de petróleo convencional barato. Una serie de crisis climáticas a través de las principales zonas productoras de alimentos del mundo desencadenó fallos en las cosechas y sequías que provocaron importantes alzas en los precios de la comida.
La crisis sistémica global interactuó con el desmoronamiento de los sistemas nacionales locales. Como yo había informado en 2013, un ciclo natural de sequía en Siria se empeoró de manera brutal debido al cambio climático, y devastó la agricultura. Esto llevó a cientos de miles de agricultores suníes hacia las ciudades costeras, dominadas por los alauíes. Dado que los beneficios del petróleo sirio se habían hundido —al haber llegado la extracción local a su cénit a mediados de los 1990—, los recortes absolutos de subsidios críticos para el combustible y los alimentos, justo en el momento en que los precios se estaban elevando en todo el mundo, fue la gota que colmó el vaso. La gente no podía permitirse ni el pan, así que salieron a las calles.
Bashar al-Assad respondió con una escalada de brutalidad, incluso disparando a civiles en las calles. Cuando las protestas a su vez se armaron como respuesta, comenzó la espiral de violencia. Los poderes extranjeros intervinieron para cooptar a sus facciones preferidas: Rusia e Irán respaldando a Assad, Occidente respaldando a varios grupos rebeles, sin un interés particular ninguno de ellos en apoyar a la sociedad civil siria. El conflicto se fue agravando, arrasando el país y poniendo en marcha una crisis de refugiados sin precedentes.
Cuando la OTAN intervino en Libia, cuando los EE.UU. y el R.U. respaldaron los bombardeos aéreos indiscriminados en Yemen, sólo sirvió para desestabilizar aun más la región. El arco de colapsos a lo largo de Oriente Medio y el Norte de África fue el resultado de una combinación fatal: un sistema planetario en crisis, complicado por las respuesta emitidas desde los sistemas humanos, cortoplacistas y carentes de una perspectiva global.
Cuando las familias y los niños comenzaron a aparecer en tropel en las costas europeas, la crisis planetaria que estaba ahí fuera, se nos presentó en casa. Occidente no podía aislarse de las consecuencias de largo alcance de la insostenibilidad del mismísimo sistema de posguerra que había alimentado desde la Segunda Guerra Mundial: la dependencia estructural con respecto a los combustibles fósiles, una red de alianzas con regímenes despóticos en la región, los elementos básicos para disparar la convergencia del cambio climático, el agotamiento del petróleo crudo y el resultante efecto dominó de crisis alimentarias y económicas.
La crisis planetaria que reventó en Siria puso en marcha una oleada de desestibilización en los sistemas humanos del cual el Brexit no ha sido más que la primera erupción.
Así pues, la crisis de Siria es un claro anticipo de lo que va a venir. Europa ya es un continente post-Peakoil, cuyos recursos fósiles locales están en declive. Los estudios más fiables del potencial del gas de esquisto en Europa muestran que es sumamente débil y para nada comparable a la situación en EE.UU. Si nos empeñamos en mantener nuestra dependencia de los combustibles fósiles, no nos quedará otra que importar cada vez más.
No obstante, como expliqué en mi monográfico científico para la colección Energy Briefs de la editorial Springer (Failing States, Collapsing Systems: BioPhysical Triggers of Political Violence, 2017), si la demanda sigue creciendo al ritmo actual, es poco probable que los suministros procedentes de Asia Central y Rusia sean capaces de cubrir esa demanda a unos costes asumibles en las próximas décadas.
Mientras tanto, ciertos impactos climáticos ya están asegurados. Entre 2030 y 2045, es probable que grandes zonas del Oriente Medio y del norte de África (región del mundo conocida en inglés con las siglas MENA) se hagan progresivamente inhabitables a causa del cambio climático. Esto coincide con el periodo en el cual la extracción de petróleo en dicha zona se ha previsto que comience a llegar a un prolongado cénit y posterior declive. A medida que los costes energéticos de la extracción de combustible fósil y de su importación aumenten, al tiempo que la UE se vea probablemente golpeada de nuevo por el reto de la migración a gran escala procedente de Oriente Medio a causa de la devastación climática, las amenazas a la integridad territorial de la UE no desaparecerán.
El Brexit no es más que una pequeña ola superficial que tiene por debajo corrientes mucho más profundas. Es un síntoma del gran cambio de fase civilizatorio hacia una vida más allá de los combustibles fósiles.
En este sentido, el fiasco del Brexit ejemplifica la distancia a la que nos encontramos como especie de abordar colectivamente aquellos asuntos sobre los que deberíamos estar debatiendo. Hablar sobre si quedarse dentro o fuera de la UE, y de la manera en que hacerlo, no es que no tenga importancia, pero lo cierto es que también supone una enorme distracción ante la crisis sistémica más profunda que se está desarrollando por debajo de esos mismos asuntos que nos llevan a una preocupación inmediata ante el Brexit.
La disrupción en el sistema-Tierra no lleva de manera inevitable a la desestabilización de los sistemas humanos. Pero si los sistemas humanos se niegan a ocuparse de y adaptarse a esas disrupciones, entonces sí se verán desestabilizados. Mientras Gran Bretaña, Europa y su ciudadanía sigan obesionándose de forma miope con los síntomas en lugar de con las causas, seremos incapaces de responder de manera significativa a dichas causas. En lugar de eso, seguiremos peleando unos con otros como maníacos a cuenta de los síntomas, mientras el suelo bajo nuestros pies sigue hundiéndose.
La crisis del Brexit y la erupción de los disturbios en Francia son síntomas de una gran transición civilizatoria que se está comenzando a desplegar, en la cual perece el viejo paradigma reduccionista de auto-maximización materialista. La ciudadanía y los gobiernos, los movimientos sociales y los líderes empresariales, tienen que despertar y darse cuenta de lo que está sucediendo en realidad, para poder mantener un debate social que pueda poner en marcha con la rapidez necesaria unos enfoques cabales para la trasformación sistémica.
Esto no es una crisis lejana en el horizonte que vaya a suceder en algún momento del futuro. Es ahora. Está sucediendo y te está afectando a ti, a tus hijas o hijos, y a todos los que más quieres. Y va a afectar a sus hijos, y a los hijos de sus hijos.
Esto es tu legado. Es tu elección. Estás ante tu oportunidad de implicarte en el nuevo paradigma y ser parte de quienes lo pongan en marcha, portavoz de toda la especie humana, de todas las especies y de la Tierra misma. Puede que no sepamos exactamente cómo van a ser los paradigmas emergentes, pero sabemos que es la hora de preguntarnos a nosotros mismos: ¿de lado de quién me pongo: de lo viejo o de lo nuevo?
Publicado originalmente por INSURGE INTELLIGENCE, un proyecto de periodismo de investigación mediante micromecenazgo, para la gente y para el planeta. Por favor, ayúdanos a seguir escarbando donde otros temen poner el pie.
Más que problemas actuales, que no los hay pues el petróleo se puede
comprar todavía extremadamente barato en los mercados internacionales,
el intento europeo de ir hacia un modelo basado en renovables parece más
bien una decisión estratégica basada en una previsible escasez de
combustibles fósiles en un futuro relativamente próximo. El objetivo
declarado es de tipo medioambiental, pero no se entiende bien esto ya
que aunque Europa reduzca sus emisiones si no hay una política
coordinada a nivel mundial tampoco va a servir prácticamente de nada.
Bravo por este artículo. La conclusión es clara.
[…] amarillos son solo primeros síntomas del gradual colapso ecosocial del continente (como explican Nafeez Ahmed y Emilio Santiago), los nuevos movimientos estudiantiles por el clima están generando un […]
[…] amarillos son solo primeros síntomas del gradual colapso ecosocial del continente (como explican Nafeez Ahmed y Emilio Santiago), los nuevos movimientos estudiantiles por el clima están generando un […]