El 13 de diciembre de 2018, coincidiendo con la celebración de la cumbre sobre el clima COP24 en Katowice (Polonia), una de las comarcas carboneras más productivas y contaminantes del mundo, se cumplen 185 años de una fecha histórica en la explotación de carbón y desarrollo del capitalismo fosilista. Hablamos del inicio de lo que podríamos llamar nuestra última organización social: el capitalismo basado en la quema de hidrocarburos.
Si analizamos tanto el auge como la caída de los diferentes sistemas de sociedades que nos precedieron, vemos que éstas estuvieron en estrecho contacto e intercambio con lo que el planeta ofrecía (economía), de tal manera que la profunda transformación del medio que nos sustenta fue acorde con la capacidad de trabajo (energía) de la que dispuso en cada momento histórico el ser humano. El resultado final, el que hoy conocemos como capitalismo global con su recién hipertrofiada urbanosfera, nuestra última organización social, fue posible gracias a un planeta que propició esta escalada cada vez más refinada en el manejo de una energía como ninguna otra conocida en el universo. Es el resultado simbiótico entre la descomunal fuerza gravitatoria actuando a través de la dinámica interna generada en un planeta en continuo movimiento (tectónica) y una de sus enigmáticas esferas: la biosfera, es decir, la vida. Pero ¿cómo fuimos capaces de incrustar este regalo de la Tierra en nuestras vidas y en nuestros cuerpos?
Somos cuerpos-vórtices
Somos muy conscientes de vivir dentro de un planeta que nos sustenta desde abajo con grandes masas de tierra moviéndose tanto en vertical como en horizontal a ritmos muy lentos (especialmente para la escala de una vida humana). Vivimos literalmente abrazados por líquido y gas que entra y sale de nuestros cuerpos desde que nacemos hasta que nos vamos. Cada cuerpo vegetal, animal, humano, cada organismo u organización social, es un vórtice de intercambio material vital con parte del planeta que garantiza nuestra peculiar arquitectura individual y social con el pasar del tiempo, y como el remolino de un riachuelo en su movimiento, la corriente a cada instante garantiza nuestro existir sin la necesidad de repetir materia; el milagro de la vida lo es por ser un constante devenir. Pocas son las ocasiones en que nos concienciamos de este proceso continuo de movimientos bajo nuestros pies, alrededor y hacia (o desde) nuestro interior, y suele suceder cuando dicho proceso sobrepasa un cierto umbral de comodidad, de tranquilidad vital. Solemos despertar a su realidad cuando la acumulación de energía es tal que se disipa en forma de sacudida sísmica, tormenta, fuego o inundación. Somos vulnerables y dependientes de la sustancia material y afectiva que nos rodea.
Durante millones de años los procesos de la vida y del mundo mineral sufrieron profundos cambios en sus condiciones físicas y químicas (especialmente presión y temperatura) para transformar la energía solar que nos da la vida en materia orgánica y en nuevos sedimentos, minerales y rocas. En especial destacaremos los que hicieron posible el despliegue y marchitado de la flor de un día denominada capitalismo global: los combustibles fósiles.
Desde el conglomerado inicial de partículas dispersas por el universo hasta el aprovechamiento humano de estos combustibles, han sucedido muchas cosas. Cuando nuestro planeta comenzó a formarse, los materiales más pesados —provenientes del polvo cósmico de grandes explosiones y supernovas— se atrajeron y condensaron formando el núcleo metálico; los menos pesados, el manto y los más ligeros interactuaron con la corteza, siendo así como se segregan —o nacen— la hidrosfera y la atmósfera. Puede que sea más tarde o de manera simultánea, pero la biosfera se desarrolla también como una interacción, aunque más compleja; hay épocas como el Carbonífero hace 360-300 millones de años, en las que la exuberancia de lo vivo es de tal magnitud que una parte muy importante del planeta físico estaba invadido por kilómetros de biota. Si pensamos en la actual capa de humus que recorre el planeta, tendríamos que elevarla varios kilómetros.
En este contexto, las fuerzas internas del planeta en continuo movimiento, interactuando con la energía solar que facilitó tamaño desarrollo de materia viva, comenzaron a enterrar entre sedimentos, agua y aire una parte de la materia orgánica, que, una vez cocida con su propio calor y preservada, hace su aparición útil en fechas históricas muy recientes en términos geológicos. Para entonces, desde esa biosfera surgida de la interacción de las capas antes mencionadas, se había ido generando la noosfera: el conocimiento, la ciencia y finalmente la tecnología, de la mano de un ser que evolucionó hasta recibir el pensar en un soporte material —el cerebro humano—, haciendo fluir el conocimiento por el planeta desde las diferentes manifestaciones de la expresión y los lenguajes, mediante los cuales millones de seres vivos son capaces de comprender, comunicar y expandir los beneficios de tantas interacciones planetarias, y sobre todo… de utilizarlas.
La Revolución Industrial es el sustrato del capitalismo globalizado. Nuestra última organización social se inició en el siglo XVIII y fue expandiéndose por Europa continental y Norteamérica, basándose en la habilidad de manipular la energía de uno de esos casi mágicos productos generados por el planeta: el carbón. El intercambio internacional se expandió exponencialmente gracias a los motores basados en esa piedra negra ultra-energética que fueron construidos para unos mecanismos de transporte: los trenes y los barcos de vapor. Más tarde el petróleo, el gas (metano) y el uranio se unieron a la gran fiesta, dando lugar a la Gran Aceleración. Y aquí, en Iberia, este proceso empezó en Asturias.
Todo empezó en Arnao
Aunque hace miles de años ya hubo cierta explotación de depósitos superficiales de carbón en la Península Ibérica —los romanos ya comerciaban con carbón allá por el año 200 de nuestra era— todo empezó realmente en Arnao, en la costa de Asturias. Una observación que se convertiría rápidamente en revolucionaria, y que es hoy una meta cultural (convertida en museo) recién descubierta: la primera explotación donde nace el capitalismo fosilista en España. Cuando apenas se conocía en España más que el carbón vegetal —el que hacían los carboneros cociendo la madera talada— un religioso vecino de Naveces, Fray Agustín Montero, descubría en el año 1591 una «piedra negra», que se comportaba como el carbón vegetal y con la que se podían confeccionar herramientas. Comunicó el hallazgo al emperador Felipe II mediante un escrito que ha sido recientemente rescatado de los archivos del Ministerio de Cultura. El emperador, convencido de la valía de tal descubrimiento, otorgó sobre Arnao la primera concesión de explotación de carbón mineral en la península. Pero su desarrollo a escala industrial hubo de esperar más de dos siglos.
El 13 de diciembre de 1833 en la publicación madrileña La Revista Española se anunciaba la llegada a Avilés del joven ingeniero belga Armand Nagel, primer director de la explotación de Arnao. La noticia de La Revista Española decía así: «Ha llegado a la villa de Avilés D. Armando Nagel, de nación belga, a explotar las minas de carbón de piedra que hay en aquellas cercanías». Nagel llegó a Avilés el 25 de noviembre de 1833 y el 20 de diciembre, una semana después de la noticia, se iniciaba la explotación.
Que se diese importancia a este evento es algo muy significativo de lo que vino después, más aun teniendo en cuenta el contexto histórico. España se desangraba en el caos de la primera Guerra Carlista, tal como podemos comprobar en el resto de noticias de la publicación referida, dedicadas al reclutamiento y los preparativos bélicos. Pero, por alguna causa, la presencia en España y las motivaciones de aquel joven ingeniero llegado desde Lieja se consideraron relevantes para el destino de una España a la que un grupo de intelectuales e inversionistas querían desarrollar a la manera británica, tal y como explicara Jovellanos unos años antes. La noticia resulta premonitoria: lo que podría no haber sido más que una anécdota intrascedente entre páginas bélicas acabó convirtiéndose en el motor del desarrollo industrial del siglo XX en España, de la consolidación del capitalismo fosilista y también en el símbolo de su declive y resiliencia hoy a través de la cultura tras décadas de abandono y ruina.
Gracias a la rehabilitación, hoy es quien visita el museo quien recupera una parte importante del origen e historia de nuestra última organización social. Hombres, mujeres y niños dejaron sus vidas en Arnao en aras de un desarrollo económico exponencial, y muchos de esos cuerpos enterrados son conmemorados en la actualidad en la única mina submarina de Europa. Cerrada en 1915, ha merecido la calificación de Bien de Interés Cultural, y sus galerías subterráneas, con cerca de doscientos años, permiten revivir el ambiente de una mina primitiva que se introducía hasta 400 m bajo el Mar Cantábrico.
Cuando ya no queda prácticamente minería del carbón en España —en 2019 se habrán cerrado todas las explotaciones subterráneas de este combustible fósil, y sólo quedará una a cielo abierto según la Decisión 787 de la UE para el cierre de todas las explotaciones “no competitivas”— la transición energética no es más que un enigma. Esto es así porque no se hicieron los deberes a tiempo y los flujos energéticos con altas tasas de retorno que nos propiciaron aquellos productos —fruto de la fotosíntesis y de la tectónica de placas— serán progresivamente sustituidos por otros flujos captados mediante tecnologías más modernas, pero mucho menos densos energéticamente, más caros e intermitentes. Y es que no nos queda más remedio: los combustibles fósiles son un recurso finito que hemos quemado como si no hubiese un mañana, y su uso tiene efectos secundarios sobre las corrientes que alimentan nuestros cuerpos-vórtices. Hoy ya estamos pagando las consecuencias de construir hasta la mitad de las moléculas de nitrógeno de nuestros cuerpos-vórtices a partir de las muy aceleradas y sofisticadas transformaciones de los hidrocarburos.
Quemar
No sólo estamos extrayendo cada vez más, sino que, al hacerlo con cada vez más dificultades de acceso, necesitamos quemar cada vez más. Por eso las tasas de retorno energético (TREs) han caído a la par que el consumo y los desechos aumentaban. Si hace un siglo con la energía de un barril equivalente de petróleo obteníamos cien de muy buena calidad, hoy apenas llegamos a quince. Precisamente fue esa diferencia (energía neta) la que nos permitió un crecimiento nunca antes visto en la historia. Los nuevos petróleos ligeros hacen que el diésel sea cada vez más costoso de conseguir y que un porcentaje altísimo de lo extraído se utilice para poder perforar, extraer, refinar y transportar; apenas queda una fracción que garantice ya el crecimiento de una civilización tecnológica e industrial como la que hemos conocido.
El transporte internacional a escala masiva que nació con el carbón, también cada vez más costoso y de peor calidad, hoy es la sangre que alimenta nuestro capitalismo globalizado. Está en declive sí, pero no sólo por el problema del diésel. No podemos crecer, no hay negociación posible con el planeta, puesto que no hay sustituto similar a la vista para el petróleo. Electrificar una economía boyante y siempre creciente como exige nuestra organización social, no va a ser posible con un modelo globalizado, centralista, jerárquico, machista… Podría hacerse si el modelo fuese el opuesto: desglobalizado, descentralizado, desjerarquizado, ecológico (que es lo que se persigue), feminista. Pero entonces ya no es capitalismo: es otra cosa.
La geología del planeta no entiende de equidad, es el ser humano el que inventó ese concepto; la Tierra simplemente nos da todo lo que tiene y a la Tierra no se le puede pedir más. ¿Podríamos por tanto, hablar de un umbral de TREs a partir del cual nuestra organización social tecnológica-industrial comenzará a mostrar signos de dispersión y descomplejización? Sí, y no sólo podemos, sino que debemos hacerlo. Y aunque sea muy difícil fijarlo, e incluso medirlo, son varios los estudios y las investigaciones que nos orientan. Casi todas ellas concluyen que tenemos que repensar nuestra sociedad con las energías denominadas renovables y tasas de retorno energético entre cinco y diez (es decir, por cada unidad energética invertida en procurarnos energía obtendríamos menos de una decena).
Cultura y valentía, o pobreza
Sin embargo, este mensaje no cala entre nuestros dirigentes. Vemos que a nivel mundial, el largo plazo que estamos experimentando es el del agotamiento de los recursos, mientras que las medidas tomadas siguen siendo medidas a corto plazo, y que además presuponen que dichos recursos no sólo van a seguir estando presentes, sino que van a crecer al ritmo deseado y en algún momento la volatilidad y la incertidumbre van a desaparecer. Con este panorama no es de extrañar que las contradicciones imperen en las previsiones de la creación (o más bien pérdida) de riqueza, apelando a una supuesta «limpieza ambiental» que ahora es el santo y seña de cada Gobierno, de cada partido político, de cada campaña electoral. En otras palabras, la disminución global de la TRE es irreversible y supone la imposibilidad de crear riqueza social en un marco mercantilista, o lo que es lo mismo: supone la expansión, dentro y fuera de los países desarrollados, de más pobreza. Algo que se está escapando a los marcadores e indicadores oficiales y no está siendo percibido por quienes toman las decisiones a pesar del aumento de personas desahuciadas, gentes sin techo, personas que sufren pobreza (energética, como es toda pobreza), trabajadoras precarias, paradas de larga duración, excluidas, ancianas desatendidas…
No podemos estar seguros al 100% de cuál será el desenlace final ni de si es irreversible el auge paralelo de los fascismos, porque esta vez carecemos de precedentes: la dinámica conocida de oferta y demanda convencional a la que estábamos acostumbrados ya no va regular ni precios ni disponibilidad de energía o minerales. Pero lo que sí podemos saber con certeza es que la era del crecimiento económico ilimitado —característica que define al capitalismo financiero neoliberal, globalizado, fosilista, tal cual lo conocemos— ha terminado de verdad.
Si no tomamos medidas técnicas adecuadas —y sobre todo sociales— la expansión acelerada de la pobreza será el mayor quebradero de cabeza de nuestros dirigentes y de la propia sociedad en general. Por lo tanto, la tarea urgente es reescribir la economía para adaptarla al mundo real que sigue evolucionando. Con ello estaremos, en paralelo, rediseñando nuestros conceptos de valor, prosperidad y ética; y lo haremos precisamente porque es necesario para reconstruir nuestras sociedades y adaptarlas a esta extraordinaria era de transición en la que la pobreza a nuestro alrededor se va a convertir en una compañera habitual a menos que tomemos medidas urgentes.
Muy bien, pero ¿porque se presupone que los ciudadanos de a pie podemos hacer algo?. Nunca decidimos nada, ni el consumismo, ni el hambre que se pasó antaño, ni las guerras de hoy.
Cuando llegue la escasez, que llegara, los recortes serán para los de abajo,pues tocar a los de arriba (duplicidades en la administración, empresas públicas que no producen, departamentos fantasmas etc.) supondría que empezaran a cantar y esto aceleraría lo que tarde o temprano pasará. La entrada de fascismos y la partición de los paisajes es inevitable ante le falta de energía y lo dijo H.T Odum y la actuaría Gail tverberg.
Lanzarle a la plebe el discurso de, tenemos que hacer y cosas así está desgastado y no cuela.
Francisco, gracias por tu comentario. Creo que se está haciendo bastante más de lo que se ve, al menos a mi alrededor ya trabajamos con un grupo que poco a poco vamos buscando y participando en la implantación en nuestra ciudad de un mínimo de soberanía, comenzando por la alimentaria. La transición justa es una necesidad como el respirar. Una cosa está clara, lo que nos puede llevar al abismo que tantos pregonan es precisamente la falta de ese ingrediente que la tercera revolución urbana y científica exige: no es otra cosa que la ética, y la ética también es movimiento.
El auge de los fascismos responde a esa falta de ética bien buscada y trabajada por las élites, en la medida que lo consigan habrán ganado batallas, pero no una guerra. Te aseguro que así, dejándoles avanzar usarán los tanques y hasta la última gota de gasoil será para un tanque, pero será la última…
Volviendo a la ética, individual y social: algunas cosas se hacen reales, presentes, certeras, no por su presencia, sino por su ausencia, por el hueco, por el vacío que dejan. Tal es el caso de la muerte de un ser querido, o el negativo de un fósil, que nos permite desvelar detalles de su existencia, cuestiones sobre la movilidad, el alimento, las características físicas, reproductivas, ambientales, del ser que lo dejó plasmado en el barro, lo puedes ver en Arnao, un paseo por el itinerario que va de Arnao al Museo de Anclas Philippe Cousteau en Salinas (1 km) te permite ver y tocar cientos, miles de fósiles. El caso de la ética en nuestro mundo global es igual, podemos estudiar sus contornos por el hueco que deja en nuestra esfera afectiva, pero no podemos hundirnos por ello, ese hueco pide ser reconocido y por lo tanto hacerse realidad.
La tercera revolución urbana, empresarial, social, cultural, artística, ¿climática?, está siendo ética, porque se nos va la vida en ello y nos lo dicen los sabios. Pero fíjate que los sabios también viven en huecos, huecos que gritan en una sociedad de oídos sordos. Muchos de ellos además nos acompañan a diario, son nuestros amigos, padres, amantes o hermanos, algunos mendigan un puesto de trabajo desde su fantástica genética ética-directiva desaprovechada para el bien global, una disposición verdaderamente postmoderna que elevaría la economía y el bienestar en direcciones casi inexploradas.
Nosotros somos los conquistadores del siglo XXI, nuestros nuevos territorios son éticos y espirituales. Mientras tanto, las posiciones anticuadas de siempre siguen recortando las disciplinas científicas y humanistas y con las caídas de las TREs todo lo que pueden recortar paralelamente para favorecer a esa élite, y sí, es élite porque se lo permitimos, pues en su voluntad la ética ha sido sustituida por códigos morales externos a su condición humana, el petróleo también propició una enfermedad oportunista: el individualismo fosilista (puedes leer más sobre ello en la última parte de mi artículo aquí publicado «Grandes infraestructuras, bombas de relojería y sociedad colaborativa»). Esos códigos morales son inoculados para reforzar su sentir elitista, y tiene mucho poder, no lo dudes, actúa desde la voluntad y es ciego al sufrimiento como todo mal. Creen ser los legítimos herederos del bienestar a costa de otras vidas, de otros cuerpos, de otros territorios; copan los puestos directivos, empresariales, políticos, haciendo alarde de una ignorancia ética aplastante y poniéndonos a todos en peligro; pero al final lo evitaremos por pura necesidad, incluso después de una gran caída como la que hemos comenzado.
Este nuevo paso holístico, no será algo aparte de la sociedad, a pesar de que algunos vayamos construyendo unas nuevas estructuras más simples, menos complejas, desjerarquizadas, descentralizadas, desglobalizadas, más estables con las nuevas y más bajas TREs, pero más humanas por retomar una fuerza con la que no estamos contando dado que ya son 185 años de herencia fósil: la ayuda mutua y la fuerza colaborativa. No será una nueva disciplina ni nada parecido, sino un fluir de lo humano y vital que siempre nos acompañó, por supuesto vendrá también acompañado por un compendio de reglas de sentido común que nadie, como el respirar o el comer, verá como un adorno u obligación, sino como una nueva parte del mundo o del ser humano, dos entidades a las que cada vez es más difícil separar y poner límite o frontera; en el texto he querido dar esa perspectiva describiendo los cuerpos-vórtices surgidos tras las diferentes capas del planeta: núcleo, manto, corteza, atmósfera, hidrosfera, biosfera, noosfera, urbanosfera, y ahora, ¿una eticosfera que ya se está desarrollando?
El caso es que ese nuevo impulso ético impregnará la vida como lo hace la atmósfera, palabra usada por vez primera en 1677 por Scheele a partir de los experimentos de Torricelli que desde 1644 venía realizando con el aire que respiraba. Vale, ellos son «sus descubridores», más tarde Louis Joseph Gay Lussac en 1802, formula la ley de la expansión de los gases, lo cual no quiere decir que los seres humanos antes de Torricelli no respiráramos o que los gases antes de Gay Lussac no cambiaran de volumen según la temperatura…
La ecoesfera, semánticamente ecología «es el estudio de la interdependencia y de la interacción entre los organismos vivos (animales y plantas) y su medio ambiente (seres inorgánicos) «.
Estamos renovando nuestra relación holistica, reencaminandola hacia la vida, ya que todo colapso y decadencia es un ciclo de aproximación a ese instinto de muerte o thanatos del que emerge el siguiente ciclo. En nuestras manos está nuestro destino o nuestra extinción .
Gracias Antonio por semejante texto holistico, es un precioso regalo. En el cielo los gritos y en la tierra los actos
Gracias a ti Jorge. Lo más gratificante de estos medios digitales es saber que estamos acompañados, que desde muy diversos caminos nuestras expectativas, nuestros anhelos, es decir nuestros vacíos de ahora, son impulsos y primeros pasos para ir configurando los contornos de lo que alguien muy pronto -o ya- está rellenando, tan sólo por el hecho de poder expresarlo, o lo que es lo mismo, señalarlo. Señalemos sin reparo nuestros más utópicos deseos, porque veremos hacerse realidad esferas inimaginables. ¡Somos tantas manos!
Gracias Antonio por tu visión realista de la realidad que vivimos. El decrecimiento no tiene buena prensa pero va a ser real.
Propongo la sobriedad de cada uno como camino hacia algo nuevo, es decir, ser conscientes del límite de nuestro consumo cotidiano, del límite de las desigualdades, del limite del suelo y de la extracción de hidrocarburos, poner límiete a la privatización y mecantilización del medio ambiente y de la vida humsns. Una sobriedad que se traduce en la valoración de los bienes comunes y en la redistrribución de la riqueza para reducir la distancia entre las peresonas ricas y el resto de la población.
Gracias Ángel. No puedo estar más de acuerdo. Lo que no es humano es que tres personas (el presidente de Inditex, su hija y el de Mercadona) ahora mismo aglutinen tanta riqueza en España como los 15 millones de pobres (30% de la población), algo más que todos los habitantes de Madrid y Cataluña juntos. En estas circunstancias no es de extrañar que la brecha sea, ella sola, motivo de todo tipo de tensiones: territoriales, políticas, sociales, y que la violencia y desesperación contra el sistema, por otro lado cruel, sea el objetivo a batir. El decrecimiento ya se está dando.
Asumir que de esta crisis no podemos ni podremos salir debería ser el primer paso para tomar las medidas adecuadas; hace ya una década de brotes verdes, luz al final del túnel o esperanza de lo que sea, pero la crisis española perdura, incluso con los precios bajos del petróleo que gozamos desde hace tres años, a estas alturas quien no lo vea es quizás porque vende cupones… Sin embargo no ha servido para evitar el rescate a bancos, el vaciado de la hucha de las pensiones o el crecimiento de la pobreza, la exclusión y las desigualdades récord alcanzadas.
Que España mantenga ciertos niveles de presencia como una economía destacable a nivel internacional no ha sido sino por el flujo de riqueza que se ha ido desde las capas más pobres de la población hacia dichas élites. Punto.