En un tiempo en el que asistimos al mayor deterioro planetario por causas humanas, no podemos eludir o desdeñar otros abordajes (a la par que caminamos por senderos hacia otro paradigma) para ahondar en las posibles raíces del problema. Mi enfoque desde hace un tiempo a esta parte ha tendido a la exploración de cómo funciona la mente humana, partiendo de la premisa fundamental de que nuestros desequilibrios nacen y se hacen en una psique muy influenciada, sobre todo hoy en día, por la cultura occidental.
Como continuación de mi artículo anterior, seguiré el hilo conceptual basado en nuestra natural composición de energías yin y yang. Un gran vacío de una de ellas en favor de la otra, por causas culturales, encuentra su manifestación en un mundo que, en mi propio vocabulario, llamaría altamente yanguinizado (no me parece del todo adecuada la palabra masculinizado pues siento que se seguiría relacionando lo que es una idea estereotipada con un género de forma unilateral, y se olvidaría la esencia de lo masculino tal y como debería entenderse). Exploraré así mismo, como propuesta personal, un camino de vuelta hacia la restauración de dicho equilibrio.
Regresando al tema que nos interesa, la tierra tiene sobretodo atributos yin (nos retrotrae al arquetipo Madre como ente que sostiene, nutre, y cuida como una suerte de gran útero que engendra vida y alimenta sin cesar). En la naturaleza no hay nada fijo ni extremo, y menos aun estereotipado. Sin embargo, nos hemos aplicado unas caricaturescas etiquetas que nos hemos creído y las reforzamos inconscientemente influenciados por la cultura de masas. No es difícil comprobar que la cultura occidental ensalza los valores yang (en su versión insana, distorsionada o extrema, mental al cabo, y a la que hemos bautizado como masculina —aunque poco tiene que ver con su homólogo real—). Atributos tales como velocidad, competitividad, expansión o producción sin límites, que tienen relación —cosa no casual— con el calor y la entropía. Si toda una cultura se mueve hacia este polo, consecuentemente refleja que está rechazando el otro aspecto yin que también es connatural a nosotros (los procesos interiores, la escucha, respeto a los ritmos —o, si se prefiere, lentitud— los cuidados…).
Existe, pues, en términos jungianos, una sombra, cultural y transgeneracional, de nuestra dimensión yin, y este rechazo o falta de reconocimiento (una venda que consciente o inconscientemente aún llevamos puesta) se traduce y manifiesta energéticamente una y otra vez en el plano físico como cambio climático y entropía. También en formas de ataque: a la propia tierra o a ese aspecto yin en otros seres (rechazado inconscientemente en uno mismo) y proyectándose en machismo o violencia de género.
Es probable que el propio alejamiento paulatino de la naturaleza (vacío del que aquí hablamos) que tuvo lugar hacia el Neolítico, hubiese de propiciar el otro desequilibrio del que hablaba en mi primer artículo: el paso de una cosmovisión más horizontal, de menor necesidad, de confianza y por tanto de menor temor, a otra más vertical, en la que el reciente miedo a la muerte (primeros enterramientos, veneración a dioses poderosos o vengativos…) y el progresivo asentamiento favorecerían el acopio de recursos materiales, el respeto a una autoridad superior y la protección de la propiedad. Como quiera que realmente hubiera ocurrido, esta nueva cosmovisión más vertical y solar, junto con el desarrollo en el tiempo del patriarcado, efectivamente ha favorecido que en la balanza de energías (antes con seguridad más compensada) pesaran más los aspectos de corte marcial (protección continuada de propiedad y personas) y que se fuera arrinconando la figura de la mujer así como al abanico de actividades que en sus mentes se iba asociando a ella, debido a la escisión de tareas.
A nivel mental, la continuada exaltación de estos valores, ciertamente fue creando una sombra hacia el polo opuesto. Una característica del ego (diferenciación del sí mismo respecto a los demás) es su ilusión de una dualidad poco o nada reconciliable (y, en términos de juicio, bien y mal) de tal manera que aquello que nos identifica o pertenece es bueno y debe ser. Lo bueno se perfilaba en aspectos más y más polarizados y se asociaba a los quehaceres de los hombres mientras lo demás quedaba en una sombra perteneciente a lo menos deseable. Con su tendencia a proyectar inconscientemente (tanto lo rechazado en nosotros como lo que creemos correcto) el ego se reafirmó en su visión maniquea de las cosas y el poder (propio del ego) entró en escena.
En una cultura de la inmediatez, formas de vivir con lentitud, los cuidados, la vida interior o el hogar, son en general mirados con menosprecio como reflejo de lo que queremos negar para nuestra propia vida, y sin embargo, estos aspectos deben ser también reconocidos como parte de esa danza pendular de actividades en armonía. De lo contrario, si tan solo tratamos de vivir en un polo —distorsionado— de esta balanza (producción y trabajo, no parar, competitividad, expansión…) el estrés y el desequilibrio se manifestarán tarde o temprano, pues vivir en un extremo, negando las cualidades de la otra parte, sencillamente no se da en la naturaleza.
Estamos así ante un comportamiento que reflejaría una actitud interior y se puede —sin mucha dificultad— extraer, en forma de abstracción, una lectura de ello que realmente nos atañe. La crisis de los cuidados, atentar contra la tierra o el consumismo como visión metafórica —más o menos literal— de devorar materia, serían diferentes manifestaciones/proyecciones de este mismo comportamiento interior; una búsqueda inconsciente (aunque torpe, egoica) para contrarrestar o resolver el desequilibrio. Poseer algo que nuestra mente se niega a reconocer, y que sin embargo ya nos es connatural. Existe una sensación de vacío (que no hemos reconocido o des-cubierto y por tanto no hemos cuidado ni hecho crecer en nosotros) de nuestra dimensión yin. Expoliamos la tierra quizá porque buscamos fuera algo —palpable, en forma de bienes— que un día soñado e ilusorio nos pudiera al fin saciar: como un niño que renegando del destete, succionara y exigiera aún más en un círculo de búsqueda-reclamo-reproche. Se podría decir con seguridad que la llamada ideología del consumo hunde sus raíces en esa suplencia inconsciente, esa búsqueda que se torna en una suerte de trueque mercenario de lo inmaterial por lo material (nuestra mater perdida).
Esta antigua falta de anclaje (resultando en yin egoico) ha seguido propiciando que nuestra dimensión yang sea especularmente de este tipo (proyectándose así mismo en búsqueda externa) y ahí está servido el círculo vicioso en el que andamos inmersos. A nivel personal y extrapolándolo a nivel colectivo y cultural, nuestra madurez civilizatoria debería pasar por una reconciliación con nuestra naturaleza dual y por un reconocimiento de esa propia energía yin rechazada (y proyectada en su manifestación de extracción y maltrato) que permea toda la cultura occidental. Puede que esta reflexión parezca tal vez poco práctica, pero a nivel inconsciente, esa sensación de falta (de reconocimiento) merma la confianza en nuestros recursos internos de gran potencial creativo. Como parece obvio, subrayaría con fuerza que un factor determinante que explica el desarraigo de nuestra fuerza interna y empoderamiento está en esa mirada constante puesta en los mitos actuales de la gran masa; esa cosmovisión vertical y culto a la voz de la autoridad y las distintas formas que esta adopta.
Esta reflexión no está exenta de un enfoque práctico que lleva en su seno ser conscientes de nuestra cuota de responsabilidad/elección (no sólo la ejecución de un cambio por la mera necesidad, que ya es bastante) añadiendo nuevos pilares discursivos que apuntan en nuestra dirección, dentro de una inercia que podemos revertir. Como se puede inferir de estas líneas, la propuesta para recuperar un mayor equilibrio sería apelar, por una parte, a la toma de consciencia y al trabajo interior de reconocer y anclar en nosotros esa energía yin desatendida (ámbito personal, educativo…) y que iría en coherencia, por otra parte, con decisiones o estrategias tanto personales como aplicadas a una colectividad (decrecimiento y volver a la tierra recuperando la organización comunal). Desandar el camino para volver a acercarnos a nuestra energía más terrenal y arraigarla (sentir nuestro verdadero potencial creativo) ya que esta, de forma natural atrae su propia energía yang saneada, sin la necesidad de proyectarse. Ambos enfoques se reforzarían mutuamente (por esto no debemos subestimar la importancia de darnos cuenta de que realmente hemos elegido y hay un camino de vuelta, más cercano de lo que quizá creamos).
En esencia, creo que la inercia del sistema actual habla de nuestra propia inercia mental (muy basada en la proyección presente o pasada —búsqueda de referentes e ideología anteriores—) y se perpetúa tanto más en la medida en que permanezcamos inconscientes de nuestro potencial y nuestra responsabilidad. Se precisa de un nuevo enfoque puesto en ayudar a cincelar y descubrir ese interior adormecido y tantas veces denostado u olvidado. De tal forma iría perdiendo peso el mito que profesamos al superyó, esa voz de autoridad (proyección como yang egoico y estereotipado) en un nuevo salto hacia la re-unión de nuestras dos energías más auténticas y profundas.
Ante el actual escenario de manifiesta decadencia, urge quitarnos las vendas y el miedo a nuestra libertad y potencial (la palabra empoderamiento genera recelo pues apela a nuestro poder esencial, que no egoico); descubrir nuestro verdadero equipaje y comprobar que estamos bien provistos en recursos para ser fuente y no sumidero. Es hora de no seguir alimentando la ceguera cultural. Es momento de restaurar y devolver, no de reclamar ni robar. El nuestro es un aprendizaje global, y con humildad hemos de reconocer que incluye también a muchas mujeres que (desprovistas en general como estamos, al igual que muchos hombres, de nuestro yin esencial) copian patrones o se hacen cómplices de esta cultura, subiéndose al mismo carro del consumo desmedido, la competitividad y no respetar o desoír lo que su naturaleza también es y les pide; de rechazar incluso a veces las cualidades de su dimensión yin. Una cultura que se ha embarcado y vive en una cosmovisión tuerta en una loca carrera a ninguna parte.
A pesar del nefasto panorama actual, o precisamente por ello, no creo que podamos ya permitirnos el dispersarnos señalando culpables o permaneciendo en la crítica, cosa que ya intuimos, a pesar de que la información sigue siendo muy necesaria como también lo es el análisis constructivo. Pero el sistema está colapsando y el foco de nuestra agenda debería centrarse más en la responsabilidad, en ir materializando acciones coherentes y comprobando que esa ansiada abundancia (mejor que la palpable) ya la tenemos.
Hay algo de simbólico, y a la par muy real, en el hecho de que el zarandeo social y personal que este colapso nos está propinando (brindando en realidad, como oportunidad única) nos pone en la retante tesitura de elegir no esperar más a lo que papá-gobierno nos dé y tomar responsabilidad (ser adultos), enfrentándonos a lo que sin remedio queda: salir adelante, sin más paños calientes por el miedo a cambiar, sacando fuerzas y recursos de donde creíamos no tener (resiliencia). Como en la vida misma: rebuscar dentro, ayudados del impulso de nuestro instinto de supervivencia, soluciones aptas para seguir caminando, y olvidando aquellos consejos y proyecciones ajenas que ya no nos sirven.
El decrecimiento personal y colectivo, una vida más lenta y volver a cuidar la tierra se alinean directamente con el reencuentro de ese aspecto yin y enfriante tan necesitado. Ojalá que algún día no lejano sepamos emanciparnos con valentía para transformar en confianza nuestro estado de necesidad, permitiendo que nuestro empoderamiento vaya aflorando, hecho acto, y desplegando una seguridad que, como pocas cosas, solo transmite con elocuencia la manifestación coherente y arraigada. Alcanzar una masa crítica de una nueva cosmovisión, que sepa apreciar y rescatar la riqueza de nuestros recursos íntimos ignorados (yin), y verlos florecer bellamente (yang) en una creatividad sana y en equilibrio. Ser fuente nutricia, que sabe tomar prestado y también devolver con gratitud.
Estas líneas, resultado de unos años observando patrones, intuyendo, vivenciando y contrastando con algunas lecturas, pretenden llegar a una visión más sintética y neutral. Un ejercicio de revisión y reunión, sin más polos que defender y/o demonizar. Ambas energías son igualmente importantes y necesarias para todos nosotros (en general las mujeres integrando su animus —yang— y los hombres su ánima —yin—). Nuesta cultura y civilización pretende apartarse más y más de una de ellas (como Edipo que, sin ayuda de su ánima, solo consiguió una victoria aparente). Sin embargo, y ante el punto de inflexión de paradigmas al que asistimos, sin duda tiene más vigencia que nunca rescatar y resaltar la tan necesaria figura de Atenea —ánima— (al igual que Ariadne para Teseo, Circe para Odiseo, Beatriz para Dante etc.) en la tarea de Perseo. Solo de esta manera, son su ayuda, pudo llevarla a término sin acabar convertido en piedra.

Referencias bibliográficas (Para este artículo y su primera parte)
- El Tarot y el Viaje del Héroe. Hajo Banzhaf.
- En la espiral de la energía. Fernández Durán & González Reyes.
- La sabiduría del Eneagrama. Hudson & Riso.
- ¿Dónde están las monedas? Joan Garriga Bacardí.
Fantástica recopilación de los elementos que interactúan en la psique social e individual, estamos en manos de un superyo infantilizado egoico y enfermo. Sin duda es necesario reflexionar de donde venimos para reconducir este desvarío milenario y está aportación es muy instructiva. El objetivo es que estás ideas se materialicen en acciones coherentes
Muy bueno, Ana.
Estoy de acuerdo contigo en que el paradigma yin-yan y la noción de equilibrio puede servir de gran ayuda a nuestra cultura occidental, que está tan falta de ellas.
Muchísimas gracias Jorge y Marga! Sí, para mí es fundamental penetrar en estos patrones mentales y siento igualmente que mi aportación es un buen grano de arena para otra base…. Grcias