La neutralidad de la tecnología es uno de los imaginarios sociales más extendidos. Su ejemplo predilecto es el del cuchillo, que puede usarse para partir alimento o para dañar a otra persona. ¿Es realmente neutral la tecnología?, ¿se puede aplicar este adjetivo a todo tipo de tecnologías?
Para esbozar alguna respuesta a estas preguntas, una premisa previa es comprender que la tecnología materializada en herramientas no es solo una una expresión cultural, sino que condiciona la forma de pensar y de sentir de las personas. Por ejemplo, si una cultura genera objetos para el uso colectivo no solo expresa su articulación comunitaria, sino que la refuerza, ya que implica que sus integrantes tienen que actuar de forma coordinada. Un ejemplo más contemporáneo es cómo internet, los teléfonos móviles y la hibridación entre ambos ha modificado nuestra manera de relacionarnos. Y esto no solo es a nivel personal, sino también institucional y económico.
Se pueden distinguir tres niveles tecnológicos. El primero son las herramientas. En ellas, la energía la ponen los seres humanos. Son en general tecnologías sencillas. El segundo lo componen las máquinas. En este caso, hay una fuente energética exosomática (un combustible fósil, electricidad) que es la que permite que la máquina funcione, pero el control es humano. El grado de complejidad medio de las máquinas es notablemente mayor que el de las herramientas, pero dentro de las máquinas hay distintos niveles de sofisticación. Tenemos desde molinos de viento como los que inmortalizó Cervantes, que son relativamente sencillos, hasta los aerogeneradores de alta tecnología de 7 MW que se están instalando. Finalmente, estarían los autómatas, que vamos a definir como máquinas que controlan otras máquinas. Aquí la complejidad se incrementa más aun.
El grueso de la historia de la humanidad ha estado exento del uso de máquinas complejas y de autómatas. El cambio de sociedades que usaban herramientas y máquinas sencillas, al de sociedades con una utilización creciente de máquinas complejas no fue irrelevante. El primer nivel tecnológico, entendiendo como hemos dicho que la tecnología es una expresión social que a la vez la condiciona, puede alumbrar sociedades igualitarias o dominadoras. Es decir, que en este nivel sí podríamos hablar de una cierta neutralidad de la tecnología. Neutralidad no en el sentido de irrelevancia social, sino en el de distintos usos. Aquí podría valer el ejemplo del cuchillo.
Pero la tecnología compleja, la basada en máquinas sofisticadas y autómatas es solo propio y perpetúa las dominadoras. Hay varios argumentos para sostener esto.
En primer lugar, las tecnologías complejas son intrínsecamente insostenibles. Se basan en materiales no renovables, tienen fuertes impactos ambientales en su ciclo de vida y, en términos globales, todas ellas son muy ineficientes en el consumo energético. De este modo, tienen impactos insoslayables sobre la vida de todos los seres vivos presentes y futuros, y no son universalizables. Es más, en al medida que se ha ido imponiendo el uso de la alta tecnología, esto implicó que actos cotidianos (trabajar remuneradamente, desplazarse) tuviesen un impacto considerable, significando un ejercicio de poder.
Un segundo argumento es que las máquinas complejas implican que el acceso a cómo funcionan, a su control, solo puede estar al alcance de pocas personas. Son aquellas que pueden dedicar mucho tiempo al estudio de su ingeniería. Como la tecnología es un elemento central del funcionamiento social, este acceso restringido es una desigualdad de poder latente.
Finalmente, los centros de poder, que son quienes controlan la tecnología, tienen una capacidad de coacción mucho mayor con las máquinas complejas. Un ejemplo son los mecanismos de almacenamiento y gestión de la información que han posibilitado las TIC. Gracias a ellas, Google y la NSA (servicio de inteligencia estadounidense) atesoran una cantidad de información sobre millones de personas inimaginable por los Estados agrarios. Esta información se usa para quebrar voluntades de forma delicada (publicidad) y violenta (represión directa). Otro ejemplo es el incremento en el desnivel bélico entre quienes tienen acceso a armamento tan sofisticado como un portaaviones o una bomba atómica, y quienes solo tienen un cuchillo.
Obviamente, esto es matizable y parcialmente enmendable. Por ejemplo, no es lo mismo la tecnología eólica que la nuclear en lo que implica de concentración de poder, ni lo es que internet se configure con neutralidad de la red a que la pierda. Pero eso no quita que no existan relaciones más o menos jerárquicas entre especies, entre generaciones y entre individuos en todos los casos.
En conclusión, determinados grados de complejidad, expresados en este caso en forma de tecnología, tienen costos. Uno de ellos es tener sociedades intrínsecamente desiguales. También tienen beneficios, que no hace falta enumerar pues en una sociedad tan tecnófila como la nuestra son continuamente proyectados. Necesitamos hacer debates sosegados al respecto que nos permitan complejizar, en este caso inequívamente sí, nuestra visión de la tecnología.
[…] ¿Es la tecnología neutral? “Necesitamos hacer debates sosegados al respecto que nos permitan complejizar, en este caso […]
Gracias Luis, aportaciones siempre interesantísimas. Ahí van algunos matices/discrepancias.
Más que la complejidad en sí misma como factor de insostenibilidad y de desigualdad, yo arrojaría una mayor esperanza: es una cuestión de aceleración de esa complejidad la que tiende a desequilibrar el ecosistema en el que se realiza (biológico y humano). En lo biológico las tecnologías humanas y pre-humanas ya generaron distorsiones o cambios importantes a escala local y regional desde muy antiguo.
El Homo sapiens nació ya controlando el fuego (que es más antiguo que nuestra especie y quizás incluso que nuestro género) y este control modificó no solo todas las relaciones sociales sino que fue un factor importante hasta el nivel genético.
La extinción de la megafauna al menos en Norteamérica y Australia se asocia generalmente hoy a una causa doble: cambios climáticos y la entrada de una nueva especie «hipertecnológica» que controlaba armas de caza y fuego (que se usaba también como arma). La biosfera se adapta a un ritmo rápido a escala geológica pero lento a escala de una generación humana. Hace 30000 años en Australia, la tecnología humana era suficientemente compleja como para ayudar a generar extinciones de poblaciones de animales. Y la caza contribuyó tanto en el dimorfismo de la especie como en la construcción de sociedades de dominio del hombre sobre la mujer, la primera gran distorsión. Con el tiempo, y si la tecnología no sigue acelerándose, mi hipótesis es que tanto las sociedades humanas como los ecosistemas que las acogen, pueden irse adaptando y convertirse en más sostenibles e igualitarias.
Cierto es que, conforme esa aceleración de la tecnología ha seguido, las inadaptaciones no solo no cesan sino que van en aumento. Pero no es el grado intrínseco de complejidad, sino la inadaptación que la novedad conlleva.
Por otro lado, la tecnología no es una singularidad humana, ni siquiera la tecnología compleja de los autómatas. Gaia, capaz de reciclar a escala planetaria a tasas del 99,5% y más, elementos como el nitrógeno y el fósforo (tasas inimaginables para cualquier ingeniero del siglo XXI), que controla el clima durante tiempos geológicos, que controla la salinidad de los océanos, y ese largo etc. que la define, tiene tecnologías sostenibles a «años-luz» de los automatismos humanos y de una complejidad y sutilezas abrumadoras (que aumentan con el tiempo, Gaia es más compleja ahora que hace 500 millones de años) que dejan anonadados a ecólogos y biólogos y que dan una lección de humildad a tecnólogos e ingenieros cuando se entienden en forma de máquinas o autómatas la más simple de las bacterias. Por tanto, la complejidad no es una barrera a la sostenibilidad en sí, lo es cuando ésta se acelera tanto que no deja tiempo para la necesaria integración, para el re-equilibrio que el cambio supone. Buena parte de lo que explicas en «La Espiral de la Energía» sobre las sociedades dominadoras, no vendría por un «instinto» humano a la competencia y desigualdad que se realimentaría tecnológicamente, yo lo achacaría a la dificultad que tiene la integración rápida de los flujos energéticos y tecnológicos, cada vez más difícil y con una clara tendencia a generar desigualdades como bien dices. El poder luego, efectivamente, se encarga de controlar e ir a la vanguardia (acelerando) para mantenerse como tal. Así, no sería el «instinto», lo biológico darwiniano, lo que nos ha ayudado a meternos en este callejón sin salida y que desde esas explicaciones solo nos deja o nihilismo o cinismo, sino esa interacción energía-tecnología-sociedad que la Civilización no es capaz de integrar antes de que una nueva ronda de interacción vuelva a generar problemas, atrapados en una «Espiral», en un vórtice cada vez más intenso.
Como bien has dicho, máquinas y automatismos requieren una energía exosomática, esto abre la puerta a que las civilizaciones futuras tengan más oportunidades de ser más sostenibles y equitativas, ya que volveremos a fuentes energéticas menos intensas y concentradas (de fósiles y nuclear a renovables), volveremos a flujos más lentos, en una gran deceleración que simplificará todo mucho al principio, pero que permite el aumento de la complejidad después sin tantas malas tentaciones y aceleraciones.