Nace el Grupo de Decrecimiento «Hasta aquí hemos llegado»

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En 2011 se creó en la comunidad castellano-leonesa una filial del movimiento cívico Attac, como asociación autónoma pero formando parte de Attac España y con similares características y objetivos. Attac Castilla y León comenzó a constituirse en las distintas provincias con mayor o menor fortuna; en Palencia se formó un agrupamiento pequeño pero muy homogéneo, que llevó a cabo en forma constante diversas actividades de apoyo y defensa de la ciudadanía, información y reflexión política.

Con el paso del tiempo y la propia evolución personal de los integrantes de Attac Palencia, fueron adquiriendo una importancia creciente para nosotros los temas ecológicos, el cambio climático que empezaba a insinuarse y los problemas derivados del uso de combustibles fósiles o el agotamiento de los recursos naturales. Así resolvimos dedicar íntegramente el primer semestre de 2016 a un ciclo de charlas-debate que se llamó “Por qué esta crisis no acabará nunca. Los límites del crecimiento”.

Las actividades de difusión de conocimientos no solo (in)forman a los destinatarios sino también y especialmente a quienes las realizan. El desarrollo de tal ciclo y su continuación en igual período de 2017 incentivaron de tal modo nuestra preocupación por estas cuestiones, que nos llevaron a considerar la conveniencia de dedicarnos a ellas de manera exclusiva. Así se constituyó el Grupo de Decrecimiento «Hasta aquí hemos llegado» que, el pasado verano, realizó su asamblea constitutiva como asociación independiente.

Por supuesto, tal independencia no significó distanciarnos de las temáticas y fines que asumimos cuando actuábamos como miembros de Attac CyL sino, manteniéndolos en lo esencial, abrirlos a una perspectiva más amplia, ya no solamente económica sino también ecosocialista y decrecentista, a fin de tener en cuenta todos los aspectos de la actual situación de crisis económica, ecológica, energética y social.

Para ello elaboramos una serie de consideraciones y propuestas básicas que reflejaran nuestro ideario, siendo yo luego el encargado de desarrollarlas en una especie de manifiesto que, una vez discutido y aprobado, pasó a constituir el preámbulo de nuestros actuales Estatutos. Transcribo a continuación este documento:


Manifiesto fundacional del Grupo de Decrecimiento «Hasta aquí hemos llegado»

Hasta aquí hemos llegado (logotipo)
Símbolo identificativo del Grupo de Decrecimiento ‘Hasta aquí hemos llegado’.
El siglo XXI se ha iniciado con un orden mundial caótico preñado de injusticias y desigualdades sociales, que sufre las consecuencias de la paradoja de Gramsci: el viejo mundo, ya agotado, agoniza, mientras que el nuevo no parece capaz de nacer. En tales circunstancias la crisis económica no es más que la punta del iceberg, bajo la que subyace un colapso ecológico, cultural, político y moral del sistema capitalista, que amenaza nuestra propia supervivencia. Cabe hablar, pues, de crisis civilizatoria, quizás la más grave a la que nos hemos enfrentado.

Durante la globalización neoliberal, las grandes corporaciones han acumulado una fuerza nunca conocida con anterioridad, configurando una estructura cultural y política a su servicio capaz de desarrollar su propia agenda. Tal poder corporativo pretende avanzar en la mercantilización total de la vida, a través de la imposición de una lex mercatoria que busca situarse por encima del marco internacional de Derechos Humanos y de las soberanías nacionales y populares, estableciendo un nuevo modelo de gobernanza que tendría graves consecuencias.

Esto producirá un aumento de las confrontaciones entre bloques por el puesto hegemónico, ampliándose los conflictos que genera la situación energética y climática con la pretensión de acaparamiento de los recursos fundamentales: agua, tierra y energía (ya escasos, incluso en su versión renovable) bajo el paraguas del capitalismo verde.

Las escasas expectativas de crecimiento económico generalizado ahondarán la tendencia a la reproducción del capital por vía financiera, llevando a una economía aún más especulativa y compleja.

En resumen, la apuesta del capital frente a la vida tendrá como resultado la exclusión de vastos grupos humanos del proyecto civilizatorio, en base a género, clase social o etnia. De esta forma el capitalismo, prescindiendo de tapujos retóricos, derivará a lógicas de fascismo social con poder de veto sobre la vida y el sustento de los más débiles.

En consonancia con todo lo anterior, consideramos que las actuales vicisitudes económicas, el agotamiento de los recursos naturales del planeta —en especial los combustibles fósiles, que hicieron posible la era de crecimiento que está llegando a su fin— y el cambio climático en gestación, son manifestaciones diversas de un mismo problema estructural: una industrialización desenfrenada, que ha sobrepasado la capacidad del planeta para regenerarse.

Tal desbordamiento de los límites de la biocapacidad terrestre deriva de una dogmática ideología del beneficio económico, devenido suprema finalidad de la vida. Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización tecnólatra y mercadólatra que si no crece no puede funcionar, y si crece destruye las bases físicas que la sustentan: un conflicto de tal entidad como para proyectar realmente un cambio de ciclo histórico. Por esta razón el siglo XXI es el «Siglo de la Gran Prueba».

Estamos al borde del abismo pero lo más grave no es la amenaza del inminente colapso, sino la ceguera voluntaria, el asentimiento pasivo completamente internalizado por la sociedad actual, que dice que no hay ninguna alternativa al orden mundial del capital. Y entonces, mientras se acumulan los signos de un imparable declive del flujo energético —y por tanto también del crecimiento tal como lo hemos conocido— un problema deliberadamente silenciado por la práctica totalidad de los medios de comunicación de masas y los partidos políticos, las actitudes dominantes en la sociedad son: el desconocimiento, el escepticismo, la resignación del «yo no puedo hacer nada» o la indiferencia.

Estas actitudes tienen su propia lógica macabra: tras décadas de afianzamiento de la hegemonía cultural y los dispositivos institucionales del capitalismo, la vida humana parece consistir básicamente en los oropeles del ascenso social a través de la adquisición de bienes materiales. Pero está en juego la propia pervivencia de nuestra especie, y por ello debemos rechazar los enmascaramientos propagandísticos del capital, que camufla con falsas promesas de bienestar los costos ecológicos y humanos de su expansión, al tiempo que aumenta las desigualdades a niveles sin precedentes, condenando a legiones de desposeídos a una marginación desprovista de esperanza. Es imprescindible bosquejar modelos socioeconómicos alternativos factibles y mostrar cómo podríamos avanzar desde aquí hacia allá.

Para poder pensar en esas transiciones ecosocialistas necesitamos desarrollar modos culturales igualmente alternativos basados en el bien común. Debemos trabajar en la construcción de una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna pese a la mengua de los recursos básicos. Para esto va a ser imprescindible un cambio radical en el modo de vida, las formas de producción y distribución, que a su vez requerirá un cambio también radical en los sistemas de valores. Necesitamos una sociedad cuyo objetivo ya no sea el tener sino el ser, una economía que tenga como finalidad la reapropiación de los bienes comunes, la satisfacción de las necesidades sociales y no el lucro personal.

Para llamar la atención sobre estos problemas, analizar colectivamente sus claves y buscar soluciones factibles, hemos creado la Asociación Grupo de Decrecimiento «Hasta aquí hemos llegado”, agrupación abierta a toda persona sensibilizada ante los problemas medioambientales y sociales que desee participar junto a nosotros en este difícil reto.

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Artista visual y docente retirado en las áreas del dibujo y arte textil. Ha publicado artículos en el web de Attac España y es coautor del volumen de relatos “Desde el exilio”. Miembro de Attac Castilla y León hasta 2016, y colaborador de los grupos de exiliados uruguayos, es cofundador del grupo de decrecimiento “Hasta aquí hemos llegado”.

2 Comments

  1. Como declaración de principios, quedan muchas definiciones clave, en el aire, en la indefinición.
    Mencionaré “vida digna”, ¿qué se entiende por una vida digna? o ¿”bien común”? Es necesario, obligado, precisar cuidadosamente estas expresiones, pues ellas son parte esencial del objetivo. Ambos conceptos han sido tan manoseados a lo largo de los siglos, que requieren de definiciones precisas para esta iniciativa. Nada debe quedar definido como algo para ser entendido.
    Nuevos concepto de sociedad requieren de cambios radicales ciertamente, y ellos requieren de precisiones que eviten toda confusión con lo que se ha hecho o dicho en el pasado.
    Si se habla de vida digna centrada en el individuo humano, seguimos hablando de antropocentrismo, y si se habla de bien común centrado sólo en la sociedad humana, también sigue siendo antropocentrismo.
    Por encima, y guiándose sólo por ella, esta declaración de principios no difiere de tantas otras hechas previamente.
    Por lo que puedo ver, queda mucho por sólo definir, antes de comenzar a desarrollar posibles soluciones.
    Una de las definiciones principales faltantes en esta declaración es ¿para qué? Cuál es el objetivo de esta propuesta en el muy largo plazo, ¿vivir por vivir? Si ello es así, caemos en lo mismo que hacemos hoy, sólo que de una manera distinta. Podemos esperar las mismas falencias a futuro, y terminar con un sistema que sólo se sirve a sí mismo, y ello no lleva a nada sostenible, pues por muy equilibrada que sea una sociedad, el tedio en algún momento buscará caminos no deseables.
    Es obligado desarrollar un concepto trascendente de la especie humana para existir. Que en esta declaración está faltando.
    Hacer algo por hacer algo está bien, pero creo que somos lo suficientemente juiciosos para tratar de hacerlo bien a la primera, que puede parecer un objetivo ambicioso, pero en la medida de que lo veamos de ese modo, hay mayores posibilidades de un buen resultado. Que sólo requiere de ajustes menores, no cómo me ha tocado ver, “una reforma de la reforma”.
    Esta sociedad ha implementado tantos cambios con bonitos ideales, que han fallado, que debemos aprender de tanto proyecto fallido. Todos sin excepción son proyectos que han pecado de una falta de visión a largo plazo, y por ello de muchas indefiniciones iniciales. Ha sido necesario arreglar la carga por el camino, es decir, se ha improvisado, lo que evidentemente no sirve.
    Tratemos de aprender de los errores del pasado, en vez de correr a alguna parte, sin importar a dónde, pues en la desesperación, todo lo que importa es correr. Hacer algo. Y eso ya se ha mostrado como insuficiente, tonto a estas alturas.

  2. Lamentablemente, creo que llegamos tarde a un consenso para el decrecimiento y una solución colectiva.

    Por un lado no hay propuestas maduras para un decrecimiento colectivo que nos incluya a todos, y que lleguen a tiempo para atajar la situación que ya se nos viene encima.

    Por otro no hay una conciencia sobre la situación real del problema. Incluso aunque los efectos del agotamiento de recursos ya sean visibles el problema se niega o ningunea, es más fácil culpar a factores diferentes para seguir con la idea del crecimiento como único sistema posible.

    Por ello y para no extenderme, considero que la mejor opción para mantener un mínimo de nuestra civilización es la solución que ya dio Isaac Asimov en su trilogía «fundación e imperio»

    Para replicar está solución se deberían de fundar una serie de ecoaldeas autosostenibles, donde implementar y experimentar diferentes soluciones de organización, generación de recursos y autoconsumo. Tendrían que tener también la capacidad de almacenar los conocimientos que hasta ahora ha adquirido la humanidad.

    Lamentablemente nosotros no podemos escondernos en la otra esquina del universo para no sufrir las consecuencias de la caída del imperio, por eso estás aldeas deberían de distribuirse por toda la geografía, y contar con medidas para ocultar su riqueza y en último extremo defenderse.

    No estamos ante una crisis, si no ante un colapso de una civilización, llevamos mucho tiempo esperando lo mejor, pero no nos hemos preparado para lo peor, y la actitud tanto de gobiernos como de la ciudadanía en general apuntan a que el peor escenario es el más probable.

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