(Texto extraído del cap. 6 del libro La izquierda ante el colapso de la civilización industrial. Se ha añadido el esquema del resto de estrategias para una mejor comprensión del conjunto de opciones que se presenta en el libro.)
Esta actitud sería precisamente la que más solemos reclamar de las formaciones políticas hasta ahora los activistas del Peak Oil. Consistiría en adoptar una estrategia variante de la anterior, que destacase públicamente las dimensiones y trascendencia de la trasformación que hace falta realizar[1] de manera necesariamente unida a un destaque del lado bueno del colapso; un colapso que, a pesar de la más decidida preparación que pudiéramos hacer, esta estrategia reconocería que lo iríamos a experimentar de todos modos. Es decir: advertir a la sociedad de que va a haber colapso sí o sí (aunque no hace falta usar necesariamente esa asustadora palabra, claro está), pero que nos tenemos que poner manos a la obra para que el resultado de ese colapso sea vivir cualitativamente mejor que ahora, o —al menos— no peor. Algo así es lo que intentamos hacer en la Guía para o descenso enerxético[2]:
la mejor manera de considerar la trasformación que tenemos el deber de realizar es como una revolución liberadora, emancipadora, tanto de los muchos males de la sociedad actual como de los mayores males de ese futuro en caótico colapso que sufriremos si fracasamos. Va a haber colapso de una manera o de otra, no nos engañemos, pero podemos hacer una revolución para lograr que lo que quede tras ese colapso sea mejor de lo que ahora tenemos, y no peor.
Autores como Ted Trainer —quien, como buen permacultor, adopta la actitud de trasformar los problemas en soluciones[3]— apuestan por esa visualización del colapso como oportunidad, como el Gran Reto que vamos a protagonizar como especie. En el movimiento de las Transition Towns también encontramos mucho de este sesgo positivo así como en la obra de Odum & Odum A Prosperous Way Down donde se identifica la posibilidad de un descenso benéfico como el “reto colectivo de este siglo”[4]. Lambert & Lambert también consideran que las sociedades podrían “derivar algunos beneficios cohesionadores de los estresores inherentes al descenso de la TRE del petróleo” y ponen como ejemplo “un elevado sentido de los vínculos sociales derivado de una comunicación efectiva, de un uso constructivo del poder, del afecto optimista y de unos objetivos colectivos compartidos”[5]. El investigador Carlos de Castro también reconoce que la idea de construir la siguiente civilización es muy importante a la hora de movilizar y motivar[6]. Optar por este tipo de estrategia no quiere decir que haya que negar o disimular las peores consecuencias, pero sí poner el énfasis en los múltiples aspectos positivos que podemos hallar en el proceso de colapso y, sobre todo, en el poscolapso. Aunque tal vez, como advierte Jorge Riechmann, ya no sea posible ese Decrecimiento Feliz que algunos autores (Julio García Camarero y otros) dibujan[7], pero al menos habría que buscar, si apostamos por esta estrategia, el lado feliz del decrecimiento, o concretándolo con las palabras de Emilio Santiago, “la seducción progresiva de una vida más sencilla y más local”.
Considero muy relevante la apreciación que Joseph Tainter hace en su libro The collapse of complex societies acerca de que un colapso civilizatorio no tiene por qué ser una tragedia total, por lo menos para la gente corriente (aunque, seguramente, sí para las élites)[8]. Él argumenta que el colapso de una civilización compleja no deja de ser “un regreso a la condición normal humana de una menor complejidad”[9]. Creo que esto es básico para pensar nuestro futuro, y sobre todo para presentárselo a la sociedad, y dentro de ella a las izquierdas, invitándolas a adoptar ese mensaje y ese lenguaje para hacer atractiva, dentro de lo posible, la dura transición que nos espera, en el mejor de los casos. Es una manera valiente de enfocar el problema que propongo a las fuerzas políticas de izquierda, para hacer coherente su discurso y programa con la conciencia del colapso civilizatorio. A mayores, me atrevería a señalar un aspecto de esta estrategia que puede ser del máximo interés para determinadas formaciones de izquierda si no de tipo autoritario, sí cuando menos paternalistas o dirigistas: la Gran Transición va a requerir líderes, no que decidan por nosotros, pero sí que lideren en el sentido cultural y moral, idealmente por medio de ese liderazgo entrañable del que hablábamos en el apartado de «Un feminismo postindustrial». Sabemos que, como primates que somos, tenemos una tendencia a seguir líderes, que ha sido exacerbada desde hace milenios por las sociedades de la dominación y en los últimos dos siglos por el capitalismo industrial. Murray Bookchin reconocía el papel positivo que puede suponer un(a) líder en un municipio libertario, función que no estaba reñida con el ideal anarquista pues el líder no tendría más capacidad de decisión que cualquier otra/o vecina/o, pero sí que cumpliría valiosísimas funciones emocionales e intelectuales de motivación, inspiración, etc.[10] Pienso que ese papel puede resultarle atractivo, trasladado al enorme proyecto social que puede ser proponer a una sociedad entera transitar hacia una vida simple pero digna, a muchas formaciones de izquierda y a muchos de sus líderes actuales. ¿Por qué no iba a resultar un reto del máximo interés para un Pablo Iglesias, una Ada Colau, un Martiño Noriega, un Alberto Garzón, un Arnaldo Otegi… liderar la Transición de su país hacia una nueva sociedad poscapitalista y postindustrial? Pocas cosas puede haber más dignas de la dedicación al bien público de una persona. Muchos de los autores y autoras que analizan nuestra perspectiva de colapso reconocen que necesitamos personas que lideren el proceso. ¿Por qué no puede ser el liderazgo colectivo de un partido de izquierdas o de un sindicato? ¿Por qué no una persona con una trayectoria previa en la izquierda más o menos convencional? No quiero con esto decir que sea esta la opción que yo prefiera, pero sí que puede resultar una estrategia interesante para esas personas y organizaciones, al tiempo que tremendamente útil para la sociedad, siempre y cuando no sea un liderazgo autoritario y sea el pueblo a fin de cuentas quien más ordene.
Pero, ¡cuidado! No debemos caer en ese “discurso ingenuo” sobre el que nos advierte Yayo Herrero cuando habla de los que esperan que simplemente cambiando los gobernantes, cambien las estructuras[11]. Ella defiende que el necesario cambio radical de estructuras, de paradigma, se tiene que apoyar imprescindiblemente en la articulación y autoorganización de la ciudadanía, generando movimientos sociales que hagan de auténtico contrapoder (copoder podríamos decir en el caso de gobiernos facilitadores) en el ineludible conflicto que se comienza ya a dar en las diversas escalas local, regional, estatal e internacional. En ese conflicto del que habla, las iniciativas sociales deben ser las primeras que luchen, por ejemplo, a favor de la remunicipalización (a escala local) de los servicios básicos, y a favor de la socialización (que no tiene por qué significar estatalización) a escala estatal, o retomando la bandera de la propiedad social de los medios de producción, algo que era básico antaño para el movimiento obrero. “Sin gente organizada en el terreno, no se puede hacer nada”, concluye Herrero. Y una de las causas para la falta actual de articulación —y, consecuentemente, de respuesta— social es la propia “tibieza del discurso” de las fuerzas de izquierda, políticas y sindicales, en torno a la crisis ecológico-energética[12]. Así, sería previsible que un endurecimiento de ese discurso pusiese en marcha un bucle de realimentación positiva que fortaleciese la respuesta social, que a su vez reforzaría ese discurso radical en la izquierda política.
Esquema de las diversas estrategias apuntadas en La izquierda ante el colapso de la civilización industrial
- Estrategias francas:
- Estrategia franca dura.
- Estrategia franca ilusionante.
- Estrategia criptoderrotista.
- Estrategia pasivo-facilitadora.
Notas
[1] Como muestra, César Santiso (Esquerda Unida – Os Verdes) usaba esa idea al hablar del objetivo de la Guía para o descenso enerxético: “la andadura colectiva más importante de la historia de Galicia”, Galiza.posPetroleo.com (13/10/2013).
[2] Asoc. Véspera de nada (2013, 2ª ed. 2014): Guía para o descenso enerxético. Preparando unha Galiza pospetróleo, 49-50.
[3] Podemos encontrar esa misma actitud en numerosos analistas. Sirva como ejemplo más próximo, Arnau Montserrat: “Ya inventarán algo”, El Diario (15/02/2015): “desengancharse de los combustibles fósiles no es el problema, es la solución”.
[4] Odum & Odum (2001): A Prosperous Way Down: Principles and Policies, p. 207 y otras.
[5] Lambert & Lambert (2011): “Predicting the Psychological Response of the American People to Oil Depletion and Declining Energy Return on Investment (EROI)”, Sustainability 3(11), 2129-2156. No obstante, a partir de un cierto nivel de estrés esos supuestos beneficios decaerían rápidamente. De hecho, resulta muy llamativa la similitud entre la gráfica con la que estas autoras relacionan el beneficio social con el nivel de estrés percibido, y la curva de los rendimientos marginales decrecentes descrita por Joseph Tainter (1988).
[6] También es la idea de partida de la nueva revista que tengo la responsabilidad de coordinar: 15/15\15 – Revista para una nueva civilización.
[7] Riechmann: “Transiciones y colapsos. El ecologismo social en el Siglo de la Gran Prueba”, Última llamada (10/01/2015).
[8] Tainter (1988, repub. 2003): The Collapse of Complex Societies, pp. 197-199.
[9] De nuevo la poderosa imagen de volver a casa.
[10] Janet Biehl & Murray Bookchin (2009): Las políticas de la ecología social: municipalismo libertario, Virus.
[11] Herrero et al. (2015): Debate «El Decrecimiento ante las Urnas«, I Jornadas Decrecentistas, Universidad Complutense de Madrid, 5 de mayo de 2015.
[12] Fernández & González (2014): En la espiral de la energía, vol. II, p. 83.
[…] de la que el mismo Navarro habla y crearía las condiciones para lo que he denominado una estrategia franca ilusionante (en mi libro La izquierda ante el colapso de la civilización industrial. Apuntes para un debate […]