(Recensión de Diez mil millones de Stephen Emmott —Anagrama, 2013— previamente publicada en Cultura/s el 30/10/2013)
En el verano de 2012, un espectáculo teatral del Royal Court de Londres causó gran impresión. En el escenario, durante más de una hora, el monólogo de un actor que nunca antes había actuado. Y que allí tampoco actuó. Se limitó a presentar datos científicos sobre el crecimiento de la población mundial (que podría ser de diez mil millones durante este siglo) y sobre el impacto de la actividad humana en todos los sistemas planetarios. El actor en cuestión era un científico de prestigio, Stephen Emmott, que acompañaba su intenso monólogo con gráficos e imágenes impactantes, moviéndose ocasionalmente apoyado en un bastón (sufre un problema discal). Diez mil millones es la versión en libro de aquel espectáculo. Una especie de thriller o de relato de terror construido a base de datos académicos y de racionalidad sin ingenuidad, constatación de “nuestro fracaso, nuestro fracaso como individuos, el fracaso de nuestra economía y el fracaso de nuestros políticos”. Un texto brevísimo (se lee en un par de horas), con un estilo casi aforístico y un diseño que busca el máximo impacto: páginas en blanco para reflexionar, páginas en negro para encajar el golpe. Todos los ecosistemas globales, todos, no sólo se dirigen hacia una catástrofe sin precedentes, sino que ya están en transición hacia ella.
Con calculada frialdad y abundante ironía, Emmot resume velozmente cómo estamos afectando el clima, el ciclo del agua y el conjunto de los ecosistemas terrestres, y cómo, con la tecnología y los conocimientos actuales, no hay modo de proporcionar a medio plazo un mínimo de energía, agua y alimentos para una población mundial cada vez más numerosa y más voraz. Un par de ejemplos sobre el agua: producir una hamburguesa requiere 3.000 litros de agua; una barra de chocolate, 2.700. Para fabricar un chip semiconductor, como los que usan a millones las TICs (en 2012 se fabricaron más de dos mil millones de ellos) hacen falta 72.000 litros de agua. Emmot compara nuestra situación con lo que ocurriría si mañana supiéramos que el impacto de un asteroide destruirá la mayor parte de la vida en la Tierra el 3 de junio de 2072. Los gobiernos de todo el mundo enrolarían a todos los científicos, profesionales y empresarios disponibles para una doble tarea: intentar evitar el impacto y, si ello no es posible, “buscar soluciones con el fin de que nuestra especie sobreviva y reconstruya lo destruido”. Según Emmott, nuestra situación es aproximadamente la misma. Pero no haremos nada, porque aquí el problema no es tangible como un asteroide. El problema somos nosotros mismos.
Stephen Emmott (Yorkshire, 1960) no encaja en las descripciones habituales de autores apocalípticos. Es director de Ciencias Informáticas en Microsoft Research, profesor en Oxford y asesor científico del gobierno británico. La ciencia y la tecnología modernas suelen ir acompañadas de una fe en el progreso que es tan inquebrantable como ingenua: se da por supuesto que siempre, si una tecnología tiene efectos nocivos, otra nueva tecnología lo resolverá. Pero Emmot ha sabido librarse de ese ingenuo optimismo. Propietario de diversas patentes tecnológicas, Emmot hoy reconoce que el optimismo tecnológico es “una fantasía peligrosa”. Incluso se permite ironizar sobre el acelerador de partículas del CERN: 8.000 millones de euros gastados en buscar una partícula subatómica que probablemente no sirve para nada. “Y los físicos del CERN se mueren por convencernos de que es el mayor y más importante experimento de la historia de la Tierra. No lo es. El mayor y más importante experimento de la historia de la Tierra es el que llevamos a cabo entre todos, en este momento, con la propia Tierra”. Detrás de su discurso se siente rabia e impotencia ante el modo como actúan “nuestros políticos, nuestros empresarios y nuestra estupidez”. Esa rabia se aprecia en alguno de los pasajes finales, como cuando concluye que realmente necesitamos hacer algo radical “para impedir una catástrofe planetaria. Pero creo que no haremos nada. Creo que estamos jodidos (I think we are fucked).”
¿Hay alguna solución? Emmott sospesa todas las tecnologías conocidas para concluir que ninguna sirve ante un reto de esta magnitud. Las ideas de geoingeniería, por ejemplo, son enomemente costosas y todas tienen imprevisibles repercusiones negativas. Desechada la vía tecnológica, la única otra solución que queda es “cambiar radicalmente nuestro comportamiento”. Sabemos que necesitamos grandes cambios en el rumbo de nuestro mundo. Por ejemplo: “Necesitamos consumir menos. Mucho menos. Menos comida, menos energía, menos bienes domésticos. Menos coches”. Pero Stephen Emmot no ve indicios de que semejante cambio radical pueda suceder. Entre las imágenes espectaculares que acompañan al texto hay una de los líderes del G20 reunidos en Londres. El cinismo de fondo que transmiten sus sonrisas deja claro que de ellos no va a venir el cambio.
Aun así, el único camino es un cambio radical en nuestro modo de relacionarnos con el planeta, con la humanidad y con nosotros mismos. Entre las convulsiones del mundo de hoy podemos entrever que un mundo nuevo quiere nacer. Está claro, como afirma Emmott, que el cambio no vendrá de las élites políticas o económicas. Tampoco puede venir de los más desposeídos. Pero podría venir (o podría estar viniendo ya) de los cientos de millones de personas anónimas que todavía podemos permitirnos el lujo de comer, leer y meditar. Como las que nos asomamos a estas páginas.
«el único camino es un cambio radical en nuestro modo de relacionarnos con el planeta, con la humanidad y con nosotros mismos»
¡Por favor!, para que tanto eufemismo que confunde y desorienta tanto. EL ÚNICO CAMINO POSIBLE ACABAR CON LAS RELACIONES CAPITALISTAS DE PRODUCCIÓN.
Un panorama desolador pero que no impide que sigamos luchando. Lo peor que podemos hacer es rendirnos.
No entiendo el planeta en el que estamos, no anymore, como una lucha. No es una lucha de las «elites capitalistas de producción» qué es eso de producir. Producir es reproducir la dinámica del sistema que nos está matando ( y esto se lo digo a ese comentarista que no entiende nuestro propio cuerpo -Biológico-humano o no, pero vivo- La lucha no es por fuera, es por dentro. Millones de años de evolución han hecho una consciencia documentada y probada, que tenmos en común con otros miles de seres que sobrevivieron conociendo que la mayoría debe bailar junta, debe pararse junta si las condiciones no son favorables y junta -no somos en absoluto víctimas, somos corresponsables del destino que le vamos a dar a un momento del tiempo que sólo puede ser o ritmo o ruido. Ahora hay que juntar fuerzas para lo único -y heroico -por lo que debemos trabajar; Conocer que debemos saber vivir con todo lo que es gratis aún. Saber morir por y en la defensa de lo que nos es sagrado, por ejemplo, dos cosas tan simples que nos han permitido prolongarnos con «ella» cada estación. Sólo podemos luchar para mantener las aguas límpias y los suelos fecundos, y lo demás ya se hará sólo. Por eso y no por los medios de producción es por lo que merece la pena vivir, por seguir respirando la belleza de este cielo reflejado en el suelo y el agua. Y necesitamos tan poco para vivir,-mientras lo hacemos- que si cada cual supiéramos vivir respirando y cantando no habría nadie que nos parase. No conocemos la palabra rendición, pues cada mañana hay pájaros que nos despiertan y cada noche hay na luna distinta que tenemos dentro y que miramos fuera. A pesar del dolor de los otros que es el nuestro, es un privilegio poder estar aquí contemplando cada uno de los pequeños intentos por el siguiente latido que se nos regala
Gracias, Nuba. Creo que has estado especialmente inspirada con tu mensaje, varias de cuyas ideas y frases me han emocionado. ¡Gracias enormes! 🙂 En efecto, es un privilegio… y no puedo concebir otra manera de respoder a él que defenderlo luchando, como dices bien tú, en primer lugar por mantener viva la sangre y la carne de Gaia (el agua y el suelo).