La mañana, avanzada ya, era cálida y soleada. Casi no se podía estar al sol y cualquier prenda mínimamente oscura se calentaba hasta quemar. Me quité el jersey fino de lana negra; ya no recordaba cuál era la camiseta interior y vi el color morado, aquel círculo y la palabra, la frase, aquella exhortación. No pude contener la sonrisa al verme transportado varias décadas en un solo instante, incluso solté una carcajada a modo de lamento liberador. El pequeño Damián que andaba atando unas cañas y viendo que la azada estaba plantada en el suelo entendió que podía acercarse y me trajo la calabaza del agua sin pedirlo. Plantado ante mí y levantando el recipiente, se lo acepté y mientras bebía le escuché tratando de leer las desdibujadas letras de la serigrafía:
—PO-DE-MOS. ¿qué podemos, quiénes podemos, cómo podemos? —Soltó cual batería de preguntas sin esperar respuesta. Tragué el último sorbo de agua fresca.
—La pregunta que buscas es: ¿qué era PODEMOS? Y me cuesta responderlo incluso hoy con toda la perspectiva, pero igual es necesario. Vámonos yendo para casa, que el sol ya está fuerte y te lo voy contando.
Recogimos los bártulos y abandonamos el bancal de secano que tan buenas algarrobas había dado aquel año y que estábamos reparando tras las fuertes lluvias del pasado Diciembre.
—Verás, al principio PODEMOS no era nada, o casi nada. Unos círculos, reuniones de gente en mi barrio de la ciudad, algún otro círculo provincial, más grande e insufrible, todos pequeñísimos al principio, como las reuniones de vecinos que tenemos bajo la garrofera grande de tanto en tanto. Allí me topé con gente absolutamente desasistida, políticamente y socialmente hablando, claro. Fue una lástima pues nadie sabía lo tremendamente transformador que podía ser aquello, de su potencial y de cómo se podía haber gestionado. En los círculos se canalizó y diluyó una serie de malestares de aquel entonces pero no se consiguió nada o casi nada. Como mucho, se logró congregar un número determinado de personas dispuestas a escuchar y a hablar, una forma de terapia de grupo. Es curioso cómo la interactividad, la posibilidad inmediata de réplica despierta la atención y aviva el debate. Pero lamentablemente todo estaba perfectamente orquestado; los que lo tenían un poco o mucho más claro, se configuraron a su vez en otro tipo de corrillos, círculos en los círculos para dedicarse profesionalmente a la política del sistema. En cuanto descubrieron que finalmente iban a pasar por el aro de las instituciones, dieron el paso para abandonar a toda aquella gente que tanta atención les había prestado. Como llegaron se marcharon y ni un solo circulo más se celebró, no sin antes pedir el voto en sustitución de las palabras. Y es que en aquellos círculos saqué palabras que creo eran realmente importantes, intenté avisar a esa gente que hoy —algunos— son grandísimos amigos míos y que viven unos cerca, otros muy lejos. Lo cierto es que fueron escuchadas pero muy poco o nada comprendidas: peak oil, decrecimiento, rerruralización, soberanía alimentaria, desenergía… Nadie quería creerme y los que ya estaban decididos a abordar las instituciones ni siquiera quisieron escucharme. Aún los recuerdo hablando de sus cosas de partido en petit comité mientras el resto despotricábamos. Pero ya pasó, los que decidieron hacer lo que iban a hacer llegaron a ser concejales, alcaldes algunos. Obtuvieron su paga y poco a poco se fueron empapando de aquel buenismo institucional BAU, nada que no ofrecieran antaño y tantas otras veces el PSOE o IU. Un nuevo despotismo ilustrado esta vez —para colmo— parcial y en diferido, un “Todo para el pueblo pero sin el pueblo, que me voten y luego ya tal.”
—Pero entonces PODEMOS ¿duró muy poco?
—¡Qué va! Muchos seguían esperanzados, encandilados por un nuevo cambio de aires, y era comprensible. Las formas cambiaron, la sensación de justicia social parecía inundarlo todo, al menos en apariencia. Se discutían cuestiones que jamás se habían abordado. Incluso algunas de aquellas palabras que pronuncié en los círculos sonaron en boca de su principal líder, un profesor universitario muy joven que se llamaba Pablo Iglesias. Una lástima, pues en las cuestiones realmente importantes, en el fondo del asunto, todo seguía igual o, más bien, cada día peor. Nada se cuestionaba: ni la deuda, ni el crecimiento, ni la depredación del planeta estaban en ninguna charla o mitin y, si lo estaban, era simplemente por compromisos superficiales, barnices meramente ambientalistas.
Quisimos autoengañarnos. La situación era tan desesperada que necesitábamos escuchar algo bueno, aunque fuera una nana vacía y repetitiva. La realidad es que no podían, no les estaba permitido, estaban obligados a moderar el lenguaje, contemporizar y canalizar el malestar absoluto de la gente. Nosotros sabíamos que el cambio nunca había llegado desde las instituciones. Hoy me resulta muy duro decir que Podemos fue una total y absoluta farsa, o como poco una terrible pérdida de tiempo, pero en estas estamos. Detrás de la tramoya estaban los de siempre y pensar lo contrario fue muy pueril; aun pensando que en aquella política había gente valiosa, comprometida y no podía ser de otra forma o no les habríamos creído lo más mínimo. Al final nos sentimos profundamente desengañados, abandonados, estafados y lo peor estaba por venir.
Después de una serie de polémicas dentro del partido, los grandes malestares fueron llegando: hambre, frío y calor extremos que no pudieron ser combatidos por una falta de energía acuciante. Fue entonces cuando una opción nacional-socialista con promesas de energías verdes y limpias empezó a entonar un «mein kampf» adaptado a aquellos tiempos y consiguió un gran éxito en todas y cada una de las decrépitas ciudades; nuevamente la nana. Pero, poco a poco, cada vez más gente fue descubriendo que no éramos gobernados —y menos aun democráticamente— y que en realidad estábamos pastoreados ideológicamente por el gran Capital. Durante aquellos años los que se atrevían mínimamente a contestar, a enfrentar a cualquier forma visible de este capital fueron tachados de reaccionarios, antisistema, terroristas o autores de horrores que si quiera se molestaban en concretar.
—¿Fueron los años de la guerra?
—Para nosotros no. De aquella época me gustaría tener alguna arenga que recordar, una batalla que contarte, una trepidante historia con romances de resistencia y actos clandestinos pero nada de eso ocurrió. Escogimos la manera de existir y resistir que conoces. Mucho más pacífica, tácita y que tantas veces habíamos observado y admirado en la naturaleza: cultivamos. Cultivamos la acción positiva y propositiva, la resiliencia, la tierra, cultivamos el amor y la alegría de vivir. Nos cultivamos a nosotros mismos con conocimientos y saberes olvidados, saberes ocultados o simplemente denostados. Hicimos de la no reacción nuestra forma de acción más férrea, nuestra forma de seguir caminando hacia un marco de belleza incomparable. Y seguimos cultivando, la belleza, la serenidad, la alegría, la comprensión, el perdón. Cultivamos aún con el pesar de sentir que muchos otros nos estaban destruyendo, matando, invadiendo.
—Te has vuelto a ir por las ramas. ¿Qué pasó con PODEMOS?
—¡Ah!, bueno, todo y nada. PODEMOS fue esa hierba que creció en la pared de la presa abriendo la grieta lo suficiente para que la semilla de la higuera se depositara allí.
—¿Te refieres a la higuera que el año pasado reventó la presa y liberó el rio?— me preguntó mientras se giraba para ver el río centelleante que discurría por el valle, rodeado de una vereda verde y frondosa.
—Ya ves, todos los que vivimos en este valle no pudimos. Durante varios inviernos antes de las lluvias intentamos abrir al menos un agujero en aquel grueso muro y la higuera en menos de 10 años lo consiguió, ¡y además dándonos higos durante todo aquel tiempo!
—Ma que t’agraden les figues!
—Ma que, ma que…
Felicidades por el artículo.
Cuando te vas por las ramas es cuando más me gusta.
De todos modos, aunque muchos de nosotros nunca hemos creído en la posibilidad de que nos gobiernen, o de que desde un sistema de gobierno de un estado se nos pastoree, se encargen de nuestras vidas, etc..,hay algunas cuestiones esenciales, como el control de la energía e igual de importante, la proteción del -suelo/ vuelo- y del agua, que deberíamos hacer ya no sólo nacional sino transnacional, transfrontera, transversal reverso, de arriba- abajo- y multiverso.
Es decir, que tal y como se expresan los genes, nuestras formas de expresión y comprensión del presente en el que estamos y del futuro a golpe de respiro y a medio plazo, no puede quedarse sólo en grupos locales – creo que de ésto ya hemos hablado- porque se convertirían en feudos y no podríamos protegernos, además de estar bastante aislados. Así que mientras tanto, aún creo en la posibilidad de un internacionalismo y una comunión con nuestros semejantes, incluso de ultramar, porque nos necesitamos los unos a los otros. Vamos a necesitar, además, proteger y salvaguardar la comida y las medicinas, ya!.
Estaría genial tener la fuerza suficiente para un cambio en el fascismo que YA tenemos. Por lo tanto, aún tengo gran esperanza en que se cambien los mensajes políticos, como de hecho ya observo que timidamente van haciendo, y seguiremos hablando con datos para que nos escuchen, y demostrando que, nosotros, por abajo, estamos consiguiendo cosas, ¿no?.
Eso también lo necesitan ellos para pelearlo en las instituciones. Debe ser terrible para el corazón estar en una sóla sesión del Congreso o en un pleno de Ayuntamiento lleno de comilones apoltronados. Pobres de ellos. Espero no dejen de intentarlo.
Estoy de acuerdo con Nuba. Y creo que somos bastantes los que apostamos precisamente por ese motivo (entre otros) por lo que llamamos estrategias duales: es decir, intentar que desde arriba se ayude (o al menos no se impida) la transición desde abajo. Creo que subyace claramente también en la propuesta de Ted Trainer: La Vía de la Simplicidad. Las estrategias top-down funcionan mejor para ámbitos extensos (nos dice Jared Diamond, p.ej.), mientras que las bottom-up son más adecuadas para el ámbito local. Combinemos ambas, si es posible, y lo mejor que podamos.
Crítica incansable y argumentada, combinada con compasión y comprensión. Me gusta esa actitud, Nuba 🙂
Todavía se puede.