La noción de decrecimiento surge al abrigo de la reivindicación de la existencia de límites al crecimiento y del desarrollo de la teoría bioeconómica de Georgescu-Roegen, que enmarcó por primera vez a la economía en la biosfera a través de principios físicos como irreversibilidad del tiempo y la transformación entrópica de la energía y la materia. Serge Latouche, economista, ideólogo y uno de los principales defensores del decrecimiento, lo define como “una necesidad, no un principio, ni un ideal, ni el objetivo único de una sociedad del post-desarrollo y de otro mundo posible”. Así mismo, añade que “su consigna tiene como principal objetivo el abandono del crecimiento por el crecimiento” (Latouche, 2003, pp 3-4). Si no hay crecimiento, una sociedad de crecimiento entra en crisis. Por este motivo, decrecimiento no significa crecimiento negativo, sino un cambio de lógica y de trayectoria. Un nuevo enfoque que nos apremia a cambiar nuestra forma de ver el mundo y a abandonar la sociedad de consumo, renunciando a la inercia de crecer por crecer para reencontrar un equilibrio entre los seres humanos, y entre éstos y la naturaleza.
Si el decrecimiento se pudiera resumir en un programa, implicaría lograr un reajuste a los límites biofísicos del planeta para evitar o minimizar el colapso civilizatorio de un modo libre y voluntario que además garantice la justicia social y el buen vivir a través de la satisfacción de todas las necesidades humanas fundamentales de los habitantes del planeta y de la supervivencia de las demás especies. La transformación que se requiere para una transición de este calado debe abordar múltiples vertientes: la ética, la cultural, la social, la política, la económica y la tecnológica. Este artículo tratará de aproximarse a la transformación ética y cultural con el objetivo de lograr un cambio del imaginario colectivo que lleve a la autolimitación y la sencillez voluntaria.
La sencillez voluntaria es definida por Samuel Alexander como “un estilo de vida que implica minimizar conscientemente el consumo derrochador e intensivo de recursos. Pero que también comporta reimaginar la buena vida dedicando progresivamente más tiempo y energía a perseguir fuentes no materialistas de satisfacción y de significado”. Dicho de otro modo, la sencillez voluntaria implica un nivel de vida material suficiente a cambio de más tiempo y libertad para alcanzar otras metas vitales —el tiempo con la familia, la participación política y comunitaria, la creación artística o la espiritualidad— con el objetivo de tener una vida más llena, feliz y libre en armonía con la naturaleza (Alexander, 2015, p 212). Este concepto está muy vinculado a una cultura de la suficiencia que exige la existencia de un componente de autolimitación que nos lleve a ser capaces de vivir con menos, consumir de forma responsable y examinar nuestras vidas para diferenciar lo que es importante de lo que es superfluo. La autolimitación implica entonces la existencia de una consciencia de lo que es suficiente que sea justa y que deje espacio a los demás, un umbral, sin duda, difícil de establecer.
El decrecimiento resulta muy afín y se encuentra muy vinculado para algunos autores —como Julio García Camarero— a la búsqueda de un desarrollo a escala humana que Max-Neef (2001) defiende alcanzar a través de la satisfacción de las nueve necesidades fundamentales, finitas y universales: la subsistencia, la protección, el afecto, el entendimiento, la participación, el ocio, la creación, la identidad y la libertad. El umbral de la autolimitación que buscará el decrecimiento se deberá establecer entonces en función de la satisfacción de todas estas necesidades de un modo que no implique la superación de la capacidad de carga del planeta y que no comprometa la satisfacción de las necesidades fundamentales del resto de seres humanos. Para ello el consumo de energía y materiales deberá verse sustancialmente reducido y traducido en una mayor frugalidad en las sociedades opulentas del Norte. Una frugalidad que de otro modo iría de la mano de una nueva abundancia que pase necesariamente por la reactivación de la socialidad del ser humano, es decir, por una potenciación de los bienes relacionales.
El principio de revaluación decrecentista: la conformación de una nueva escala de valores
Para Serge Latouche (2009) el decrecimiento lleva implícita como premisa la salida de la economía, cambiar los valores y desoccidentalizarse. En este sentido, el autor nos habla del altruismo, la cooperación, la creatividad y la primacía de la vida social frente al consumo; así como de la defensa del ocio creativo frente al trabajo obsesivo con vistas al incremento del gasto en bienes superfluos.
Todos estos valores no son nuevos y, en muchas ocasiones, reivindican la necesidad de recuperar muchos saberes tradicionales olvidados y una revalorización del mundo rural. Otro de los elementos clave tiene que ver con el triunfo de la vida social frente a la lógica de la propiedad y el consumo (Taibo, 2009) y con el paso del individualismo a la colectividad. La importancia de la colectividad es un aspecto que Max-Neef resalta en El desarrollo a escala humana (2001) a través de la necesidad de articular lo personal con lo social para alcanzar un verdadero desarrollo humano. Julio García Camarero expresa esta misma idea reflexionando sobre cómo puede armonizarse la individualización con el anhelo de una existencia comunitaria compartida. En este contexto, el autor resalta la importancia de distinguir entre individualización e individualismo, pues mientras el primer término hace referencia a una necesidad de autodeterminación, el segundo va asociado al egoísmo que hoy caracteriza a la sociedad capitalista. De este modo, la individualización, entendida como autodeterminación, solo puede alcanzarse si nos comprometemos con los demás. Un compromiso que no implica renunciar a la propia individualidad (Beck citado en García Camarero, 2010).
Por otro lado, el decrecimiento también implica la necesidad de pasar del actual antropocentrismo a un biocentrismo que reconozca a todos los seres vivos dignos de consideración moral. Este enfoque nos llama a ser conscientes de nuestra interdependencia y semejanza con el resto de seres del planeta [1] con los que compartimos historia evolutiva, así como la necesidad de aplicar una ética de responsabilidad que solo podemos practicar los seres humanos (Riechmann, 2005). Del mismo modo es imperativo asumir nuestra ecodependencia en cuanto a que al dañar a otras especies y degradando ecosistemas ponemos en riesgo nuestro propio bienestar y supervivencia (Riechmann, 2012). En esta línea, el filósofo Masanobu Fukuoka nos invita a replantear la teoría de la superioridad del ser humano en cuanto a que en la naturaleza no existen seres vivos superiores ni inferiores, pues todos sin excepción dependen los unos de los otros. Su propuesta es la concepción de la naturaleza según la teoría de la rueda del dharma [2], según la cual “la naturaleza se expande en todas direcciones, de manera tridimensional, y al mismo tiempo, a medida que se desarrolla, converge y se contrae. Podemos ver estos ciclos de expansión y contracción como una rueda (…) La Tierra y todos los seres vivos sobre ella nacieron como un solo cuerpo unificado y con un destino común. Todo lo relacionado con el papel, el propósito y el trabajo de cada uno de ellos se originó y fue concluido en el mismo instante. Todas las cosas se diseñaron de tal manera que uno es muchos, el individuo es el todo, el todo es perfecto, no se desperdicia nada, nada es inútil y todas las cosas dan lo mejor de sí”. Ambas tesis, aun con algunas diferencias que no son objeto de análisis en este artículo, defienden una visión macroscópica del mundo que el decrecimiento no puede obviar.
Uno de los resultados más importantes al que se llegaría con este paso de una visión antropocéntrica a una perspectiva más biocéntrica es la inversión de los círculos concéntricos que componen el mundo. Esto pasa por el reconocimiento de que los problemas ambientales no lograrán solucionarse si solo nos fijamos en ellos de forma aislada —tal y como ha sido planteado desde la perspectiva del desarrollo sostenible—, y no como consecuencia de nuestra propia organización socioeconómica, según la cual la biosfera es un subsistema de nuestra esfera social, y la esfera social un subsistema de la esfera económica. Como consecuencia, la sostenibilidad nunca se podrá abordar sin concebir los círculos concéntricos que conforman el mundo de manera totalmente inversa de forma que el dominio ecológico pase a ser considerado la ley suprema de la que dependen todos los demás, que deberán ajustarse a sus límites. Del mismo modo, la economía también deberá dejar de gobernar a las personas para pasar a ser una herramienta que contribuya a la satisfacción de la necesidades fundamentales de los individuos que componen la sociedad. Esto no hace más que certificar la vinculación del decrecimiento con lo que hoy se conoce como economía ecológica, un concepto que economistas como Georgescu-Roegen o Herman Daly ya anticipaban al interpretar el sistema económico como una esfera dependiente de otra superior: la biosfera y sus límites.
La reconceptualización a través de la lucha del lenguaje y la reformulación de los indicadores de progreso
Establecida la nueva escala de valores, se precisa una redefinición de conceptos muy relevantes y en ocasiones erróneamente conceptualizados por el imaginario dominante. Hablamos de la riqueza y la pobreza, la abundancia y la escasez, la felicidad, el progreso o el desarrollo. Esto pasa por una lucha del lenguaje que Julio García Camarero repasa de forma concienzuda a lo largo de todas las páginas de su ensayo El decrecimiento feliz y el desarrollo humano (2010). Y es que, el lenguaje, además de ser la forma principal de comunicarnos, determina nuestro modo de interpretar la realidad y conforma nuestro imaginario (González Reyes, 2010). Por tanto, la riqueza y la pobreza deberán dejar de medirse únicamente en términos crematísticos para pasar a estar asociadas a la satisfacción de todas y cada una de las nueve necesidades fundamentales humanas. De la misma forma, la felicidad y el bienestar deberán dejar de vincularse a la capacidad de consumo de bienes para asociarse a otras búsquedas como el ideal asiático de vivir con tranquilidad y ver el mundo como algo transitorio (Fuokuoka, 2015) o el del buen vivir Latinoamericano [3]. Todo ello para finalmente reconceptualizar al progreso y al desarrollo en términos cualitativos cuya medición dependa del grado de satisfacción de las necesidades humanas fundamentales (Max-Neef, 2001). Esto último sin duda exigirá redefinir los objetivos de desarrollo y sus indicadores. En este sentido la inadecuación del PIB parece obvia en cuanto a que lo único que señala es cuánto se produce para el mercado sin importar el qué y el para quién, y sin tener en cuenta muchas actividades que contribuyen positivamente al bienestar tanto individual como de la comunidad.
En su análisis crítico al decrecimiento, Van der Bergh (2011) hace referencia a la dificultad de medir el éxito del proyecto decrecentista dada la complejidad de su propia naturaleza. No le falta razón. El decrecimiento no es un proyecto cuantitativamente absoluto, pues implica que ciertas variables crezcan —las relacionadas con la mejora de la calidad ambiental y de la calidad de vida de las personas— y que otras decrezcan —aquellas actividades destructivas y que no proporcionan una mejora del bienestar humano—. Si a esto añadimos que el decrecimiento tiene un carácter multidisciplinar, resulta evidente la dificultad de encontrar un indicador universal para su medición. De este modo, el decrecimiento puede servirse de indicadores individuales para medir el progreso en terrenos concretos, tales como: la tasa de desempleo, la redistribución de riqueza, la tasa de pobreza, el índice de escolaridad, la tasa de emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero o los kilómetros viajados por los alimentos antes de llegar al plato. En ocasiones, estos valores combinados pueden dar como resultado ciertos agregados de bienestar (Kallis, 2011). En este sentido cabe prestar especial atención a nuevos indicadores sociales como el Índice de Bienestar Económico Sostenible [4] o el Índice de Progreso Genuino [5]. Su utilización sin duda nos aproximaría, con más éxito que la de los actuales, a una medición del desarrollo a escala humana. Todo ello sin olvidar que, por el momento, no existe ningún sistema de indicadores perfecto, y que en ocasiones ciertos índices o flujos materiales son difícilmente agregables.
La poesía y el amor como motores de la nueva cosmovisión
Son muchas las herramientas imprescindibles para acometer el cambio de imaginario que se precisa para comenzar una transición hacia un modelo socioeconómico sostenible. Las más importantes son señaladas con acierto en La gran encrucijada (2016):
- Informar sobre la marcha real de la crisis civilizatoria y sus riesgos.
- Desmontar las creencias socioeconómicas dañinas como el mito del crecimiento ilimitado.
- Relacionar la superación de la Gran Recesión con la necesidad de afrontar los desafíos energético y climático.
- Elaborar hojas de ruta para el cambio y aprender de las experiencias concretas llevadas a la realidad que empoderan a la ciudadanía.
- Regenerar la democracia.
Sin embargo, se precisa algo más: un giro ideológico y político que dé lugar y generalice un cambio de conciencia. En palabras de Albert Recio: “si no se incluyen elementos movilizadores basados en las mejoras a aspirar va a ser difícil avanzar mucho en el terreno de la autocontención (…) La batalla central es conseguir que una parte de esta población seducida o atrapada en la pseudo-utopía consumista cambie su percepción del mundo y se movilice en formas diversas por un nuevo proyecto social. Y ello requiere organizar los programas en torno a perspectivas optimistas y completas” (Recio, 2008, p 33). En definitiva, una transformación socioeconómica tan radical como la que propone el decrecimiento, precisa una motivación muy poderosa antes de que la inminencia del colapso haga imposible la tarea de llevar a cabo una transición ordenada: Una llamada a la subjetividad de las personas que logre una movilización voluntaria más fuerte que la que pueden alcanzar acontecimientos externos como una guerra o una catástrofe natural.
Evidentemente, la transición hacia una sociedad de decrecimiento no tendrá las mismas implicaciones para todos los pueblos, pues deberá saber observar la heterogeneidad del mundo para identificar las necesidades de cada territorio de modo que se pueda comenzar a labrar el importante objetivo de equidad entre el Norte y el Sur, entre clases sociales y entre generaciones. Precisamente por este motivo, la adaptación al decrecimiento será sin duda más difícil en el Norte opulento, donde la inmensa mayoría de la población sufre de una fortísima adicción al crecimiento y al consumismo (García Camarero, 2010). Si a esto sumamos que la salida del capitalismo requiere la existencia de una gran participación ciudadana desde abajo, necesitaremos un catalizador equiparable al que proporcionó en su momento el mito del progreso. En la búsqueda de este objetivo Emilio Santiago Muíño (2016) propone la poesía, definiéndola como una forma de vivir y estar en el mundo que incluya “toda acción que tienda a dignificar y elevar la vida del ser humano desplegando lo mejor de su condición” (Santiago Muíño, 2016, p 133). La poesía como pauta cultural busca lo maravilloso en lo cotidiano, un reencantamiento del mundo que puede permitir que disfrutemos de una vida plena en un contexto de disminución necesaria de la producción, del consumo y, en definitiva, del metabolismo económico, a través del redescubrimiento, el disfrute y el fomento de la soberanía creativa de las personas. Una búsqueda que, lejos de ser una ocurrencia sin fondo, tiene unas implicaciones filosóficas y antropológicas importantísimas, pues supone una respuesta del ser humano ante la conciencia de su propia muerte (Santiago Muíño, 2016).
La poesía de Emilio Santiago Muíño como motor de la reforma moral que dé paso a una sociedad poscapitalista sostenible, no difiere mucho del amor que reclama Julio García Camarero (2010) como condición necesaria para el decrecimiento feliz y el desarrollo humano. Del mismo modo, ambas propuestas se asemejan a la de Masanobu Fukuoka (2015), que para mejorar el mundo insta a una vida en una cultura natural que se base en el disfrute de la verdad y la belleza de la naturaleza para recuperar todo aquello que dota realmente de sentido a la naturaleza humana: la belleza, el amor, la receptividad y la comprensión. El concepto de amor al que se refieren estos autores debe ser una unión activa hacia el ser humano y hacia todo lo que le rodea, todo ello sin comprometer la propia individualidad (García Camarero, 2010).
La poesía y el amor sin duda ofrecen un argumento o una vía positiva que puede dar paso a la deconstrucción del mito productivista y consumista enfocándose en las virtudes de la sencillez y la buena vida antes de llegar al colapso como medio que lleve al paradigma de sobriedad que se necesita para lograr un reajuste a los límites ambientales. Así mismo, este enfoque positivo y preventivo sin duda ofrecería muchas más posibilidades de éxito en el plano de la justicia social. Sin embargo, la tarea de la transformación cultural no es sencilla. Los procesos de socialización son lentos y el tiempo del que disponemos es escaso. El colapso puede acelerar el proceso, pero al mismo tiempo deberemos construir y mantener espacios colectivos para difundir las ideas que conformen el nuevo imaginario.
Notas
[1] Todos los seres vivos del planeta somos finitos, dependemos de la biosfera, somos sintientes y por tanto capaces de sufrir y aspiramos a la auto-conservación (Riechmann, 2005).
[2] La rueda del dharma “es un antiguo símbolo que representa el modelo cíclico y a la vez direccionado que despliegan las enseñanzas del Buda” (Fukuoka, 2015, p 79).
[3] El buen vivir acepta la existencia de alternativas al modelo de desarrollo occidental y defiende aspectos muy vinculados al decrecimiento como la no separación entre sociedad y medioambiente, el valor intrínseco de la naturaleza y el rechazo a su instrumentalización (Gudynas, 2015).
[4] El Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES) contabiliza positivamente, al igual que PIB las inversiones, el consumo privado y el gasto público. Sin embargo, de forma adicional deduce el consumo privado y el gasto público en seguridad. Además, añade el valor de los servicios producidos y consumidos en el propio hogar y deduce los costes de la degradación ambiental y la depreciación del capital natural.
[5] El Índice de Progreso Genuino (GPI) combina una cifra de consumo personal corregido por una serie estadísticas sobre la distribución de la renta con contribuciones no mercantiles al bienestar —como el valor del trabajo doméstico y voluntario— y con una serie bastante completa de indicadores medioambientales; siendo todo ello restado del coste que suponen otros factores como el desempleo, la delincuencia, las tasas de accidentes, la precariedad en el empleo, la contaminación o la pérdida de espacios naturales (Hamilton, 2006). Este indicador, mucho más completo, se diferencia del IBES en lo siguiente: la adición de la redistribución de la renta, la contabilización del trabajo voluntario fuera del hogar y la sustracción de elementos de degradación social como la delincuencia, los accidentes o el empleo precario.
Bibliografía citada
- Alexander, S. (2015). Simplicidad. En: D´Alisa, G., Demaria, F. & Kallis, G. (Eds) Decrecimiento: vocabulario para una nueva era. Icaria. Barcelona. Pp 212-216.
- Fukuoka, M. (2015). Sembrando en el desierto. Semillas para la regeneración del planeta. Lozano Impresores. Murcia.
- García Camarero, J. (2010). El decrecimiento feliz y el desarrollo humano. Los Libros de la Catarata. Madrid.
- González Reyes, L. (2010). «En la arena del lenguaje». En García Camarero (2010). El decrecimiento feliz y el desarrollo humano. Los libros de la Catarata. Madrid.
- Herrero, Y., Prats, F. & Torrego, A. (Coords). (2016). La gran encrucijada. Libros en Acción. Madrid.
- Kallis, G. (2011). “In defence of degrowth”. Ecological Economics, 70, pp 873-880.
- Latouche, S. (2003). “Por una sociedad de decrecimiento”. Le Monde Diplomatique, 97. Edición Española.
- Latouche, S. (2009). Pequeño tratado del decrecimiento sereno. Icaria. Barcelona.
- Max-Neef, M., Elizalde, A., & Hopenhayn, M. (2001). Desarrollo a escala humana. Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo.
- Recio, A. (2008). “Apuntes sobre la economía y la política del decrecimiento”. Ecología Política, 35, pp 25-34.
- Riechmann, J. (2005). Un mundo vulnerable: ensayos sobre ecología, ética y tecnología. los Libros de la Catarata. Madrid.
- Riechmann, J. (2012). Interdependientes y ecodependientes: ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Proteus. Barcelona.
- Santiago Muíño, Emilio (2016). Rutas sin mapa. Horizontes de transición ecosocial. Los libros de la Catarata. Madrid.
- Taibo, C. (2009). En defensa del decrecimiento: sobre capitalismo, crisis y barbarie. Los libros de la Catarata. Madrid.
- Van den Bergh, J.C.J.M. (2011). “Environment versus growth — A criticism of degrowth and a plea for a-growth”. Ecological Economics, 70, pp 881–890.
Sra rocío Meana Acevedo.
Su texto muy bueno, pero lo que me llama poderosamente la atención es que usted y otros tantos científicos trabajan en universidades burguesas de donde salen los que luego nos gobiernan. Para decirle en palabras del Che Guevara vosotros no nos inspiráis tanto porque al final son «dóciles asalariados del pensamiento oficial» (que es occidental y burgués), representan a lo sumo, no más que eso, un sector liprepensador dentro del estrato burgués al que pertenecen.
Perdonadme que le sea sincero.
Me ha parecido un texto, brillante, my bien argumentado y con la bibliografía perfectamente actualizada.
Comparto con la autora el imaginario que necesitamos, que es el en el que intentamos vivenciarnos muchos de nosotros.
Sin embargo, como muestra el comentarista anterior, cualquier cosa que se escriba, que se promueva, para intentar animar, convencer, proponer, de que un cambio en la mirada que tenemos del entorno, cercano o lejano (pues en definitiva, situaciones similares de desigualdad, pobreza energética, robo de la energía en pocas manos, extractivismo, usurpación de territorio y contaminación del agua y del aire, se producen aquí y allá y lo constatamos cada vez con más evidencia) va a encontrarse con palabras del tipo de las del Sr. de arriba, que, además, suelen llegar apelando a figuras de la izda revolucionaria, sacadas de contexto y por tanto manipuladas por los que no queriendo salirse del sistema.. se atreven a juzgar a los que escriben desde la Universidad, sin tan siquiera pensar en su total desconocimiento de las condiciones económicas de los estudiantes o el profesorado de la Universidad, o de sus condiciones laborales, o de cómo estamos afrontando nuestro propio cambio de vida absolutamente en contra de el 90% de la población que nos mira despectivamente, cuando no aceptamos más la forma de vida impuesta.
No creo que sea sincero, Sr. Vázquez Izquierdo, creo que juzga aleatoriamente pues quizás le gustaría que en vez de reflexionar, sacáramos todos un fusil, nos pusiéramos antifaz y fuéramos a por lo robado por los «ricos» derramando sangre.
Le diría que eso, tampoco ha funcionado «perdóneme que le sea sincera»- pero usted ya lo sabe-.
le diría, que algunas, hace ya milenios que nos hemos dado cuenta de que la guerra es uno de los negocios más rentables, que sólo mata vidas, genera miedo, enfermedad y contaminación.
Es una forma más de manipulación macabra del poder económico capitalista. Ejemplos, todos. Así es que no es responsabilidad de nadie si usted no se inspira, pero no etiquete, pues el pensamiento proletario y enfín…no lo encuentro por ninguna parte.
Me gustaría expresar una duda sobre el hecho de que se proponga un cambio de los problemas materiales del mundo promoviendo el cambio de ideales y creencias. Siempre me ha interesado mucho la visión que el antropólogo Marvin Harris ha tenido sobre las causas que determinan las diferencias que han existido y existen entre las distintas culturas humanas. Marvin Harris, influenciado por la concepción materialista de Marx, propuso un marco teórico que denomino Materialismo Cultural que establece que en las culturas humanas se pueden distinguir tres niveles. La infraestructura, que incluiría las bases materiales y tecnologicas sobre las que se asienta una sociedad (ecosistema, fuentes de energia, conocimentos tecnologicos…), la estructura, que se refiere a las instituciones en que cristaliza la organización social (parentesco, clanes, parlamentos, leyes, juzgados,….) y finalmente la superestructura, que se refiere a las creencias e ideologias que existen en la sociedad (religión, mitos, ideales, valores….). Basándose en esto y en el estudio de diferentes sociedades, este autor determina que es el nivel «infraestructural» el que determina, como son los superiores. Es decir, que la superestructura, los ideales y valores, emergen en función de las características materiales de la cultura. Hasta aqui entiendo que muchos estarán de acuerdo con el. La cosa cambia cuando Marvin Harris expone que el cambio vendrá siempre impulsado desde la infraestructura hacia la estructura y de aquí a la ideología. Es decir que el cambio de un modelo productivo (infraestructura) no podrá realizarse o tendrá muy pocas opciones de realizarse impulsado desde la superestructura, es decir desde el cambio de valores e ideales. Es por lo que los discursos, bien intencionados, que pretenden cambiar nuestra forma de pensar para cambiar el mundo me parecen (desgraciadamente) inútiles. Las ideas cambiaran cuando cambie el mundo (y probablemente en un sentido que desconocemos). A veces siento que este tipo de visiones pesimistas no son muy bien recibidas en este tipo de foros, en los que siempre se intentan impulsar visiones positivas que muevan a la acción y al cambio. En este sentido, me parecen especialmente interesante los dos comentarios anteriores al mio. Ante una critica al articulo, por considerar burguesa y acomodada en el sistema a la autora, se produce una critica que denosta los cambios radicales y violentos por ineficaces. En este sentido, me parece que los cambios desde la ideologia se han mostrada infinitamente más ineficaces a lo largo de la historia, y sin querer echar a nadie nada en cara (yo mismo trabajo para el estado) si que me parece que señalar como indeseables los cambios violentos y radicales no se si serán o no deseables pero son los único que muchos oprimidos a lo largo de la historia han tenido a su alcance.
¿Y si en realidad lo que ocurre siempre es que infra-estructura, estructura y super-estructura están fuertemente realimentadas? Marvin Harris enfoca en una línea de acción y pierde pensamiento holístico.
Sin los mitos griegos, sin el antropocentrismo atomista, sin el «poseed la tierra», hoy no tendríamos la infraestructura que tenemos. Sin el carbón y el petróleo, tampoco tendríamos la super-estructura en el apogeo actual.
Quizás a Rocío le ha faltado explicar que la inclusión biocéntrica puede ir más allá de la visión atomista -el organismo sintiente- hacia una visión global/holística, espacial (Gaia) y temporal (futuro en siglos/milenios/eones).
¿O es que Buda o Cristo no han influido en la historia tanto o más que Julio César?
A ver cuando viene por Cádiz alguna vez a alguna conferencia o algo así. Me encantaría discutir estos temas con usted en persona.
Estoy de acuerdo con ambos. Con Adolfo en que nunca podrá anticiparse el cambio de valores hasta que no comience a cambiar el contexto energético y material, y con Carlos en que ese cambio se realiza mediante realimentaciones entre los diversos niveles (ahí recuerdo a Odum & Odum en su A Prosperous Way Down, donde explican muy bien esas influencias entre los cambios de fase entre los niveles y los subniveles de los sistemas dinámicos adaptativos).
Y por supuesto, también de cuerdo en la necesidad de la visión holístico-gaiana y ahí encuentro otro punto a favor de la herramienta religión como más ventajosa que la herramienta poesía o amor, pues aunque podamos usarlos como ingredientes, nunca podrán captar ni trasmitir de la manera adecuada esa visión: una poesía holística? un amor Gaiano?? Sin embargo sí que veo (¿será por haber tenido la suerte de leer El Oráculo de Gaia?) una religión científico-gaiana-holística-decrecentista.
Pero mis queridas sacerdotisas/científicas gaianas tienen dudas porque la religión puede (y suele) tergiversarse, más que el amor. En todo caso,sean fuerzas, energías o la metáfora que queramos emplear, el amor a Gaia es uno de los ingredientes que impulsan la razón científica (más bien se realimentan amor y ciencia aquí)´. Ambas justifican la creación de la herramienta religión/ética.
Poesía gaiana es lo que observan cuando quedan fascinadas por los dreoilines. Poesía que ellas también hacen cuando tratan de describir lo que sienten y porqué hacen lo que hacen.
Es más, el hecho de haber utilizado el medio literario en vez de (solo) el científico, con el Oráculo de Gaia, muestra que considero la poesía tambien importante. Lo veo, como no, desde una visión holística de herramientas, fuerzas y energías en realimentación dinámica. La religión que tímidamente estoy proponiendo es original en que se funda en el conocimiento científico (Gaia no es una diosa repiten varias veces sus sacerdotisas aunque permiten que otros lo crean así), pero sin poesía y amor diría que ¿para qué? Poesía y amor aportan justificación, belleza e interés al asunto. Sin ellas, las religiones se pervierten, como ha pasado repetidamente en la historia.
Es decir, la religión científico-gaiana-holistica-decrecentista con amor y poesía. Pero también, la poesía científico-gaiana-holística-decrecentista o el amor científco-gaiano.. o la ciencia gaiana-holística-poética. ¿por qué no si todo se refuerza en un proyecto común? ¿Se puede hacer ciencia poética? No sé, pero siempre he dicho que el conocimiento de los mecanismos de la fotosíntesis me resultan tan inspiradores y emocionantes como el rocío de la mañana… Sé que parece una locura pero E=mc2 tiene algo de poético ¿no? Y creo también que describir poética/mágicamente lo que sabemos científicamente de los ciclos del agua es positivo, ¿cómo sino expresar el asombro continuo que producen las propiedades físicas, químicas y biológicas del H2O? En el Oráculo de Gaia, Zarco trata de hacer a unos niños que respeten y amen a todos los seres vivos, incluidos los molestos mosquitos, y lo hace con base científica pero con lenguaje mágico. Los adultos también necesitamos un lenguaje mágico. En el fondo, cuando hablamos de una espiritualidad/ética/religión, no todo son componentes racionales, que frecuentemente pasan a segundo plano. Piensa que si hablamos de la necesidad o no de una religión es porque los humanos somos mucho más que razón.
Si, claro que se puede… cuando sentimos la ciencia de forma consciente, la belleza de los fenómenos que estamos descubriendo nos llena de inspiración y muchos de nosotros tenemos algún papel a mano mientras esperamos los resultados…jajja..y sí, miras una hoja y ves la oxidación tan bella de la clorofila, cómo va dejando ver el arco de colores del espectro según qué hoja, según qué verde…y entran ganas de cantar…
En efecto, esa relación con nuestra ética del pasado (no tan lejano en ciertos lugares; apenas 2 generaciones de distancia) es algo que algunos autores y entidades defendemos y en lo que apoyamos la necesaria «vuelta a casa» de nuestra cultura, tras una temporada histórica fuera de ella. Podría mencionar a Pedro Prieto, con su experiencia y conocimiento personales de la ética campesina tradicional extremeña, o nuestra asociación gallega Véspera de Nada, con su Guía para o descenso enerxético.
Acerca de ese tema considero muy valiosas las reflexiones contenidas en Los desposeídos, la novela de la filoanarquista Ursula K. Le Guin que reseñara yo mismo para 15/15\15.
Me llama la atención ver calificado a Fukuoka de filósofo, aunque por supuesto también la era. Creo que cabía mencionar su otra faceta (inseparable) como investigador y desarrollador de un método de agricultura natural. En cierta manera, padre también, pues, de la Permacultura.
Con lo que puedo estar de acuerdo es con el concepto de «regenerar la democracia» que menciona la autora como objetivo o herramienta necesaria, haciendo referencia al libro La gran encrucijada. No se puede regenerar lo que nunca antes ha habido. Lo sustituiría por «construir una auténtica democracia», lo cual ya pondría el dedo en otra llaga que no se suele admitir, aunque la señaló con cierto el movimiento de los Indignados, y ya antes organizaciones como Democracia Directa Digital: es decir, que lo llaman democracia pero no lo es. El decrecimiento cabría abordarlo como algo no democrático (autoritario) pero sería preferible hacerlo como algo realmente impulsado y aprobado por la mayoría de la población. Como nos recordaba un reciente estudio, ya más de 1/3 de la población en países como España estaría en disposición de asumirlo. De ahí a una mayoría no faltaría tanto.
Tampoco estoy muy de acuerdo con la identificación de la batalla necesaria que señala Alberto Recio:
Dado que la percepción del mundo va a cambiar por sí sola, sí o sí (de hecho ya estaría cambiando, como es lógico en las primeras etapas del colapso), debido a que el sistema es insostenible, lo crítico sería conseguir que percibieran correctamente las causas y consecuencias del colapso que están comenzando a vivir, para -por un lado- evitar caer en los cantos de sirena excluyentes e insolidarios del neo-fascismo o del populismo de extrema derecha, y -por otra- comenzar a construir lo antes y mejor posible botes salvavidas civilizatorios para reconstruir modos de vida sin capitalismo, sin combustibles fósiles y sin Estado.
Y, finalmente, que me perdonen mis queridos Emilio y Julio, pero no veo la poesía ni el amor como motores del cambio. Si como ingredientes, o energía de dicho cambio, pero para articular la profunda y compleja trasformación cultural y civilizatoria creo que necesitamos una estructura, con un ideal. Y esa estructura algunos pensamos que podría ser algo parecido a una religión, que no sólo tiene unos valores, un motor, por así decirlo, sino toda una serie de mecanismos culturales articulados para funcionar como herramienta de trasformación cultural. Es decir, la poesía, la ciencia, el amor… son ingredientes, materias primas sin duda necesarias, pero se necesita darles la forma adecuada, vehiculizarlos, para que sean efectivos en la escala y tiempo que necesitamos, sino para prevenir el colapso, sí para acompañarlo de manera que se dirija de manera constructiva a la supervivencia a corto y largo plazo de la especie.
«…Estructura, con un ideal…»
De acuerdo pues. Entonces ¿Ves la religión como la estructura (superestructura) y a la poesía, ciencia y amor, como funciones?
Yo veía a la cultura/nueva civilización como la estructura y a la religión/poesía/etc. como funciones. Quizás aparece una jerarquía que no había pensado hasta ahora en términos de «Prigogine», que habla de que los sistemas disipativos complejos se forman a partir de la interacción/realimentación entre estructura/función/fluctuación pero que puede darse una cadena jerárquica, siendo la estructura a su vez función de una estructura mayor. He de pensar si la religión es estructura con las funciones poesía/amor/ciencia etc. Hasta ahora la veía como una función importante más de ese todo que llamamos cultura/civilización (cuyo ideal, proyecto, misión, objetivo, sería ser función a su vez de la estructura llamada Gaia, cuyo ideal…). Así, mi civilización humana gaiana tendría, por primera vez en la Historia creo, como misión, proyecto ideal algo de lo que formamos parte que nos engloba (a diferencia de las culturas antropocéntricas, a diferencia de las religiones con dioses -lo importante es su dios y la relación del individuo humano con él-, hasta ahora ¿todas? las religiones han sido atomistas -centradas en el individuo- y ensalzadoras del ser humano como individuo, ni siquiera como especie). Incluso Chardin en su cadena del alfa hacia el omega, veía al ser humano como eslabón -después de todo era cristiano-, la visión gaiana ve, en todo caso, a Gaia como eslabón, no al ser humano.
Asimov, cuando inventa su regla cero de la robótica para R. Daniel (no dañarás a la humanidad), es especista más que atomista, pero sigue anclándose en el ser humano como fin último, a pesar incluso de que Robot Daniel es más inteligente y con más capacidad de amar que los seres humanos (¿con más «valor» pues?)…
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Dicen que de lo prometido es deuda.
Yo digo que de mi promesa no se duda.
Hay textos que, cuando das con ellos, sabes de una forma u otra vas a salir malparado. En ocasiones te topas con una plastificada y afilada cuartilla, perfectamente mecanografiada y limpia que lo único que te dá es una descarga estática y/o un corte en el dedo. De otros, garabateados, sucios y rotos, sales tocado a otros niveles. Sin duda este analisis podría parecer de los primeros, pero me deja un mensaje claro y que nos ha de servir, nos tiene que tocar necesariamente. Hace falta ser riguroso cuando hablamos del colapso, de lo que se nos viene encima. Hay que tratar de rodearse de los mejores y de toda referencia, con su bibliografía bien detallada; es así cuando las tintas van cargadas, cuando todas nuestras palabras, pensamientos y temores quedan bien afianzados y apoyados junto a los de muchos otros compañeros.
Me encantará volver a leerte Rocio y me gustaría mucho que sacaras algo de esa poesía necesaria, que mancharas tu perfecto cuaderno, que descuidaras solo un poco tu cuidado lenguaje académico pues, aunque pueda no parecerlo, eso también le dá un valor añadido al mensaje. Si de algo son estos los tiempos es de no andarse con rodeos ni cuidados y de saltar al barro con decisión y coraje pero con toda la verdad por delante.
Por mi parte, con tu texto, me he prometido leerme un poco más a todos los que citas y, de alguna manera, añadirlos como esa carga necesaria, como ese mensaje dentro del mensaje. No lo dudes.